EXCOMUNIÓN

EXCOMUNIÓN Separación de un hermano de la congregación por una ofensa moral o doctrinal. Si bien el término no es bíblico, el concepto sí lo es. Los judíos expulsaban a sus miembros de la sinagoga (Jn 9:22; 12:42) por creer en Cristo. Desde tiempos antiguos, los que desobedecían a Dios eran «cortados de Israel» (Éx 12:15).
En la iglesia cristiana la excomunión debe aplicársele al hermano que incurra en el pecado y, después que se ha amonestado debidamente, no quiera arrepentirse (Mt 18:15–17). Refiriéndose a la excomunión, los autores bíblicos usan expresiones como «tenerlo por gentil y publicano» (Mt 18:17), «entregarlo a Satanás» (1 Co 5:5) y «desecharlo» (Tit 3:10). En 1 Corintios 5 la excomunión se debe a la inmoralidad (un hombre vivía con su madrastra), en Tito 3 es cuestión de doctrina («el que cause divisiones» evidentemente se refiere al hereje) y en Romanos 16:17 el motivo es el divisionismo.
La excomunión debe continuar mientras el transgresor no se arrepienta. Luego se le debe reincorporar a la iglesia (2 Co 2:5–11). Los dos objetivos de la excomunión son disciplinar al hermano (1 Co 5:5; Gl 6:1) y proteger el testimonio de la iglesia (1 Co 5:6–8).
En el Nuevo Testamento encontramos una tensión entre la necesidad de castigar el pecado con rigor y la preocupación pastoral por restaurar al pecador y proteger a los afectados por su pecado (Jn 8:1–11; cf. 1 Co 5:5 y 2 Co 2:6–8). Por un lado hay libertad de conciencia de cada cristiano y por el otro la no ofensa de la conciencia del hermano débil (1 Co 10:23–33). La misma tensión perdura hasta hoy, en diversos contextos culturales, comenzando con las definiciones del pecado o pecados que merecen la excomunión.
El dictamen del concilio de Jerusalén, de que los gentiles debían «abstenerse de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación» (Hch 15:29) surgió en el contexto del primer contacto judeocristiano con la cultura helenista. Poco después, Pablo reinterpreta la prohibición alimenticia como una exhortación a no olvidar a los pobres (Gl 2:9, 10), quienes consumían la comida menos costosa que ofrecían los puestos de los templos. Durante los primeros dos siglos de su historia, la iglesia oriental practicó la excomunión por la infracción de los aspectos alimenticios del dictamen del primer concilio. La iglesia occidental, a partir del mismo hecho, precisó los tres pecados cardinales que merecían la excomunión: idolatría, fornicación y homicidio («sangre»).
Pero, muy temprano, surgieron controversias y cismas en torno a la aplicación de la excomunión, su duración y los alcances de una eventual reconciliación. Las preguntas de antaño resuenan hoy. ¿Es idolatría o patriotismo jurar lealtad al emperador e incluso verter sangre en tiempos de guerra? ¿Cómo definir fornicación o adulterio en un ámbito como el romano cuya jurisprudencia reconocía varios niveles de compromiso matrimonial, desconocía la validez permanente de uniones entre personas de diversas clases sociales y pasaba por alto los matrimonios de esclavos? Al extenderse la fe cristiana entre culturas con costumbres muy diferentes, los mensajeros se enfrentaron a decisiones muy difíciles (por ejemplo, derechos de propiedad, prácticas cultuales y poligamia). La tendencia fue reglamentar en forma cada vez más inflexible, sobre todo en cuestión de prácticas sexuales y asuntos relacionados (vestimenta, recreación, etc.). En la cultura occidental, la inmoralidad amerita más la excomunión que matar, hurtar, dar falso testimonio o idolatrar bienes, ideologías y doctrinas (Stg 1:26, 27; 2:8–11; 3:7; 4:1–6). Paralelamente, la culpabilidad se ha concentrado en individuos, a menudo sin recursos de defensa, dejando de lado la complicidad de la sociedad y de la misma iglesia.