NÚMERO

Heb. 4557 mispar, מִסְפָּר = «numero», de 5608 saphar, ספר, prop. «señalar» con una marca; gr. 706 arithmós, ἀριθμός = «número», de donde procede el castellano «aritmética».
No hay evidencia de que los antiguos hebreos hayan empleado signos especiales para representar las cifras, porque se hallan escritas en letras en el texto heb. de la Biblia, en la inscripción de Siloé y en la Estela de Mesa. En Nínive, en el siglo VIII a.C., los mercaderes arameos se servían de pesos en forma de león en los que unos trazos verticales indicaban las unidades, y un trazo horizontal la decena. En épocas aún más remotas, los asirios y babilonios indicaban los números mediante signos cuneiformes. Las inscripciones nabateas del siglo I dan por lo general los números en palabras enteras, pero en ocasiones van representados en trazos verticales (para las unidades inferiores). El 5 es semejante a la cifra árabe actual, aunque sin la barra horizontal. Las inscripciones arameas de Palmira, de la misma época, presentan también signos.
Los hebreos no se muestran en la Biblia muy interesados en las matemáticas. Sus conocimientos sobre el particular se limitaban a lo necesario para resolver los problemas cotidianos. Las cuatro operaciones básicas de la aritmética se mencionan en la Biblia: sumaban (Lv. 27:23), restaban (Gn. 18:28–32), multiplicaban (Lv. 25:55) y dividían (Nm. 31:27), pero sin decir qué métodos de cálculo utilizaban.
En opinión de algunos eruditos, las palabras de Lv. 25:50: «Hará cuenta con el que lo compró, desde el año que se vendió a él hasta el año del jubileo; y ha de apreciarse el precio de su venta conforme al número de los años, y se contará el tiempo que estuvo con él conforme al tiempo de un criado asalariado», sugieren que los hebreos tenían también cierto conocimiento de «la regla de tres». Conocían las fracciones, pero de una manera rudimentaria. Se habla de «tercera parte» y «dos partes» (2 R. 11:5–7), la quinta parte (Gn. 47:24), la décima parte (Ex. 16:36), etc.
En el heb. bíblico no se utilizaban símbolos que sirvieran solo para representar números. Estos más bien se escribían con palabras, denotando unidades, decenas, centenas y millares. Después del exilio, y especialmente en el período de la dinastía > asmonea, se introdujo la costumbre de representar los números con letras del alfabeto. Del 1 al 9 se representaban con las letras desde áleph hasta tet; las decenas, hasta el 90, con las letras yod hasta tsade. Con la letra khaph se representaban las centenas, desde 100 hasta 400. Los millares se señalaban por medio de dos puntos que se colocaban encima de la letra correspondiente. Este sistema daría lugar posteriormente a las especulaciones con respecto al significado de ciertos números.
Las cifras que aparecen en la Biblia no siempre han de ser tomadas por su valor exacto. Muchas veces se trata de números redondos, de frases hiperbólicas o de métodos retóricos para enfatizar algo. A ciertos números se les atribuye un significado simbólico y tienen un cierto carácter sacro, p.ej., siete, cuarenta, doce, etc., no solo por su recurrencia, sino por su uso ritual o ceremonial, que en muchos casos guarda una relación etimológica, como cuando Abraham presta juramento —heb. mishpá— después de separar para el sacrificio siete —heb. shebá— corderos hembra (Gn. 21:28ss).
Uno. Se usa como artículo (1 Sam. 24:14) o pronombre indefinido (2 R. 4:39), y como número cardinal y ordinal: «Y fue la tarde y la mañana un día» (Gn. 1:5). Es Ia expresión de la unicidad, de lo indisoluble: «Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn. 2:24; Dt. 6:25). Simboliza la unidad por excelencia. Uno es Yahvé (Dt. 6:4; Is. 42:8; Zac. 14:9). Hay un solo Dios y Padre (1 Cor. 8:6; Gal. 3:20; Mr. 12:29; Ef. 4:6; 1 Ti. 2:5). No hay más que un Dios, y un Señor, Jesucristo (1 Cor. 8:4, 6; Ef. 4:5). Uno es el Espíritu Santo (1 Cor. 12:11, 13). Hay un solo mediador (1 Ti. 2:5). Uno es el cuerpo de Cristo, la Iglesia (1 Cor. 12:12, 13; Ef. 4:4). Una es la esperanza, una la fe, y uno el bautismo (Ef. 4:4, 5). Una es la ofrenda que ha perfeccionado para siempre a los santificados (Heb. 10:14).
Dos. Prob. surgió de la observación de que varios órganos del cuerpo humano aparecen en pares. Se nos dice que los animales entraron en el arca en parejas (Gn. 7:2); las tablas de la Ley fueron dos (Ex. 32:15); el Señor Jesús envió a sus discípulos «de dos en dos» (Mc. 6:7). En Ap. se repite mucho el dos: «dos filos» (1:16), «dos libras de trigo» (6:6); «dos testigos» (11:19), etc. Los israelitas usaban también el concepto de mitad: «la media tribu de Manasés» (Nm. 32:33); «medio siclo» (Ex. 30:13); «media hora» (Ap. 8:11).
Para testimonio en un juicio se precisa de dos testigos (Dt. 19:15; 2 Co. 13:1). Caleb y Josué dieron testimonio de la tierra (Nm. 14:6–9). Dos son los espías enviados al otro lado del Jordán (Jos. 2:1). Dos olivos tipifican los dos testigos (Zac. 4:3; Ap. 11:3, 4). Dos tienen que estar de acuerdo al pedir (Mt. 18:19). Dos o tres pueden reunirse en el nombre de Cristo (Mt. 18:20).
Tres. Aunque a veces es difícil saber el grado de precisión con el cual se usa, esto se resuelve en los casos en que va seguido del número superior en valor: «que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación» (Ex. 20:5). En el contexto religioso, el tres es considerado un número sagrado, pues resume la idea de algo completo, que tiene principio, desarrollo y fin. Las tríadas eran corrientes entre los pueblos antiguos. Dios pidió a Abraham un sacrificio de «una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años» (Gn. 15:9). Una orden para Israel era: «Tres veces al año me celebraréis fiesta» (Ex. 23:14). El que tocaba un cadáver debía purificarse «al tercer día» (Nm. 19:11–12). Daniel oraba «tres veces al día» (Dn. 6:10). En la visión de Isaías, los serafines daban voces, diciendo: «Santo, Santo, Santo» (Is. 6:3). Y así, en frecuentes ocasiones, el número tres se utiliza en la simbología religiosa.
En el NT, el número tres tiene un especial significado por relacionarse con la doctrina de la > Trinidad, plenitud divina: Dios Padre, Hijo y Espíritu. Esta plenitud se complació en morar en el Hijo de su amor (Col. 1:19). Tres veces vino la voz del cielo con respecto al Señor Jesús (Mt. 3:17; 17:5; Jn. 12:28). Cristo es Profeta, Sacerdote y Rey. Las Escrituras, compuestas por la Ley, los Profetas y los Salmos, dan testimonio de Cristo (Lc. 24:44). Los elementos de la vida cristiana en esta escena son la fe, la esperanza y el amor. Un cordón de tres dobleces no se rompe pronto (Ec. 4:12), y se corresponde con la perfección en el testimonio; tres es también expresión de una experiencia llevada a la perfección (Lc. 13:32; Gn. 22:4; Hch. 9:9).
Cuatro. Por la observación de los cuatro puntos cardinales, este número viene a significar cosas completas, suficientes. Del huerto del Edén salía un río que «se repartía en cuatro brazos» (Gn. 2:10). Se habla de «los cuatro vientos de los cuatro puntos del cielo» (Jer. 49:36); «las cuatro esquinas de la casa» (Job 1:19); «cuatro juicios terribles» contra Jerusalén (Ez. 14:21), etc. En las medidas del Tabernáculo se menciona muchas veces (Ex. 25:12, 26, 34; 26:2, etc.). Ezequiel vio cuatro seres vivientes, y cada uno de ellos tenía cuatro caras, cuatro alas y cuatro manos (Ez. 1:5–8; cf. Ap. 4:6). También en las descripciones del Ap.: «cuatro seres vivientes» (4:11); «cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra» (7:1; 20:8); «cuatro cuernos del altar» (Ap. 9:13); etc.
Cinco. Prob. se deriva de la observación de los dedos de la mano. Si alguien hurtaba un «buey u oveja, y lo degollare o vendiere, por aquel buey pagara cinco bueyes» (Ex. 22:1). Para el rescate de los primogénitos se pagaban «cinco siclos por cabeza» (Nm. 3:46–47). En la dedicación del Tabernáculo, cada príncipe ofreció como ofrenda de paz dos bueyes, cinco carneros, cinco machos cabríos y cinco corderos (Nm. 7:17–83). A veces, la traducción de «cinco» podría significar «unos cuantos» (cf. Lv. 26:8). En los Evangelios se mencionan cinco panes (Mt. 14:17), cinco vírgenes sabias y cinco necias (Mt. 25:2), cinco talentos (Mt. 25:16). Pablo dijo que preferiría hablar cinco palabras para enseñar a otros que diez mil palabras en una lengua desconocida (1 Cor. 14:19). Es frecuente también en la Biblia el uso de la fracción de cinco: «añadirá a ello la quinta parte» (Lv. 5:16; 6:5; 19:25, etc).
Seis. Este número forma parte del sistema sexagesimal, pero no se le atribuye ningún simbolismo. Se habla de los seis días de trabajo (Ex. 20:9). Un siervo hebreo solo servía durante seis años (Ex. 21:2). Se ha especulado que puede denotar imperfección: una unidad menor que el número perfecto de siete. Así se entiende que Salomón tuviera seis gradas o escalones que ascendían a su gran trono (1 R. 10:19), pero que no fue lo suficientemente elevado para preservarlo de la idolatría. Seiscientos sesenta y seis talentos de oro era lo que recibía cada año (1 R. 10:14), y sin embargo tuvo que confesar que todo era vanidad y aflicción de espíritu. Los judíos en Caná tenían seis tinajas de agua para la purificación (Jn. 2:6), pero expresaban lo insuficiente de las ordenanzas para suplir las necesidades del hombre. El número de la bestia imperial será seiscientos sesenta y seis (Ap. 13:18), dando a entender que se queda corta respecto a su pretensión de perfección. La mayoría de los intérpretes ven una referencia a «César Nerón» en letras hebreas (נרון קסר: 100+60+200 +50+200+6+50). Ver NERÓN.
Siete. Es un número sagrado entre los pueblos del Oriente Medio. Es la suma de tres y cuatro, y el número indivisible más alto dentro de la decena. Algunos piensan que su importancia se derivaba de los siete cuerpos celestiales que se podían observar a simple vista: el sol, la luna y los cinco planetas. Otros dicen que lo que se tomaba en cuenta es la suma de cuatro más tres, siendo estos dos últimos números sagrados también. El siete aparece en todos los períodos bíblicos utilizado para señalar cosas sagradas. Siete días forman una semana, siendo cada día séptimo declarado santo para el descanso, cada año séptimo para reposo de la tierra, y cada siete veces siete años para el jubileo. Los animales limpios entraron al arca de Noé en parejas de siete (Gn. 7:1–2); la «expiación por el altar» se hacía durante siete días (Ex. 29:37); la limpieza de un leproso requería que fuera rociado siete veces con sangre (Lv. 14:7); en la fiesta de los panes sin levadura, estos eran comidos durante siete días y se hacía «siete días ofrenda encendida» (Lv. 23:6–8); el candelero tenía siete brazos (Ex. 25:31–37). La sangre era rociada delante del Señor siete veces (Lv. 4:6, 17; 8:11).
En los Evangelios se habla de «siete panes» (Mt. 15:36); se debe perdonar «hasta setenta veces siete» (Mt. 18:22); los saduceos trataron de poner una trampa al Señor hablándole de una mujer que se casó con siete hermanos (Lc. 20:29); en Ap. se menciona muchas veces: «siete iglesias» y «siete espíritus» (1:4); «siete candeleros» (v. 13); «siete estrellas» (v. 20); «siete sellos» (5:11; etc.). Son innumerables las ocasiones en que se usa este número como simbólico y sagrado.
Ocho. No se usa en sentido simbólico, pero se dice que ocho personas, Noé y su familia, se salvaron del diluvio (1 Pd. 3:20); «de edad de ocho días será circuncidado todo varón» (Gn. 17:12); en los cimientos del Templo se usaron «piedras de ocho codos» (1 R. 7:10); en la visión del Templo que tiene Ezequiel hay varias medidas en las cuales aparece el número ocho (Ez. 40:9–41).
Nueve. Tampoco se usa en sentido simbólico. En Lc. 17:17 el Señor Jesús pregunta por nueve leprosos que no volvieron a dar las gracias, después de haber sido sanados.
Diez. Es evidente que el diez, como el cinco, se deriva de la observación de los dedos de las manos. Se utiliza para señalar algo que está completo o perfecto. Faraón fue visitado por diez plagas (Ex. 7–12). Diez representantes, uno de cada tribu, fueron escogidos para discutir con los rubenitas, gaditas e hijos de Manasés el asunto del monumento que estos erigieron (Jos. 22:13–15). Diez grados retrocedió la sombra del reloj de Acaz, como una señal a Ezequías (2 R. 20:8–11). Los mandamientos son diez (Ex. 20:1–17), lo cual servía como ayuda a la memoria. El diez y sus múltiplos se encuentra en muchas medidas del Tabernáculo y del Templo (Ex. 26:1; 1 R. 6:1–38). La fracción de diez (diezmo) se usa abundantemente. Abraham dio el diezmo del botín a Melquisedec (Gn. 14:20). Jacob dijo a Dios en Bet-el: «de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti» (Gn. 28:22). Después de establecido el pacto con Israel en el Sinaí, se estipuló que «el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es» (Lv. 27:30). Se daba una décima parte a los levitas, y ellos daban una décima a los sacerdotes (Nm. 18:21, 26).
Diez vírgenes fueron a encontrar al esposo (Mt. 25). Eran diez los siervos a los que se les confiaron las minas (Lc. 19:13).
Doce. El más divisible de los primeros números. Su importancia se derivó de la división del año en doce meses lunares. Se habla de doce tribus de Israel (Gn. 35:22; 49:28). Como la tribu de Leví fue omitida en la distribución de la tierra, se contaron a Efraín y Manasés como dos medias tribus, manteniendo así el número doce. También de Ismael descendieron doce príncipes (Gn. 17:20). Se usan múltiplos de doce en varias cosas relacionadas con los servicios de los levitas (1 Cro. 24:7–18); doce panes de la proposición, doce piedras en el pectoral y doce nombres en los hombros del sumo sacerdote; doce piedras sacadas del Jordán, y otras doce puestas en el lecho del río. Jesús escogió doce apóstoles que un día se sentarán sobre doce tronos juzgando a las doce tribus (Mt. 19:28). La nueva Jerusalén tendrá doce fundamentos para sus muros con los nombres de los doce apóstoles; tendrá doce puertas hechas de doce perlas, con los nombres de las doce tribus inscritas en ellas, siendo las doce puertas guardadas por doce ángeles (Ap. 21:12–21).
Veinte. Era un ciclo importante en la vida de un hombre, porque representaba la edad para el servicio militar: «de veinte años arriba, todos los que pueden salir a la guerra» (Nm. 1:3).
Cuarenta. Generalmente aparece como un número redondo que señala un período bastante largo de tiempo. El diluvio duró «cuarenta días y cuarenta noches» (Gn. 7:4). Moisés estuvo «cuarenta días y cuarenta noches» en el monte Sinaí (Ex. 24:18). Los israelitas vagaron por el desierto durante unos cuarenta años (Nm. 14:33; 34:28). Los espías estuvieron cuarenta días explorando la tierra (Nm. 13:25). Goliat desafió a Israel durante cuarenta días (1 Sam. 17:16). Saúl, David, Salomón y Joás fueron probados en sendos reinados de cuarenta años. El tiempo de prueba de Elías en Horeb fue de cuarenta días. Nínive recibió cuarenta días de plazo para que se arrepintiera (Jon. 3:4). El Señor Jesús ayunó «cuarenta días y cuarenta noches» (Mt. 4:2), en los cuales fue tentado (Mc. 1:13). Después de la resurrección, se apareció a sus discípulos «durante cuarenta días» (Hch. 1:3).
Una generación dura aproximadamente cuarenta años. A esa edad, un hombre está en la plenitud de su fuerza. Tanto Isaac como Esaú se casaron a los cuarenta años (Gn. 25:20; 26:34). Caleb dijo: “Yo era de edad de cuarenta años cuando Moisés siervo de Jehová me envió de Cades-barnea» (Jos. 14:7).
Cincuenta. Se utilizaba mucho para hacer mediciones en arquitectura. En el Tabernáculo había «cortinas de cincuenta codos» (Ex. 27:12). También en la organización militar. Adonías se hizo de «cincuenta hombres que corriesen delante de él» (1 R. 1:5). El que violaba a una muchacha virgen tenía que casarse con ella y pagar al padre «cincuenta piezas de plata» (Dt. 22:28–29).
Sesenta. Era la base para el sistema de cálculo sexagesimal, que fue inventado por los sumerios y de donde nace la división del círculo en trescientos sesenta grados, la hora en sesenta minutos y los minutos en sesenta segundos.
Setenta. Se usa con cierto grado de simbolismo religioso en diversos pasajes. Los descendientes de Jacob que fueron a vivir a Egipto totalizaban setenta (Ex. 1:5). «Setenta palmeras» había en Elim (Ex. 15:27). «Setenta ancianos» de los hijos de Israel acompañaron a Moisés en el Sinaí (Ex. 24:1). «Setenta varones de los ancianos de Israel» fueron escogidos como dirigentes del pueblo (Nm. 11:16). «Los días de nuestra edad son setenta años» (Sal. 90:10). El exilio en Babilonia duraría unos setenta años (Jer. 25:11). Se debe perdonar «hasta setenta veces siete» (Mt. 18:22). El Señor Jesús envió setenta de sus discípulos a predicar (Lc. 10:1).
Mil. A menudo se utiliza, con sus múltiplos, como número redondo para señalar una cantidad grande. La palabra éleph (mil) indica «una multitud», por lo cual puede, a veces, significar «tribu» o «clan». Incluso cuando designa una unidad militar, no quiere decir necesariamente que esté compuesta por exactamente 1.000 soldados. Algunos eruditos, procurando aclarar la cantidad de personas que componía el pueblo cuando se hizo el censo en el desierto, piensan que este vocablo significa «una familia» o «una tienda». De ser así, en el primer censo habría solo unos cinco mil quinientos israelitas. Muchas veces se usa el término de forma hiperbólica: «cien de vosotros perseguirán a diez mil» (Lv. 26:8). Se usan también múltiplos de mil para señalar en números redondos una gran multitud: «Y Jehová envió la peste sobre Israel… y murieron del pueblo… setenta mil hombres» (2 Sam. 24:15). «Para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día» (2 Pd. 3:8). En Apocalipsis se habla de que «el diablo y Satanás» es atado «por mil años». Véase MILENIO, NERÓN.