Alimentos Desde los tiempos más remotos el hombre recibió leyes exactas en relación con los alimentos que habría de consumir. En las referencias bíblicas más antiguas se prescribe una alimentación a base de verduras y frutas (Gn 1:29s); luego se incluyen carnes (Gn 9:3). Pero siempre Dios como creador se reservó el derecho de establecer tabúes. Prohibió ora una fruta particular (Gn 2:16s), ora la → Sangre (Gn 9:4, → Ahogado). La lista de prohibiciones (de carnes contaminadas, de frutas de árboles jóvenes, de víctimas ofrecidas a Dios, etc.) fue aumentando a tal punto que casi se necesitaba un curso especial para conocer los alimentos que debían consumirse o no.
En el Antiguo Testamento los alimentos se dividen en → Puros e → Inmundos. La Ley contiene fuertes sanciones para quien consuma alimentos prohibidos (Lv 17:10, 14). Los judíos que se mantenían celosamente fieles a estas leyes evitaban incluir alimentos que no estuvieren catalogados en las leyes alimentarias (Lv 11; Dt 14). El caso mejor conocido es el de → Daniel, contenido en el libro del mismo nombre.
El Nuevo Testamento se desarrolla en un contexto en donde esas regulaciones alimentarias están vigentes. Jesús mismo y gran parte de sus discípulos respetaban esta legislación. Al extenderse el cristianismo, las iglesias gentiles o mixtas tuvieron fuertes tensiones alrededor de esta problemática (como lo indica Gl 2:11ss; véanse también Hch 10–11; 1 Co 10; 11:17ss). Esto llevó a la celebración de un → Concilio en Jerusalén en el que se declaró que el nuevo pueblo era libre de tales costumbres (Hch 15:24–29). San Pablo se constituyó en abanderado de la nueva doctrina, basada en la conciencia educada por el amor. Sin embargo, las tensiones entre los líderes al respecto no acabaron ahí.
Entre los alimentos puros más utilizados por los judíos en los tiempos bíblicos se destacan los vegetales: frijoles, lentejas, cebollas, uvas, higos y dátiles (Gn 25:29–34; 2 R 4:38–44). También se utilizaban pepinos, melones, puerros y pescado (Nm 11:5). Desde los días de los patriarcas, los judíos preparaban banquetes para sus amigos (→ Hospitalidad) utilizando especialmente carne de cabritos y carneros (Gn 18:7; 1 S 16:20; 1 R 4:22s; Lc 15:23, 27). Este tipo de alimentación era muy diferente de la de los romanos, quienes usaban además el cerdo, preparaban varios tipos de embutidos y comían mariscos.
Junto con las leyes sobre la alimentación física, los judíos recibieron instrucciones sobre el valor de los manjares del espíritu. El estudio de las Sagradas Escrituras (Dt 8:3; Sal 119; Mt 4:4) y su puesta en práctica es un nuevo → Maná que nutre al creyente (Pr 9:4, 5; Jn 4:34; 1 Co 3:2; 1 Ti 4:6). Esta búsqueda de los bienes espirituales deja en manos de Dios la provisión de los bienes materiales (Mt 6:25–34; Lc 11:3, // → Pan). El → Hambre nos recuerda nuestra dependencia absoluta del Creador y Sustentador.