IRA DE DIOS

IRA DE DIOS El Antiguo Testamento designa con un vocabulario variado y antropomórfico la ira de Dios y destaca el carácter personal de la misma. Es una «emoción» divina, pero Jehová no es en sí un Dios de ira; mas bien su enojo es su «extraña obra» (Is 28:21). Siempre resulta de alguna provocación externa. (Su → AMOR, al contrario, es inmanente.)
Jehová manifiesta su ira primeramente contra su pueblo Israel, castigándolo por despreciar su amor y quebrantar su Ley, notablemente por la idolatría, la violencia y la injusticia (2 Cr 36:11–17). Asimismo, su ira se enciende contra los gentiles por el maltrato de estos a Israel, su idolatría, orgullo y crueldad (Is 13:3–13). La finalidad de la ira es la gloria de Jehová, el castigo del pecado y el arrebatamiento de Israel (Is 59:15–19). Se manifiesta tanto en catástrofes «naturales» como en la guerra, mediante la cual las naciones son instrumentos de la ira de Dios (Is 10:5). El Antiguo Testamento espera la manifestación final de la ira de Dios en el «día grande y espantoso de Jehová», cuando el juicio abarcará toda la tierra (Jl 2:31; 3:12–15).
En el Nuevo Testamento, de igual manera, la ira de Dios incluye tanto la indignación frente al mal como sus actos de juicio. Al igual que Juan el Bautista, Jesucristo advierte de «la ira venidera» (Mt 3:7; 18:34, 35), la demuestra en su propio enojo y severidad (Mc 3:5), y experimenta la maldición de esta ira en la cruz (Mt 27:46).
Según Pablo la ira de Dios es tanto del futuro (Ro 2:5, 8) como del presente, y se revela en la misma ignorancia e inmundicia de este mundo, cuyo pecado, motivo de la ira, es también su efecto (Ro 1:18–28). Provocan la ira divina toda impiedad, injusticia e inmoralidad (Ef 5:6), pero Pablo señala que la causa decisiva es el menosprecio del amor de Dios (Ro 2:5). Todos los hombres son por naturaleza «hijos de ira» (Ef 2:3), pero la ira vino sobre los judíos «hasta el extremo» por oponerse al evangelio (1 Ts 2:16). Por Cristo serán «salvos de la ira» los creyentes, vasos, no de ira sino de misericordia, preparados «de antemano para gloria» (Ro 5:9; 9:22, 23).
En Apocalipsis la ira de Dios es también la del Cordero victorioso (Ap 6:16), quien para manifestarla se vale de los ángeles y la fuerza de la naturaleza (15:1; 16:1–4). Babilonia, la bestia y los demonios se unen a los ejércitos humanos como instrumentos de la ira; pero todos estos, como su jefe Satanás, vienen a ser también objetos de ella. Las provocaciones características son la apostasía tras la bestia y la persecución del pueblo de Dios (14:9–11; 16:5, 6). La vindicación de los santos y la retribución y la destrucción del mal figuran como propósitos de la ira final (11:17, 18). (→ INFIERNO.)