Logos

Gr. 3056 logos, λόγος, «verbo, palabra, razón, pensamiento», denota aquello que es «inteligente e inteligible». Aparece 330 veces en el NT; indica las Escrituras y la verdad proclamada (Hch. 16:6; 17:11; Gal. 6:6; Fil. 1:14; 1 Tes. 1:6; 1 Pd. 2:2, 8; 3:1; 2 Pd. 3:7; 1 Jn. 2:7; Ap. 3:8), y lo que es más significativo, a Jesús como la encarnación de «el Logos» (ho Logos, ὁ Λόγος, Jn. 1:1–18), llamado también «Logos de vida» (1 Jn. 1:1) y «Logos de Dios» (Ap. 19:13).
1. El Logos en la cultura griega.
2. El Logos en el judaísmo tardío.
3. El Logos en el cristianismo primitivo.
I. EL LOGOS EN LA CULTURA GRIEGA. Las raíces culturales y religiosas de este término se encuentran en la cultura griega y en la tradición judeo-helenística. La teoría del logos aparece por vez primera en Heráclito (siglo VI a.C.), y es indudablemente por esta razón que fue considerado por San Justino como un cristiano antes de Cristo entre los filósofos griegos (Apol. I, 46). A partir de Heráclito se atribuyó al logos en gran parte de la cultura griega (aunque no en Platón ni en Aristóteles) la función de principio universal que anima y gobierna el mundo. Reaparece en los escritos de los estoicos, y son ellos particularmente quienes lo desarrollan. En ellos la doctrina del logos se convirtió en el concepto central del pensar y del hablar recto (lógica), la fuente de las reglas de acción moral (orthos logos). Para Séneca, todas las cosas son hechas de la materia y de Dios. «Dios las gobierna, y rodeándolo le siguen como a su rector y guía. Pero quien hace, que es Dios, es más poderoso y más excelente que la materia, que recibe la operación de Dios. El lugar que Dios tiene en este mundo, lo tiene el alma en el hombre. Lo que es allí la materia, es en nosotros el cuerpo; que sirvan, pues, los peores a los mejores». Dios, en cuanto principio activo de la materia, es el logos, que está en ella y lo organiza todo. Por un lado está la materia y por otro el logos, razón o Dios, principio pasivo y principio activo respectivamente. El logos divino gobierna y ordena la materia, no como principio extrínseco a ella, sino intrínseco, que produce y contiene cuanto nace en la naturaleza según «razones seminales». En cuanto el logos es el germen del que se desarrolla todo lo demás, es llamado «logos seminal» (logos spermatikós), doctrina que aparecerá con más o menos modificaciones en Filón, Justino, Tertuliano, Plotino y a través de este llegará a San Agustín y hasta San Buenaventura. Para el neoplatónico Plotino, el logos es el principio o arkhé (Enéadas, 111, 3.4), la forma racional de lo real, la realidad que fluye del nus, de la inteligencia, raíz de toda la realidad (111, 2, 2).
II. EL LOGOS EN EL JUDAÍSMO TARDÍO. El Evangelio de Juan se alimenta de esta tradición por vía de la doctrina filosófico-religiosa de > Filón de Alejandría, cuya originalidad radica en reformar la filosofía griega tradicional adaptándola a las exigencias de la Palabra de Dios y en su preocupación por presentar a los griegos la fe judía de tal forma que les resultase aceptable. A diferencia de los estoicos, el logos en Filón será entendido dentro de un marco espiritual, como razón inmaterial más que como razón material cósmica; es una realidad distinta e inferior que «participa» de la razón divina, pues Dios es el todo otro: «Dios está solitario, separado, porque es único y nada semejante a él». El logos es el más antiguo de los seres; es el hijo primogénito de Dios; es su imagen, pero inferior al Padre, se halla en la frontera que separa la creación de lo creado. No es ingénito como el Padre, ni engendrado como nosotros, sino intermedio entre los dos extremos.
Hacía tiempo que el judaísmo tardío venía especulando sobre la Sabiduría de Dios, en gr. Sophía tu Theû, concebida como un atributo divino personificado, que está junto a Dios y gracias a la cual Dios crea el mundo (Prov. 3:19; 8:22–36; Sab. 7:22–26; 8:5; 9:2; Eclo. 1:1–10; 24:1–14; cf. Gn. 1:3; Sal. 33:6). A veces parece atribuir a la palabra acción por sí misma, aunque no independiente de Yahvé (cf. Is. 55:11; Zac. 5:1–4; Sal. 107:20; 147:15). La sabiduría mora entre los hombres, aunque estos la rechacen muchas veces (cf. Eclo. 24:8–10ss; Sab. 9:1; 18:14ss; etc.).
III. EL LOGOS EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO. Antes de la redacción actual del cuarto Evangelio, ya se había creado en la comunidad cristiana el himno en el que se habla del Logos divino mediador de la creación y hecho carne. En las cartas de San Pablo la teología del Logos deja sentir su influencia, p.ej. cuando llama a Cristo «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Cor. 1:24) e «imagen de Dios» (2 Cor. 4:4). Es más evidente en la carta a los Colosenses (1:15ss); y por encima de todo, en la carta a los Hebreos, donde la teología del Logos carece solo del término en sí, que finalmente aparece en San Juan.
Con la asunción de la categoría Logos, la comunidad cristiana hizo suyo, sin duda alguna, un concepto que había surgido en el contexto cultural helenista, pero encuadrado ya en una perspectiva filosófico-religiosa por Filón y cargado de aspectos sapienciales de la especulación religiosa judía. Al ser adoptado por el cristianismo, el Logos deja de tener el significado estoico que con tanta frecuencia tenía para Filón: no es el poder impersonal que sostiene el mundo, ni la ley que lo regula; el Logos es la Palabra de Dios —en línea con la tradición del Libro de Prov. y Sabiduría—, pero va más allá, al declararse que desde toda la eternidad estaba en Dios y era Dios. Al confesar la realidad divina del Logos y al afirmar que ha puesto su morada entre los hombres, el cristianismo dio al concepto un valor sustancialmente distinto del que tenía en la especulación religiosa judía y filosófica filoniana, decididamente antignóstico. «El Logos se hizo carne» (Jn. 1:14). El Logos, ho Logos, no es inferior al Padre; es Dios, ho Theós, en íntima unidad con el Padre, con igual peso ontológico, aunque distinto como persona (1:1; 10:30). Para Filón, la encarnación del Logos carecía absolutamente de significado, tanto como su identificación con el Mesías; para San Juan, por el contrario, el Logos aparece a la entera luz de una personalidad concreta y viviente; es el Hijo de Dios, el Mesías, Jesús de Nazaret. La contemplación del hombre Jesús, el Cristo, equivale a la contemplación de Dios Padre: «Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre» (Jn. 14:9). Esto lleva al creyente a exclamar con fe ante Jesús como Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn. 20:28). La confesión del Logos divino, de su identidad y de su relación con el Padre en el Espíritu, tiene su raíz y pasa a través de la contemplación del Verbo hecho carne. La comunidad cristiana en la que surgió esta confesión y el autor de la redacción actual del cuarto Evangelio alcanzaron al Logos del que hablan, pasando por la meditación profunda del misterio de Jesucristo y de su significado respecto a la historia del hombre y del cosmos entero. Véase DEMIURGO, ENCARNACIÓN, GNOSTICISMO, JESUCRISTO.
Bibliografía: G. Fries y B. Klappert, “Logos. Palabra”, en DTNT, III, 251–275; J.L. Espinel, “Logos”, en DTDC, 841–852; W. Kohlhammer “Logos”, en TWNT IV 69–l40; R. Schnackenburg, El evangelio según San Juan, I (Herder 1980); H. Ritt, “λόγος, logos, palabra», en DENT II, 69–79; R. Vázquez, “Génesis del logos en Séneca, Filón, Justino y Tertuliano”, en Estudios. Inst. Tecn. Aut. de México 1 (1984), 83–100.