CAUTIVERIO Con la palabra cautiverio se han integrado una serie de hechos históricos que, por su significado cultural y religioso, desbordan su contenido semántico. Cautiverio designa dos procesos históricos diferentes que tienen como hechos culminantes los siguientes: uno, la destrucción de Samaria, capital del reino del norte (Israel) en 722 a.C. a manos de los asirios; dos, el sitio y la destrucción de Jerusalén capital del reino del sur (Judá) en 586–7 a manos de los babilonios. La destrucción de estas dos ciudades significó la destrucción de una forma de vida y obligó a los teólogos de la época a plantearse el porqué de lo sucedido. Una vez que lo que se considera centro del universo desaparece, es urgente resolver el profundo sentimiento de caos que inunda por igual a los que quedaron en el país destruido y a los que salieron cautivos. El libro de Lamentaciones aporta una muestra del dolor y la desolación que sintieron quienes vivieron esta época: «¡Cómo ha quedado sola la ciudad populosa! La grande entre las naciones se ha vuelto como viuda, la señora de provincias ha sido hecha tributaria» (Lm 1:1). Estas personas vieron el «fin de su mundo».
Lamentaciones expresa también la orientación que iría tomando la reflexión teológica en su búsqueda de comprender lo sucedido y construir otro mundo. Los teólogos miran hacia atrás para evaluar el pasado y llegan a una conclusión: «Jehová es justo; yo contra su palabra me rebelé. Oíd ahora, pueblos todos, y ved mi dolor; mis vírgenes y mis jóvenes fueron llevados en cautiverio» (Lm 1:18). Entienden que lo que les está pasando es el resultado de una persistente práctica de opresión contra los pobres y de idolatría. En estos últimos dos conceptos se puede resumir el mensaje de los profetas desde Elías hasta Jeremías: el pueblo que el mismo Dios había creado y arrancado de la muerte de entre las garras de Egipto había olvidado la mano liberadora de su Dios y actuaba igual que los antiguos capataces egipcios.
Lamentaciones concluye con una súplica: «Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio» (Lm 5:21). Esa súplica es programática. Los cautivos del reino del sur inician un proceso de reconstrucción de la tradición yavista que continuará fortaleciéndose con la reconstrucción del templo y de Jerusalén alrededor del 520 a.C. y la recopilación de lo que hoy conocemos como el Pentateuco.
Cautiverio de Israel
Mientras Israel estaba en su apogeo político y económico (2 R 14:23–29), Asiria iniciaba su conquista de Occidente. Dios usaría a esta nación para castigar la injusticia y la idolatría del reino de Israel, de acuerdo con las profecías de → AMÓS y → OSEAS.
El cautiverio empezó cuando → TIGLAT-PILESER invadió a Israel, siendo rey → PEKA, y llevó cautivos a muchos habitantes de la parte norte del reino (2 R 15:29). La nación se vio obligada a pagar tributo por varios años, aunque al fin se rebeló (2 R 17:4) en un esfuerzo por recuperar su independencia. Salmanasar, emperador de Asiria, sitió a Samaria, capital del reino del norte, en 722 a.C. Su sucesor acabó de conquistarla unos meses más tarde. Así terminó el reino de las diez tribus del norte (2 R 17:18). A muchos israelitas (27.290 según inscripciones de Sargón) los llevaron a Asiria y colocaron en varias ciudades (2 R 17:6; 18:11). Al mismo tiempo, llevaron gente de las ciudades del Imperio Asirio para poblar las ciudades de Israel (2 R 17:24; Esd 4:10).
Aunque esto puso fin a la historia política del reino del norte, la suerte de sus habitantes fue variada. Sin duda, a muchos de los cautivos los asimilaron los pueblos a donde los llevaron. Algunos de los que quedaron en Israel se mezclaron con la gente traída del este, y de ellos surgió el grupo étnico conocido como → SAMARITANOS. Además, hay indicios de que algunos de los israelitas del norte inmigraron a Judá (sobre todo levitas) o por lo menos participaron en su religión, pues las reformas de Ezequías y Josías alcanzaron a los que quedaron en el norte (2 R 23:15–20; 2 Cr 30:1–5, 11, 18; 35:18). También es posible que algunos de los cautivos en Asiria regresaran a Judá con los que volvieron de Babilonia después del edicto de → CIRO.
Cautiverio de Judá
Los profetas Amós y Oseas anunciaron que el cautiverio de Israel se debió a su rebelión contra Dios, y los profetas Isaías, Miqueas, Sofonías, Jeremías, Habacuc y Ezequiel proclamaron que a Juda le esperaba la misma suerte. Judá se aprovechó de la caída de Asiria y gozó de un breve avivamiento nacional, pero después de la muerte del rey Josías cayó bajo el dominio de Egipto. En la lucha por la supremacía en el Medio Oriente, los babilonios enviaron sus ejércitos para conquistar a Egipto. En camino hacia el sur conquistaron a casi toda Palestina y sitiaron a Jerusalén donde reinaba Joacim, ya vasallo de Egipto. Joacim murió durante el sitio, y tres meses más tarde (597 a.C.) su hijo Joaquín entregó la ciudad a los babilonios. Entonces tuvo lugar la primera de las tres deportaciones de habitantes de Judea a Babilonia. En 2 Reyes 24:12–17 se describe cómo llevaron a Babilonia al joven rey, su madre, los tesoros del palacio y del templo, y 10.000 cautivos. Entre ellos quizás se encontraban → DANIEL, muchos de la nobleza y la mayoría de los artesanos de la capital; «no quedó nadie excepto los pobres», dice el relato.
Los babilonios pusieron a Sedequías, otro hijo de Josías, en el trono de Judá y este reinó once años. Los que habían quedado ocuparon las casas y las posiciones de los primeros cautivos y la vida nacional continuó. En 587, engañado por la promesa de ayuda de Egipto y confiando en su propia capacidad para luchar, el rey se rebeló contra Babilonia. La venganza de Nabucodonosor fue inmediata y terrible; después de un sitio mucho más severo, la capital cayó aniquilada por el hambre. Quemaron el templo, el palacio y muchas casas, y derribaron los muros de la ciudad. Los escasos tesoros y la poca gente influyente que quedaron se llevaron a Babilonia. En 2 Reyes 25:8–21 y Jer 39:8–10; 40:7; 52:12–34 se describen esta segunda deportación.
El general babilonio puso a Gedalías, el administrador del palacio, como gobernador de Judá. Este gobernó desde el pueblo de Mizpa puesto que Jerusalén estaba en ruinas. Unos meses más tarde lo asesinó un grupo de nacionalistas y muchos judíos huyeron a Egipto para evitar una suerte semejante; al profeta Jeremías lo obligaron a acompañarlos. Los babilonios llevaron un tercer grupo de cautivos como represalia por la muerte del gobernador.
La situación de los cautivos en Babilonia variaba mucho según las circunstancias. Algunos sufrían y añoraban sus casas y su tierra (Sal 137:1–6; Is 14:3; 42:22; 47:6; 51:7, 21–23). Al rey Joaquín lo sacaron de la cárcel, pero vivía como un rey cautivo (2 R 25:27–30). Muchos judíos vivían en colonias cerca de la ciudad de Nipur (Ez 1:1; 3:15); construyeron sus casas (Jer 29:5; Ez 8:1); se casaron (Jer 29:6; Ez 24:18) y prosperaron en el comercio (Is 55:1, 2; Zac 6:9–11). Ciertos documentos de Babilonia indican que por lo menos un banco tenía muchos clientes judíos. Como consecuencia, algunos judíos abandonaron la fe de sus padres para adorar a los dioses benefactores de Babilonia (Is 46:1–12; 50:11; Jer 44).
El cautiverio terminó con el edicto de → CIRO de Persia que liberó a los judíos y les permitió regresar a Palestina para reconstruir el templo. Algunos regresaron bajo la dirección del príncipe Zorobabel de la línea de David y Josué el sumo sacerdote. Con la culminación del templo bajo el estímulo de la predicación de Hageo y Zacarías, en 516 a.C., finaliza el período del cautiverio.
Por encima de la crisis que el cautiverio representó para Israel, las consecuencias positivas fueron notables. El pueblo examinó su fe y comprendió mejor la providencia divina. Aceptó la prueba como un juicio de Dios en el que no faltaron el amor y la fidelidad del pacto divino (Is 54:9–13; Jer 31:2–3). Surgió un nuevo pacto y una nueva responsabilidad del pueblo de Dios: anunciar al mundo el amor y la soberanía de Dios (Is 43:10–12; Jer 31:31–34; Ez 36:26).
Fue una época de mucha actividad literaria. Los libros proféticos se copiaron y estudiaron; la historia de los reinos de Israel recibió su forma final. El pueblo aprendió a adorar a Dios sin los sacrificios del templo, y posiblemente en esta época se inició la costumbre de reunirse en → SINAGOGAS. El cautiverio afectó mucho el concepto bíblico del juicio divino y de la revelación.