Libro

Heb. 5612 sépher, סֵפֶר = «libro, documento», quizá del acádico sipru = «mensaje escrito»; gr. 976 biblos, βίβλος, de donde viene el castellano Biblia. Era la parte interior, o más bien la sustancia celular, del tallo del > papiro (del que deriva el castellano «papel»). Vino a significar el material hecho de esta corteza, usado en Egipto para escribir > cartas o epístolas (2 Sam. 11:14; 2 R. 10:6; 19:14, etc.); y después un volumen (Ex. 17:14; Dt. 28:58; 29:20, 26; 1 Sam. 10:25; Job 19:23) o rollo escrito (Jer. 36:2, 4; Ez. 2:9).
1. El libro en la Biblia.
2. Los libros del juicio divino.
3. Libros perdidos.
4. Los libros sagrados en el judaísmo.
5. El libro en el cristianismo.
I. EL LIBRO EN LA BIBLIA. Sépher se refiere a los libros de las Escrituras, el libro de la Ley (Jos. 1:8; 8:34; 2 R. 22:8; 2 Cro. 34:14), del pacto o alianza (Ex. 24:7; 2 R. 23:2, 21), y los registros históricos de los reyes (2 Cro. 16:11; 24:27); se designa como biblos el rollo donde se contenía el Evangelio de Mateo (Mt. 1:1), el Pentateuco, como libro de Moisés (Mc. 12:26), el libro los Salmos (Lc. 20:42; Hch. 1:20) y «los profetas» (Hch. 7:42). Se refiere también al «libro de la vida» (Fil. 4:3; Ap. 3:5; 20:15). Solo designa en una ocasión escritos seculares (Hch. 19:19). El diminutivo es biblíon, βιβλίον = «rollo» o «libro pequeño»; lat. liber. Casi había perdido su sentido diminutivo en griego helenístico, y desplazaba al término biblos en el uso ordinario. Se utiliza en Lc. 4:17, 20, del libro de Isaías; en Jn. 20:30, del Evangelio de Juan; en Gal. 3:10 y Heb. 10:7, de la totalidad del AT; en Heb. 9:19, del libro de Éxodo; en Jn. 21:25 y 2 Ti. 4:13, de libros en general; en Ap. 13:8; 17:8; 20:12, de los libros que serán abiertos en el Día del Juicio, que contienen, según parece, los registros de las obras humanas. En Ap. 5:1–9, el Libro representa la revelación de los propósitos y consejos de Dios con respecto al mundo. Lo mismo el «librito» en Ap. 10:8. En 6:14 se refiere a un volumen cuyo enrollamiento ilustra la desaparición del cielo. En Mt. 19:7 y Mc. 10:4 se refiere este término a una > carta de divorcio. Otro diminutivo gr. es biblaridion, βιβλαρίδιον, traducido siempre como «librito» (Ap. 10:2, 9, 10).
La forma de los libros antiguos era la de un largo rollo con una vara a cada extremo. Servían para ir enrollando un extremo mientras se desenrollaba el otro en el curso de la lectura. Antes de poder volver a leer el libro, tenía que invertirse la operación. Se hacían de pieles, y por lo general se escribía solamente sobre un lado. El término «escrito por ambos lados» mostraría un registro total (Ez. 2:9, 10; Ap. 5:1). La forma de rollo explica que un libro pudiera tener varios sellos, uno para cada porción o sección, como en Ap. 5:1 ss.
En las naciones de la antigüedad, los registros se guardaban escritos en cilindros o tabletas de piedra o arcilla, que eran después secadas o cocidas. Se han hallado muchas de estas en excavaciones llevadas a cabo en Nínive, Babilonia y muchos otros lugares. Cuando Esdras trabajaba en la reconstrucción de la ciudad y del Templo de Jerusalén, sus oponentes escribieron al rey de Persia pidiendo que se buscara en «el libro de las memorias» la confirmación de su acusación de que Jerusalén había sido una ciudad rebelde (Esd. 4:15). Indudablemente, «el libro de las memorias» era una colección de tabletas de piedra o de barro cocido. Se han encontrado verdaderas bibliotecas de tabletas en diversas excavaciones por todo el Oriente Medio.
El término «libro» indica simbólicamente el contenido de profecías o predicciones. Ezequiel y Juan recibieron la orden de comer unos libros que les fueron presentados (Ez. 2:8, 9; 3:1–3; Ap. 10:9; cf. Jer. 15:16), lo cual significa que tenían que considerarlos con cuidado y digerirlos también con la mente. También se usa simbólicamente de los registros que se escriben en un libro acerca de los hombres (Sal. 56:8; Dn. 7:10; Mal. 3:16; Ap. 20:12). Un «libro sellado» (Is. 29:11; Ap. 5:1–3) es un libro cuyo contenido es secreto y que no se ha de publicar hasta que pase un tiempo.
II. LOS LIBROS DEL JUICIO DIVINO. En analogía con los tribunales de la tierra, varios autores bíblicos representan a Dios como un juez que toma nota en unos libros de todas las obras humanas de las que pedirá cuentas al final de los tiempos: «El tribunal se sentó, y los libros fueron abiertos» (Dan. 7:10). Los persas tenían la costumbre de escribir cada día el servicio prestado al rey y la recompensa recibida por ello, de lo cual parece que tenemos un ejemplo en la historia de Asuero y Mardoqueo (Est. 6:1–3). La misma idea aparece en el > apócrifo Apocalipsis de Baruc, donde se anuncia el «día que se abrirán los libros en los que están escritos todos los pecados de todos los pecadores y las buenas acciones de los justos» (2 Baruc 24, 1); y en el Apocalipsis canónico (Ap. 20:12). Al concluir la era presente, se abrirán los libros a la luz del firmamento, y todos los verán (4 Esdras 6:20).
El Libro de la Vida aparece con frecuencia en ambos testamentos. Moisés está dipuesto a ser borrado de él si con ello salva al pueblo (Ex. 32:35). El salmista ora para que los malvados sean borrados del libro de la vida y no inscritos con los justos (Sal. 69:28). Isaías habla de los que están escritos entre los vivos (Is. 4:3). Jesús dice que la verdadera alegría no consiste en el poder de hacer milagros y maravillas, sino en tener escrito el nombre en el Libro de la Vida: «No os regocijéis de esto, de que los espíritus se os sujeten; sino regocijaos de que vuestros nombres están inscritos en los cielos» (Lc. 10:20). Pablo se refiere a sus colaboradores como aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (Flp. 4:3). Aquellos que no estén escritos en él, serán entregados a la destrucción (Ap. 13:8). Aquellos cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida son ciudadanos del Reino de Dios y no tienen nada que temer.
III. LIBROS PERDIDOS. En la Biblia se mencionan varios libros que han desaparecido, perdidos por los avatares de la accidentada historia de Israel:
1. Libro de las batallas de Yahvé (Nm. 21:14). La cita dada es poética, de manera que el libro puede haber sido una colección de odas conocidas en tiempos de Moisés, pero no conservadas en el canon.
2. Libro de Jaser (Jos. 10:13; 2 Sam. 1:18). Estas citas son también de poesía.
3. Libro de Samuel sobre «las leyes del reino» (1 Sam. 10:25), que fue guardado delante de Yahvé.
4. Libro de los hechos de Salomón (1 R. 11:41), probablemente los registros oficiales del reino.
5. Los libros de Natán, Gad, Ahías e Iddo, acerca de los hechos de David y de Salomón, que eran indudablemente registros públicos de la nación, con los que estaban asociadas las profecías de Ahías y las visiones de Iddo (1 Cro. 29:29).
6. Libro del profeta Semaías (2 Cro. 12:15).
7. Libro de Jehú (2 Cro. 20:34).
Estas referencias muestran que cuando se redactaron las partes históricas del AT, había información adicional acerca del reino en los libros mencionados. En tiempo de guerra y devastación, era necesario enterrar o esconder en vasijas los libros que se querían salvar. P.ej., Jeremías ordena a su secretario Baruc ponga sus escritos «en un vaso de barro, para que se guarden muchos días» (Jer. 32:14). Los egipcios disponían de vasijas de barro herméticamente selladas, cuyos documentos han llegado hasta nosotros, igual que los sorprendentes manuscritos del mar Muerto, depositados en jarras y escondidos en cuevas.
IV. LOS LIBROS SAGRADOS EN EL JUDAÍSMO. La veneración judía por los libros del AT como «escritura sagrada» llega hasta el extremo de considerar también sagrados los materiales que sirven de soporte o vehículo a dicha palabra escrita. Así, los rollos de pergamino en los que está escrita la Torah se guardan en el lugar más sagrado de la sinagoga y deben estar hechos con materiales elaborados de acuerdo con unas estrictas prescripciones rituales; los encargados de escribirlos han de ser hombres piadosos, que se purifiquen antes de emprender su tarea; el rabino no toca directamente el rollo sagrado durante la lectura sinagogal, sino que se sirve de una especie de puntero llamado yad o moré para seguir las líneas escritas. Cuando estos rollos sagrados se han deteriorado por el uso, no se desechan ni se tiran, sino que se guardan en un lugar concreto de la sinagoga, una habitación llamada > genizá donde se almacenan. Cuando la genizá está llena, los rollos son enterrados en el cementerio. Algunas comunidades judías tributaban a los libros sagrados las mismas honras fúnebres que se tributan a un muerto, como narra Molho en el caso de los sefardíes de Oriente: «La población judía de la ciudad formaba un cortejo; a la cabeza caminaban, a paso lento y religioso, los dos bedeles de la sinagoga llevando los sacos que contenían la genizá, el rabino de la Comunidad y los miembros del consejo comunal. Durante la procesión se entonaban cantos religiosos… En Salónica, unos cuantos ancianos recogían por las casas judías los libros santos viejos, cantando una canción especial en judeoespañol y al son de un pandero».
V. EL LIBRO EN EL CRISTIANISMO. El cristianismo cambió su relación con el libro pasando del formato rollo al formato > códice. Y esto por causas prácticas exigidas por su peculiar forma de extender el mensaje del Evangelio. Sin templos ni edificios dedicados exclusivamente al culto religioso, el libro fue el rasgo distintivo de las primitivas comunidades cristianas, junto a la celebración eucarística. Para ellos el libro no fue de un objeto de culto, ni sus materiales de veneración. Para los cristianos el libro es un medio para tener acceso a las fuentes de revelación y sobre todo al mensaje evangélico. Tan importante fue su relación con el libro que acabaron por sustituir la tres veces milenaria tradición del formato rollo por el códice. El códice, o cuaderno, del que se derivan nuestros libros modernos formados por cuadernillos cosidos o pegados, empezó por la unión de dos o más tablillas enceradas, y se confeccionó a base de hojas de pergamino, que lo hacían más manejable y duradero. Los libros en forma de rollo hacían difícil su manejo por quienes los utilizaban. Los rollos podían alcanzar de 40 a 70 metros. Eran frágiles, difíciles de ocultar en caso de necesidad, y desde luego, no ayudaban a la consulta y búsqueda de pasajes concretos, promovida por los misioneros cristianos en su misión a los judíos, guardianes de los rollos de la Ley y los profetas.
El códice garantizaba una más larga duración porque estaba protegido por la encuadernación; su almacenamiento era más fácil, lo mismo que su transporte por ser plano y tener menos volumen; su capacidad era muy superior, pues admitía la escritura por las dos caras y en él resultaba fácil encontrar un pasaje (por eso fue adoptado también por los profesionales del derecho). Parece clara la adopción del códice por los cristianos, dado que en los textos cristianos más antiguos encontrados prevalezcan destacadamente los códices. Colin Roberts cree que Marcos debió de escribir su Evangelio en formato de códice, en tabletas de uso corriente entre los pequeños comerciantes, libertos y esclavos, con quienes convivió en Roma. La elección del códice como vehículo de las Escrituras cristianas indica con claridad la intención popular y didáctica de la Iglesia primitiva. Frente al libro destinado a conservar las obras y no a hacerlas circular, excepto para para uso de iniciados y privilegiados de la fortuna, los cristianos se esforzaron en hacer llegar a todos el contenido de sus textos, fuente primaria de difusión de sus creencias. Véase BIBLIA, BIBLIOTECA, CÓDICE, ESCRIBAS, GENIZÁ, PAPIRO, PERGAMINO.
Bibliografía: F. Barbier, Historia del libro (Alianza Editorial, Madrid 2005); J.B. Bauer, “Libro”, en DTB, 593–595; S. Dahl, Historia del libro (Alianza Editorial, Madrid 1999); H. Escolar Sobrino, Historia del libro (Ed. Pirámide, Madrid 1993); G. Jean, La escritura, archivo de la memoria (Aguilar, Madrid 1990); M. Lyons, Libros. Dos mil años de historia ilustrada (Lunwerg, Madrid 2011); A. Millares Carlo, Introducción a la historia del libro y las bibliotecas (FCE, México 1988).