Madre

Heb. 517 em, אֵם = «madre»; gr. 3384 méter, μήτηρ. En la legislación hebrea destaca la alta estima y honor de que gozaba la madre en la familia israelita, en contraste con algunas costumbre orientales antiguas y modernas. La Ley ordenaba que se honrara a la madre así como al padre (Ex. 20:12). El hijo que hiriera a su padre o madre debía ser castigado con la muerte (Ex. 21:17). La misma suerte caía sobre el que era habitualmente desobediente (Dt. 21:18–21).
En casi todos los casos se mencionan las madres de los reyes de Israel, no solo los padres, las cuales tenían que ser tratadas con especial honor (1 R. 2:19; Ex. 20:12; Lv. 19:3; Dt. 5:16; 21:18, 21; Prov. 10:1; 15:20; 17:25; 29:15; 31:1, 30). La mujer prudente que llamó a Joab indicando que su ciudad era «madre en Israel», fue escuchada con toda atención (2 Sam. 20:19). Una madre tiene naturalmente una gran influencia sobre sus hijos, sea para bien o para mal, como se ve en los casos de Jocabed y Jezabel, madres de Moisés y Atalía, respectivamente. Los hijos de la mujer virtuosa se levantan y la llaman bienaventurada (Prov. 31:28). Timoteo tenía una madre y abuela fieles (2 Ti. 1:5). Hay también «madres» en la Iglesia que tienen los intereses del Señor en sus corazones para el bien de los santos, como se muestra cuando Pablo llama a la madre de Rufo también madre suya (Ro. 16:13).
En sentido figurado, se aplica el término madre a las naciones y a las ciudades (2 Sam. 20:19; Is. 1:1; Jer. 1:12; Ez. 19:2; Os. 2:4; 4:5). Nuestro vocablo metrópoli, que procede del gr., significa lit. «madre de ciudades». En Job 1:21 la tierra es designada como vientre materno común de la humanidad, del que se sale por nacimiento y al que se vuelve al fallecer. También se aplica a «Babilonia la grande», madre o fuente de la que procede la prostitución religiosa (Ap. 17:5). La Iglesia, en cuanto esposa de Cristo, recibe el nombre de «madre de los creyentes» bajo la figura de la Jerusalén celestial, que es «libre», no sometida a servidumbre por la Ley de Moisés (Gal. 4:21–26; cf. Is. 49:14–22; 56:1–12; Sal. 87:5, 6).
Al igual que la ternura de una madre por sus hijos, se muestran el cuidado y la solicitud de Dios hacia su pueblo (Is. 44:1–8; 56:6–12; 1 Cor. 3:1, 2; 1 Tes. 2:7; 2 Cor. 11:2). Véase IGLESIA, MATRIMONIO, FAMILIA, HIJO, PADRE, MUJER.