Apócrifos Del Antiguo Testamento, Libros

Apócrifos Del Antiguo Testamento, Libros El término «apócrifos» significa «escondidos», y con él se designaron los libros no destinados al uso general, porque se consideraba que contenían verdades demasiado profundas para la mayoría, o porque se pensaba que contenían errores o herejías. El empleo evangélico (protestante) de este término, sin embargo, solo denota que estos libros no son canónicos, significado que se remonta a Jerónimo.

Origen

De acuerdo con la tradición atestiguada por Jerónimo, existen 14 ó 15 libros apócrifos. Todos se originaron en el período intertestamentario, que va del siglo II a.C. al siglo I d.C. Todos se escribieron originalmente en hebreo o en arameo, excepto Sabiduría, Oración de Manasés y 2 Macabeos, y gozaron de gran popularidad entre la numerosa colonia judía de Alejandría. Casi todos se incluyeron en la traducción griega del Antiguo Testamento llamada → Septuaginta (LXX), que se hizo en esa ciudad. Ello implica que estos judíos, en cierta forma, los consideraron revestidos de la misma autoridad que los demás libros del Antiguo Testamento.

Canonicidad

Sin embargo, los rabinos que se reunieron en el llamado Concilio de Jamnia en 90 d.C. asumieron la tarea de fijar el → Canon de los libros sagrados hebreos. Los criterios empleados por los rabinos fueron los siguientes: (1) composición del libro en hebreo o arameo; (2) antigüedad (por creerse que la profecía cesó con Esdras); (3) ortodoxia; y (4) calidad literaria. De acuerdo con estos criterios y otros factores, respecto a los cuales solo podemos conjeturar, los libros apócrifos quedaron excluidos del canon hebreo.

Sin embargo, la decisión de Jamnia no afectó a los cristianos de los primeros siglos de nuestra era, puesto que su Biblia era el Antiguo Testamento griego (LXX). Es cierto que ningún libro apócrifo se cita directamente en el Nuevo Testamento; no obstante, los apócrifos parecen haber influido directa o indirectamente en algunos escritos neotestamentarios: cf. Mt 11:28–30 con Ecl 24:25–31; Mt 9:17 con Ecl 9:15; Lc 12:6–20 con Ecl 11:14–20; Ro 1:19–20 con Sb 13.1–9; Ro 9:21 con Sb 15.7; Heb 1:3 con Sb 7.26; Heb 11:35 con 2 Mac 6:18–9:28.

Muchos padres de la iglesia antigua citaron estos libros sin reconocerlos como parte de la Biblia cristiana. Cirilo de Jerusalén (m. 381) y Jerónimo (m. 420) fueron más explícitos en distinguir los apócrifos de los libros canónicos del Antiguo Testamento. En su prólogo a los libros de Salomón, Jerónimo apunta que los apócrifos del Antiguo Testamento podían leerse para la edificación, pero «no para confirmar la autoridad de los dogmas de la iglesia». Los incluyó en el Antiguo Testamento de su versión latina de la Biblia (la Vulgata), pero señaló en los prólogos los libros que no se hallaban en el canon hebreo.

Evaluación Protestante

En el siglo XVI, Lutero y otros reformadores emplearon el Antiguo Testamento hebreo, que no contenía los apócrifos. Conocían los puntos de vista de Jerónimo y se alejaron de ciertas doctrinas que la iglesia de Roma basó en los apócrifos. En su versión alemana del Antiguo Testamento (1534), Lutero juntó los apócrifos, dispersos a través de la Vulgata, en una sola sección. Los colocó después del Antiguo Testamento y los encabezó con las siguientes palabras: «Apócrifos. Libros que no son tenidos por iguales a la Sagrada Escritura, pero cuya lectura es útil y buena». Otras traducciones protestantes de la Biblia a las lenguas vernáculas siguieron el ejemplo de Lutero, incluyendo la Biblia del Oso, de Casiodoro de Reina (1569).

Frente a esta actitud, la iglesia de Roma decretó, en el Concilio de Trento (1546), que quienes no reconocieran como sagrados y canónicos todos los libros contenidos en la Vulgata estaban «anatematizados». Libros como 1 y 2 Esdras y la Oración de Manasés, no incluidos en la lista de doce escritos declarados como canónicos en Trento, se publicaron más tarde en letra pequeña, a modo de apéndice, en la edición clementina de la Vulgata (1592). Debe observarse que los católicos romanos se refieren a los apócrifos como libros «deuterocanónicos», sin que ello implique menoscabo de su inspiración y autoridad.

En el artículo sexto de los «Treinta y nueve artículos de la religión», la iglesia anglicana recomienda la lectura de los apócrifos «por motivo del ejemplo de vida y la instrucción en las costumbres, pero no los emplea para establecer doctrina alguna». La Confesión de Westminster (1647), que ha sido autoritativa para las iglesias presbiterianas (calvinistas) de habla inglesa, rechaza categóricamente los apócrifos y los despoja de cualquier viso de autoridad. En 1827, la Sociedad Bíblica Británica, seguida por la Sociedad Bíblica Norteamericana, decidió excluir los apócrifos en los ejemplares de la Biblia publicados por ella.

Ningún evangélico, por cierto, equipara los apócrifos con los libros canónicos. Sin embargo, los apócrifos constituyen un eslabón entre los dos testamentos, sin el cual se dificulta notablemente la comprensión del Nuevo Testamento, y puesto que formaban parte de la Biblia cristiana más antigua, los apócrifos deben estudiarse.

El orden de los libros apócrifos

Los libros individuales apócrifos del Antiguo Testamento se organizan en orden alfabético en la subsiguiente artículo. Pero aquí está el orden en el cual generalment se organizan estos 15 libros en las Biblias que contienen los apócrifos.

  1. Primer libro de Esdras
  2. Segundo libro de Esdras
  3. Tobís
  4. Judit
  5. Adiciones a Ester
  6. El libro de la Sabidurí
  7. Eclesiástico o Sabiduría de Jesús, el hijo de Sirac
  8. Baruc
  9. La carta de Jeremís
  10. La oración de Azarís y el cántico de los tres jóvenes.
  11. Susana
  12. Bel y el dragón
  13. La oración de Manasés
  14. Primer libro de los macabeos
  15. Segundo libro de los macabeos

Descripción

A continuación damos un resumen del carácter, el contenido y la fecha de composición de los apócrifos (de los cuales los números 1, 2 Esdras y La oración de Manasés no se imprimen en las Biblias catolicorromanas).

Primer libro de Esdras
(3 Esdras en la Vulgata)

Es una traducción y compilación de 2 Cr 35:1–36:21, aumentada por la adición de un pasaje largo (3:1–5:3). Relata cómo Zorobabel obtuvo de Darío la autoridad y los fondos para reanudar la reconstrucción de los muros de Jerusalén y del templo. Se supone que fue escrito después del 150 a.C.

Segundo libro de Esdras
(4 Esdras en la Vulgata)

Es un libro apocalíptico que contiene en los caps. 3–14 siete visiones al parecer otorgadas a Esdras en Babilonia durante el siglo VI a.C. El autor está obsesionado por la razón del mal y del sufrimiento humano y procura justificar ante los hombres los caminos de Dios. El autor de estos caps. fue un judío desconocido que quizás escribió en arameo hacia fines del siglo I d.C. Los caps. 1, 2 y 15, 16 son adiciones posteriores de dos autores cristianos.

Tobías

Es un relato popular y edificante. El ángel Rafael soluciona los problemas de Tobit y de Sara, dos judíos piadosos, por mediación de Tobías, hijo de Tobit. El libro destaca los deberes con los muertos y el consejo de dar limosna. Apareció en el siglo II a.C.

Judit

Relata cómo una bella viuda judía, Judit, le cortó la cabeza a Holofernes, comandante asirio que sitiaba la ciudad de Betulia, y así salvó a los israelitas. La historia está repleta de errores y dislates históricos y geográficos que tal vez introdujo adrede el autor para centrar la atención en el drama religioso que constituye el fondo del relato. Es probable que el libro se escribiera en hebreo, alrededor del 100 a.C.

Adiciones a Ester

En el siglo I o II a.C. un tal Lisímaco (11:1) tradujo el texto hebreo de Ester al griego. En seis lugares distintos de la narración griega, él, u otro autor, introdujo pasajes que no se hallan en el texto hebreo y que suman 107 versículos. Todas estas adiciones, menos una, mencionan el nombre de Dios (recuérdese que el texto masorético no se refiere ni una sola vez a Dios). En la Vulgata estas adiciones se agregan al final del texto canónico, pero en la Biblia de Jerusalén están intercaladas en letra cursiva en los lugares correspondientes al texto canónico.

El libro de la Sabiduría

Aunque insinúa que su autor fue Salomón, en realidad lo escribió en griego un judío helenizado, quizás de Alejandría, entre 100 y 50 a.C. El autor parece tomar en cuenta diferentes clases de lectores: judíos tibios y apóstatas (caps. 1–5) y judíos fieles pero desanimados por las persecuciones (caps. 10–12 y 16–19). A posibles lectores gentiles les ofrece una apología a favor de la verdad del judaísmo y señala la insensatez de la idolatría (caps. 6–9 y 13–15). Recalca la creencia en la inmortalidad del alma (rasgo típicamente helenista) y ensalza el papel de la sabiduría, que se identifica con Dios en el gobierno del mundo (7:22–8:1).

Foto de Ben Chapman

Grupo de tumbas en Bene Hezir (centro) cerca de Jerusalén, sepulcro de una familia sacerdotal del período macabeo.

Eclesiástico

Se escribió en hebreo en 190 ó 180 a.C. por un judío de Palestina llamado Jesús (en hebreo, Josué), hijo de Sirac (50:29). Unos cincuenta años después el nieto del autor llevó un ejemplar a Egipto, donde lo tradujo al griego (véase el Prólogo). Este libro recalca que la sabiduría es la ley que Moisés proclamó (24:33, 34). Una recopilación muy variada de máximas la encontramos en 1:1–42:4. Aquí se ensalzan sobre todo la prudencia y la autodisciplina. Es muy conocido el «elogio de los hombres ilustres» (44:1–50:21), que empieza con Enoc y termina con el sacerdote Simón II (220–195 a.C.).

Baruc

Se atribuye al escribano de Jeremías. El libro contiene una oración de confesión y de esperanza (1:15–3:8), un poema que alaba la sabiduría (3:9–4:4) y una pieza profética (4:5–5:9) donde el autor anima a los cautivos con la esperanza de su regreso del cautiverio. Es posible que en realidad el libro haya tenido dos o más autores; el más reciente de ellos tal vez vivió poco antes o después de la era cristiana.

La carta de Jeremías

Aparece en la Vulgata y demás traducciones catolicorromanas como el cap. 6 de Baruc. Pero la LXX conserva aparte esta carta. Se trata de una diatriba que ridiculiza la idolatría crasa de Babilonia. Se desconocen la identidad y la fecha del autor.

La oración de Azarías y el cántico
de los tres jóvenes

Es una adición hallada en la versión griega y latina de Daniel, colocada entre 3:23 y 3:24 del texto canónico (donde se halla también en las traducciones catolicorromanas). Posiblemente se escribió en hebreo entre los siglos II y I a.C. El cántico de los tres jóvenes sigue usándose en varias liturgias modernas (p. ej., en la anglicana y en la luterana) con el título de Benedicite.

Susana

Es una historia de tipo «detectivesco» en que Daniel pone al descubierto las falsas acusaciones que dos ancianos lascivos lanzaron contra Susana, mujer judía muy virtuosa y bella. En la Vulgata se agrega al último capítulo de Daniel (en las demás traducciones catolicorromanas figura como el cap. 13 de Daniel). El autor es desconocido y el relato se compuso durante los dos siglos anteriores a la era cristiana.

Bel y el Dragón

Es otra historia de tipo «detectivesco» dirigida contra la idolatría. Daniel descubre los ardides de los sacerdotes del ídolo Bel y después mata a la serpiente adorada por los babilonios. Por segunda vez lo echan al foso de los leones y lo salvan. El autor, la fecha y el lugar de composición se desconocen. La Vulgata también anexa esta adición al libro canónico de Daniel y en las otras traducciones catolicorromanas figura como el cap. 14 de Daniel.

Ruinas de Antioquía de Siria, capital de la dinastía que gobernó a Palestina durante la era de los macabeos y la escritura de gran parte de los apócrifos veterotestamentarios.

La oración de Manasés

Es una plegaria en que Manasés confiesa con humildad sus muchas transgresiones y pide perdón a Dios. Probablemente se compuso para insertarse en 2 Cr 33:12, 13, 18. Se escribió en griego, tal vez ya comenzada la era cristiana. Aunque no forma parte del censo de los libros canónicos adoptados en Trento, se incluye casi siempre en un apéndice de la Vulgata. Que se sepa, no existe traducción castellana.

Primer libro de los macabeos.

Es de alto valor histórico. Destaca la resistencia a los esfuerzos de Antíoco Epífanes IV de Siria por erradicar la religión judía y por helenizar a los judíos, y relata las hazañas de los hermanos Judas Macabeo, Jonatán y Simón, durante las invasiones de los sirios y las peripecias históricas ocurridas entre 175 y 134 a.C. El autor fue un judío de Palestina que escribió en hebreo alrededor de 100 a.C., pero el texto hebreo se ha perdido.

Segundo libro de los macabeos.

Es un resumen de una obra de 5 tomos escrita por Jasón de Cirene (2:19–32). El libro trata de la historia de los judíos entre 175 y 160 a.C. El estilo es exhortatorio y el fin es agradar y edificar (2:25; 15:39). El autor escribió para los judíos de Alejandría, con el fin de despertar en ellos un interés por el templo de Jerusalén. El libro da por sentado la fe en la resurrección de los justos y recomienda la oración y el sacrificio de expiación por los difuntos (12:41–46). Tiene mucho menos valor histórico que 1 Macabeos. Se escribió en griego entre 124 a.C. y 70 d.C.

Bibliografía:

  1. Robert y A. Feuillet, IB Tomo I, pp. 666–710. Alfonso Lloreda, «Sobre los libros apócrifos», primera, segunda y tercera partes, La Biblia en América Latina, No. 93–95, México, D.F., 1970.