ÍDOLOS, CARNE OFRECIDA

ÍDOLOS, CARNE OFRECIDA A (en griego, eidolothyta). El evangelio, al trascender los límites del judaísmo, no solo afrontó la → IDOLATRÍA como religión, sino también las ramificaciones de ella en la vida social del pueblo gentil. Solo una parte de las víctimas sacrificadas a los dioses se ofrecía en el templo. Lo demás se comía en un banquete cúltico en los atrios de cada templo o en la casa del oferente. Había invitados. A veces la invitación era extensiva o general y en algunos casos lo que sobraba de la carne consagrada se vendía en el mercado público.
Este fenómeno social creó problemas a los cristianos primitivos. Los de Corinto pidieron consejo a Pablo al respecto (1 Co 8:1). Fue necesario decidir si un cristiano debía aceptar una invitación a una comida en que se servía tal carne, pues había distintas opiniones entre los hermanos. Algunos se basaban en la libertad cristiana (1 Co 6:12; 10:23) y en un llamado conocimiento mayor (que un → ÍDOLO no es sino la ficción de la mente humana, 1 Co 8:4–6) para alegar que los creyentes podían asistir a estos banquetes sin incurrir en mal alguno. Otros mantenían que al asistir a semejantes fiestas participaban en la misma idolatría, la cual se le prohibía terminantemente a los cristianos (Ro 14:2; 15:1; 1 Co 8:9).

Restos del templo de Artemisa en Sardis, un pródigo altar pagano que sirve como ejemplo de la idolatría y la práctica de falsa adoración del mundo antiguo.

Pablo prohibió en forma indirecta, pero siempre tajante, la asistencia a un banquete que se celebrara en el templo de los ídolos (1 Co 10:14, 19s). Si bien estaba de acuerdo con los que afirmaban tener «conocimiento» de que el ídolo no es nada, insistió en que detrás de la idolatría hay poderes con los que no es aconsejable jugar (→ DEMONIOS).
Pero en cuanto a carnes ofrecidas a los ídolos y posteriormente vendidas en el mercado común, Pablo afirma que no hay que sentir escrúpulos de conciencia, puesto que en la carnicería tales carnes ya no tienen significado religioso, sino que forman parte de las cosas creadas por Dios para bien nuestro (1 Co 10:25s).
Lo mismo rige en cuanto a carne servida en una comida social en casa de amigos aunque se haya ofrecido con anterioridad en el templo. Pero hay una excepción a la regla: si el anfitrión abiertamente anuncia que la que se sirve es carne ofrecida a ídolos, el huésped cristiano debe rehusar, pero no por el daño que pueda ocasionarse él mismo, sino para evitar escándalo o falsa impresión (1 Co 10:27–30).
Sobre todo, el cristiano debe pensar más en el bien del prójimo que en el suyo y estar dispuesto a echar a un lado su libertad si el usarla puede dañar u ofender al hermano débil (8:12s; 10:24, 31ss).