KOINONÍA

Gr. 2842 koinonía, κοινωνία, derivado del vb. 2841 koinoneo, κοινωνέω = «compartir, participar en algo indivisible, comunicar con, tener comunión en» (la Vulg. traduce por communio), que en las versiones castellanas se traduce por comunicación, comunión, comunidad, participación (Hch. 2:42; 2 Cor. 6:14; 1 Jn 1:3, 6, 7). Este término tiene en el NT griego un riquísimo contenido que se expresa por sus distintos matices contextuales. Incluye como primer sentido el de «participación»; tener parte en alguna cosa o algo en común, p.ej., en sentido profano, una comunión de vida, tal como la del matrimonio: koinonía pantós tu bíu, κοινωνία παντὸς τοῦ βίου; también la participación de los bienes materiales o el hecho de formar parte de la ciudad. Para Platón, la sotería, σωτηρία o salvaguardia, no solo del individuo, sino de todo el kosmos, κόσμος, que comprende hombres y dioses, tiene su fundamento en la koinonía, κοινωνία. El vb. koinoneo, κοινωνέω frecuentemente va acompañado —como el sustantivo abstracto— de un genitivo de cosa o materia, o con preposiciones equivalentes (perí, epí, etc.). En la misma familia semántica, koinonós, κοινωνός designa al «compañero» o «partícipe» (Genosse, Teilhaber).
En la LXX no es frecuente esta familia de palabras. Koinonía, κοινωνία aparece solo en Lv. 5:19, pero no es traducción literal del hebreo. Koinonós, κοινωνός traduce a veces la raíz tsabar, צבר, «unir, ligar», de la que se derivan sustantivos como «unión de partes», «relación jurídica», «casa común», «asociación», también «compañero, socio, camarada, esposa», «asociación de los que honran a Dios» (Sal. 119:63), los cómplices de una fechoría, o incluso el vínculo con los ídolos. En los libros griegos del AT koinonós, κοινωνός (Ecles. 6:10; 41:19; 42:3) y koinoneo, κοινωνέω (Ecles. 13:1, 2, 17) comparten las acepciones griegas y las de la raíz tsabar, צבר, y koinonía, κοινωνία designa una participación concreta de algo (con gen. o dat. de la cosa; Sab. 6:23; 8:18). Pero no se usa para designar la comunión con Dios. En el NT, en cambio, la familia de términos de koinon-, κοινων- vuelve a ser ampliamente usada con varios matices semánticos que implican las acepciones helenísticas. Así koinoneo, κοινωνέω es empleado ocho veces (seis en el corpus paulinum, incl. Heb., una en 1 Pd. y una en 2 Jn.); koinonós, κοινωνός aparece diez veces (Mt. 23:30; Lc. 5:10; 1 Cor. 10:18, 20; 2 Cor. 1:7; 8:23; Flm. 17; 1 Pd. 5:1; 2 Pd. 1:4); koinonikós, κοινωνικός aparece en 1 Tim 6:18, y koinonía, κοινωνία se encuentra diecinueve veces (Hch. 2:42; 1 Jn. 1:3, 6, 7; Ro. 15:26; 1 Cor. 1:9; 10:16; 2 Cor. 6:14; 8:4; 9:13; 13:13; Gal. 2:9; Fil. 1:5; 2:1; 3:10; Flm. 6; Heb. 13:16). En Hch. 2:42 parece designar más bien la participación común en los bienes materiales, pero como efecto de la comunión eclesial. Es sobre todo en San Pablo donde el término adquiere contenido religioso cristiano profundo e inmediato. Pablo usa koinonía, κοινωνία para expresar la comunión del fiel en Cristo y en los bienes cristianos, así como la comunidad de los fieles entre sí. No habla directamente de una koinonía Theû, κοινωνία Θεοῦ, sino de aquella que es mediata a través de Cristo: 1 Cor. 1:9: ekléthete eis koinonían tu huiû, ἐκλήθητε εἰς κοινωνίαν τοῦ υἱοῦ, con varios equivalentes paulinos del concepto, como «en Cristo», la imagen de los miembros del cuerpo, el cuerpo y la cabeza, las expresiones con syn-, que manifiestan la mística unión con Jesucristo, su vida, sufrimientos (de especial relieve es Fil. 3:10: koinonían pathematon autû, κοινωνίαν παθημάτων αὐτοῦ) y glorificación. También es la participación en el Evangelio como mensaje salvífico (Fil. 1:5) y en la fe (Flm. 6), además de participación del Espíritu Santo (2 Cor. 13:13; Fil. 2:1). La comunión eucarística es el medio de relación en y con Cristo (1 Cor. 10:16ss), así como de su redención. Los comensales de las víctimas sacrificiales judías son koinonoí tu thysiasteríu, κοινωνοὶ τοῦ θυσιαστηρίου (1 Cor. 10:18, donde “altar” representa la presencia de Dios), mientras que los que comen de los sacrificios paganos se designan como koinonoí ton daimoníon, κοινωνοὶ τῶν δαιμονίων (1 Cor. 10:20). Entre los comensales se establece una comunión. Así, de la comunión en Cristo deriva la de los cristianos entre sí, que devienen koinonoí, κοινωνοί (Flm. 17; 2 Cor. 8:23), que viven en comunión espiritual (Rom. 15:27) para participar de los bienes y socorrer las necesidades de los demás, incluso las materiales (Rom. 1:13), y compartir gozos y dolores (Fil. 1:7; 4:14).
El término koinonía, κοινωνία no aparece en el Apocalipsis de Juan; no obstante, encontramos dos de la misma familia: synkoinonós, συγκοινωνός (Ap. 1:9) y synkoinonésete, συγκοινωνήσητε (Ap. 18:4). La preposición syn- se agrega en ambos casos al sustantivo koinonós, κοινωνός y al verbo koinoneo, κοινωνέω, enfatizando su semántica.
El término aparece solo cuatro veces en el NT. San Pablo usa una expresión muy semejante referida a los Filipenses, agradeciendo la solidaridad que han tenido para con él en sus tribulaciones, un participio sustantivado del verbo synkoinoneo, συγκοινωνέω, semánticamente equiparable al sustantivo synkoinonós, συγκοινωνός. Y va acompañado también del dativo te thlipsei, τῇ θλίψει: synkoinonésantes mu te thlipsei, συγκοινωνήσαντες μου τῇ θλίψει (Fil. 4:14). En Ap aparece en la presentación del Apóstol, Ioannes, Ἰωάννης, aposición en nominativo y en estricto paralelo con adelphós hymôn, ἀδελφός ὑμῶν, lo que, junto con el uso paulino —que agrega el gen. de persona al participio— permite suponer un tácito hymôn, ὑμῶν también después del synkoinonós, συγκοινωνός. Los siguientes dativos de cosa: en te thlipsei kaí basileía kaí hypomonê, ἐν τῇ θλίψει καὶ βασιλείᾳ καὶ ὑπομονῇ indican las realidades de que se participa, en este caso no bienes materiales, sino condiciones del espíritu. Por lo que hasta aquí nos mantenemos en el uso más clásico de koinonós, κοινωνός, “el que tiene parte con alguno en algo”[151]. Pero basileía, βασιλείᾳ, puesto entre “aflicción” y “paciencia”, y el agregado en Iesû, ἐν Ἰησοῦ —que puede, y así parece, estar referido no solo a “paciencia”, sino a los tres sustantivos—, entraña la semántica de la koinonía, κοινωνία johánica, ya que no es una simple participación de condiciones penosas con otros, sino también del Reino, y ambas cosas en Jesucristo. Jesucristo es, pues, el medio por el cual Juan es synkoinonós, συγκοινωνός con los destinatarios de su escrito, en penas y reinado. Es la solidaridad o comunión con Jesús y en Jesús la que hace que Juan sea solidario o esté en comunión con los destinatarios en penas, reino y paciencia. Eso explica la omisión del genitivo hymôn, ὑμῶν, ya que dejándolo tácito e implicándolo en cierto modo, permite la apertura del sustantivo a una semántica más amplia y profunda, en referencia al en Iesû, ἐν Ἰησοῦ final. El lenguaje y el modo de presentar la idea son muy próximos a los de San Pablo, no solo por el paralelo con Filp. ya señalado, sino porque recuerdan mucho las clásicas expresiones del Apóstol de los Gentiles acerca de la participación en los sufrimientos y en la gloria de Cristo, con el prefijo syn- (p.ej. Rom. 8:17), como también las fórmulas paulinas en Khristô, ἐν Χριστῷ (p.ej. Rom 6:11), aunque la expresión en to Iesû, ἐν τῷ Ἰησοῦ aparece tal cual solo en Ef. 4:21. En 1 Jn. 5:20 tenemos la fórmula …kaí esmén en to alethinô, en to huiô autû Iesû Khristû. Hutós estin ho alethinós theós kaí zoé aiónios, “…καὶ ἐσμέν ἐν τῷ ἀληθινῷ, ἐν τῷ υἱῷ αὐτοῦ Ἰησοῦ Χριστῷ. Οὗτός ἐστιν ὁ ἀληθινὸς θεὸς καὶ ζωὴ αἰώνιος”, lo que hace de nexo con las fórmulas johánicas de inmanencia. El sustantivo basileía, βασιλεία remite semánticamente al precedente v. 1–6a, kaí epoíesen hemâs basileían, hiereîs to theô kaí patrí autû, καὶ ἐποίησεν (el sujeto es Jesucristo, v. 5) ἡμᾶς βασιλείαν, ἱερεῖς τῷ θεῷ καὶ πατρὶ αὐτοῦ.
En Ap. 18:4 el uso del verbo no deja lugar a dudas en cuanto a su significado, uno de los posibles del hebreo tsabar, צבר. En ambos casos, lo que importa no es el término sino el concepto. La liturgia celestial del Apocalipsis en torno a la figura central del Cordero resalta la mediación redentora y retributivo-escatológica de Jesucristo en un marco lleno de símbolos y elementos de comunión divina, donde descuellan los conceptos de «reinar» con Cristo, la «pertenencia» a él, y algunas fórmulas de inmanencia. La grandiosa imagen de Jerusalén se presenta como novia y esposa del Cordero, con multitud de elementos menores, donde la comunión con Dios y con Jesucristo viene descrita en términos esponsalicios, la mayor comunión de vida entre dos personas humanas, que aquí denota la comunión humana en Dios. Así, en el marco del «cielo y tierra nuevos», que llevan a una perspectiva no solo escatológica, sino cósmica, la mutua inmanencia, el don de la vida divina en Jesucristo tiene para los fieles el desenlace final de un desposorio definitivo con Dios, de una comunión con todos los salvos en una vida inefable. Los que viven en koinonía, κοινωνία en la historia, cual ciudad-novia que se prepara bajo la moción del Espíritu, el Dios que la inhabita en comunión, claman anhelantes: «Ven».
En cuanto al texto crucial de 1 Jn., el autor usa la palabra koinonía para describir la condición de la realidad que «se ha manifestado» y que es Jesucristo: Vida eterna y Verbo de vida. Él ha podido experimentar y palpar al «Verbo de la vida» que se ha manifestado y lo proclama con valor de testimonio en orden a la koinonía, κοινωνία con sus destinatarios: «para que vosotros tengáis comunión con nosotros». La koinonía apostólica remite a la koinonía «con el Padre y con su hijo Jesucristo». Juan no pretende solo informar de un anuncio de modo intelectual, sino hacer partícipes de una realidad manifestada, experimentada, de la que habla el anuncio: la vida eterna, que es también misteriosamente la realidad misma de Jesucristo, Verbo de vida, ahora «conocido», pero no por los sentidos, «manifestado» y ahora inefable, según el criterio de certeza de ese «conocimiento», que es «intimidad con él». Los destinatarios de la carta, pues, son llamados a participar con el autor de una realidad que es Jesucristo mismo, en su condición divina. Por tanto, esta koinonía es más que «comunión» o «comunidad»: es «común participación» en el Padre y en Jesucristo (1 Jn. 1:3, 6; cf. 1 Cor. 1:9). Esta participación común en la única realidad de Jesucristo da fundamento a la comunidad fraternal (1 Jn. 1:7).
La realización de la finalidad de esta comunión excluye el pecado (2:1), y por eso la carta apunta a que los destinatarios lo excluyan. De allí la necesidad de declarar que la condición divina —de la que se es llamado a comulgar— es tal que «es luz y excluye la tiniebla», por eso es que «estar en comunión con él» (1:6, 7) implica, por participar de su vida eterna, excluir toda tiniebla, esto es, toda vida en contradicción con la divina, toda acción pecaminosa y toda transgresión. No se trata solo de un decirse o proclamarse en comunión, sino de una implicación de vida que responda a la realidad de esa comunión con Dios, que es «luz». Pero aquí entra en juego otro aspecto inescindible de la actividad de la Vida que se ha manifestado para que entremos en su comunión: «caminar en la luz», por lo que «estar en comunión unos con otros» (1:7) es posible, porque «la sangre de Jesús nos purifica de todo pecado». A la actividad de manifestación de la vida acompaña una «purificación», esto es, una transformación y exclusión de la condición pecadora del hombre, de toda su culpabilidad y reato, sin lo cual es imposible la comunión. El juego de las condicionales de los versículos 1:8–10, muestra que es imprescindible el reconocimiento de la condición pecadora del hombre y la confesión (1:9) humilde de los pecados, confiando en el poder purificador de la sangre de Jesús, juntamente con la exclusión en adelante de la conducta pecadora (1:6, 7; 2:1). Mas siempre, aun en el caso de pecado, está a la mano el recuperar la comunión perdida por la acción justificadora de Jesucristo, > «abogado», parákletos, παράκλητος permanente ante el Padre. La razón está en que él es víctima propiciatoria por nuestros pecados y por los del mundo. Sin embargo, él es «justo» (díkaios, δίκαιος [1:9, 2:1]). Por eso su sangre es «justificadora» y puede ser víctima propiciatoria. Hay una velada alusión aquí al reverso de la comunión a la que los hombres son llamados. A la comunión en la vida divina, a la comunión con Jesucristo y de Jesucristo, se accede por la confesión de los pecados, ante él que es «víctima por los pecados». Pero puede ser hilasmós, ἱλασμός y su haîma, αἷμα puede purificar, porque ha tomado sobre sí la condición pecadora, esto es, en carne mortal y pasible, siendo no pecador, sino díkaios, δίκαιος, «justo». Así, como veladamente, ha quedado dicho desde el principio de la carta que ha sido visto y «tocado por nuestras manos» (1:1), con nuestra condición mortal y sufriente: es su sangre la que nos purifica, es «víctima» (1:7; 2:2). La comunión en la vida divina es hecha posible por la comunión del «verbo de vida» con nuestra carne pasible, por la encarnación redentora.
Si la condición divina es tal que se la denomina «luz» y excluye absolutamente la obscuridad (1:5), no puede pretenderse «tener comunión» con Dios (1:6) sin una vida acorde con él en la que se participa, sin un «caminar en la luz» (1:7). La koinonía es posible gracias a la redención de Cristo
A través del don de la vida eterna, el hombre recibe el don de las mismas personas divinas, que comulgan con él en la zoé aiónion, ζωὴ αἰώνιον: del Padre, del Hijo y del Espíritu. Y es colocado en una posición de mutua inmanencia con el Dios Trino, sin perder su condición de criatura, y no por ser inocente, sino porque ha sido redimido de sus pecados en la sangre de Cristo, «víctima propiciatoria», que ha inaugurado así la comunión del hombre con Dios por la comunión del Hijo con la naturaleza humana. Véase COMUNIÓN, ENCARNACIÓN, IGLESIA, SALVACIÓN.