Magos

Gr. 3097 magoi, μάγοι, «magos» (Mt. 2:1, 7, 16).
1. Origen e historia de los magos.
2. Los magos de Oriente.
I. ORIGEN E HISTORIA DE LOS MAGOS. En el dialecto pelvi del Zend Avesta, mogh significa «sacerdote» y es relacionado por los filólogos con el sánscrito mahat, «grande», gr. megas, μέγας, y lat. magnus. El nombre «mago», magos, μάγος, procede de los griegos propiamente como designación de la clase sacerdotal persa (Heródoto, Hist. 1, 132, 140; Jenofonte, Ciropedia, 8, 1, 23; Diógenes Laercio, Proem. 1, 2; Cicerón, De Divin. 1, 41; Apuleyo, Apol. 1; Porfirio, De Abst. 1.4).
El «magismo» no era una institución persa, como comúnmente se ha afirmado, pues la palabra no aparece en el texto sagrado del Zend Avesta. La antigua religión persa era un sistema dualista, sin afinidad con ello. En el Zend Avesta, el yatus o practicante de artes mágicas es vehementemente condenado, y se recomienda rezar y presentar ofrendas contra su arte, en cuanto invención de los demonios. Jenofonte dice que los magos se establecieron en Persia durante el reinado de Ciro (Ciropedia 8, 1, 23), entendiendo que ya existían previamente entre los medos y que fueron introducidos por Ciro entre los persas como una institución. Heródoto afirma que formaban una de las seis tribus de los medos (Hist. 1, 101; Plinio, Hist. Nat. 5, 29), entre los que desempeñaban las mismas funciones que los levitas en la institución mosaica. No se conocen muchos detalles de su historia. Según Heródoto, los persas dedicaron una fiesta para celebrar la expulsión de los magos, a la cual él da el nombre de magophonía, μαγοφονία, y en la que no era prudente para ningún componente de aquella institución dejarse ver fuera de casa (Hist. 3, 79); quizá su origen se deba a un tiempo cuando el magismo era extraño a las creencias persas. Es probable que tuviera su origen en Caldea, desde donde se propagó a Asiria, Media y los países vecinos. Su introducción en Persia se encontró con la oposición de la religión tradicional, hasta que finalmente fue reconciliado con el zoroastrismo, perdiendo quizá su carácter teosófico original para entrar en una fase más práctica o taumatúrgica.
Bajo el Imperio medo-persa, los magos formaron una casta o colegio sagrado muy famoso en el mundo antiguo por sus poderes y conocimientos (Jenofonte, Ciropedia, 8, 1, 23; Amiano Marcelino, 23, 6; Porfirio, Abst. 4, 16). Suidas dice: «Entre los persas, los amantes de la sabiduría [philósophoi, φιλόσοφοι] y los siervos de Dios son llamados magos». Según Estrabón, practicaban diferentes clases de adivinación: una, mediante la evocación de los difuntos; otra, mediante el uso de copas y platos; y otra, mediante el agua (Geog. 2, 1084). Con todas estas y otras más pretendían desvelar el futuro, influir en el presente e invocar el pasado en su ayuda. Interpretaban los sueños mediante un sistema establecido de reglas propias reservadas a su ciencia (Estrabón, Geog. 16, 762; Cicerón, De Divin. 1, 41). Se sometían a unas reglas estrictas de pureza e impureza, tendentes a realzar sus privilegios de casta. Influyentes en la política real, participaban en las conspiraciones y luchas partidistas. Disponían del poder suficiente para derrocar tronos (Heródoto, Hist. 3, 61ss.), abusos todos ellos reformados por > Zoroastro, renovador de un antiguo sistema corrupto (Zend Avesta, 1, 43). Al parecer, dividió a los magos en tres clases: 1) Herbeds, o aprendices; 2) Mobeds, o maestros; 3) Destur Mobeds, o maestros perfectos (Zend Avesta 2, 171, 261). Solo ellos podían realizar las ceremonias religiosas, dirigir las plegarias y la adoración. Poseían el conocimiento de las ceremonias y ritos tendentes a propiciar a Ormuz (Heródoto, 1, 132), lo que los convertía en los únicos mediadores entre la divinidad y las criaturas.
Entre los griegos y los romanos eran conocidos con el nombre de «caldeos» (Estrabón, 16, 762; Diógenes Laercio, Proem. 1), y también de «magos» (Diógenes Laercio, 8, 1, 3). En el AT este término aparece circunstancialmente dos veces en el profeta Jeremías: en primer lugar, referente un oficial caldeo enviado por Nabucodonosor a Jerusalén: «Entonces llegaron todos los oficiales del rey de Babilonia: Nergal-sarezer, Samgar-nebo, Sarsequim el Rabsaris, Nergal-sarezer el Rab-mag [רַב־מַג] y todos los demás oficiales del rey de Babilonia» (Jer. 39:3 y 13). De Daniel se dice que «Nabucodonosor [lo] constituyó como jefe de los magos, los encantadores, los caldeos y los adivinos» (Dan. 5:11), aquí, «jefe de los magos» es prob. idéntico a Rab-mag, רַב־מַג.
Los magos adoraban el aire, la tierra, el agua y, sobre todo, el fuego, cuyo culto se celebraba generalmente bajo unos cobertizos, donde noche y día mantenían viva la llama sagrada. Los cadáveres no podían ser quemados ni enterrados, ni tampoco arrojados a las aguas, ni expuestos a la descomposición en pleno aire, lo que hubiera contaminado uno de los elementos de su culto. Es por esta razón que eran abandonados a las fieras o a las aves de rapiña (cf. Heródoto 1, 140; Estrabón 15, 3, 20). Los magos elevaban torres, llamadas «torres del silencio», provistas en su parte superior de barras transversales a modo de perchas, sobre las que se posaban los buitres y cuervos que cumplían su siniestra función.
Sus vestiduras sacerdotales se componían de un ropaje blanco y un alto turbante de fieltro con dos piezas que ocultaban las mejillas. Ofrecían los sacrificios prescritos (Heródoto 1, 132; 7:43), e interpretaban los sueños y los presagios con vistas a poder adivinar el porvenir (Heródoto 1, 107, 120; 7:19, 37, 113). Procuraban matar diligentemente a todos los animales que provenían, según ellos, de una creación mala (Heródoto 1, 140). Los extranjeros prestaban menos atención a sus doctrinas y a su ceremonial que a sus encantamientos. Poco a poco, los griegos vinieron a llamar «mago» a todo adivino que empleara los métodos y sortilegios de Oriente.
II. LOS MAGOS DE ORIENTE. El Evangelio de Mateo recoge la noticia de la visita de unos magos procedentes de Oriente que acudieron a Judea con el propósito de adorar al rey recién nacido (Mt. 2:1, 7, 16). La tradición los presenta como reyes y en número de tres, aunque en el principio era indeterminado. En el siglo III se los representaba como dos; en las catacumbas romanas hasta el siglo IV aparecían dos o cuatro, según los casos; a veces seis. En la Iglesia siria y armenia se defendió la docena de magos, puesto que, según ellas, los magos prefiguraban a los doce apóstoles y representaban a cada una de las tribus de Israel. Para la Iglesia copta eran sesenta, y citaban los nombres de más de una docena de ellos.
En el primer cuarto del siglo III, Orígenes afirmó que los magos habían sido solo tres, en correspondencia al número de presentes: incienso, mirra y oro, que eran los comunes de las naciones sometidas (cf. Gn. 43:11; Sal. 72:15; 1 R. 10:2, 10; 2 Cro. 9:24; Cant. 3:6; 4:14). En el siglo IV, de modo progresivo, comenzó a prevalecer el número tres. Durante los dos primeros siglos solo fueron magos, no «reyes», idea que vendría después. Como la práctica de la magia está prohibida por los textos bíblicos y el concepto de magos adquirió rápidamente un significado peyorativo, no se consideró edificante que sujetos de tan dudosa reputación acudiesen a rendir honores al Niño-Dios. Ya en el siglo III, esta imagen fue abolida por Tertuliano, que fue el primero en denominarlos reyes, basándose en una tradición más antigua: «se ha sostenido que los magos eran reyes de Oriente» (Adv. Jud., 9; Contra Marción 5, pensando en el cumplimiento de las profecías: Sal. 72; Is. 49:7, 23; 60:1–6). Sus nombres no aparecieron sino hasta el siglo VI. Aparecen en un mosaico bizantino del 520 aprox. localizado en Rávena, Italia. En él figura una leyenda sobre los tres magos que dice «sagradísimos o veneradísimos Baltasar, Melchor y Gaspar», todos ellos de carácter arbitrario y ficticio.
Su destino tras la adoración es incierto. San Mateo solo dice que regresaron a su país por otro camino para burlar a Herodes. La tradición piadosa afirma que fueron discípulos de Santo Tomás. Otros afirman que fueron consagrados obispos y murieron martirizados hacia el año 70 de nuestra era. Sus supuestas reliquias fueron transportadas de Milán a Colonia en el siglo XII, donde aún hoy son veneradas en un relicario bizantino de la catedral de esa ciudad alemana.
La espera por parte de los judíos del Mesías llamado a reinar sobre todo el mundo, era en aquella época conocida en todo el Oriente; es posible que fuera ello lo que llevara a unos astrólogos paganos a viajar a Jerusalén al haber visto una señal prodigiosa en el cielo. Algunos autores han sugerido la posibilidad de que la historia de los magos sea una especie de comentario de Mt. 8:11–12, cuyo significado sería que Jesús, en su calidad de fundador del pueblo escatológico de Dios, es revelado ya en los acontecimientos providenciales de su infancia, que predicen la futura repulsa de Israel y la aceptación el mundo gentil, representado por estos extranjeros de Oriente. Véase ESTRELLA DE ORIENTE.