IDOLATRÍA

IDOLATRÍA Adoración tributada a dioses distintos de Jehová, o a Jehová mismo, pero por medio de imágenes y prácticas tomadas de cultos extraños y prohibidos. En el Nuevo Testamento se aplica también a la excesiva valoración de cualquier criatura, de modo que esta toma el lugar del Creador.
La idolatría no consiste únicamente en postrarse ante una imagen, sino también en adorar con imágenes o sin ellas a dioses que no son el Señor de Israel. El mal no está tanto en que el dios sea material como en el hecho de que es parcial. El Dios de Israel es Creador de todo cuanto existe y Rey supremo, mientras los ídolos son dioses (si es que merecen el nombre, → DIOS) solo de algún aspecto o porción de la realidad. Naturalmente, todo dios material que resida en una → IMAGEN es también parcial, y por tanto distinto del Dios de Israel. Pero es posible tener también dioses inmateriales e invisibles que no dejan por ello de ser tan ídolos como cualquier imagen.

Ídolo de bronce de Baal, dios pagano de la guerra y la fertilidad. dolos como este muchas veces se cubrían con oro (Is 40:19).

Todos los pueblos con los que el antiguo Israel se relacionó practicaban la idolatría en los sentidos mencionados. En el antiguo Egipto se acostumbraba representar a los dioses en forma de animales (toro, halcón, etc.) o con forma humana y algunas características animales (hombre con cabeza de chacal o de toro). Se acostumbraba también adorar al faraón, quien se suponía que al morir se reunía con los dioses. Por último, algunos animales, tales como los cocodrilos del Nilo, también recibían culto en Egipto. Contra estas idolatrías impotentes se dirigieron las → PLAGAS que Jehová envió antes del éxodo. En Mesopotamia, los ídolos con forma de animales eran más escasos; preferían imágenes con forma humana, hechas de madera y cubiertas de oro (cf. Dn 2:31–45). En Persia había una multitud de dioses, cada uno con su propia imagen. Pero con el tiempo la religión persa se fue concentrando en el dios Ahura-mazda, al que se presentaba como un hombre con alas de ave.
Cuando los israelitas conquistaron Canaán, encontraron pueblos idólatras, a los que no exterminaron completamente (Jue 1:19s,27–33; 2:11–17). Como la religión de Canaán giraba alrededor de → BAAL, durante el resto de su historia tuvo que enfrentarse repetidamente al baalismo y otros cultos semejantes (→ ASTEROT; BEL; DAGÓN; MOLOC; NISROC; NEBO; QUEMOS; TERAFÍN, etc.). Por tanto, todo el libro de Jueces (por ejemplo, 2:12; 3:7) trata de cómo, cada vez que los israelitas se apartaban de su Dios para seguir tras los baales, Él los entregaba en manos de sus enemigos. Asimismo otros libros históricos (por ejemplo, Nm 25:3; 1 R 14:22ss; 2 R 21:2ss) y proféticos (por ejemplo, Jer 2:23ss; Os 2:8–13) destacan esta lucha. Como es un Dios celoso, Jehová prohíbe la idolatría con todo rigor (Éx 20:3–6; Dt 5:7–10), como una especie de → ADULTERIO (Jer 2:33; Os 2:4ss). Aun así, algunas prácticas religiosas de los pueblos vecinos lograron introducirse en el culto de Israel (por ejemplo, la → PROSTITUCIÓN SAGRADA, Am 2:7s), y los profetas se vieron obligados a ridiculizar a los «dioses de → MENTIRA» «cortados en el bosque» (Is 2:8, 20s; Jer 10:3; Ez 6:3–7; Hab 2:18, etc.).
Al surgir el cristianismo, sus seguidores tomaron de Israel este fervor contra la idolatría (Hch 7:41; 15:20; Ro 2:22). Los ídolos no son en realidad dioses (Gl 4:8), sino inventos humanos (Ro 1:23), de manera que el culto a ellos se dirige en efecto a los → DEMONIOS (1 Co 8:4s; 10:19ss). Pero esto, a su vez, planteó otros problemas para los cristianos que vivían en un mundo en el que la idolatría era parte fundamental de la vida pública y social. Por ejemplo, fue necesario decidir si los cristianos debían o no participar de actos sociales que tenían a la vez cierto cariz idolátrico (→ ÍDOLOS, CARNE OFRECIDA A). Otro problema fue el culto al emperador, que era un modo que tenían sus súbditos para expresarle lealtad. Cuando alguien quería expresar su rebeldía contra el emperador, dejaba de adorarle y quemaba incienso en honor de algún otro pretendiente al trono. Los cristianos se negaban a llamar «señor» al emperador, y por ello los gobernantes los tenían como gente sediciosa y digna de muerte (→ ROMA, IMPERIO). Este antecedente de la persecución explica ciertos detalles de las siete cartas a las iglesias de Asia (Ap 2:1–3:22).