HEREJÍA

HEREJÍA (en griego haı́resis, que significa selección, partido; → SECTA). Término que en el contexto particular de la iglesia adquirió un significado técnico, y señalaba cualquier desviación de la ortodoxia. De ahí las separaciones y divisiones en el orden doctrinal y eclesiástico. Este sentido de herejía empezó a usarse tan pronto como la iglesia se estableció y, por tanto, se consideraron ambas (la Iglesia y la herejía) como realidades excluyentes entre sí. En 1 Co 11:19 ya se usa herejía con este sentido negativo.
En Gálatas 5:20 la herejía se enumera entre las «obras de la carne». En Tito 3:10 se alude en forma generalizada a la persona hereje, a quien hay que evitar después de una o dos amonestaciones. En 2 Pedro 2:1 la herejía perniciosa de los falsos maestros mueve a los creyentes hacia la negación de su Señor. No obstante, no se alude a una herejía determinada. Apocalipsis sí condena la desviación de los → NICOLAÍTAS. Aunque el elemento constitutivo de esta herejía no esté del todo claro, sabemos que trató de infiltrarse entre los fieles en Éfeso (2:6) y halló acogida en Pérgamo (2:15).
Desde el punto de vista teológico y ético, el problema de la herejía hoy más bien es determinar quién o quiénes establecen lo que es ortodoxia y sobre cuáles fundamentos esta se define. Debemos recordar que en lo que llamamos Nuevo Testamento coexisten diversos puntos de vista teológicos, cristológicos, neumatológicos o eclesiológicos y que no necesariamente son complementarios. Entre otros ejemplos de estas diferencias podemos citar cómo Marcos y Juan entienden lo escatológico, o preguntarnos por qué el Evangelio de Juan suprime las palabras eucarísticas que tanto Marcos, Lucas, Mateo, así como Pablo en sus escritos, preservan.
En segundo lugar, hay que destacar el desarrollo de la investigación bíblica y cómo esta ayuda a comprender el mundo de los primeros cristianos. Las investigaciones hechas resaltan el papel de la mujer en la vida de la iglesia primitiva, en el ministerio de Pablo y el de Jesús, papel que durante siglos las iglesias no han tomado en cuenta. Las ciencias bíblicas, al permitir una mejor comprensión de los textos, ponen en cuestión «verdades» que han prevalecido por el uso de la costumbre. Entonces, ¿hasta dónde las iglesias tienen o no la responsabilidad de incorporar los resultados de las investigaciones en la comprensión de la Biblia con el propósito de modificar la ortodoxia?
No podemos dejar de señalar que el esfuerzo por descubrir nuevos caminos que Dios abre a las iglesias para desarrollar sus ministerios requiere una profunda comprensión de los tiempos y la libertad para percibir la acción del Espíritu en ese momento particular. Esto significa que la ortodoxia debe ser lo suficientemente flexible para no terminar oponiéndose a Dios en nombre de Dios.
El punto de partida para una sana ortodoxia es sin duda el reconocimiento de que no podemos comprender totalmente a Dios. Reconocer que, aunque Jesús sea el punto culminante de la revelación y aunque tengamos la asistencia del Espíritu Santo, los hombres somos seres limitados y por ende no tenemos las condiciones físicas ni espirituales que nos permitan captar plenamente la realidad de Dios. Por esta razón, nuestra actitud debe ser de búsqueda, de permanente discernimiento, de apertura a los nuevos tiempos, de paciente espera y sobre todo de sed de conocimiento de Dios.