María

Gr. 3137 María, Μαρία o Mariam, Μαριάμ, del heb. > Miryam, מִרְיָם. Nombre de varias mujeres del NT, que trataremos por separado.
MARÍA, hermana de Moisés. Ver MIRIAM.
MARÍA, Madre de Jesús
Los únicos datos auténticos sobre María, la «madre de Jesús» (Maria he méter tu Iesû, Hch. 1:14; Mt. 2:11) proceden de los evangelistas. No hablan de ella ni Santiago, ni Pedro, ni Judas. Pablo alude a ella solo indirectamente en Gal. 4:4–5.
1. María en los Sinópticos.
1.1. Imagen sintética de María.
1.2. María, mujer-madre.
1.3. María, una madre que busca a su hijo.
1.4. El hijo de María y su familia.
1.5. María, madre de varias hijas e hijos.
1.6. María, un corazón que todo lo guarda.
1.7. Bendito el vientre y los senos de María.
2. María en Juan.
3. María en Pablo.
I. MARÍA EN LOS SINÓPTICOS. En Marcos, María es mencionada exclusivamente en relación con sus otros hijos e hijas, y solo en dos textos: 3:31–35 y 6:3–4.
En Mateo, aparece en la genealogía de Jesús (1:16), la historia del nacimiento, la visita de los magos, la huida a Egipto y el retorno a Israel (1:18–25; 2:11; 2:13–15; 2:20–21); también en los pasajes que mencionan a sus hijos e hijas (12:46–50; 13:55).
En Lucas, se la menciona en la > anunciación, la visita a > Isabel, el canto del > Magníficat, el empadronamiento junto a > José, el nacimiento de Jesús, la visita de los pastores, en el Templo y delante de > Simeón (1:26–38; 1:39–45; 1:46–56; 2:4–7; 2:16, 19; 2:27, 33–34); aparece también en la peregrinación a Jerusalén (2:41, 48, 51); por último, se la nombra junto a sus hijos e hijas (8:19–21) y en la bendición de una mujer (11:27). Es el evangelista que más habla de ella. De los 152 versículos del NT que se refieren a María, unos 90 proceden de Lucas. Además de los textos mencionados, es importante destacar que, dentro de la obra lucana, María aparecerá también en los Hechos de los Apóstoles (1:14).
Los Sinópticos, en general, la enfocan desde la perspectiva de su maternidad en relación con Jesús. Esto constituye el mayor motivo para mencionarla. Un enfoque tal está ligado a la función misma de estos Evangelios, que dan testimonio del origen, la misión y la actuación de Jesús como Mesías, Emmanuel e Hijo de Dios que va a realizar las promesas divinas. Él es el centro en torno al cual giran todos los relatos. Los distintos personajes que aparecen en sus capítulos y versículos son mencionados en la medida en que se relacionan con Jesús y contribuyen a la realización de sus objetivos.
1.1. Imagen sintética de María. Al igual que su esposo José, parece que era de la tribu de Judá, del linaje de David (Lc. 1:32; Ro. 1:3; cf. Sal. 132:11). Seis meses después de la concepción de Juan el Bautista, le fue enviado el ángel > Gabriel a Nazaret, la localidad donde ella residía, seguramente con sus padres. Los textos afirman que José, con quien estaba prometida (Lc. 1:26, 27), descendía de David. No dicen lo mismo de manera explícita acerca de María, pero hay numerosos comentaristas que le atribuyen también una ascendencia davídica. En efecto, en la > anunciación se le promete que su hijo recibiría el trono «de David su padre» (Lc. 1:32). Además, en varios pasajes (Ro. 1:3, 2 Ti. 2:8; y cf. Hch. 2:30) se afirma que Jesús es, según la carne, del linaje de David. Por otra parte, una gran cantidad de exegetas opina que en Lc. 3:23–28 se da la genealogía de Cristo a través de su madre, en cuyo caso el padre de María sería Elí. Sea como fuere, el ángel anunció a María que ella era objeto del favor divino y tendría un hijo al que pondría por nombre Jesús, que sería grande y se lo llamaría Hijo del Altísimo (cf. Lc. 1:32, 33). A la pregunta de María de cómo podría ser tal cosa, por cuanto era virgen, el ángel le respondió que ella concebiría por el poder del Espíritu Santo (Lc. 1:35). Estas palabras le revelaron que había sido elegida para ser la madre del Mesías, por lo que aceptó con fe y humildad el honor que Dios le confería de una manera tan misteriosa. En este sentido, María es «agraciada», o más exactamente, «muy favorecida» (Lc. 1:28).
El ángel le informó que > Elisabet, su prima, iba a tener también un hijo. María se fue entonces a la población de los montes de Judea donde vivían Zacarías y Elisabet. Permaneció tres meses en casa de sus parientes y bajo su protección; no volvió a Nazaret hasta poco antes del nacimiento de Juan. José, que se proponía repudiar a María en secreto, supo mediante una visión la causa de su embarazo (Mt. 1:18–21); recibió la orden de tomar a su mujer con él y de dar al niño el nombre de Jesús: «Porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1:21). Obedeció entonces la orden de Dios y tomó a su mujer consigo, «pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús» (Mt. 1:24, 25). Este matrimonio protegió a María y salvaguardó su secreto. El niño tuvo a José como padre legal, y vino así a ser también el heredero de David.
El nacimiento del niño prob. tuvo lugar en > Belén. El emperador Augusto había ordenado que se efectuara un > censo de todo el Imperio, por lo que se tenían que registrar todos los habitantes de Palestina. José tuvo que dirigirse a Belén, y María lo acompañó. No encontrando lugar en el mesón, se vieron obligados a alojarse en un establo, posiblemente exento de animales a fin de poder dar cabida a la gente que acudía. Allí nació Jesús. Su madre «lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre» (Lc. 2:7). María, maravillada y llena de fe, oyó a los pastores hablar de su visión nocturna, de la proclamación de los ángeles, anunciando el nacimiento del Salvador. Cuarenta días después, María y José se dirigieron a Jerusalén para presentar el niño al Señor y para ofrecer en el Templo el sacrificio demandado por la Ley (Lv. 12:2, 6, 8). Ella presentó la ofrenda de los pobres (un par de palominos o dos tórtolas). El anciano > Simeón tomó al niño en sus brazos, alabando al Señor que le había permitido ver al Mesías, y después anunció los futuros sufrimientos de María (Lc. 2:35). José y María volvieron, acto seguido, a Belén (Mt. 2:11).
Instalados en una casa, recibieron a los > magos de Oriente que se habían acercado a adorar a Jesús (Mt. 2:1–11). La familia entera, por instrucciones de Dios, se refugió en Egipto para escapar a las intenciones asesinas de Herodes el Grande, y después, a la muerte de este último, se dirigieron a Nazaret. El episodio de Jesús en el Templo a los doce años desvela algo del carácter de su madre. Ella iba cada año a Jerusalén, como José, para la fiesta de la Pascua (Lc. 2:41), aunque la Ley no lo demandaba a las mujeres judías (Ex. 23:17). José y María, personas piadosas, llevaron a Jesús a Jerusalén a partir del momento en que tuvo la edad requerida, a fin de que también participara de aquella celebración.
No se vuelve a saber nada de María hasta el inicio del ministerio público de Jesús. Aparece en las bodas de Caná (Jn. 2:1–10), donde contempla con gozo cómo Jesús se manifiesta como Mesías, y cree en su misión. Debido a que José no es mencionado, se supone que habría muerto para entonces. María siguió a su hijo en su último viaje a Jerusalén. Sufriendo a la vez como madre y como discípula, contempló el horrible espectáculo de la crucifixión. Jesús, en medio de sus sufrimientos, se dirigió a ella y la confió a Juan, su querido discípulo (Jn. 19:25–27).
Después de la > Ascensión de Jesús, estuvo con los apóstoles en el aposento alto (Hch. 1:14); a partir de ahí, no se la menciona más en las Escrituras. No se sabe ni la fecha ni las circunstancias de su muerte. En el valle de Cedrón se muestra lo que se afirma ser su tumba, pero no hay base alguna para aceptar su autenticidad. Las tardías leyendas acerca de María no contienen ningún relato digno de ser creído. En las Escrituras es presentada simplemente como una magnífica figura de mujer devota y piadosa. Ocupa un lugar único, como madre del Mesías, y la llamarán «bienaventurada [makarizo, μακαρίζω] todas las generaciones» (Lc. 1:48), exclamación tomada del AT, cuando nació a Lea su hijo Aser (Gn. 30:13).
1.2. María, mujer-madre. Marcos, aunque es el más antiguo de los Evangelios Sinópticos, no contiene ningún relato sobre el anuncio, la gestación, el nacimiento y la infancia de Jesús. Por tanto, María no aparece en este contexto. El evangelista comienza su narración con la presentación y actuación de Juan el Bautista; hace destacar a este personaje para la “iniciación” de Jesús dentro de la historia salvífica. De igual manera, Marcos abre su historia, no con el nacimiento de Jesús, sino con su adopción como Hijo de Dios, evento que ocurre inmediatamente después de ser bautizado por Juan en el río Jordán. Es presentado simplemente como “Jesús de Nazaret de Galilea” (1:9). La adopción se describe como una acción realizada por el Espíritu Santo y anunciada por una voz del cielo: “Tú eres mi hijo amado, en ti pongo mi agrado” (1:10–11).
Así, de acuerdo con el texto marcano, es el bautismo, seguido de la adopción, lo que hace de Jesús el Hijo de Dios. Es a partir de este momento cuando este Evangelio empieza a narrar el ministerio de Jesús.
Por eso, no destaca a María como la persona que gesta y da a luz al Hijo de Dios. En el Evangelio de Marcos, María es exclusivamente una mujer como cualquier otra y da a luz a Jesús de Nazaret igual que a otros hijos e hijas.
De hecho, solo la menciona dos veces (3:31–35; 6:3–4) dentro del contexto geopolítico de Galilea, siempre al lado de sus otros hijos e hijas y dentro del ambiente social de la casa.
El primer texto pertenece al momento de la actuación inicial de Jesús en los alrededores del mar de Galilea, siendo Cafarnaún uno de los centros de su actuación sinagogal (1:21) y su lugar de residencia (2:1).
Los comentaristas bíblicos indican que Mc. 3:31–35 debe ser leído dentro del contexto literario mayor de 3:20–35, porque en 3:20 se menciona la casa de Jesús y porque en 3:21 se acostumbra leer que los “parientes de Jesús lo buscaban para aprehenderlo”. A causa de las dificultades textuales de 3:20–21 y de sus implicaciones para la interpretación y comprensión de María en este contexto, es necesario analizar atentamente algunos detalles:
Jesús ya ha realizado sus primeros milagros y curaciones. Multitudes lo seguían de todos los lugares en torno al mar de Galilea. El mar y los montes, la sinagoga y la casa son lugares de enseñanza, de conflictos y de demostraciones de su poder. Tiene un grupo que lo sigue fielmente, en especial los Doce (3:13–19). Mc. 3:20 abre un nuevo escenario que pasa por la casa de Jesús:
Esta no se presenta solo como lugar de abrigo y consejo, donde se puede descansar y hacer reflexiones, sino también como un centro de preocupación. Los versículos 20 y 21 señalan algunas dificultades: a) 3:20 afirma que “él” —Jesús— va a la casa y allí se le junta nuevamente una multitud que plantea un problema: “ellos no podían comer el pan”, es decir, no podían hacer una refección. ¿Quiénes son “ellos”? La exégesis presupone, sin explicarlo, que son los discípulos que acompañan a Jesús. Sin embargo, no está del todo claro, dado que 3:20 introduce una nueva unidad y en ella los discípulos no son nombrados. Se puede tratar, entonces, de Jesús y la multitud, los dos actantes que nombra 3:20. La causa por la cual no pudieron comer tampoco queda clara: ¿Es mucha la gente o poco el pan? b) 3:21 agrega un tercer actante: los hoi par’ autû, que normalmente se traduce como “sus parientes” o “su familia”. En primer lugar, hay que considerar que los textos, cuando quieren hablar explícitamente de “parientes”, emplean el término griego syngenés y sus derivados, como en el caso de Mc. 6:4; Lc. 1:58; 2:44; 14:12; Jn. 18:26; para el concepto de “familia” se emplea el término griego oîkos y sus derivados. Analizando la expresión hoi par’ autû se percibe su originalidad en relación con el resto del NT, lo que dificulta su explicación. A partir de otros textos, hoi par’ autû se puede traducir como “los que forman parte de él”, “los que pertenecen a él”, “sus enviados”, lo que no corresponde necesariamente a su familia “carnal”. En la Septuaginta, una de las fuentes lingüísticas de los Evangelios, puede observarse que 1 Mac. 9:44–58 usa el mismo sintagma hoi par’ autû para designar a los hombres que combatían junto a Jonatán; 1 Mac. 13:52 muestra que, después del combate contra sus enemigos, Simón ocupa la ciudad de Jerusalén y empieza a vivir en ella con los suyos (hoi par’autoû), que puede significar el grupo que peleaba junto a él, incluyendo quizá algunos miembros de su familia, dado que enseguida se menciona a su hijo Juan.
Se percibe nítidamente que 3:20–21 forma parte del trabajo redaccional de Marcos y no se encuentra en los demás Sinópticos. Intenta insertar en este contexto fragmentos de tradiciones variadas. Mc. 3:13–19 habla de los Doce; 3:20 introduce un nuevo escenario en la casa de Jesús, en el cual entra la multitud; el versículo 21 continúa, de manera desconectada: “y habiendo oído los suyos (hoi par’ autû) fueron para…”; y 3:22 introduce una nueva perícopa, con nuevos personajes.
Buscando entender el trabajo redaccional de Marcos dentro del contexto, y considerando el análisis, optamos por traducir hoi par’ autû como “los suyos”, referido al grupo de los Doce, anteriormente mencionados. Están junto a Jesús en su ministerio cotidiano. Se trata de una relación de pertenencia que nace a partir de una escucha, no de un parentesco. Por lo tanto, 3:21 se lee así “y habiendo oído los suyos (los Doce), salieron para…”
El siguiente paso indica el otro problema interpretativo. En 3:21 el término krateîn, traducido por lo general como el acto de “prender”, vendría a afirmar la hostilidad de la familia de Jesús en relación con él, la incomprensión para con su ministerio, la no-adhesión al discipulado. Se equipara el hecho de “prender” a Jesús por parte de su familia con la acción que realizan sus enemigos políticos y religiosos. Es necesario indicar que la polisemia intrínseca del verbo krateîn, que se observa incluso dentro del mismo Evangelio de Marcos, abarca los sentidos de “alcanzar”, “sustentar”, “tomar de la mano”, “abrazar”, “guardar/proteger” y “prender”. No tener en cuenta estos diversos significados es, cuando menos, pecar de negligencia, dadas las múltiples posibilidades interpretativas que permiten. En las 14 veces que este verbo es utilizado por Marcos, se pueden distinguir, por lo menos, cuatro contextos y, por lo tanto, cuatro contenidos distintos. La intención de Marcos es destacar, en este contexto concreto del capítulo 3, la fatiga de Jesús por el trabajo realizado y su necesidad de descansar y alimentarse, lo que resulta imposible debido al “cerco” de la multitud. Todo esto puede dejar a Jesús “atónito”, confuso y perturbado, lo que motiva la intervención efectiva de los “suyos”. En este contexto, toda la acción gira en torno al cuidado y no a la hostilidad, algo diametralmente distinto de lo que normalmente se afirma en los comentarios al pasaje. La impresión es que la interpretación tradicional busca hostigar a la familia de Jesús, incluso a María. No se puede afirmar con certeza que esa fuera la intención de Marcos, pero sí que tal es la explicación que ha asumido la exégesis. Resulta imposible sentar de forma rotunda que Mc. 3:21 excluya totalmente a los “parientes” de Jesús, pero tampoco puede afirmarse categóricamente que “parientes” tenga una significación exclusiva, con todas sus consecuencias interpretativas.
1.3. María, una madre que busca a su hijo (Mc. 3:31–35 par.). Después de la discusión con los escribas (Mc. 3:22–30), Marcos inicia una nueva unidad de sentido, introduciendo nuevos actantes y un nuevo contenido. Jesús está en su casa en Cafarnaún, que continúa llena de gente (3:32). El texto menciona “a su madre y sus hermanos” (3:21), que permanecen fuera; envían a alguien —el texto no menciona a quién— para llamarlo. La noticia se difunde y el pueblo anuncia a Jesús: “tu madre y tus hermanos” te están buscando (3:32).
El relato de la presencia de María con sus hijas e hijos no indica, explícita o necesariamente, que exista una situación de conflicto. Simplemente buscan a Jesús. Quieren contactarlo. Sin embargo, aquí también la tradición interpretativa ha acentuado la tendencia hostil en relación con la familia de Jesús, en el sentido de que estos querían controlar, frenar o interrumpir su acción profético-mesiánica.
Este relato está consignado en los tres Evangelios Sinópticos (Mc. 3:31–35; Mt. 12:46–50; Lc. 8:19–21). En los tres se señalan la presencia de la multitud en la casa de Jesús, la mención de su madre y sus hermanos, la constatación de que la madre y los hermanos están fuera de la casa, la no mención del nombre de María y la ampliación del concepto de familia desde la perspectiva de Jesús.
Algunos aspectos merecen ser destacados:
a. La no utilización del término “familia”: los textos hablan de una composición familiar que no es patrilineal, ni patriarcal. Aparecen la madre, los hermanos y las hermanas. La figura y la autoridad de un paterfamilias no es central en el relato: José no es mencionado. Los textos no transfieren el patriarcado familiar a Dios, de modo que la expresión “Padre celestial” aparece solo en la versión de Mateo, debido a su fuerte tradición judaica.
b. María, con sus hijas e hijos, busca a Jesús para verlo y hablar con él, es decir, busca una relación, no controlarlo o desviarlo de su misión.
c. La mención de los dos grupos que quieren estar con Jesús —la multitud y su madre con sus hijas e hijos— apunta a una diversidad de relaciones. No hay que interpretarlos como grupos rivales o contrapuestos, pues queda constancia de que hay contacto entre ambos: Mc. 3:31 nos dice que alguien fue enviado para llamar a Jesús; la gente, sabiendo de la presencia de María con sus hijas e hijos, se lo anuncia a Jesús. No hay en las palabras ni en los gestos ninguna señal de hostilidad o negatividad.
d. Estar “fuera” no indica una postura en relación con la actividad de Jesús, sino una localización en el espacio en referencia a la casa. El término exo es utilizado en los tres relatos sinópticos solo como adverbio de lugar. En este sentido, estar “fuera” indica por lo menos dos realidades: Jesús vive en Cafarnaún independiente de su madre, que reside en otro lugar, tal vez en Nazaret. Los tres textos apuntan a la multitud como la causa por la que María con sus hijas e hijos no puede entrar en la casa y, por lo mismo, quedan fuera.
Esta sería, entonces, la primera perspectiva de estos textos: Presentar a María, con sus hijas e hijos, buscando contacto con su Jesús en la casa que este tiene en Cafarnaún, así como la relación que se establece entre este grupo y la multitud reunida allí. La segunda narra la reacción, los gestos y las palabras de Jesús frente a esta situación.
1.4. El hijo de María y su familia. Jesús rompe con cualquier concepto de familia, conocido en aquella época y hasta hoy. Sin embargo, esta ruptura no implica la exclusión de Jesús de su familia carnal. El objetivo es crear una heterotopía, un espacio distinto, un contra-espacio en el cual se puedan construir relaciones cualitativamente nuevas dentro de un espacio geopolítico-religioso marcadamente patriarcal, injusto y opresivo. Estas relaciones no estarán orientadas por la patria potestas ni por los lazos genéticos que definen la pertenencia familiar. El criterio será hacer la voluntad de Dios (Mc. 3:35; Mt. 12:50); Lc. 8:21 dice lo mismo, pero de una forma más concreta: recibir y practicar la Palabra de Dios, revelada en la Torah y realizada en Jesús de Nazaret (cf. Lc. 4:16–21). En este sentido, Jesús se vuelve al paradigma del cumplimiento de la voluntad de Dios, pero María también es paradigmática, conforme a lo anunciado en Lc. 1:38; desde el principio ella está realizando, haciendo concreta y viable la voluntad de Dios. Por lo tanto, en este contexto y a partir de este relato, no hay por qué elaborar una crítica sobre el desligamiento de Jesús en relación con María como madre.
Sin embargo, en este mismo relato hay una mención a “la espada que atravesará tu corazón” (Lc. 2:35) en las primeras palabras agregadas a los gestos de Jesús: Mc. 3:34 y Mt. 12:49 presentan, en primer plano, una limitación de esta nueva familia. De acuerdo con Marcos, Jesús mira a los que están sentados a su alrededor; Mateo limita este grupo a los discípulos, que son hermanos, hermanas y madre. Por un lado, esto es revelador e indica el hecho de que no hay distinción entre hombres y mujeres para el seguimiento de Jesús: en aquella casa y en el grupo discipular había varones y hembras. Por otro, este gesto y estas palabras son excluyentes: no incluyen a los que están “fuera”, a quienes no forman parte del grupo. A partir de ahí se puede decir que María, con sus hijas e hijos, no está incluida en la familia de Jesús. Esta sería entonces la “espada que atraviesa el corazón” de María, una expresión de rechazo.
Son, sin embargo, las otras palabras que Jesús pronuncia las que, simultáneamente, “des-atraviesan” esta espada: de la restricción local, de la limitación del grupo reunido en torno a sí, Jesús va a ampliar irrestrictamente, en términos de cantidad y en sentido espacio-temporal, el número de personas incluidas en esta familia: “Quien quiera hacer…” (Mc. 3:35; Mt. 12:50; Lc. 8:21). Aquí, como antes, también María con sus hijas e hijos están incluidos (Hch. 1:14).
1.5. María, madre de varias hijas e hijos (Mc. 6:3–4 y par). Después de un bloque de parábolas y curaciones, Marcos vuelve a hablar de María y de sus hijas e hijos. Se trata del episodio en que Jesús vuelve a su tierra, acompañado de sus discípulos, y va a enseñar a la sinagoga (Mc. 6:1–6; Mt. 13:53–58). Es debido a la reacción del pueblo, escandalizado por la sabiduría y las señales poderosas de Jesús, que María y su familia son conocidas en Nazaret. En esa tradición, que probablemente tiene su origen en aquella localidad, se preserva un registro de la profesión de Jesús, más algunos nombres de los hijos de María, aunque no aparecen los de las hijas.
Jesús es presentado como ho tekton, “el carpintero”, “el hijo de María y hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón” (Mc. 3:6a). Es interesante observar, en la crítica textual, que el hecho de que Jesús tenga hermanos no es un asunto polémico, puesto que todas las versiones aportan el dato. Por lo tanto, las hermanas de Jesús, hijas de María, también son conocidas en la ciudad: “¿y no están entre nosotros sus hermanas?” (Mc. 6:3b). Lamentablemente, no se sabe cuántas fueron, ni cuáles eran sus nombres; esto es típico de una historiografía androcéntrica. De la ausencia de sus nombres, sin embargo, no puede deducirse que “este silencio refleja el hecho de que las hermanas nunca formaran parte de la iglesia”, porque existen muchos textos que hablan de mujeres en el seguimiento y el servicio a Jesús, sin mencionar por ello sus nombres (véase p.ej. Mc. 15:40–41; Lc. 8:2–3; Hch. 1:14). Aquí, lo que se destaca del texto y que debe ser mantenido es que, además de Jesús, María tuvo otras hijas y otros hijos.
Presentar hijos e hijas a través de la generación materna es totalmente extraño. En Marcos, José no es mencionado ni una sola vez. Esto podría indicar, como mínimo, una doble perspectiva a los ojos del pueblo: El término “hijo de María” o fue usado polémicamente como insulto o para recordar el nacimiento virginal de Jesús. La versión polémica estaría inspirada en la cultura religiosa judía e insinuaría un nacimiento extra-matrimonial, es decir, una filiación ilegítima. Mateo armoniza este asunto, interpretando la tradición en el sentido de que habla de Jesús, no como el “carpintero”, sino como el “hijo del carpintero” (Mt. 13:55). Los demás datos dados por Mateo coinciden con los de Marcos.
Por tanto, para Marcos y Mateo no es polémico ni problemático el hecho de que María haya tenido otras hijas e hijos, además de Jesús. El dato central está en la procedencia humilde y pobre de Jesús, pese a lo cual es reconocido como sabio y poderoso entre los pobres de toda la región. Lucas tampoco tiene problemas con el hecho de que María haya tenido otros hijos, pues lo que destaca del nacimiento de Jesús es que era el “primogénito” (Lc. 2:7). Será la historia de las interpretaciones la que cambiará el punto central de la tradición bíblica, creando polémica con los otros hijos e hijas de María, y esto a causa de la estructura dogmática de la eterna virginidad de María, que la volvió virgen inmaculada.
1.6. María, un corazón que todo lo guarda. La genealogía de Mt. 1:1–17 menciona a Tamar, Rajab, Rut y Betsabé, mujeres marginadas y discriminadas, que protagonizaron la historia de Israel, a partir de una dinámica contracultural. Junto a ellas destaca María, que rompe las estructuras patriarcales de dependencia y sumisión de las mujeres, en una historia forjada y definida por varones.
El Evangelio de Mateo, a partir del nacimiento de Jesús, destaca la figura de María apenas como madre de Jesús y esposa de José. En el relato sobre los magos de Oriente (Mt. 2:1–12), María apenas aparece como la madre que está al lado del bebé (2:11). Ninguna palabra se le dirige ni se dice nada más respecto de ella. Después, a causa de la persecución de Herodes y de la necesidad de protección y salvación del niño Jesús, el texto destaca la actuación de José: la aparición de los ángeles, las decisiones y la iniciativa de acción están relacionadas con él (Mt 2:13–23). María es llevada de allá para acá, gracias a la acción de José que se encuentra obedeciendo la orden del ángel; está bajo “advertencia divina” recibida a través de un sueño (2:22; 2:12). Así, a través del ángel que se le revela a José, María ve trazado el itinerario del nuevo éxodo, por causa de Jesús (Mt. 2:15). Es interesante notar que en el relato de la huida a Egipto y posterior regreso a Israel, María es mencionada por su nombre solo en boca del ángel. Destaca solo en relación con el niño nacido: “toma al niño y a su madre…” (2:13–14, 20–21). Su vida está en función de su hijo. Ella no opina, no decide. Simplemente va. Ninguna palabra se dice respecto a las dificultades enfrentadas en Belén, en el camino, en el período postparto, en el ritual de purificación…
Del relato de Mateo solo se puede destacar el cumplimiento de las profecías: Belén (2:5–6 = Miq. 5:2); la huida a Egipto (2:15 = Os. 11:1); la matanza de los inocentes (2:17 = Jer. 31:15); el regreso a Nazaret (2:23). En conclusión, Mateo solo hace referencia a María a causa del cumplimiento de la profecía (1:22–23 = Is. 7:14).
La perspectiva de Lucas destaca a María más como sujeto de decisión y acción. El ángel se le aparece y le habla a ella, no a José (Lc. 1:26–38). El saludo y el mensaje del ángel son amistosos, animosos, teológicos. María no necesita la intercesión de José, quien ni siquiera aparece en estos momentos. Ella protagoniza la > hierofanía, incluso en la afirmación del anuncio: “He aquí la sierva del Señor” (1:38). Con esto, se inserta en la tradición profético-mesiánica de servicio participativo al Señor, a partir de la perspectiva del “siervo de Dios”. María, en el enfoque lucano, participa en el proceso de la nueva creación. El mismo Espíritu-rúaj que posaba sobre las aguas en el caos original, viene ahora sobre María, y el poder del Altísimo (Elohim en heb., hýpsistos en los LXX y en Lucas) la envuelve con su sombra/nube (Lc. 1:35; cf. Ex. 40:35). Los dos verbos utilizados para rúaj e hýpsistos apuntan al poder creador de Dios. Lucas hace una especie de > midrás a partir del relato original de Gn. 1:2, agregándole elementos numinosos de Ex. 40:34–38. Nada se dice de lo que acontece bajo la sombra/nube que cubre a María, pero será reconocido como santo y el fruto será Hijo de Dios. A la “gloria de Dios” (Ex. 40:35) corresponde, en este sentido, la afirmación de la gloria de Dios revelada a través del nacimiento de Jesús (Lc. 2:9, 14:32; véase también Jn. 1:14).
Otro aspecto que se destaca en Lucas es la independencia y autonomía de María en relación con José, algo inhabitual dentro de aquel contexto. Inmediatamente después del anuncio y su confirmación, María decide visitar rápidamente a su prima Isabel (Lc. 1:39–56). Vemos la decisión y acción de una joven mujer que se enfrenta, no solo a las decisiones patriarcales, sino también al camino montañoso de Judea, algo que sin lugar a dudas era además peligroso, debido a los asaltos y a la violencia que podían sufrir los viajeros.
Superado aquel trayecto agreste, finalmente se da el esperado encuentro con la prima. En el abrazo afectuoso se da la otra revelación, una nueva experiencia hierofánica, esta vez de parte de la anciana y embarazada Isabel, que pronuncia las dos primeras bendiciones a María (1:42, 45). Es en este contexto donde María pronuncia las palabras del Magníficat (1:46–55).
Este cántico de María es una expresión de alegría, de fe, que tiene la certeza revolucionaria, tanto del actuar de Dios, como el de los hombres. Brota a partir del encuentro de las mujeres y la manifestación del Espíritu, en la casa de Isabel. Allí hay espacio para trabajar y para compartir la alegría y el dolor.
La estructura de Lc. 1:46–55 evidencia la intrínseca relación existente entre la historia personal y colectiva. María, haciendo uso de estas magníficas palabras, demuestra que su historia forma parte de la del pueblo de Dios, y que la intervención divina en los tiempos repercute en la vida de cada persona, de la misma forma que la intervención de Dios en una sola persona puede repercutir e influir en la historia de un pueblo.
Asimismo, el cántico destaca el poder de Dios en la vida de María: alegría y alabanza brotan a partir de la acción divina en su vida. Dios “mirando hacia abajo”, se inclina para ver la realidad histórica de marginación social de María, su sierva (1:38, 48). En la interpretación que Lutero hace del Magníficat destaca esto como la más grande y maravillosa acción de Dios en María.
El término tapeínosis, utilizado para describir la situación de María, es entendido como “humildad”: ella pasa por humillaciones, debido a su situación social de pobreza, de discriminación y marginación (véase el paralelismo, en forma de quiasmo, existente en Lc. 1:52–53 que asocia a los “poderosos” con los “ricos”, y a los “humildes” con las personas “hambrientas”). Las “grandes cosas” que Dios hace por María están relacionadas con su “mirar hacia abajo”; a partir de ahí ella es escogida para actuar junto con Dios en la nueva creación. Asimismo, se invierte la situación: la que era humillada pasará a ser bienaventurada para todas las generaciones, ¡algo ya iniciado por medio de las palabras de Isabel! Y todas las generaciones continuarán experimentando esta misericordia de Dios, quien pone su corazón junto a los miserables. Por todo esto, Dios es “nuestro salvador” y su nombre es “santo” y “poderoso”.
La segunda parte del Magníficat (1:51–55) destaca las acciones de Dios en la construcción de la historia del pueblo de Israel. También aquí se evidencia el poder y la misericordia de Dios que interviene a favor de los oprimidos. La misericordia de Dios está vinculada a la promesa que hizo a “nuestros padres, a Abrahán y a toda su descendencia” (1:55). En este cántico se le da a la joven matriarca María el poder de releer la historia de los patriarcas desde la perspectiva de su propia inclusión y de la reivindicación del derecho a la dignidad de las personas excluidas.
El Magníficat se encuadra en el encuentro de la visita de María a Isabel y su permanencia en aquella casa durante tres meses hasta el nacimiento de Juan (1:26, 56). Sin duda, Lc. 1:57–80 proviene de otra tradición. El trabajo redaccional de Lucas acopló diversas tradiciones, sin llegar a intercalar directamente su contenido. Desde el punto de vista de la historia de aquellas mujeres, es totalmente improbable que María, habiendo permanecido con Isabel los tres últimos meses de su embarazo, la dejara antes del nacimiento de Juan. Debería estar incluida entre los syngeneîs, los “parientes” de Isabel (1:58) que se alegran con ella por haber experimentado la misericordia de Dios.
María, según Lucas, da a luz a su primogénito en una situación de absoluta exclusión social: no había lugar en Belén, a no ser junto a los animales. Así, es en el establo donde se manifiesta la gloria de Dios, a través del cuerpo de María, la bienaventurada, y son los pastores del campo los que primero testifican de estas maravillas, pues son ellos los que encuentran a María junto a José y al bebé. El texto enfatiza cómo recuerdan el anuncio del ángel y proclaman lo que oyeron y vieron, “palabra vivida, promesas que se cumplen”.
Es esto lo que María también oye y guarda: lo que le ocurre a ella, lo que los pastores relatan, ¡la reacción maravillosa del pueblo! Conserva todo ello “en su corazón” (1:18). Todas sus vivencias se ven acrecentadas. El > corazón (kardía) es el lugar donde toda la historia es colocada para ser trabajada, reflexionada. En la tradición antropológica judeo-cristiana, el corazón es el espacio para la reflexión que culmina en decisiones y opciones conscientes que se transforman en acciones. “Guardar todo en el corazón” no indica una situación de apatía, fatalidad o silencio resignado, sino que implica una participación reflexionada en los hechos acaecidos.
Otro momento importante, ante el cual María se ve en la necesidad de tomar decisiones y hacer una opción personal, se presenta cuando Jesús es adolescente (Lc. 2:41–52). Junto a parientes (syngeneîs) y otras personas conocidas (gnostoí), María, José y Jesús peregrinan a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua. Después de la celebración tienen lugar la afirmación de autonomía por parte de Jesús y la preocupación de María. Esta escena, junto con el Magníficat, es la única en la que ella habla: “Hijo, ¿por qué nos haces esto? Tu padre y yo, sintiendo dolor, te buscábamos” (1:48). “Sentir dolor” (odinao) expresa una situación de aflicción y ansiedad. Es la ausencia de Jesús lo que causa ese estado; la madre y el padre hacen todo por encontrar a su hijo. Y viéndolo, se maravillan (ekpléssomai), se ponen contentos. La primera reacción es de alegría por haberlo reencontrado; la segunda es comunicarle la preocupación por su ausencia.
La reacción de Jesús tiene una doble dimensión en la construcción de su relación con María y José. Una se encuentra dentro de la tradición judía, que probablemente se la enseñó la misma María: aprender a vivir según la voluntad de Dios. Solo así se entiende que Jesús, con sabiduría, participara de un diálogo instructivo con los doctores de la Torah (2:46–47). Para quien aspiraba a seguir el camino del rabinato, como Jesús, era necesario permanecer y formarse en el Templo, en “la casa de mi Padre” (2:49). En las palabras de Jesús no hay agresividad. Actúa ateniéndose a su mayoría de edad. Puede buscar su propio camino y presupone que María y José deberían respetar su voluntad. Lc. 2:50 presenta, por primera vez, una característica lucana: la falta de comprensión de la senda que Jesús está presto para empezar a andar. Este rasgo no se limita a María y José, sino que se extiende a sus discípulos y a la propia comunidad judeo-cristiana (Lc. 9:45; 18:34, etc.). Quizá este hecho y las palabras de Jesús hayan sido también “una espada que atraviesa el corazón” de María y José… El texto, sin embargo, “desatraviesa” el corazón enseguida, destacando la segunda reacción de Jesús frente a la preocupación de sus padres: retorna a Nazaret con María y José, “y les era sumiso” (2:51), es decir, continuaba respetando y honrando padre y madre, conforme lo enseñaba la Torah (Ex. 20:12). Esta es la segunda etapa del aprendizaje de María en relación con Jesús; lo reflexiona y lo guarda en su corazón, sin duda ¡asociándolo con la anunciación doce años atrás!
1.7. Bendito el vientre y los senos de María. El texto de Lc. 11:27–28 está inserto en el contexto literario mayor de 9:51–13:21, que muestra a Jesús y su grupo dirigiéndose a Jerusalén. En la discusión sobre Jesús y el poder de Satanás (11:14–36), los versículos 27–28 forman el centro, mientras que 14–16; 17–26; 29–32; 33–36 provienen de la fuente Q; solo los vv. 27–28 pertenecen al material exclusivo de Lucas y presenta categorías distintas: la mujer anónima que bendice el cuerpo y la maternidad de la mujer/María, y Jesús bendiciendo a las personas que escuchan la Palabra.
El estilo literario es un apotegma, esto es, un diálogo corto en el que el maestro siempre tiene la última palabra. La unidad tiene características de construcción narrativa que son propias de Lucas: 11:27 forma parte de la tradición religiosa judía; por otro lado, es muy probable que remita a relecturas de Gn. 49:25, es decir, al contexto de las bendiciones de Jacob, como lo demuestran varios paralelos de la literatura israelita. Estas relecturas y esta tradición religiosa destacan la importancia de la maternidad como referencia y justificación para la existencia de mujeres, dentro del mundo patriarcal judío. El Jesús lucano, dentro de las características de este Evangelio, va a oponer a esta forma de pensar una verdad que funciona como una especie de contra-cultura. No refuta nada, sino que dirige la atención a un énfasis distinto: coloca la palabra de Dios, la Torah, como referencia para la bienaventuranza. Con esto cuestiona el hecho de que la maternidad sea la mayor honra y bendición de la mujer, lo que era un factor de exclusión y marginación para las estériles o las que optaban por no tener hijos. Asimismo, Lc. 11:28 forma parte de esa característica teológica lucana que centra la felicidad, la realización de la Torah y la pertenencia al pueblo de Dios, en oír y guardar la Palabra, es decir, ponerla en práctica.
Al relativizar la maternidad como “pasaporte” para la salvación (1 Tm. 2:15), el texto ayuda a romper las estructuras patriarcales dentro de aquel contexto. Para Lucas, no es la procreación, sino el compromiso con la Palabra lo que hace que las personas pertenezcan al pueblo de Dios y que, por tanto, vivan la bienaventuranza. Esto vale tanto para las mujeres como para los hombres. Para Lucas, el escuchar presupone el actuar. “Guardar la Palabra” significa dejar que crezca, eche raíces, fructifique, contemplando la perseverancia, esperanzada en la ética del compromiso con el Reino de Dios y su justicia.
La interpretación de este texto y de esta tradición no debería oponerse a las palabras de la mujer anónima que habla a Jesús. La mujer entendió lo que muchos discípulos no entendieron; en su alegría bendita, ella expresa su fe que, de acuerdo con Lucas, surge de su escucha de la Palabra. Jesús no niega esta alegría, ni la bendición de su madre, sino que apunta a algo más, sin que con ello, necesariamente, esté descalificando la corporeidad y sexualidad de María. María fue y continúa siendo bendita, tanto por las palabras de Isabel, como por aquellas de la mujer anónima y de muchas otras generaciones. Por eso, las mujeres y los hombres que “guardan la Palabra” se asemejan a ella, porque también acogen a Jesús, el Hijo de Dios, en sus vidas.
María, desde la anunciación hasta la resurrección de Jesús no fue apenas una madre, sino en primer lugar aquella que creía, y creyendo acompañó todo el camino a su hijo amado, Jesús, la nueva creación que se formó en su vientre y que se crió con su leche materna. María creó con su cuerpo y con sus pies el camino, reflexionando en su corazón, con su preocupación, con su alegría y dolor… Ella vio la cruz vencida por la resurrección, y fue una de las primeras testigos de que es posible construir una vida cualitativamente diferente, en los espacios que ocupamos y en los cuales nos movemos. No es solo bienaventurada por haber dado a luz la Palabra encarnada, Jesús, sino también, de acuerdo con Hch. 1:14, por “guardar la Palabra”, antes y durante la vida de Jesús, y ahora junto a sus otros hijos e hijas ¡en el seguimiento de su hijo amado! “María es, por tanto, una entre tantas discípulas amadas por Jesús”.
II. MARÍA EN JUAN. El cuarto Evangelio está escrito en torno al 90–100 d.C. Es, por tanto, el más tardío del NT como tal. Su autor transmite una de las reflexiones más maduras sobre la persona y la obra del Salvador. Contiene pasajes marianos clásicos: las bodas de > Caná (2:1–12) y la escena del Calvario (19:25–27).
1. Las bodas de Caná. María y Jesús estaban entre los invitados a la boda, quizá por motivos de parentesco. Ella advirtió la falta de vino y puso al corriente de ello a su Hijo. Después de una respuesta un tanto enigmática (Jn. 2:4), Jesús escuchó la petición de la madre y convirtió en vino el agua contenida en las seis tinajas puestas allí para las abluciones rituales que los judíos realizaban antes de sentarse a la mesa (2:6–10). De esta forma, dio comienzo a sus prodigios y fue aquel el signo que suscitó la fe incipiente de los discípulos en él como Mesías (v. 11).
Situadas en su contexto, las palabras de María “no tienen vino” (v. 3c), parecen señalar la esperanza en el milagro. Sabe que Jesús puede hacerlo. Por lo demás, pertenecía a la espera común del judaísmo de entonces el que el > Mesías realizase prodigios para demostrar su misión (Jn. 7:31; 1 Cor. 1:22). El elemento vino tiene un acento singular en el episodio de Caná. Se lo menciona cinco veces (vv. 3, 9, 10). Muchos comentaristas creen que Juan ve en el vino de Caná un símbolo de la nueva ley de Cristo, de su palabra reveladora, que sustituye a la de Moisés y los profetas (Jn. 1:45).
La respuesta de Jesús “¿a ti y a mí, qué?” (v. 4b), es familiar en el lenguaje bíblico. María se preocupa del vino material, que les falta a los comensales; por el contrario, Jesús eleva su discurso a otro nivel, o sea, el que se refiere a su hora, entendida como muerte y resurrección. Puesto que la falta de comprensión es habitual cuando Jesús habla de este modo, hay que creer que lo mismo ocurrió también con María en Caná, como ya antes en el Templo (cf Lc. 2:48–50).
María, aunque no comprendiera cuáles eran exactamente las intenciones de su Hijo, se entrega a su voluntad: “Haced lo que él os diga” (v. 5).
2. Al pie de la cruz (Jn. 19:25–27). Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo que él amaba, dijo: «Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo, he ahí a tu madre». En estas palabras se revelan unas relaciones nuevas: “la madre de Jesús” (v. 25), presentada luego como “la madre” (v. 26), tiene que convertirse en la madre del discípulo (v. 27), y este será su hijo. Las palabras de Jesús: “Ahí tienes a tu hijo”, parecen hacer eco al anuncio profético a la madre-Sión, que ve volver del destierro a sus hijos: “Alza en torno los ojos y contempla: todos tus hijos [tekna] se reúnen y vienen a ti; tus hijos [huioí] llegan de lejos” (Is 60:4 LXX; cf Bar 4:37; 5:5).
III. MARÍA EN PABLO. Pablo recuerda a la madre de Jesús en GAl 4:4. Es el primer testimonio mariano del NT y una mención indirecta, incidental, casi de pasada, situada en un contexto que tiene como argumento primordial la encarnación del Hijo de Dios en «la plenitud del tiempo». El lenguaje del Apóstol enlaza con la forma en que Dios quiso salir al encuentro del hombre. Para socorrer a la humanidad escoge a un pueblo (Israel); lo educa, hablándole por medio de los profetas (cf. Heb. 1:1); de este modo toma parte en sus vicisitudes, en su historia. Cuando el Padre envía a su Hijo al mundo, los tiempos del designio divino alcanzan su plenitud. Toda la revelación e historia del AT converge hacia el tiempo de la encarnación, que señala «la plenitud del tiempo». Véase ANUNCIACIÓN, HERMANOS DE JESÚS, VIRGEN.
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