EL AMARNA Antiguas ruinas de Ahetatón, capital egipcia construida por Amenhotep IV (ca. 1365 a.C.), situadas en la orilla del Nilo a unos 300 km al sur del Cairo.
La dinastía XVIII de Egipto (1570–1308) conquistó gran parte del Asia Occidental, incluyendo toda Siria Palestina. En los últimos días de Amenhotep III, sin embargo, el rey hitita Suppiluliumas (1375–1340) cambió el equilibrio de poder anexando partes de Siria, con lo cual el poderío egipcio disminuyó. Amenhotep IV heredó esta situación cuando a los once años de edad llegó al trono de Egipto. No tenía interés en las posesiones exteriores, le importaba más la teología. Repudió el culto a Amón y demandó que todos adoraran a Atón. Para honrar a este dios, limbo del sol, cambió su propio nombre por el de Akenatón y construyó su nueva capital Aketatón. Esta política religiosa chocó con el poderoso sistema sacerdotal de → AMÓN. Después de la muerte de Amenhotep (1340) se suscitó una reacción contra la religión de Atón y sus monumentos fueron desfigurados.
La importancia de El Amarna para el estudio de la Biblia reside en las tablillas de arcilla encontradas allí. Son textos de la oficina de relaciones exteriores en acádico, la lengua franca de la época. Ocho son textos escolares con que los escribas aprendían a leer y a escribir el cuneiforme. Otras son cartas diplomáticas de países lejanos: Babilonia (13), Asiria (2), Mitanni (13), Chipre (8), los hititas (1). La mayoría (de las casi cuatrocientas cartas) fueron enviadas por reyes de las pequeñas ciudades de Canaán.
Los textos de El Amarna indican las condiciones en Canaán durante el siglo XIV a.C. Había mucha rivalidad entre los reyes de las ciudades-estado, situación que observó bastante avanzada y había excelente comunicación con todo el Cercano Oriente.
Las cartas de El Amarna señalan la importancia de la escritura en aquella época. Reyes de muchos pueblos escribían a Egipto en el idioma diplomático originario de Mesopotamia. Los escribas egipcios practicaban el acádico con escritos de cuentos mesopotámicos. Saber leer y escribir en aquellos tiempos era mucho más importante que lo que corrientemente se ha pensado, como demuestra también Jue 8:14, donde un joven escribe para Gedeón los nombres de setenta y siete ancianos de Sucot.
Los datos de El Amarna arrojan luz sobre el antecedente bíblico. El nombre del rey de Jerusalén sugiere el culto a una diosa adorada por los hititas, indicación de que en épocas remotas había hititas al sur de Palestina (cf. Gn 23). En Egipto, con el nombre de Yarhamu se designaba al encargado de la distribución de granos, un puesto semejante al de José (Gn 42:1–7) y con nombre semítico.