KERIGMA

Gr. 2782 kérygma, κήρυγμα = «bando, proclama, mensaje», sustantivo derivado del vb. keryssein (que aparece 60 o 65 veces en el NT); en griego clásico indica una noticia de carácter público traída por un > heraldo o pregonero (gr. kéryx, κήρυξ, 4 veces), de forma que lo que se anunciaba se hacía efectivo por el mismo hecho de su divulgación; en el NT designa más bien el anuncio del Evangelio hecho a los judíos y a los paganos, la proclamación de la Buena Noticia de la salvación por obra de Cristo el Señor, muerto y resucitado, la sustancia de lo predicado en contraste con el acto de la predicación (Mt. 12:41; Lc. 11:32; Ro. 16:25; 1 Cor. 1:21; 2:4; 15:14; 2 Ti. 4:17; Tit. 1:3).
El vb. gr. de la misma raíz, 2784 kerysso, κηρύσσω = «predicar, proclamar», se usa en Mc. 1:14 (kerysson = proclamando), para designar la predicación de Jesús concerniente al contenido del v. 15 como esquema resumido, pero completo, de la «buena noticia»: «En el reloj de Dios ha sonado la hora de la gran oportunidad (gr. ho kairós) y el reino de Dios se ha puesto al alcance de la mano; arrepentíos y creed en el Evangelio».
En la predicación apostólica, el mensaje cristiano abarca en su contenido la vida y la obra de Cristo, con especial énfasis en su muerte y su resurrección, según estaba profetizado en las Escrituras (cf. 1 Cor. 15:1–4). En este sentido, el kérygma se distingue de la didakhé, o enseñanza, pues en el primero es Dios quien llama a los seres humanos a una decisión de creer y de membresía en la comunidad de la fe, mientras que en la segunda la Iglesia es la que se encarga de instruir a los ya que ya han creído en las verdades relativa a la fe profesada (cf. Mt. 28:19–20). De modo que anunciar el Evangelio no consiste en ofrecer un simple informe histórico de un acontecimiento ya ocurrido, sino que es el mismo acontecimiento lo que manifiesta eficazmente el mensaje de salvación que contiene. «El kerigma no es del pasado, ni ha pasado. Hoy como ayer, el choque de la buena nueva tiene que impresionar a los hombres del mundo entero… El kerigma actual debe resonar para que Jesús sea reconocido e identificado como el Cristo, Señor, salvador universal, centro de la historia, que invita a cada hombre a la conversión y a la fe» (R. Latourelle).
En el mensaje evangélico la acción salvífica de Dios en Jesucristo se hace presente por obra del Espíritu Santo. Por eso, los que escuchan el kerigma no pueden permanecer indiferentes, sino que son invitados a convertirse y a creer (cf. Hch. 2:3, 5, 10, 13). Todo manifiesta en los apóstoles el deseo de extender con urgencia el mensaje de salvación. Bajo el impulso del Espíritu, se ven arrastrados por una especie de fiebre, que los obliga a anunciar, a evangelizar. Si bien Cristo es el objeto y centro del kérygma, no hay que desvincularlo del contexto general de la «Historia de la Salvación», que comienza por el primer acto creativo de Dios, «que hizo el cielo y la tierra» (Hch. 4:24), y que se prolonga a lo largo de la historia de los patriarcas (Hch. 3:13), el pueblo elegido y los profetas (Hch. 3:18, 24). En esa línea de cumplimiento aparece Jesucristo, en quien Dios actúa de modo extraordinario mediante «señales y prodigios» (Hch. 2:22), como cabeza y piedra angular del nuevo pueblo de Dios (Hch. 4:11). El final trágico de Jesús no frustra el plan de Dios, sino que lo realiza (Hch. 2:23). Por eso Dios resucita a Jesús como testimonio de su aprobación (Hch. 3:13; 4:10; 5:30, etc.). El kerigma apostólico se centra la muerte de Cristo «por nuestros pecados, según las Escrituras» (1 Cor. 15:1–8), y en su resurrección de entre los muertos (Ro. 10:8–9), porque el Jesucristo crucificado es al mismo tiempo el Señor de la Gloria (1 Cor. 1:17–23; 2:2–8); ha entrado en la gloria de Dios (2 Cor. 4:3–5). Pero la Historia de la Salvación no se detiene, sino que se cumple. La efusión del Espíritu indica que los tiempos mesiánicos han comenzado (Hch. 2:17–21); la era de la salvación, antes restringida a un solo pueblo, ahora está abierta a todo el mundo; la invitación se extiende a judíos y gentiles por igual (Hch. 3:25), que encuentran gracia en el nombre del Señor Jesús (Hch. 2:39), en quien únicamente está la salvación (Hch. 4:12). Cristo Jesús permanece en el cielo, pero un día volverá y entonces restablecerá todas las cosas (Hch. 3:20s.). Por ahora hay que arrepentirse de los pecados, creer en el Señor Jesús y hacerse bautizar en su nombre para recibir el perdón y el don del Espíritu Santo (Hch. 2:38; 3:19–26; 5:31; 10:43; 13:38). Los paganos tienen que convertirse de los ídolos al Dios vivo y verdadero y esperar a su Hijo (1 Tes. 1:9–10). En estas líneas generales se podría resumir el kerigma apostólico primitivo.
El uso del término kerigma se hizo muy frecuente a partir de los años cuarenta, cuando un grupo de teólogos jesuitas de la Facultad de Innsbrück (Jungmann, los hermanos Karl y Hugo Rahner, Franz Lackner y Franz Dander), constatando cómo la teología que se enseñaba en los seminarios no era ya capaz de alimentar y de animar la predicación de los futuros pastores y la vida de los cristianos, propusieron volver a la originalidad y a la vitalidad del primer anuncio apostólico. En la teología protestante se habla de una «teología específicamente kerigmática» para entender la relación que el «mensaje proclamado» guarda con el «Jesús histórico». R. Bultmann creía que la fe nunca debe descansar sobre los resultados de la investigación histórica, sino solo sobre el kerigma mismo. Véase CATEQUESIS, ENSEÑANZA, EVANGELIO, PREDICACIÓN.