COMER

COMER Desde los tiempos primitivos los hebreos comían sentados (Gn 43:33; 1 S 9:22), pero no en mesa alta, como se acostumbra en nuestros días. Sin embargo, el hecho de que algunos personajes distinguidos solían comer sentados en sillas (1 S 20:24, 25), indica que la mesa alta no era del todo desconocida. En muchas ocasiones comían fuera de las tiendas, bajo la sombra de un árbol (Gn 18:1–8).
Posteriormente siguieron la costumbre de persas, caldeos y romanos y comían en torno a una mesa común, sentados en canapés, pieles y posiblemente otros enseres menos lujosos como las esteras y petates (Am 6:4; Jn 13:23). Tal vez esta costumbre se introdujo debido a los frecuentes contactos que los hebreos tuvieron con los pueblos antes mencionados (Est 1:6–8). Los comensales se reclinaban con la cabeza en dirección a la mesa y se apoyaban en el codo izquierdo; usaban la mano derecha para tomar la comida. Los pies de las personas así reclinadas quedaban fácilmente al alcance de alguno que pasara (Lc 7:36–50; Jn 12:3). Por tanto, a nuestro Salvador no le fue difícil lavarles los pies a sus discípulos en la última → CENA, y enjugárselos con la toalla que para tal efecto llevaba ceñida (Jn 13:5–12). Esto explica también la postura de → JUAN en la misma cena; porque reclinándose al lado y enfrente de Jesús, tenía que estar, por así decirlo, en su seno (Jn 13:23–25) y podía fácilmente recostar la cabeza en el pecho del Señor. Era una postura expresiva para indicar intimidad, amistad y amor (Lc 16:22; Jn 1:18).
Casi siempre se comía dos veces al día (Éx 16:8; 1 R 17:6; Lc 14:12). Los textos anteriores hablan de comer en la mañana y al atardecer, pero también hay referencia a comidas abundantes al mediodía (Gn 43:25; 1 R 20:16). Debido a que en aquellos días no se utilizaban tenedores, cuchillos, ni cucharas, se fue desarrollando un riguroso hábito de lavarse muy bien las manos antes de comer. Tan al extremo llegó esta costumbre que los fariseos la consideraban una prueba de piedad (Mc 7:2, 3; Lc 11:38). Por lo general, tomaban los alimentos con las manos (Pr 19:24; Jn 13:26). Al tratarse de una persona distinguida o muy apreciada, se le daba una mayor porción de los alimentos (Gn 43:34; 1 S 1:5; 9:22–24). El hecho de que Cristo diese a Judas el pan mojado (Jn 13:26), así como la selección de manjares y puestos de honor para determinadas personas (Gn 43:34; Rt 2:4), indica que los hebreos daban un significado especial, profundo y emotivo a determinadas acciones que se realizaban durante la comida.
Por lo general, las comidas de los hebreos consistían en carnes, mantequilla, leche, panes, frutas, etc. En muchas ocasiones, antes de comer se proporcionaba agua para lavarse los pies (Gn 18:4; Jn 13:5). La generosidad de los hebreos los obligaba a realizar actos de suma cortesía y alta demostración de aprecio durante la comida (Jn 12:1–8).
La costumbre de dar gracias a Dios por los alimentos tuvo su origen en el seno del pueblo hebreo (Is 9:13). Sin dudas el Señor Jesús practicó la bendición de los alimentos cada vez que tomó el pan en sus manos (Mt 15:36; 26:26; Lc 9:16; Jn 6:11). En la cena de Emaús, Cristo, después de una larga explicación de la historia bíblica, «estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio» (Lc 24:30). El apóstol Pablo observa esta costumbre y afirma que los fieles, al participar de los alimentos diarios, deben tener momentos de acción de gracias (1 Ti 4:3).