Lucas

Gr. del NT 3065 Lukâs, Λουκᾶς, prob. un hipocorístico de Lukanós, Λουκανός, lat. Lucanus, como Apolo de Apolonius. El nombre «Lucas» parece haber sido desconocido antes de la era cristiana, pero Lucanus es común en inscripciones, y se encuentra al comienzo y al final del Evangelio en algunos manuscritos latinos antiguos. La contracción de –anós, -ανός en –âs, –ᾶς parece ser característica de los nombres de esclavos, y algunos han inferido de esto que Lucas era un liberto o esclavo liberado, sospecha que se confirma en su profesión de médico, ya que la práctica de la medicina entre los romanos estaba confiada en gran medida a los esclavos, aunque había excepciones, por lo que es insuficiente para una teoría sobre el status social de Lucas. Lo único cierto es que por su profesión era un hombre de educación superior y de cultura amplia. También se ha sugerido que puede ser abreviatura de Lukiliós, Λουκιλιός, lat. Lucilius, o de Lucianus o Lucius, que algunos quieren identificar con el Lucio de Hechos 13:1 o con el mencionado en Romanos 16:21.
Autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los apóstoles, según una consagrada tradición del siglo II; amigo, colaborador (synergós, συνεργός) y compañero de Pablo durante su encarcelamiento en Roma (Flm. 24), sin duda es el «médico amado», asociado con Demas, que une sus saludos a los del apóstol Pablo en las epístolas escritas desde Roma a la Iglesia en Colosas (Col. 4:14) y a Filemón (Flm. 24).
De Lucas solo sabemos lo que podemos deducir de las pocas notas autobiográficas de sus escritos y de las cartas de Pablo. Una tradición muy antigua y plausible sostiene que era natural de Antioquía de Siria (cf. Eusebio, Hist. Eccl. III, 4 6). De hecho, el autor de los Hechos conocía a fondo la iglesia de Antioquía y tenía un interés especial por ella (Hch. 6:5; 11:19–27; 14:18–21, 25; 15:22, 23, 30, 35; 18:22).
No era judío, sino gentil. San Pablo lo separa de los de la circuncisión, hoi ek peritomês, οἱ ἐκ περιτομῆς (Col. 4:11–14), y su estilo literario prueba que era griego. De ahí que no se le pueda identificar con > Lucio, el profeta de Hch. 13:1, ni con el Lucio de Ro. 16:21. No era, como creía Epifanio, uno de los setenta discípulos, ni tampoco, como afirmaban otros, el compañero de Cleofás en el viaje a Emaús tras la resurrección de Cristo. Tenía un gran conocimiento de la versión griega de los Setenta y de las tradiciones judías, que adquirió o bien como prosélito judío (San Jerónimo) o bien después de hacerse cristiano, a través de sus estrechas relaciones con los apóstoles y discípulos. El estilo y el nivel de su expresión griega son de los más elevados del NT; el universalismo de la salvación constituye en sus escritos un dato central.
Era médico de profesión, lo que implicaba una educación liberal. Su formación se evidencia por su preferencia por términos médicos. Plummer sugiere que pudo haber estudiado en la famosa escuela de Tarso, rival de Alejandría y Atenas, y posiblemente conoció allí a San Pablo. De su íntimo conocimiento del Mediterráneo oriental se ha conjeturado que había acumulado experiencia como médico a bordo de un barco. Es interesante observar la diferencia existente entre su relato y el de Marcos acerca de la mujer enferma con flujo de sangre (Lc. 8:43; Mc. 5:26). Lucas diagnostica la enfermedad como incurable, en tanto que Marcos subraya la impotencia de los médicos.
Aparece por primera vez en los Hechos en Tróade (16:8ss.), donde se reúne con San Pablo y, tras la visión, cruza con él a Europa como evangelista, desembarcando en Neápolis y continuando en Filipos, «persuadidos de que Dios nos había llamado para evangelizarles» (v. 10, se da aquí una transición a la primera persona del plural), lo que da a entender que formaba parte de los evangelistas. Estaba presente en la conversión de Lidia y sus allegados, y se alojó en su casa. Junto con San Pablo y sus compañeros fue reconocido por el espíritu pitón: «Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian un camino de salvación» (v. 17). Vio a Pablo y Silas detenidos, arrastrados ante los magistrados romanos, acusados de alborotar la ciudad, «siendo judíos», azotados con varas y echados a prisión. Lucas y Timoteo escaparon, probablemente porque no parecían judíos (el padre de Timoteo era gentil).
Cuando Pablo partió de Filipos, Lucas se quedó, con toda probabilidad para continuar el trabajo de evangelista. En Tesalónica, el Apóstol recibió una ayuda pecuniaria muy apreciada de Filipos (Fil. 4:15, 16), sin duda por los buenos oficios de Lucas. No es improbable que este permaneciera en Filipos todo el tiempo que Pablo estuvo predicando en Atenas y Corinto, y mientras viajaba a Jerusalén y de vuelta a Éfeso, y durante los tres años en los que el Apóstol estuvo ocupado en Éfeso. Cuando Pablo volvió a Macedonia, se reunió de nuevo con Lucas en Filipos, y allí escribió su Segunda Epístola a los Corintios. San Jerónimo cree que es muy probable que Lucas sea «el hermano cuyo renombre a causa del Evangelio se ha extendido por todas las Iglesias» (2 Cor. 8:18), y que fue uno de los portadores de la carta a Corinto. Poco después, cuando San Pablo volvió de Grecia, Lucas le acompañó de Filipos a Tróade, y con él hizo el largo viaje por la costa descrito en Hechos 20. Subió a Jerusalén, estuvo presente en el tumulto, vio el ataque al Apóstol, y le oyó hablar «en lengua hebrea» desde la escalera exterior de la fortaleza Antonia a la silenciosa multitud. Luego contempló a los enfurecidos judíos, en su impotente rabia, agitando sus vestidos, vociferando y arrojando polvo al aire. Podemos estar seguros que fue un visitante asiduo de San Pablo durante los dos años de prisión en Cesarea. En ese período pudo muy bien familiarizarse con las circunstancias del deceso de Herodes Agripa I, quien había muerto allí «comido por los gusanos» (skolekóbrotos), y prob. debió informarse mejor del asunto que Josefo. Se le dieron amplias oportunidades, «después de haber investigado diligentemente todo desde el principio», en relación con el Evangelio y los primeros Hechos, para escribir ordenadamente lo que había sido transmitido por los «que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra» (Lc. 1:2, 3).
Cuando Pablo apeló al César, Lucas y Aristarco le acompañaron desde Cesarea, y estuvieron con él durante el tempestuoso viaje de Creta a Malta. De allí continuaron hasta Roma, donde, durante los dos años en que San Pablo estuvo en prisión, Lucas estuvo frecuentemente a su lado, aunque no continuamente, pues no se le menciona en los saludos de la Epístola a los Filipenses. Estaba presente cuando se escribieron las Epístolas a los Colosenses, Efesios y Filemón, y se le menciona en los saludos dados en dos de ellas: «Os saluda Lucas, el médico amado» (Col. 4:14; cf. Film. 24). San Jerónimo sostiene que fue durante esos dos años cuando se escribieron los Hechos.
No tenemos información sobre Lucas durante el intervalo entre los dos encarcelamientos romanos de Pablo, pero debe haber conocido a varios de los apóstoles y discípulos durante sus diversos viajes. Se mantuvo junto a Pablo durante su última prisión, pues el Apóstol, escribiendo por última vez a Timoteo, dice: «He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera… Apresúrate a venir hasta mí cuanto antes, porque me ha abandonado Demas por amor a este mundo… El único que está conmigo es Lucas» (2 Ti. 4:7–11). Vale la pena señalar que en los tres lugares en que se le menciona en las Epístolas (Col. 4:14; Flm. 24; 2 Ti. 4:11), se le nombra junto a Marcos (cf. Col. 4:10), el otro evangelista que no era un apóstol, y está claro a partir de su Evangelio, que estaba muy familiarizado con el Evangelio según San Marcos; y en los Hechos da todos los detalles de la liberación de Pedro, lo que ocurrió en casa de la madre de Marcos, y el nombre de la muchacha que acudió a la puerta cuando Pedro llamó. Debe haberse reunido con frecuencia con Pedro, y puede haberle ayudado a redactar su Primera Epístola en griego, que presenta muchas reminiscencias del estilo lucano. Tras el martirio de San Pablo, prácticamente todo lo que sabemos de él se contiene en el antiguo «Praefatio vel Argumentum Lucae», que se remonta a Julio Africano, quien nació hacia el año 165. Este afirma que era soltero, que escribió el Evangelio en Acaya, y que murió a la edad de setenta y cuatro años en Bitinia (probablemente un error del copista por Beocia), lleno del Espíritu Santo. Epifanio dice que predicó en Dalmacia (donde hay una tradición a ese respecto), Galia (¿Galacia?), Italia y Macedonia. Como evangelista debió sufrir mucho por la fe, pero se discute si efectivamente murió mártir.
Lucas es representado siempre por el ternero o buey, el animal del sacrificio, porque su Evangelio comienza con el relato de Zacarías, el sacerdote, padre de Juan el Bautista. Es llamado pintor por Nicéforo Calixto (s. XIV), y por el Menologio de Basilio II (año 980).
Es uno de los autores más extensos del NT. Su Evangelio es considerablemente más largo que el de Mateo, y sus dos libros son aproximadamente tan amplios como las catorce epístolas paulinas; y los Hechos superan en longitud a las siete Epístolas Católicas y al Apocalipsis. El estilo del Evangelio es superior a cualquier otro escrito del Nuevo Testamento, excepto la carta a los Hebreos. Es el más literario de los Evangelios, el más versátil de todos los escritores del NT. Su gran dominio del griego se demuestra por la riqueza de su vocabulario y la libertad de sus construcciones.