Adán

Adán La palabra hebrea adam aparece más de 560 veces en el Antiguo Testamento y casi siempre significa «hombre» o «ser humano» (Gn 7:23; 9:5, 6). Aunque la etimología de la palabra adam (forma masculina) no está del todo clara (véase el análisis que hace el DTMAT), la narración de la creación (Gn 2:4ss) la asocia con `âdama, tierra (forma femenina). De esta manera, establece un vínculo fundamental entre el ser humano y su medio. Más tarde, cuando se crea a la mujer, se usarán otros dos términos con la misma relación (Gn 2:22) `is, hombre (forma masculina), `issa, mujer (forma femenina).

La importancia del término Adán está en que se usa como designación de los seres humanos en los relatos de la creación. Lo relevante de esos relatos no es que se puedan verificar en la historia, sino su contenido teológico y antropológico. En Gn 1–3 tanto los judíos como los cristianos encontramos la primera piedra de nuestra identidad humana y, al mismo tiempo, el punto de partida que posibilita la reflexión teológica: somos sus criaturas.

Tomar el término adam y traducirlo el hombre no es adecuado en todos los pasajes donde aparece. Mucho mejor es traducirlo ser humano, humanidad. La Nueva Biblia de Jerusalén traduce así Gn 1:27: «Creó, pues, Dios al ser humano, a imagen suya le creó, macho y hembra los creó». La mujer es también creación de Dios y por lo tanto sujeto, persona. Aun cuando Adán se use en sentido personal refiriéndose al hombre compañero de Eva, tanto Adán como Eva son también nombres genéricos e indican a toda la humanidad.

Con estas aclaraciones podemos plantear algunas cuestiones de fondo que se derivan de Gn 1–3 y le dan contenido al término Adán.

El «Adam» Es Tierra Y Aliento

Génesis 2:7 podría decir así: «Entonces Jehová Dios formó al [ser humano] con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el [ser humano] un ser viviente». Según este pasaje, el ser humano comparte la misma sustancia de la tierra, pero no se convierte en ser vivo hasta que recibe el divino aliento en la cara: nesama (aliento), que corresponde a nuestro aliento, hálito, resuello.

El «Adam» Es Imagen de Dios

«Y creó Dios el hombre a su imagen, a imagen de Dios le creó; varón y hembra los creó», dice Gn 1:27. Esto bien pudiera entenderse como una afirmación global de majestad y perfección. El ser humano, al igual que Dios y al contrario de los animales (a los que el hebreo llama behemah, mudo), posee un lenguaje y una conciencia para meditar sobre sí mismo y sobre sus relaciones con el mundo que lo rodea. El ser humano puede actuar y responsabilizarse ante Dios, entrar en un contrato con el Altísimo y hacer alianza con Él.

El biblista francés Pierre Grelot, en su libro Hombre, ¿quién eres?, aporta otro aspecto sobre el tema: «El universo es, en cierto modo, un templo gigantesco que Dios eleva para su gloria. Cuando el templo está preparado, coloca allí al ser humano como “una imagen, según su semejanza” … La única imagen de Dios permitida es el rostro humano. Pero si Dios se representa por la imagen de una persona viva, de un ser humano que habla, para hacer existir las cosas (“Dios dice…”), no por ello queda divinizado el ser humano: “la imagen de Dios” tiene que volverse hacia aquel cuyos rasgos refleja» (p. 30).

El «Adam» Es Comunidad

Durante siglos la tradición cristiana ha visto en Adán una persona concreta de sexo masculino, un hombre. Sin embargo, Adán es un sustantivo masculino pero no necesariamente equivale a hombre. Para comprender mejor el significado de Adán debemos entender que Adán supone ambos sexos y más importante aun, supone una relación entre personas. Adán es comunidad; esto es lo fundamental. Claus Westermann dice: «En Gn 2:4b–24 esta comunidad (hombre-mujer) constituye la finalidad de la narración: el ser humano formado por Dios de la tierra (2:7) no es todavía la criatura que Dios quería (“no está bien…”); solo tras la creación de la mujer se ha conseguido de verdad la creación del ser humano» (DTMAT, p. 97).

Podemos dar un paso más y decir que el ser humano alcanza su condición de tal en el proceso de las relaciones comunitarias. Es en la dinámica de la relacionalidad de los individuos donde cada uno desarrolla su identidad particular y aprende a amar. El amor es el vínculo fundante que posibilita lo humano. En otras palabras, la capacidad de los seres humanos de amarse es una manifestación, quizás la más importante, de la presencia del Espíritu de Dios en el mundo.

Así que Adán es unidad, no parcialidad. No se puede deducir desde este pasaje una norma mayor para el hombre y una menor para la mujer. Nuestra responsabilidad es estudiar el texto con un espíritu de respeto, aceptar las diferencias y luchar contra las desigualdades.

El «Adam» Como Señor de La Creación

Según la Biblia, el Señor le dijo a la primera pareja: «Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla; dominad en los peces del mar» (Gn 1:28, BJ). De este pasaje se ha elaborado una perspectiva teológica que podemos caracterizar como «el señorío del ser humano sobre la creación». Es evidente que el pasaje apoya la visión del ser humano como corona de la creación, como señor. Así lo indican los verbos usados: sometedla, dominad. Pero jamás hemos de olvidar que la responsabilidad del señorío del ser humano sobre la creación le obliga, entre otras cosas, a protegerla de la destrucción.

Dios Acoge Al «Adam»

Génesis 3 es una narración profundamente dramática. El ser humano decide actuar por su cuenta al desobedecer a Dios y rompe con una forma de vida ideal. Como consecuencia, Adán tiene que aprender a vivir con la limitación propia de cualquier criatura: el dolor y la muerte. El ser humano está solo frente a su destino y debe escoger la calidad de su vida. Es en este punto en que descubre a Dios. Él le llama, lo invita y lo acoge. Dios se le muestra como gracia. Adán puede comprender estas nuevas formas de ser de Dios porque ahora está enfrentado al dolor y a la conciencia de su fragilidad.

El «Adam» Fuera Del Antiguo Testamento

Después del cautiverio, en medio de la opresión de sus enemigos, los judíos empezaron a teologizar sobre lo que significaba la caída de Adán. Se echaba a él y a su pecado la culpa de la muerte, y de la existencia de los males en toda la creación terrestre (2 Baruc 17.3; Jubileo 3.28, 29). Incluso algunos rabinos le culparon más tarde de varios desórdenes cósmicos.

El Nuevo Testamento nos da el verdadero significado teológico de Adán. Frente a las varias posturas modernas que ponen en tela de duda su historicidad, en el Nuevo Testamento se le considera un ser histórico. Lucas 3:38 lo menciona como antepasado de Jesús. Pablo afirma que Adán fue el primer hombre (1 Co 15:45–47; 1 Ti 2:13, 14), y por todas partes el paralelismo entre Adán y Cristo implica que aquel era en verdad un ser real (Ro 5:12–21).

Pablo nos enseña que el → Pecado y la Muerte entraron por medio de Adán y que en él todos morimos, ya que hay tal tipo de solidaridad entre Adán y la humanidad que nos involucra a cada uno en su pecado y castigo. En varias de sus cartas, Pablo presenta a Cristo como «el postrer Adán» o «el segundo hombre» (1 Co 15:45–47) en quien todos los hombres pueden disfrutar de abundante gracia, justificación y vida eterna, de la misma manera que, aparte de Cristo, comparten el juicio, la condenación y la muerte en el primer Adán.

La referencia a «Enoc séptimo desde Adán», que se encuentra en Jud 14, puede ser una referencia histórica a Gn 5, pero quizás es una forma técnica de referirse al libro de 1 Enoc del cual viene la cita de Jud 14, 15. (→ Mujer; Pecado; Pacto; Edén; Imagen de Dios.)