SAL

Heb. 4417 melaj, מֶלַח; gr. 251 hals ἅλς = «sal» (Mt. 5:13; Mc. 9:50; Lc. 14:34; Col. 4:6) y halas, ἅλας (Mc. 9:49), forma derivada de la anterior, de donde proceden los términos utilizados en química, como haluros.
La sal común es un ingrediente esencial para el equilibrio hídrico del organismo humano y animal, ya que aporta cloro y sodio. Es fundamental para la actividad celular, muscular y nerviosa, además de uno de los primeros conservantes utilizados por la humanidad para mantener alimentos, facilitando su consumo en épocas de escasez. Desde la invención de la agricultura, se ha venido utilizando como condimento indispensable en la comida, así de hombres (Job 6:6) como de bestias (Is. 30:24). En los países calurosos, como Israel, contribuía a preservar carnes y pescados de la corrupción, técnica que se conoce como salazón. Con ello se impedía el desarrollo de gérmenes, además de bloquear los mecanismos de degradación de los comestibles. La comida así conservada cambia de color, sabor, olor y textura, debido a cierta desnaturalización de las proteínas, si bien las carnes adobadas con sal pueden realzar el paladar. Por todos estos motivos, la sal tuvo desde los tiempos más remotos un carácter sagrado y religioso. La Ley ordenaba poner sal en todas las ofrendas y sacrificios (Lv. 2:13; Ez. 43:24; Josefo, Ant. 3, 9, 1). En tanto que se prohibía el uso de la miel y la levadura en cualquier clase de > ofrenda (Lv. 2:11) porque producían fermentación y corrupción, la sal no debía ser omitida en ningún sacrificio. El significado de la sal, con su poder de fortalecer los alimentos y preservarlos de la putrefacción y corrupción, impartido al sacrificio, era la inquebrantable veracidad de esa entrega personal al Señor, representada en el sacrificio, por la cual toda hipocresía e impurezas eran repelidas.
El perfume sagrado que era quemado sobre el altar de oro debía ser salado (Ex. 30:35). El valor purificador de la sal se ve cuando profeta Eliseo la empleó para potabilizar las aguas de un pozo (2 R. 2:19–22). Los orientales acostumbraban a usarla para limpiar y curtir la piel de un niño recién nacido (Ez. 16:4); esparciendo sal sobre un pedazo de tierra, este quedaba dedicado a los dioses.
Por el contrario, las tierras sembradas de sal quedan estériles (Job 39:9). Las ciudades condenadas a la total destrucción eran sembradas con sal. Abimelec devastó Siquem y la cubrió de sal (Jue. 9:45). Durante el cataclismo que destruyó las ciudades de la llanura del Arabá, la mujer de Lot se demoró en la región maldita y fue transformada en una columna de sal (Gn. 19:26; Ant. 1, 11, 4). El castigo de Israel si abandona la Alianza de Yahvé para adorar a los ídolos, consistirá en toda su tierra «quemada con azufre y sal. No puede ser sembrada, ni producirá; y en ella no crecerá ninguna planta» (Dt. 29:23). La impura sal de Siria, expuesta a la lluvia, al sol, o depositada en casas húmedas, perdía su sabor. Al no valer para nada, era arrojada (cf. Mt. 5:13; Lc. 14:35).
La sal está repartida por todo el cuerpo de hombres y animales de sangre caliente: huesos, músculos y sangre. Se pierde por transpiración, lágrimas, orina y deposiciones. En un clima seco y caluroso, si no se repone la cantidad de sal perdida, el organismo acaba deshidratado, por lo que es tan necesario tomar alimentos con sal. De ahí que sea tan apreciada en los países mediterráneos y orientales. Su valor era tan grande que se constituyó en moneda de cambio, el salarium, de donde procede la palabra «salario», que era la sal que recibían los soldados romanos a cambio de su trabajo. Para un sabio de Israel, «las cosas más necesarias para la vida del hombre son: el agua, el fuego, el hierro, la sal, la harina de trigo, la leche y la miel, el jugo del racimo, el aceite y el vestido» (Eclo. 39:31).
La sal se consigue del mar, de surtidores y de lagos de agua salada. También se encuentra en rocas, en minas subterráneas o en canteras. En la antigüedad, las técnicas de obtención de sal eran muy elementales. P.ej., los fenicios implantaron en el sur de España un sistema de salinas para obtenerla a partir del agua del mar. En las costas del mar Muerto se conseguía una sal de una calidad mediocre, después de la evaporación del agua. Ya que era un producto escaso, y como los medios de transporte eran caros y lentos, los que tenían la suerte de disponer de ella con facilidad, eran considerados gentes ricas. Figura entre las riquezas que Artajerjes entregó a Esdras (Esd. 7:21–22).
Gracias a todas estas propiedades purificadoras, preservadoras y antisépticas, la sal vino a ser símbolo de fidelidad y amistad en las naciones orientales. Entre los árabes, comer la sal de alguien, y por ello compartir su hospitalidad, sigue gozando de esta consideración. Del mismo modo, en las Escrituras es un emblema del pacto entre Dios y su pueblo (Nm. 18:19; 2 Cro. 13:5); lo mismo es cuando el Señor dice: «Tened entre vosotros mismos la sal, y vivid en paz los unos con los otros» (Mc. 9:50, V.M.). En la enseñanza de Jesús es también símbolo de aquella salud y de aquel vigor espirituales esenciales para la virtud cristiana y para contrarrestar la corrupción que se encuentra en el mundo; por eso exhortó a sus discípulos a ser en la práctica lo que ya eran por vocación: sal de la tierra (Mt. 5:13; cf. Mc. 9:50). Entre los creyentes toda palabra debe estar siempre sazonada con sal (Col. 4:6), es decir, no debe ser agresiva ni desagradable, sino llena de gracia y simpatía, con encanto, no insípida.