Melquisedec

Heb. 4442 Malkí Tsedeq, מַלְכִּי צֶדֶק = «rey de justicia», es decir, «rey justo»; Sept. y NT 3198 Melkhisedek, Μελχισεδέκ; Josefo, Melkhisedekes, Μελχισεδέκης (Ant. 1, 10, 2). Rey de Salem (prob. Jerusalén, cf. Sal. 76:3) y sacerdote del Altísimo (Gn. 14:18). Fue al encuentro de Abraham, victorioso de la batalla de los reyes que habían llevado preso a Lot; le ofreció pan y vino, y lo bendijo. Por su parte, el patriarca le dio el diezmo del botín (Gn. 14:17–19). Melquisedec aparece así como un rey cananeo de la época patriarcal y su nombre es semejante al de otro monarca de Jerusalén-Salem, > Adonisedec, mencionado en Jos. 10:1.
Este extraño personaje es presentado como sacerdote del Dios Altísimo, heb. El Elyón, donde El es el dios supremo cananeo, creador de los seres y padre de los hombres, como le llaman los textos de Ugarit. Abraham identifica esa divinidad con su Dios, haciendo de Melquisedec un monoteísta. Esta actitud concuerda bien con el proceder general de los patriarcas, que siendo adoradores del Dios único, se mueven con libertad en el ámbito cananeo, utilizando sus lugares sacros y conviviendo religiosamente con sus moradores. Todo el cap. 14 del Génesis representa una tradición antigua conservada en orden a exaltar la figura de Abraham y poner de relieve sus relaciones con Jerusalén, ciudad santa, que posee un santuario donde el rey ejerce el sacerdocio por derecho propio.
Esta es precisamente la mentalidad que se refleja en el Salmo 110:4, que exalta la elección divina del rey y su triunfo sobre sus enemigos, asegurado por la protección de Yahvé, quien «juró y no se retractará: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec». Dicho de David o de un descendiente suyo, este salmo traduce la ideología del mesianismo dinástico de que aquel es portador según la profecía de Natán (2 Sam. 7:11–16); y así es también mesiánico en sentido definitivo en cuanto que Cristo culmina aquella esperanza. El rey de Jerusalén, el Ungido de Dios, disfruta por disposición divina, juramento y profecía, de rango sacerdotal, no en cuanto funcionario cúltico, sino como dispensador de la bendición salvífica al pueblo. De este modo se conjuga la corriente típicamente israelita del mesianismo con la realidad político-religiosa de Jerusalén, centro unificado del culto hebreo y santuario regio. El rey mesiánico adquiere así una dimensión sacra que trasciende el sacerdocio ministerial, para apropiarse un sacerdocio de mediación y salud al que el otro sirve de medio; Yahvé traerá la salvación a través del Mesías, del Rey-Sacerdote del que Melquisedec es el prototipo.
Este sentido mesiánico es recogido en la epístola a los Hebreos en relación con el sacerdocio eterno de Cristo, el Rey Mesías definitivo, el auténtico «sin padre, ni madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida» (Heb. 7:3). Rey de justicia según el significado de su nombre, y rey de paz (Heb. 7:2), dos términos que caracterizan igualmente al Mesías (Is. 9:5; 11:5; 32:1; Jer. 23:5–6; 33:15). A diferencia de Aarón, es mediante juramento que Dios confiere directamente a su Hijo este sacerdocio, de la manera que la consagración de Melquisedec no fue hecha según el modo establecido en Israel (Sal. 110:4; Heb. 7:2–22). Melquisedec ofreció a Abraham pan y vino en comida de comunión (Gn. 14:18); en sentido inverso, recibió de Abraham el diezmo de todo. Se muestra superior al patriarca, a quien dio su bendición; por ello, su sacerdocio es de un orden más elevado que el de los sacerdotes levíticos y que el de Aarón (Heb. 7:4–10). Así, el sacerdocio de Cristo sobrepasa en excelencia a todos los sacerdocios judaicos y humanos (Heb. 7:26–28). Viene a ser la base del Nuevo Pacto, anunciado por los profetas e infinitamente superior al Antiguo (Heb. 7:11–12, 22; 8:6–12). Véase MESÍAS, SACERDOCIO.