KOINÉ

Gr. koiné, κοινή = «común». El griego que se estudia en el Bachiller de Humanidades y en Filología Clásica como modelo de lengua de la antigüedad es el que corresponde, en líneas generales, al dialecto ático (hablado en Atenas y su área de influencia), ya que literariamente llegó a superar a todos los demás dialectos helénicos, principalmente en los siglos V y IV a.C. En él escribieron los grandes autores de la literatura griega clásica, es decir, los poetas trágicos Esquilo, Sófocles y Eurípides, el poeta cómico Aristófanes, los historiadores Tucídides y Jenofonte, el filósofo Platón y los oradores Lisias, Demóstenes y Esquines, principalmente. Debido a la importancia comercial y cultural de > Atenas, el ático resultó el dialecto que sirvió de modelo para la constitución del conjunto idiomático que llamamos he koiné diálektos, ἡ κοινή διάλεκτος —«lengua común»— o griego helenístico.
En el origen de la koiné como lengua universal se halla el proyecto de unificación de Grecia bajo Filipo de Macedonia y la extensión de las conquistas de > Alejandro Magno por todo el Oriente, que hicieron de esta modalidad del griego antiguo una koiné glossa, κοινὴ γλῶσσα o lengua común a todos los pueblos helenos y aquellos que se vieron inmersos en el ámbito cultural helenístico; en su forma literaria y más elevada la cultivaron, entre otros, instituciones venerandas de la antigüedad como la célebre biblioteca de Alejandría, filósofos como Aristóteles, historiadores como Polibio, eruditos y poetas como Apolonio de Rodas, científicos como Teofrasto de Alejandría o Arquímedes de Siracusa, y moralistas como Plutarco. Asimismo, la koiné constituye el fondo del griego bíblico, tanto de la Versión de los LXX o Septuaginta como del NT. Se difundió, aunque menos, por las costas occidentales del mar Mediterráneo hoy correspondientes a Italia, Francia, España y África del Norte, de modo que su conocimiento y su cultivo llegó a formar parte de los requisitos de todo aspirante al éxito social en la antigua Roma y sus provincias occidentales. Es un hecho comprobado que la Iglesia cristiana de la ciudad de Roma tuvo como lengua propia el griego koiné hasta bien entrado el siglo III d.C.
Entre los rasgos generales de la lengua koiné, en comparación con el griego clásico, podemos indicar unos pocos significativos: reducciones fonéticas de base e influencia dialectal jónica (reducción del grupo gn, γν a g, γ; solución ss, σσ para la tt, ττ ática, introducción de la vocal e, η en paradigmas donde en el ático clásico había predominado la a, α, etc.); pérdida progresiva de la distinción de cantidades vocálicas (vocales largas y breves) y desarrollo del acento como rasgo suprasegmental dominante; vocabulario nuevo con amplia entrada de términos foráneos (semíticos en el caso del griego bíblico) y eliminación de étimos antiguos reemplazados por otros más expresivos (por ejemplo, próbaton, πρόβατον, “oveja”, sustituye por completo al clásico oîs, οἶς, de la misma forma que khoîros, χοῖρος, “cerdo”, ha eliminado a hys, ὕς; el verbo gínomai, γίνομαι y alguno que otro más, como steko, στήκω, empiezan a sustituir, todavía tímidamente, al copulativo clásico eimí, εἰμί, que carecía de sustancia fónica debido, entre otras razones, al avance imparable del itacismo o sonido /i/ aplicado a varias combinaciones vocálicas); alteraciones en la flexión y los paradigmas clásicos del nombre y el verbo; reducción del uso del sistema casual y tendencia a la fijación de algunas palabras en caso único; tendencia a la regularización del sistema verbal por la eliminación progresiva de los antiguos verbos en– mi, -μι y la creación de paradigmas de conjugación más coherente; pérdida casi total del modo verbal optativo (el optativo más evidente en el Nuevo Testamento es el mé génoito, μὴ γένοιτο “que no sea así”, “de ninguna manera”, tan empleado por Pablo. Cf. Romanos 3, 4:6, 25; Gálatas 2, 2:21; etc.); pérdida progresiva de los matices que diferenciaban en la lengua clásica los temas de aoristo y de perfecto en detrimento de este último; evidente dominio de la parataxis frente a una clara inseguridad en el empleo de la subordinación; valor polivalente de la conjunción copulativa a expensas de otros nexos clásicos que van desapareciendo; nuevo valor completivo de la conjunción final hina, ἵνα; repeticiones de palabras para denotar intensidad; tendencia a fijar ciertos casos de la declinación en detrimento de la flexión completa de la época clásica; reducción del cuadro preposicional de la lengua clásica e introducción de adverbios como refuerzo de algunas preposiciones. Todo ello anticipa lo que siglos después sería el griego moderno, el actual dimotikí. En suma, se trataba de un idioma cómodo, flexible como el pensamiento, relativamente fácil de aprender y bien adaptado a su papel internacional. De ahí que, junto con el latín, llegara a ser lengua oficial del Imperio romano en la cuenca oriental del Mediterráneo.
Los eruditos distinguen varios tipos de koiné, p.ej., la koiné egipcia, conocida gracias a los papiros de la LXX y la gran profusión de correspondencia privada conservada en Egipto, así como la gran cantidad de escritos apócrifos y gnósticos que han salido a la luz a lo largo de los siglos XIX y XX. Encontramos también una koiné del Asia Menor, otra itálica, siria, persa, bactriana, o incluso india. Turner, entre otros, hace referencia a la existencia de una koiné grecojudía, hablada por los habitantes de Palestina, cuya lengua materna era el arameo, pero que empleaban el griego como vehículo común de expresión, troquelado por esquemas de su lengua nativa, lo que daba a la expresión helena un colorido muy particular. No hay que olvidar que Palestina fue uno de los países de Oriente donde la lengua griega común más se arraigó; el > latín, lengua de los invasores romanos, tenía en ella muy poco uso, aunque en tanto que idioma del Imperio se utilizaba para las comunicaciones y despachos oficiales. Flavio Josefo dice que todos los decretos redactados en latín se acompañaban de una traducción al griego.
En relación con las Sagradas Escrituras, diremos que los autores bíblicos acuñaron nuevas expresiones helenas debido a su trasfondo cultural semítico. Existe una notable diferencia entre la Septuaginta y el NT, así como entre los distintos libros que los componen. «La lengua de los traductores debió causar problemas a los griegos desconocedores de la mentalidad judía. Estos, sin embargo, puesto que hablaban también griego, debían entenderlo perfectamente» (A. Piñero).
Desde el punto de vista teológico, se ha dicho que la existencia de una lingua franca en el inicio del cristianismo muestra cómo la providencia divina preparaba la dinámica de la historia para llegar a la producción de un vehículo lingüístico universalmente empleado que sirviera para la propagación misionera del Evangelio en el mundo entonces conocido. Véase GRIEGO, lengua, HELENISMO, SEPTUAGINTA.
Bibliografía: Easterling, P & Handley, C. Greek Scripts: An illustrated introduction. London: Society for the Promotion of Hellenic Studies, 2001; Gonzalo Aranda, “Grecia XIII. Griego bíblico”, en GER 11., 304–306; V. Conejero, El lenguaje coloquial griego (Barcelona 1973); F. W. Gingrich, “The Greek NT as a Landmark in the Course of semantic Change”, en JBL 73, 1954, 189 ss; M. Guerra Gómez, El idioma del Nuevo Testamento (Burgos 1969); C.F.D. Moule, The Language of the NT (Cambridge, 1952); Antonio Piñero, “Griego bíblico neotestamentario. Panorámica actual”, en Cuadernos de filología clásica 11, 1976, 123–198; C.H. Turner, Sintaxis: Grammatical insights into the NT (Edimburgo, 1966).