Llamar, Llamamiento

Término cuyo significado teológico implica una invitación a servir a Dios con algún propósito específico (1 S 3:4; Is 49:1). En otro sentido, describe una relación directa entre Dios y el sujeto llamado (Is 43). Dios llama a Israel y lo separa de entre los otros pueblos, a fin de que le sirva y goce de su especial protección. Dios es el que siempre toma la iniciativa en el llamamiento, aunque casi siempre es una minoría o «remanente» el que responde (Jl 2:32).
En el Nuevo Testamento es frecuente el uso del término en Lucas, Hechos y las cartas de Pablo. Sorprende su ausencia casi total en la literatura juanina. En algunos pasajes de los Evangelios y en los escritos de Pablo, la base para el significado teológico del llamamiento es el hecho de que Dios llama al hombre en Cristo para un propósito que Él mismo determina. En general, este es el punto de vista del Nuevo Testamento (Flp 3:14). La respuesta del hombre llamado puede ser para creer, y en este sentido el llamamiento es un término técnico para designar el proceso de la → Salvación (Hch 2:39; 1 Co 7:17; Gl 5:13; 1 P 5:10).
Las epístolas paulinas clarifican el concepto teológico del llamamiento cristiano. Este viene de Dios, a través del evangelio, para la salvación, → Santificación y servicio (2 Ts 2:14); permite entrar al Reino de Dios y formar parte de la «familia de Dios» en compañerismo y amor fraternal (1 Co 1:9; Gl 1:15; Ef 2:19). Para Pablo, quienes responden al evangelio son «llamados» en oposición a quienes lo rechazan (1 Co 1:24). Esta idea está tomada de la misma enseñanza de Jesús (Mt 22:14).
El llamamiento de 1 Co 7:20 parece señalar, más que una ocupación particular, el carácter histórico del acto divino. La respuesta del hombre «llamado» incluye todas sus circunstancias históricas. De aquí que en algunos pasajes del Nuevo Testamento el llamamiento sea un imperativo a vivir conforme a la vocación cristiana (Ef 4:1; Col 1:10; 2 Ts 1:11).
Sin embargo, el sentido más pleno del llamamiento cristiano destaca la posición que el creyente asume en una relación más profunda con Dios. Ser «llamado hijo de Dios» es el propósito eterno de la salvación (1 Jn 3:1; cf. Jn 1:12; Ro 8:28, 30; 9:26).