Libertad

Heb. 2668 jupheshah, חֻפְשָׁה = «libertad de la esclavitud, manumisión»; de 2666 japhash, חפשׁ = «soltar» (Lv. 19:20); gr. 1657 eleuthería, ἐλευθερία = «libertad», relacionado con 1658 eleútheros, ἐλεύθερος, prim. «libertad» de ir adonde a uno le plazca; 3954 parresía, παρρησία, lit. «libertad para hablar, > confianza».
1. Libertad y servidumbre.
2. Libertad y verdad.
3. Libertad y compromiso.
I. LIBERTAD Y SERVIDUMBRE. La experiencia de la libertad de la servidumbre en Egipto es fundamental en la historia de Israel (Dt. 7:8). Por esta razón, el trato dado al forastero y al esclavo entre los hebreos difería mucho de la costumbre de otras naciones. Los extranjeros residentes en Palestina gozaban de la total protección de la Ley, como cualquier hebreo nativo (Lv. 24:22; Nm. 15:15; Dt. 1:16; 24:17); la única excepción era el cobro de intereses: «Al extraño podrás cobrar interés, pero a tu hermano no le cobrarás» (Dt. 23:20). La ventaja del hebreo respecto al > gentil era estrictamente espiritual, en cuanto > ciudadano de la comunidad santa de Dios. Pero incluso a este privilegio espiritual tenían acceso los extranjeros, bajo ciertas restricciones (Dt. 23:1–9; 1 Sam. 21:7; 2 Sam. 11:13).
En cuanto a los esclavos, cuya posesión estaba permitida, su situación social y jurídica era sustancialmente mejor que en todos los demás pueblos de la antigüedad. La Ley Mosaica indica los diferentes casos en los que podían ser manumitidos o liberados (cf. Ex. 21:2–4, 7, 8; Lv. 25:39 41, 47–55; Dt. 15:12–17).
En el plano moral y espiritual, la libertad se entiende como facultad de elección, fundamento de toda responsabilidad y presupuesto del premio y del castigo: «Mira: hoy te pongo delante el bien y el mal. Elige el bien y vivirás» (Dt. 30:15). Esto es evidente en el relato del primer pecado (Gn. 2–3; 4:7), que coloca toda la responsabilidad sobre el hombre en cuanto criatura libre. Los profetas amonestan una y otra vez al pueblo a no hacer mal uso de la libertad (Is. 1:19; Jer. 11:8).
En el NT el término libertad, eleuthería, ἐλευθερία, se emplea de manera simbólica aplicada al resultado de la obra de Cristo en favor de aquellos que eran cautivos del pecado y de Satanás (Jn. 8:36). En Gal. 5:13 se usa la fraseología tomada de la vida social respecto a la manumisión de esclavos, que entre los griegos tenía lugar mediante una ficción jurídica por la cual el esclavo que recibía la libertad era comprado por un dios; como el propio esclavo no podía dar dinero, su dueño lo pagaba en la tesorería del templo en presencia del esclavo, y se hacía una escritura pública que contenía las palabras «para libertad». Nadie podía volver a someterlo a esclavitud, por cuanto pertenecía al dios. También se usa en Ro. 8:21: «la libertad gloriosa de los hijos de Dios»; en 1 Cor. 10:29 y 2 Cor. 3:17 indica libertad de acceso a la presencia de Dios. Pablo proclama en todas sus cartas la fundamental libertad del cristiano: «Para que seamos libres nos liberó Cristo… A vosotros, hermanos, os ha llamado a la libertad» (cf. Gal. 5:1–13; 4:26–31; 1 Cor. 7:22; 2 Cor. 3:17).
II. LIBERTAD Y VERDAD. La palabra «libertad», en gr. eleuthería, ἐλευθερία, no aparece en los Evangelios, aunque sí el vb. «liberar», eleutheróo, ἐλευθερόω, y el adj. «libre», eleútheros, ἐλεύθερος, aplicados a la persona y acción de Jesús. El Evangelio de Juan enfoca la libertad desde el ángulo de la verdad. Quien conoce la verdad, es decir, la revelación de Cristo, quien la acepta con fe y la reconoce como mensaje de salvación, ese será hecho libre por esa verdad, precisamente porque no es otra que Cristo. La verdadera libertad es una consecuencia de la relación con Jesús (Jn. 8:32, 36; 14:6). «Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn. 8:31–32). Según este texto, los seguidores de Jesús llegarán a ser libres cuando se atengan a su mensaje, que se define como «la verdad». Lo que significa que, para ser libres, hay que conocer «la verdad», que según una de las acepciones de la palabra se puede definir como «la realidad de Dios y de su proyecto sobre el hombre, que, al ser conocida, lleva a obrar en beneficio de los seres humanos» y este es el sentido con el que la usa el evangelista Juan en este texto. La verdad que nos hará libres no consiste en un principio o formulación teórica, sino en el descubrimiento del amor universal de Dios como fuente de vida, que comunica al hombre su Espíritu de amor, y en la puesta en práctica por parte del cristiano de este amor hacia los demás. De ahí que Jesús mismo, expresión sublime del amor de Dios a los hombres, se defina a sí mismo como «el camino, la verdad y la vida». A través de la práctica del amor a los demás, el cristiano percibe a Dios como Padre y se percibe a sí mismo como hijo y, amando a los demás, se experimenta como ser libre, pues la vivencia del amor es incompatible con todo tipo de sometimiento a instituciones o usos sociales opresores.
III. LIBERTAD Y COMPROMISO. La libertad cristiana no es la autarquía de los griegos, palabra que se traduce por «suficiencia», «independencia», «estado del que se basta a sí mismo», sino la puesta en práctica de la capacidad de amor y de servicio a los demás. El bautizado, como dirá Pablo, es libre en el Señor, pero viene a ser «esclavo» de Cristo (1 Cor. 7:22), que lo ha comprado con su sangre (1 Cor. 9:21); lo cual no significa que cambia una tiranía por otra, sino que es introducido a la «ley de la libertad perfecta» (Stg. 1:25), ya que Cristo supone el fin de la Ley y el comienzo de un nuevo modo de vida no sometido a ley o servidumbre alguna (Ro 6:14; 1 Cor. 9:21; Gal. 5:18), excepto el servirse unos a otros por amor (Gal. 5:13; Ro 13:10).
La libertad según el Evangelio no se identifica con el deseo de independencia o de suficiencia, sino que es esa voluntad de servicio al otro por amor (cf. 1 Cor. 9:19), que acaba con todo tipo de dominación y ayuda a crear un mundo de personas libres, o lo que es igual, una sociedad nueva de personas voluntariamente dependientes unas de otras por amor (Jn. 13:14–15; 15:17; Ro. 13:8; 1 Jn. 3:23; 4:7, 11–12; 2 Jn. 1:5). Amor y libertad que se manifiestan en el compromiso con la justicia (Ro. 6:16; 8:19), con el servicio a Dios (Ro. 6:22) y con la ley del Espíritu de vida (Ro. 8:2).
Respecto a los tribunales y el testimonio de la verdad, la libertad cristiana se manifiesta en la confianza para hablar, el «atrevimiento» (gr. parresía, παρρησία) que no se arredra ante los jueces, amenazas o contratiempos; es una confianza audaz, osada. Una libertad de decirlo todo, demostrada por Jesús durante su vida pública y ejercitada por los apóstoles ante las autoridades (cf. Mc. 13:11; Hch. 5:29). Véase AMOR, CONFIANZA, ESCLAVITUD, LEY NUEVA, LIBRE, PARRESÍA.
Bibliografía: J. Blunk y H. Bett, “Libertad”, en DTNT II, 433–440; J. Kosnetter, “Libertad”, en DTB, 587–593; S. Lyonnet, Libertad y ley nueva (Sígueme 1964); G. Piana, “Libertad y responsabilidad moral”, en DTM; K Rahner, “Libertad. Aspecto teológico”, en SM, IV, 31 1–314; C. Spicq, Caridad y libertad según el Nuevo Testamento (Eler, Barcelona 1964); J Comblin, La libertad cristiana (ST 1969); F. Pastor, Liberación y libertad (Narcea 1982).