EXPIACIÓN

EXPIACIÓN. Este término aparece en el NT, en la RVR, solamente en el libro de Hebreos (2:17; 10:6, 8). En el primer pasaje debe traducirse «propiciación», como correctamente lo hace la RVR77. En los otros dos pasajes, el término «expiaciones» no aparece en el original, sino que es añadido para dar sentido. Sin embargo, si bien el término expiación como tal no se halla en el NT, se halla constantemente en su verdadero sentido, aunque no se mencione expresamente. «Redención», «llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero», «nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros», «fue entregado por nuestras transgresiones», «hecho por nosotros maldición», «apareció para quitar nuestros pecados».
En el Antiguo Testamento se halla continuamente el término expiación, pero nunca propiciación. Pero la misma palabra, kaphar, aunque se traduce generalmente «expiar», se emplea también como «perdonar» (Sal. 65:3; 79:9); «reconciliar» (Lv. 16:6); «anular» (Is. 28:18). Kaphar significa literalmente «cubrir», con varias preposiciones que van con este término; la más normalmente utilizada es «sobre». Así, cuando se dice «expiación por él» o «por su pecado», él o su pecado son cubiertos: se hace expiación por él o por su pecado. La expiación se hacía sobre los cuernos del altar: el sentido es «expiación por». Por el altar del incienso, la expiación no se hacía sobre él sino por él. Igualmente por el santuario, y por o acerca de Aarón y su casa; la preposición utilizada es al.
Asimismo sucede con los dos machos cabríos de Levítico 16. Los pecados se veían sobre el macho cabrío sin pecado, y se hacía expiación mediante él con respecto a los pecados que se confesaban imponiendo las manos sobre el otro macho cabrío, que era dejado suelto al desierto. No se dice en este capítulo el cómo de la expiación, pero se efectúa haciendo de los dos machos cabríos realmente uno, debido a que el objeto de esta ceremonia era mostrar que los pecados eran realmente puestos sobre él (esto es, como sombra de Cristo, sobre quien realmente han sido puestos nuestros pecados), y que los pecados eran llevados lejos, donde no podían ser vistos, ni nunca jamás vueltos a hallar (cp. Mi. 7:19; Sal. 103:12). Si dejamos que nuestros pensamientos, conducidos por Dios, entren en el tren del pensamiento judío, no hay ninguna dificultad en la preposición al. En cualquier caso, la dificultad surge del hecho de que la preposición por en castellano presenta a la mente a la persona interesada; sobre es meramente el lugar donde se efectuaba, como sobre un altar; en cambio, al se refiere al quitar mediante el kaphar aquello que estaba sobre la cosa a la cual se efectuaba el rito de expiación. Está claro que no era el macho cabrío la persona interesada, ni se hacía sobre él meramente como lugar. Era aquello sobre lo que se ponían los pecados, y tenían que ser sacados y eliminados. La expiación se refería a ellos puestos así sobre el macho cabrío. Como se ha dicho, el cómo no se explica, pero se afirma el hecho de capital importancia de que eran quitados de Israel y de delante de Dios. La sangre o vida que se precisaba se presentaba a Dios con el otro, y era ello lo que realmente los quitaba; pero hacía mucho más. Lo que se da con el primer macho cabrío es el primer aspecto. Este doble aspecto de la obra de la expiación es de inmensa importancia e interés: (1) La presentación de la sangre a Dios sobre el propiciatorio (Lv. 16:15), y el quitar los pecados (vv. 21, 22). Kaphar, «hacer expiación», aparece en Éx. 29; 30; 32; Lv. 1; 4–10; 12; 14–17; 19; 23; Nm. 5; 6; 8; 15; 16; 25; 28; 29; 31; 2 S. 21:3; 1 Cr. 6:49; 2 Cr. 29:24; Neh. 10:33.
Una corta consideración de otras palabras hebreas podrá ser de utilidad Nasa, «levantar», y por ello perdonar, levantar los pecados sacándolos de la mente de la persona ofendida, o mostrar favor al levantar el rostro de la persona favorecida (Sal. 4:6). Kasah, «cubrir», como en el Sal. 32:1, donde el pecado es «cubierto»; en ocasiones se usa con al, como en Pr. 10:12: «El amor cubrirá todas las faltas», perdona: quedan fuera de la vista y de la mente. La persona es contemplada con amor, en lugar de ser contemplados los pecados con ofensa.
Pero en estas palabras mencionadas no se halla la idea de la expiación, sino que se considera el lado del ofensor, siendo considerado en gracia, sea cual fuere la causa: puede que sea su necesidad de expiación o simplemente, como en Proverbios, de benignidad. Tenemos también salach, «perdón». Se usa en el sentido de kaphar, como en Lv. 4:20. Pero kaphar tiene siempre una idea distintiva e importante relacionada con ella. Considera el pecado como ante Dios, y es rescate, cuando no se usa literalmente como sumas de dinero; kapphoret es el propiciatorio. Y aunque involucra perdón, purificación del pecado, tiene siempre presente a Dios, no meramente el hecho del perdón dado al pecador; tiene el aspecto de expiación y de propiciación. Y esto está implícito en la idea de la purificación del pecado, o de hacer la purificación del pecado; está a la vista de Dios como aquello por lo que Él ha sido ofendido, y que El rechaza y juzga.
Había un piaculum, «un sacrificio de expiación», algo que daba satisfacción por la persona que había caído en la culpa, en algo que ofendiera a Dios, y que Él, por su propia naturaleza, no pudiera tolerar. Este concepto, entre los paganos, que atribuían pasiones humanas o venganzas descontroladas a sus dioses, fue naturalmente pervertido para concordar con sus ideas. Intentaban aplacar la ira de un ser encolerizado y vengativo. Pero Dios sí tiene una naturaleza que queda ofendida por el pecado. Una naturaleza santa, no, naturalmente, impulsiva; pero la majestad de la santidad tiene que ser mantenida. El pecado no debe ser tratado con indiferencia, y el amor de Dios da provisión de la redención. Es el Cordero de Dios el que asume la obra y la lleva a su fin. El amor perfecto de Dios y su justicia, el orden moral del universo y de nuestras almas por medio de la fe, todo ello se mantiene mediante la obra de la cruz. Se ha hecho la propiciación, la expiación por el pecado, mediante el amor perfecto no sólo de Dios el Padre, el Dador, sino de Aquel que, mediante el Espíritu eterno, se ofreció a Sí mismo sin tacha a Dios. El aspecto de la expiación es en relación con Dios, en tanto que su efecto se nos aplica en limpieza y justificación, aunque va mucho más allá de ello.
La expiación es más la satisfacción misma que es dada, el piaculum, lo que quita la ira, y es ofrendado, tomando el lugar del ofensor, de manera que éste queda libre. Y aquí el nombre kopher entra para dar mayor claridad. Se traduce «rescate» (Éx. 30:12) y «cohecho» (1 S. 12:3; Am. 5:12). De esta manera, en Éx. 21:30 se impone un kopher (traducido «rescate») sobre un hombre para salvar su vida cuando su buey hubiera dado muerte a otra persona; sin embargo, en Nm. 35:31 no se puede tomar ningún kopher por la vida de un asesino; ello se debe a que (v. 33) la tierra no puede ser expiada (kaphar) de la sangre derramada más que por la sangre del que la derramó. Aquí se ve claramente cuál es el sentido de kopher y de kaphar. Se ofrece una satisfacción apropiada a la opinión del que está ofendido y del que juzga; y mediante ello se lava la ofensa, hay purificación, perdón, y favor, según aquel que tiene conocimiento del mal.
Se puede añadir una consideración acerca de la de las dos avecillas (Lv. 14:4–7) en su contraste con los dos machos cabríos (Lv. 16:7–10). El objeto de las dos avecillas era el de la purificación del leproso; era la aplicación al hombre contaminado, no el kopher, rescate, presentado a Dios. No hubiera sido posible más que sobre la base del derramamiento de sangre y la satisfacción consiguiente, pero la acción inmediata era la purificación: por ello es que además de la sangre entra el agua. Una avecilla era degollada sobre agua corriente en un vaso de barro, y la avecilla viva y los otros objetos debían ser mojados en la sangre de la avecilla muerta con las aguas; el hombre era rociado con aquello, dejándose suelta la avecilla viva, lejos de la muerte con la que sin embargo había quedado asociada, quedando así libre. El Espíritu, con el poder de la palabra, pone a disposición la muerte de Cristo en el poder de su resurrección. No había imposición de las manos sobre la avecilla, como sucedía con el macho cabrío: se identificaba con la avecilla muerta, y se dejaba ir a continuación. El agua corriente, o agua viva, en el vaso de barro, es indudablemente símbolo del poder del Espíritu y de la palabra en la naturaleza humana, caracterizando la forma de la verdad, aunque tengan que introducirse la muerte y la sangre; toda la naturaleza, su pompa y vanidad, quedan allí sumergidas. El leproso queda purificado y puede, en consecuencia, adorar. No se trata aquí de la expiación misma, teniendo que ver con Dios, aunque ciertamente está basado sobre ella, como queda señalado por la muerte de la avecilla. Se trata de la purificación del hombre en la muerte a la carne, pero en el poder de la resurrección conocida en Cristo, que murió una vez al pecado.
De la misma manera, tampoco la vaca alazana (Nm. 19:1–22) indica por sí misma un acto de expiación, sino de purificación. Quedaba puesta la base es el degüello y quemado de la vaca: El pecado había quedado, por así decirlo, consumido en ello, y la sangre era rociada siete veces ante el tabernáculo de la congregación. Cuando Cristo murió, el pecado quedó totalmente consumido para su pueblo en el fuego del juicio, y todo el valor de la sangre quedó ante Dios donde Él se comunicaba con el pueblo. Todo había quedado ya cancelado, pero en su peregrinar por el desierto el creyente queda contaminado, y tiene que ser purificado. El testimonio de que el pecado ha sido ya cancelado hace mucho tiempo por Cristo, al sufrir lo que era el fruto del pecado, es aplicado por el poder viviente del Espíritu Santo y de la palabra, y así queda el peregrino purificado. Pero el acto de la purificación no es, por sí mismo, expiación; para la expiación, la ofrenda es presentada a Dios. Es un kopher, un rescate, una satisfacción, para satisfacer la perfección infinita y absoluta de la naturaleza y carácter de Dios, que aquí queda plenamente manifestado. Es por ello que se hace expiación, y el mismo Día de la Expiación recibe el nombre de kippurim. El sacerdote hacía expiación por los pecados; esta expiación tenía el doble aspecto de presentar la sangre ante Dios en el interior del Santísimo, para darle satisfacción en su ser, y de quitar los pecados de su pueblo, llevándolos lejos a donde no pudieran ser halados jamás. Tenemos que tener en cuenta la diferencia de un velo entero y de los sacrificios repetidos una y otra vez frente a un velo roto y un sacrificio ofrecido de una vez por todas. Éste es un contraste enseñado en la Epístola a los Hebreos.
Hay todavía un caso a señalar, que es un sencillo principio que confirma el verdadero carácter de kaphar, de hacer expiación. En Éx. 30:11–16 se ordenaba que cuando se hiciera el censo del pueblo, cada uno de ellos, rico o no, tenía que dar medio siclo como kopher, rescate, por su alma o vida. Esto no tenía nada que ver con el pecado, sino con el rescate, para que no se desatara ninguna plaga; se trataba de un reconocimiento de que pertenecían todos a Dios, y que no podía haber vanagloria en el número. En relación con esto, David atrajo siglos más tarde una plaga sobre Israel (2 S. 24; 1 Cr. 21). Se trataba de una ofrenda a Dios como señal de pertenencia, y muestra cuál es el sentido de kaphar, hacer expiación.
No hay expiación en relación con la oblación, u ofrenda cocida (Lv. 2). Lo que tenemos en ella como tipo es la pefección de la persona de Cristo y todos los elementos que la constituían como hombre, y probado así por el fuego de Dios, hasta la muerte, y muerte de cruz, como ofrenda encendida de olor grato, perfecto en su sacrificio; pero aquí no hallamos el carácter de kopher, rescate. Para ello ha de estar presente el derramamiento de sangre.
La esencia de la expiación es, en primer lugar, una obra o satisfacción presentada a Dios en base a su naturaleza y carácter acerca del pecado, glorificándole plenamente mediante sacrificio; en segundo lugar, el llevar nuestros pecados; glorificando a Dios incluso donde había pecado y con respecto al pecado (pudiendo así en su amor salir a todos los pecadores); asimismo, da al creyente, al que viene a Dios sobre la base de este derramamiento de sangre, la certidumbre de que sus pecados han sido totalmente quitados, y de que Dios jamás volverá a recordarlos.

EXPIACIÓN (DÍA DE LA). Se guardaba anualmente, para la humillación del pueblo y expiación de sus pecados. Ese día el sumo sacerdote ofrecía sacrificios como una purificación del santuario, por los sacerdotes y por la nación (Lv. 16; 23:26–32; Nm. 29:7–11). Se guardaba el décimo día del séptimo mes por la suspensión de los trabajos diarios, por una santa convocación y por ayuno, el único ayuno prescrito por la Ley. Sólo este día entraba el sumo sacerdote en el lugar «santísimo» (He. 9:7). Para ello se vestía simplemente de lino blanco y quemaba incienso para que el humo cubriera el propiciatorio. En seguida rociaba, sobre el propiciatorio, y por abajo, la sangre del novillo que había ofrecido por sus pecados y los de los sacerdotes. Después volvía a entrar con la víctima ofrecida por los pecados de la nación y con la sangre rociaba el velo. Por medio de ritos semejantes hacía expiación por el lugar santo y el altar de los sacrificios. La Epístola a los Hebreos indica que la entrada del sumo sacerdote en el lugar santísimo una vez al año, y no sin sangre, prefiguró la entrada de Jesús, el gran Sumo Sacerdote, una vez por todas en los cielos, habiendo adquirido para nosotros la salvación (He. 9:1–12 y 24–28), y con ella el perdón de los pecados y la justificación del pecador, haciendo inútiles los sacrificios de expiación.