Mediador

Heb. 3198 yakhaj, יכח = «hacer de árbitro», intervenir entre dos personas o dos partes en discusión con vistas a su reconciliación o cese de hostilidades. El término no aparece en el AT, pero la idea se contiene en el paradigmático texto de Job 9:33: «No hay entre nosotros un árbitro que ponga su mano sobre ambos» (lo yesh benenú mokhíaj yasheth yadó al shenenú, לאֹ יֵשׁ־בֵּינֵינוּ מוֹכִיחַ יָשֵׁת יָדוֹ עַל־שְׁנֵינוּ; lit. «No hay entre nosotros reprobador que ponga su mano sobre ambos»; Sept. eíthe ên ho mesites hemôn, kaí elenkhon, kaí diakúon anameson amphoteron, εἴθε ἦν ὁ μεσίτης ἡμῶν, καὶ ἐλέγχων, καὶ διακούων ἀναμέσον ἀμφοτέρων). En el NT, el término invariable es 3316 mesites, μεσίτης, lit. «uno que va entre», de mesos, «medio», y eími, «ir», es decir, uno que actúa entre dos partes para eliminar las diferencias. Era un concepto utilizado en el ámbito civil, político y religioso de la sociedad y la cultura helenística.
En su sentido bíblico, el mediador es aquella persona que interviene entre Dios y el hombre, con el fin de comunicar la mente divina al ser humano, y también de representar al hombre ante Dios abogando por su causa. P. ej. Noé (Gn. 8:20), Abraham (Gn. 12:7, 8; 15:9–11), Isaac (Gn. 26:24ss), Jacob (Gn. 31:54; 33:20) actuaron como mediadores por sus familias ante Dios, y también dando a sus familias, en ocasiones, mensajes y proclamaciones proféticas de parte de Dios. Todos los mediadores del AT son tipos que señalan al Mediador único y definitivo, el Señor Jesucristo. P. ej. Melquisedec, el rey-sacerdote de Salem, es presentado como el tipo de rey teocrático ideal y verdadera prefiguración del sacerdocio de Jesucristo (Sal. 110; cf. Heb. 7).
Moisés vino a ser el primer mediador nacional entre Dios e Israel. Su misión fue la de ser el portavoz del Señor ante el pueblo, y el representante del pueblo ante Dios. Solo él podía acercarse a Dios, y fue con él con quien el Señor habló directamente, cara a cara (cf. Ex. 33:11). Él se presentó ante Dios para comunicarle las palabras del pueblo, como a un soberano a quien solo puede tener acceso su ministro designado (cf. Ex. 19:8). Su mediación intercesora queda dramáticamente ejemplificada en el episodio del becerro de oro. Dios estaba dispuesto a destruir a todo el pueblo de Israel, pero Moisés se interpuso orando a Dios para que mostrara misericordia en el juicio (Ex. 32:12–14). El apóstol Pablo reconoce el carácter mediador de Moisés (Gal. 3:19, que comunica al pueblo la voluntad de Dios expresada en la Ley del pacto). Pero todos los autores del NT son unánimes en enseñar que Jesús es el mediador de un pacto superior, mesites kreíttonos diathekes, μεσίτης κρείττονος διαθήκης, establecido sobre promesas superiores (Heb. 8:6).
El advenimiento de la > monarquía llevó del reinado directo de Yahvé sobre Israel (> teocracia) al reinado por mediación de un rey, responsable ante Yahvé del recto gobierno de su pueblo (1 Sam. 8:4–ss.). A partir de entonces, el rey es considerado como «el ungido de Yahvé», es decir, el > Mesías. El rey teocrático tuvo su realización más aproximada en David, el hombre según el corazón de Yahvé (cf. 1 Sam. 13:14), y de cuya dinastía surgiría aquel que reuniría en sí el oficio de Mediador de un Nuevo Pacto, último y definitivo, en el triple aspecto de Sacerdote, Profeta y Rey. Como Sacerdote, prefigurado por Melquisedec (Sal. 110); como Profeta, preanunciado por el mismo Moisés (Dt. 18:15); y como Rey teocrático, prefigurado por David (conquistador) y Salomón (rey de paz), y prometido por Dios al mismo David (cf. 1 Cro. 17:11–14, profecías que evidentemente va más allá de Salomón, y contemplan ya al Rey mesiánico (cf. Jer. 30 y 31).
Otro aspecto de gran importancia en la figura del Mediador es el de «Siervo Sufriente». Actúa como Mediador, buscando abrir el camino a un perdón justo por parte de Dios, de manera que «él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús» (Ro. 3:26), para obrar la reconciliación (2 Co. 2:17). Esta obra la efectuó siendo «herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Yahvé cargó en él el pecado de todos nosotros» (Is. 53:12). Fue tomando nuestro lugar bajo la ira de Dios contra el pecado, habiendo asumido la naturaleza humana, excepto el pecado, que pudo venir a ser «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29), un hombre capaz, Dios hecho carne, y que da satisfacción infinita a Dios Juez por todos los pecados de la humanidad. Es sobre la base de esta redención efectuada que tiene lugar en el presente la actividad mediadora de Cristo en el cielo.
Por su > encarnación, Cristo vino a revelarnos al Padre (Jn. 1:49). Por sus palabras de amor, por sus actos de misericordia y poder, podemos conocer el corazón del Padre de una manera entrañable y directa. Por mediación de Cristo, Dios Hijo encarnado, podemos llegar a saber verdaderamente que el Dios justo del Sinaí es asimismo amor (1 Jn. 4:8).
Así, el concepto de mediación se va desarrollando a través de las páginas de la Biblia, desde el profeta-mediador anunciado por Moisés cuando dijo: «El Señor vuestro Dios os levantará, de entre vuestros hermanos, un profeta como yo. A él escucharéis en todas las cosas que os hable» (Hch. 3:22; Dt. 18:15), pasando a través de todos los tipos y sombras, y llegando hasta su máxima y definitiva expresión en Cristo, Dios y Hombre verdadero, aquel que no solo es Redentor capaz en base a su doble naturaleza, humana y divina, sino que también es Mediador suficiente.
Por ello es que Pablo destaca: «Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Ti. 2:5). En efecto, se trata de Jesucristo como un verdadero hombre individual que asume nuestra representación ante Dios, de la misma manera que es como verdadero Dios eterno (cf. Jn. 1:1, etc.) que se nos revela en su Encarnación y obra de redención. Cristo viene a cumplir de esta manera el profundo deseo de Job, poniéndolo, por así decirlo, sobre el hombro de Dios y sobre el hombro de cada hombre, y aproximando al ser humano enemistado con Dios a un Dios que ha querido obrar y ha obrado la reconciliación (cf. Col. 1:20), reconciliación que ofrece a todos por el Evangelio de su Gracia, con un llamamiento entrañable en busca de sus enemigos para ofrecerles la salvación, que alcanza un carácter de lo más solemnemente patético, mostrando lo infinito del amor y de la compasión de Dios hacia sus perdidas y errantes criaturas: «así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2 Co. 1:20).
Una cuestión de gran importancia a considerar es la afirmación bíblica de que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres. El apóstol Pablo lo deja muy claro en su primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Ti. 2:5). Cristo mismo ya lo había afirmado en diversas maneras y bajo diferentes figuras de lenguaje: «Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (Jn. 14:6), «Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo» (Jn. 10:9). «Yo soy el buen pastor… » (Jn. 10:14). Es solamente por medio de Cristo, y solo Cristo, que podemos llegar a la salvación, a la vida, y a la comunión con Dios, «y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hch. 4:12). Por ello mismo, se deben rechazar todas las doctrinas que pretenden que el hombre necesite de la mediación de otros para llegar a Dios, sean instituciones, hombres santos o ángeles.
Pero además, Jesucristo es ya mediador en el plano de la creación, y no solo de la salvación. Dios Padre ha creado el mundo y lo lleva a su cumplimiento por medio de él, en él y con vistas a él (cf. 1 Cor. 8:6; Col. 1:1–17; Heb. 1:1–3; Jn. 1:3).
El cuarto Evangelio se distingue por su propio vocabulario respecto a la mediación de Jesús, «el camino que lleva al Padre» (Jn. 14:6); «la puerta que introduce en la comunión con Dios» (Jn. 10:9); la vid verdadera que aporta la savia vital de sus seguidores (Jn. 15:1ss); el Logos y la luz que ilumina y conduce al hombre de las tinieblas al resplandor de Dios (Jn. 1:4; 8:12); el pan que da la vida del Espíritu divino al hombre (Jn. 6:22ss). Con estas imágenes tan sencillas y elementales se expresa la función mediadora de Jesucristo de la manera más eficaz y profunda. Todas ellas pueden considerarse como explicitaciones de la afirmación fundamental de Jn. 1:17–18: «La ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Cristo Jesús. A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer». Véase EXPIACIÓN, INTERCESIÓN, JESUCRISTO, LOGOS, MESÍAS, PROPICIACIÓN, PROFETAS, REDENCIÓN, RECONCILIACIÓN, SACRIFICIO, SALVACIÓN.