Luz

Para los hebreos, la luz es el resplandor de la presencia de Dios (Éx 24:10; Sal 27:1; 104:2; Is 9:2; cf. 2 Co 4:6), y el principio de su actividad creadora (Gn 1:3–5). Es energía divina que existe para el bien del hombre, y fuente de la vida (Ec 11:7) y de la felicidad (Sal 97:11; Is 60:19). Trae sabiduría (Sal 139:11ss) y salvación (Sal 43:3). Es vehículo de la revelación (Is 60:1–3; cf. Jn 8:12; 9:5; 12:46). La luz se simboliza por el día, y las tinieblas a su vez por la noche (Gn 1:5).
En el Nuevo Testamento la verdadera luz ha venido y va extendiéndose cada vez más (Jn 1:5; Ap 22:5). Cristo es luz (Jn 8:12), la luz que nos capacita para conocer la salvación (2 Co 4:4–6) y al aceptarlo somos hechos hijos de luz (Ef 5:14; 1 Ts 5:5). La luz se identifica, además, con la santidad de Dios (1 Ti 6:16) y, por tanto, constituye una norma ética, pues un hijo de luz no puede andar en tinieblas (Ef 5:28ss).
La luz es por consiguiente instrumento de juicio (Miq 7:8s; Jn 3:17–21). Y finalmente incluye un concepto escatológico (1 P 2:9s; Ap 21:24); vislumbramos el triunfo final de la luz, cuando ya jamás se podrá extinguir (Ap 22:5).
Nombre de un lugar y una ciudad en la Biblia.
1. Nombre primitivo de un sitio al norte de Jerusalén. Abraham lo visitó en su primer peregrinaje por esta región y allí edificó un altar (Gn 12:8; 13:3). Más tarde Jacob llamó Bet-el a este lugar (Gn 28:19; 35:6). Después que se establecieron los límites del territorio de Benjamín, la línea divisoria pasaba por Luz, la cual se identificó con Bet-el (Jos 18:13; Jue 1:23).
Josué 16:2 dice: «De Bet-el sale a Luz», lo cual indica que eran lugares distintos. Por esto algunos sitúan a Luz en el-Tell cerca de Bet-el. Otros opinan que Bet-el era nombre de la ciudad y Luz un lugar específico, posiblemente donde Abraham edificó el altar (Gn 12:8).
2. Ciudad en la tierra de los hititas (Jue 1:22–26), fundada por una persona de Bet-el. Este entregó Bet-el a los israelitas por lo que le perdonaron la vida a él y su familia. Se desconoce el sitio, pero se ha sugerido un lugar a 7 km al nordeste de → Cesarea de Filipos.
Heb. 216 or, אוֹר = «luminoso»; gr. 5457 phos, φῶς, relacionado con phao, «dar luz», de las raíces *pha y *phan, que expresan la concepción antigua de la luz como desprendida por el ojo, de ahí la expresión «ojo luminoso», entendido metafóricamente como «lámpara del cuerpo» (Lc. 11:34).
El tema de la luz atraviesa toda la revelación bíblica. La luz es representada en la Escritura como el primer acto del Creador (Gn. 1:3). Y es natural, porque sin luz, o sea en las tinieblas, no se puede hacer nada. La Historia de la Salvación toma la forma de un conflicto en el que se enfrentan la luz y las tiniebas, pugna idéntica a la de la vida y la muerte (cf. Jn. 1:4). El tema ocupa un puesto central entre los simbolismos religiosos a los que recurre la Escritura. Como las otras criaturas, la luz es un signo que manifiesta visiblemente algo de Dios, de manera que forma parte del aparato literario utilizado para evocar las > teofanías.
La luz es considerada siempre como una simple criatura de Dios (Gn. 1:3). Fue creada independientemente del sol y antes que él (Gn. 1:4, 16; Sal. 74:16). El israelita se representaba la luz lo mismo que las tinieblas, vale decir, como sustancias muy finas, mientras que el sol, la luna y las estrellas no eran para él más que portaluces. Al crearla y al separarla de las tinieblas, Dios puso fin al caos primordial. Puesto que el Dios bíblico es el creador del universo material, y a la vez el árbitro de la historia, la regularidad con que los astros irradian su luz garantiza la estabilidad de la > Alianza. Y por lo mismo, las grandes crisis de la historia religiosa del pueblo escogido y del mundo, sobre todo el final de la historia y el juicio de Dios, se expresan por medio de los astros, que dejan de iluminar (Is. 13:10; Jer. 4:23; Am. 8:9).
Por el contrario, el tiempo del reinado escatológico de Yahvé será un «día único» (Zac 14:7), sin alternancia de la noche y el día. El Sal. 104:2 dice de Dios que se reviste de luz como un manto. En las manifestaciones sobrenaturales, la luz suele ser la señal de la presencia o de la intervención divina. A causa del resplandor que emanan, los seres celestes infunden un encanto sagrado. Otro tanto se dice de Moisés cuando bajó del Sinaí y de Esteban, favorecido por una visión (Hch. 6:15).
Aparte de su sentido literal como fenómeno natural, la «luz» es ampliamente usada en las Escrituras en sentido simbólico y metafórico. Equivale en Isaías 45:7 a la paz, en la misma proporción que las tinieblas representan la desgracia. La lámpara del malo se apaga. La claridad del rostro de Yahvé, o del rey, es imagen de su benovelencia. La luz, en este aspecto, en paralelismo con la vida, se opone a menudo a las tinieblas del sheol. Equivale también a conocimiento, aunque este sentido metafórico no resulta frecuente porque los hebreos no eran intelectuales. Sin embargo, en Isaías 2, 3, 5 se dice «Yahvé es luz», probablemente en la acepción de revelador. A veces se habla de la luz de la Ley o de la Palabra de Dios (Sal. 119:105); los juicios y mandamientos de Dios son luz (Is. 51:4; Prov. 6:23, cf. Sal 43:3), iluminadores por excelencia.
En la tradición profética, la luz alude a la salvación mesiánica, con todo lo que supone en materia de dicha, de vida nueva y de conocimiento, haciendo hincapié en uno u otro aspecto. La antítesis luz-tinieblas adquiere una gran importancia en el libro de Isaías. La salvación mesiánica se concibe como un tránsito de las tinieblas a la luz (Is. 42:6–7, 16; 45:7, 19; 49:6, 9; 50:3, 10, 11; 51:4; 58:8–10; 59:9–11). Sin embargo, la mentalidad hebrea permanece ajena a cualquier oposición metafísica entre la luz y las tinieblas. La antítesis luz-tinieblas también tiene suma importancia en los documentos de Qumrán, sobre todo en la Regla de Comunidad, donde se contrastan los hijos de luz y los hijos de las tinieblas, el Príncipe de la luz y el Ángel de las tinieblas, llamado > Belial en el Documento de Damasco y en las Regla de la Guerra.
Estas dos tendencias están muy próximas en el judaísmo tardío y se confunden con facilidad, como lo prueban algunos escritos del desierto de Judea. En este contexto, la Palabra divina, la Ley y los mandamientos reciben la denominación de luz (Sal. 19:9; Eclo. 1:4). En Sab. 7:26 se llama a la divina Sabiduría «reflejo de la luz eterna», lo que equivale a definir al propio Dios como luz. Es algo relativamente nuevo. El sentido profundo de esta idea tiene que elucidarse en función de los antecedentes bíblicos de la gloria de Dios o de la luz que le acompaña en las > teofanías. Esta concepción de Dios y de su Sabiduría no es explicable sin cierta influencia del mundo griego. La escatología trascendente de Daniel y de la Sabiduría incluyen también el tema de la luz (Dan. 12:3; Sab. 3). La Sabiduría, efusión de la gloria de Dios es un «reflejo de la luz eterna», superior a toda luz creada (Sab. 7:27, 29ss).
La corriente sapiencial bíblica esboza ya el concepto de las dos vías, la de la luz y la de las tinieblas, entre las cuales es preciso elegir (Prov. 2:13; 6:23; Sab. 5:6–7), concepto que alcanzará un importante desarrollo en el judaísmo postbíblico y en el cristianismo primitivo. En el NT la salvación se entiende como el paso de las tinieblas a la luz (cf. 2 Cor. 4:6; Col. 1:13; 1 Pd. 2:9).
En el NT, Lucas es el único entre los Sinópticos que llama a Cristo, «luz para iluminar a los gentiles» (Lc. 2:32, alusión a Is. 42:6), es decir, aquellos que estaban fuera del pueblo de Dios, el cual en el Evangelio se universaliza étnica y geográficamente (Jn. 1:5, 9; 3:19; 8:12; 9:5; 12:35, 36, 46; Hch. 13:47), de modo que Cristo es auténtica y universalmente «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn. 1:9), «la luz del mundo» (Jn. 8:12).
Mateo aplica a Jesús y a su ministerio en Galilea el oráculo de Is. 8:22. Tiene importancia la declaración del Primer Evangelio: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt. 5:14), probablemente una una alusión a Is. 42:6 y 49:6, dando a entender que en la nueva comunidad cristiana se cumplen las expectativas mesiánicas. En los nuevos tiempos inaugurados por el Evangelio, la Iglesia viene a representar el papel al que proféticamente estaba llamada la nueva Jerusalén: «Sobre ti resplandecerá Yahvé, y sobre ti será vista su gloria. Entonces las naciones andarán en tu luz, y los reyes al resplandor de tu amanecer» (Is. 60:3). En la tierra los discípulos tienen que ser la luz del mundo, en el más allá los justos resplandecerán, alusión a Dan. 12:3.
La epístolas, excepto las de Juan, emplean casi siempre la luz para referirse a la condición cristiana. Se caracteriza esta originalmente por el paso de las tinieblas (paganismo) a la luz (enseñanza de Cristo). Además, tiene que traducirse en la práctica en una conducta digna de tal vocación, por lo que los cristianos deben portarse como hijos de la luz, andar en la luz, vestir las armas de la luz y llevar a cabo las acciones de la luz (1 Tes. 5:5–8; Ro. 13:12; 2 Cor. 4:6). El autor de la epístola a los Hebreos, inspirándose en el libro de la Sabiduría, llama a Cristo «resplandor de la gloria del Padre» (Heb. 1:4).
En el Evangelio de Juan, Jesucristo es denominado «luz del mundo» tres veces (Jn. 1:9; 8:12). Tales afirmaciones se explican mediante las profecías en que la luz indica la salvación mesiánica (Is. 9:1). En el prólogo se llama al Logos la verdadera luz, sin duda para diferenciarla de la luz imperfecta de la antigua Alianza y, simultáneamente, para oponerlo a la luz material. Si han de aprovechar la luz que Cristo trae y que es él mismo, los hombres tendrán que estar libres de complicidad con las tinieblas. La salvación se reduce al tránsito de las tinieblas a la luz o a la curación de la ceguera espiritual.
La declaración de 1 Juan 1:5: «Dios es luz», es el único texto bíblico en que Dios es definido directamente como luz, pero hay numerosos antecedentes en la Escritura y se debe comprender a partir de ellos. Dios aparece en las teofanías envuelto en una gloria deslumbrante. Dios es luz por ser espíritu puro, inteligencia perfectísima. Este punto de vista corresponde al que exponer Sabidurías cap. 7, gracias a un vocabulario en parte tomado de los griegos. Pero Dios es luz, sobre todo, por ser la santidad infinita. Por consiguiente, comprendiendo la vida cristiana como una comunión con Dios, Juan declara que esa comunión sería una quimera si la calificación de Dios como luz no se reflejase en la conducta de los cristianos como un horror profundo a las tinieblas del pecado. Si Dios es luz, es amor igualmente. Y no habrá vida cristiana auténtica si no se descubre en ella una prolongación de ese amor, que es la misma esencia divina. Por ello, quien ama a su hermano mora en la luz; por el contrario, quien lo aborrece está en tinieblas (1 Jn. 5:1–21).
Los pasajes del Apocalipsis relativos a luz son préstamos más o menos claros de la literatura profética. La mujer alegórica del cap. 12 vestida de sol y con la luna bajo los pies, es una evocación simultánea de Is. 60:19–20 y de Cant. 6:10, cuyos textos describen la Sión de la era de la Gracia. Y en el mismo Is. 60 se inspiran visiblemente los detalles de la nueva Jerusalén, a cuya luz andan las naciones, a la cual ilumina la gloria de Dios y a la que el Cordero sive de antorcha (Ap. 21:24). La Jerusalén celestial reflejará en sí misma la luz divina, conforme a los textos proféticos (Ap. 21:23). Entonces los elegidos, contemplando la faz de Dios, serán iluminados por esta luz. Los cristianos son los «iluminados» por excelencia en virtud de su comunión con el Dios Trino, en cuya luz verán la luz (Sal. 36:9). Véase GLORIA, ILUMINACIÓN.