ESPÍRITU

ESPÍRITU Traducción de la voz hebrea ruakh y la griega pneuma, que significan «aire en movimiento», «viento» o «aliento».
La ruakh es la señal y el hálito de vida. Se considera el principio vital tanto del hombre como del animal (Gn 6:17; 7:15, 22; Ez 37:10–14), y es sensible de debilitamiento por causas como la sed y el cansancio (Jue 15:19). Los ídolos no tienen ruakh (Jer 10:14; 51:17).

Tres palabras definen el espíritu como aliento vital: nefes, ruakh y neshamah, y según todas este aliento lo pone Dios para el inicio de la vida. Al primer hombre, Dios le «sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Gn 2:7). Jehová es el Señor del aliento que el hombre posee (Job 27:3; 33:4). Como tal, cuando Jehová retira el aliento de la persona, regresa a Él que lo dio y el cuerpo vuelve al polvo de la tierra (Job 34:14, 15; Sal 104:29s; 143:7; Ec 12:7).
Los israelitas primitivos no especulaban sobre la naturaleza del espíritu. Solo les interesaba su acción (Ez 37:9). Aun el judaísmo posterior no concebía el espíritu filosóficamente. La única mención del espíritu como inmaterial, inteligente, eterno y que todo lo penetra se encuentra en el libro griego de Sabidurı́a (7:22s). La influencia helenista determinó que el judaísmo llegara a distinguir entre principios materiales e inmateriales, hasta el grado de definir una siquis, alma o espíritu capaz de subsistir fuera del cuerpo. Más tarde aun llegó a considerarse el cuerpo como una cárcel del espíritu pensador.

El término espíritu (pneuma) en el Nuevo Testamento todavía conserva el sentido original de la palabra ruakh (aliento o viento). Sin embargo, ya se concibe más filosóficamente (2 Ts 2:8; cf. Is 11:4; Jn 3:8; 20:22; Heb 1:14). Con frecuencia el término espíritu se refiere a todo el hombre (Gl 6:18; 2 Ti 4:22). Solo hay dos citas (1 Ts 5:23 y Heb 4:12) en que además del cuerpo se mencionan los términos «alma» (psyjé) y espíritu. Basándose en ella algunos afirman que el hombre es un ser tripartito, compuesto de tres elementos: cuerpo, alma y espíritu. Sin embargo, la Biblia subraya la unidad del hombre.

En las Escrituras encontramos que el espíritu es el centro de la personalidad. Como asiento de las emociones, se impresiona, entristece, apacigua o aíra (Lc 1:47; Jn 11:33; 1 Co 4:21; Gl 6:1; Ef 4:23; 1 P 3:4). Es el centro del pensamiento, la imaginación, la astucia y la reflexión (Lc 1:80; Hch 18:25; Ro 7:6; 1 Co 2:11; 2 Co 2:13). También se refiere a las determinaciones de la voluntad, las disposiciones, las intenciones, los actos, la comunión (Mt 26:41; Hch 20:22; Lc 1:17; Mt 5:3; Jn 4:23; Ro 12:11; 2 Co 4:13). No podemos dividir rígidamente las manifestaciones del espíritu, pues por lo general se dan simultáneamente. Las sensaciones espirituales afectan otras capacidades del hombre (Jos 2:11; 1 S 30:12; Sal 51:12; Is 19:3).
El apóstol Juan habla del espíritu de error y de verdad (1 Jn 4:6), y el apóstol Pablo afirma que hay lucha entre la → CARNE y el espíritu (Ro 7). Para Pablo el espíritu de la persona se relaciona con el de Dios (Ro 8:15, 16; 1 Co 6:17), es decir, Dios da al hombre «espíritu de adopción». Por eso puede clamar a Dios en términos familiares. (→ ESPÍRITU SANTO.)

El hombre está compuesto por cuerpo y alma, aunque en ciertos pasajes se añade «espíritu». Tanto el alma como el espíritu se ponen en contraste con el cuerpo, significando el componente incorpóreo del hombre; sin embargo, hay una distinción entre alma y espíritu. Con frecuencia, se emplea el término alma para expresar la parte inmortal del ser humano, y en ocasiones se usa para denotar la persona, como en el pasaje de Gn. 46:26; «Todas las personas (heb.: nephesh: alma) que vinieron con Jacob a Egipto»; «ocho almas» (gr.: psuchẽ) fueron salvadas en el arca (1 P. 3:20); «el alma que pecare, esa morirá» (Éx. 18:4, 20).

Como ya se ha indicado antes, el término hebreo generalmente traducido como «alma» es nephesh; en muchos casos se traduce como «vida», como en Jon. 1:14; «No perezcamos por la vida [alma] de este hombre.» En el NT, el término psuchẽ, también mencionado antes, se usa tanto de la vida como del alma. Cp. Mt. 16–25, 26.
El alma, cuando es distinguida del espíritu, lo es como el asiento de los apetitos y deseos. El rico dijo: «Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, bebe, regocíjate» (Lc. 12:19). Aquella noche le fue pedida su alma. La salvación del alma no puede ser distinguida de la salvación de la persona.

El ESPÍRITU es característicamente la parte más elevada del hombre, marca la individualidad consciente, y así distingue al hombre de la creación. Dios sopló en la nariz del hombre el aliento de la vida, y por ello el hombre fue puesto en relación con Dios, y no puede realmente ser feliz separado de Él, ni en su existencia presente ni en la eternidad. Los términos usados son, respectivamente, el heb. ruach y el gr. pneuma, y son los mismos que se usan constantemente para denotar el Espíritu de Dios o Espíritu Santo, y los ángeles como espíritus, así como los espíritus malos.

La palabra de Dios es cortante y penetra hasta partir el alma y el espíritu del hombre (He. 4:12), aunque pueda no ser fácil para el hombre ver esta división. El apóstol oraba por los tesalonicenses para que el espíritu (que probablemente es contemplado como el asiento de la obra de Dios), así como el alma y cuerpo, fueran santificados (1 Ts. 5:23). En la Epístola a los Hebreos leemos de los «espíritus» de los justos hechos perfectos: su puesto es con Dios por medio de la redención. Aquí, es evidente que «espíritus» significa las personas fuera de sus cuerpos.
Al haber sido dado el Espíritu Santo al cristiano, como la energía en él de la vida en Cristo, es exhortado a orar con el espíritu, a cantar con el espíritu, a andar en el espíritu, de forma que en algunos casos es difícil distinguir en estos pasajes entre el Espíritu de Dios y el espíritu del cristiano.