Langosta

Son varias palabras heb. las que designan las diversas especies o estados de la langosta. Es imposible determinar de una manera exacta los matices indicados por cada una de ellas, y nuestras versiones utilizan a veces nombres como saltón; en ocasiones se les denomina por su nombre heb., particularmente hagab (Lv. 11:22, RV). Los principales términos son:
Heb. 697 arbeh, אַרְבֶּה = «langosta» (Jue. 6:5; 7:12; Job 39:20; Jer. 46:26), a veces de una clase especial migratoria (Lv. 11:22; Jl. 1:4); 1357 geb, גֵּב, langosta en general (Am. 7:1; Nah. 3:17); 2284 jagab, חָגָב (Lv. 11:22; Nm. 13:33; 2 Cro. 7:13; Ecl. 12:5; Is. 11:16); gr. 200 akrís, ἀκρίς, se usa en Mt. 3:4 y Mc. 1:6 como parte integrante de la dieta nutritiva de Juan el Bautista.
La langosta es un insecto ortóptero saltador que se reparte en dos subórdenes. El primero incluye los saltamontes y langostas, con antenas largas y delicadas, que por lo general son más largas que el cuerpo; en las hembras el aparato de puesta, u oviscapto, está fuertemente desarrollado en forma de sable (Locusta viridissima). El segundo incluye los grillos, que se distinguen en particular por sus antenas cortas y fuertes (Pachytylus migratorius).
La langosta pasa por tres estados: la hembra deposita sus huevos en una cavidad cilíndrica del suelo, en abril o mayo. El insecto joven, que sale del huevo en junio, es una larva sin alas. Pasa al estado de ninfa cuando tiene alas rudimentarias, encerradas en vainas. Un mes más tarde viene a ser el insecto perfecto, alado, de una voracidad proverbial. Las devastaciones producidas por las langostas son tan terribles que figuran entre las plagas de Egipto (la octava, Ex. 10:4). Las dos especies más comunes son la Aedipoda migratoria y el Acridium peregrinum. Se hallan siempre en los desiertos orientales, pero de vez en cuando se multiplican de manera prodigiosa, invadiendo las zonas habitadas y llevando por todas partes la ruina y la desolación. Los libros poéticos y proféticos de la Biblia abundan en descripciones casi dramáticas de su poder de destrucción y de la incapacidad humana de resistirla. En el aspecto culinario, los orientales se han nutrido siempre de este insecto, clasificado entre los animales limpios (Lv. 11:21–22; cf. el ejemplo de Juan el Bautista, Mt. 3:4). Ligeramente asadas, las langostas son secadas al sol y saladas a continuación. Se consumen las partes carnosas, después de eliminar alas e intestinos. Los árabes las cuecen con mantequilla después de quitarles cabeza, patas y alas.
Son en sí mismas muy beneficiosas para mantener los campos libres de multitud de insectos nocivos para las cosechas, pero su formación en masa compuesta por millones de individuos se convierte en una de las plagas más temidas. Inmensos enjambres, que los orientales denominan los ejércitos de Dios, asolan el país. Marchan en orden, como un regimiento. Por la tarde se abaten sobre la tierra y cubren los campos. Por la mañana, cuando el sol ya está alto, se levantan y, si no han encontrado alimento, vuelan a favor del viento (Prov. 30:27; Nah. 3:16–17). Estos enjambres forman frecuentemente una nube de 16 a 18 km de largo y de 6 a 8 km de ancho, de tanto espesor que el sol no puede atravesarla; cambian la luz del día en tinieblas nocturnas y dejan la región visitada sumida en la oscuridad (Jl. 2:2, 10; Ex. 10:15). El ruido de sus alas es ensordecedor (Jl. 2:10). Cuando descienden sobre la tierra forman una capa de hasta 40 cm. de espesor; si el aire está frío y húmedo, o si están mojadas por el rocío, se quedan allí hasta que el sol las haya secado y calentado (Nah. 3:17). Nada las detiene. Apagan por su inmensa cantidad los fuegos encendidos para ahuyentarlas y llenan las fosas cavadas para impedirles el camino. Escalan murallas, entran en las casas por puertas y ventanas (Jl. 2:7–9). Devoran todo lo verde, arrancan la corteza de los árboles e incluso quiebran las ramas bajo su peso (Ex. 10:12–19; Jl. 1:4–12; 2:2–11).
Metafóricamente se compara la langosta al caballo (Job 39:23; Ap. 9:7). Joel llama langostas a los enemigos del pueblo (2:1, etc.). En el Apocalipsis las langostas aparecen como monstruos satánicos, instrumento de los juicios divinos sobre los hombres durante cinco meses, el tiempo de la vida natural de estos insectos. En la visión apocalíptica salen del pozo del abismo y tienen a Apolión como su caudillo. No tocan las plantas verdes, sino que tan solo atormentan a quienes no tienen el sello de Dios sobre la frente (Ap. 9:1–11).