FUEGO

FUEGO Desde tiempos antiguos se usó para cocinar (Éx 12:8; 2 Cr 35:13; Jn 21:9); dar calefacción (Jer 36:22; Mc 14:54); fundir, forjar y refinar metales (Éx 32:24; Is 44:12; 1 P 1:7); quemar ídolos (Éx 32:20; Dt 7:5; 2 R 19:18), ropas infectadas (Lv 13:52, 57) y escritos (Jer 36:25); castigar ciertas ofensas (Lv 20:14; Jos 7:15); y, en la guerra, para destruir ciudades (Jue 18:27), carros (Jos 11:6–9), etc.
El sacrificio por fuego fue la manera primitiva de adorar a Dios (Gn 8:20; 22:6). Bajo la Ley Mosaica cobró gran importancia en los servicios litúrgicos. Para ellos, se conservaba el fuego siempre ardiendo sobre el altar de los holocaustos (Lv 6:12s) y simbolizaba la continua presencia de Dios, su juicio sobre el pecado y la purificación del pecador. Según Lv 9:24 y 2 Cr 7:1–3 el fuego tuvo origen milagroso en la dedicación del tabernáculo y del templo. Las ofrendas hechas con «fuego extraño» no eran aceptadas (Lv 10:1ss). En varias ocasiones, para manifestar su aceptación, Dios contestó con fuego al ofrecimiento de ciertos sacrificios.
Los pueblos vecinos de Israel usaban el fuego para sus sacrificios, especialmente de niños (Dt 12:31; 2 R 17:31), lo que tal vez equivale a la expresión «pasarlos por fuego» (2 R 16:3). A veces, algunos reyes de Israel y Judá adoptaron esta práctica (2 R 21:6; 23:10) y fue condenada duramente por los profetas (Dt 18:10; Jer. 7:31; Ez 23:37).
El fuego es un elemento importante en la descripción de las teofanías; es decir, aparece en numerosas ocasiones acompañando la presencia de Dios con el fin de hacerla resaltar. Lo vemos en el pacto con Abraham (Gn 15:17), en el llamamiento de Moisés (Éx 3:2), en la peregrinación israelita (Éx 13:21) y en el monte Sinaí (Éx 19:18). El Nuevo Testamento presenta fenómenos parecidos: a la venida del Espíritu Santo la acompaña lenguas de fuego (Hch 2:3); Jesucristo aparece en Apocalipsis con ojos de fuego (1:14; 2:18; cf. Dn 7:8–10).
La mayoría de las veces que se usa «fuego» en sentido figurado es para describir ciertos aspectos de Dios y de su acción sobre la tierra. Así, representa su gloria (Ez 1:4, 13; Dn 7:9s), su presencia protectora (2 R 6:17; Zac 2:5), su santidad y poder (Dt 4:24; 5:24; Heb 12:29), etc. Otras veces, y en forma aislada, se usa para referirse a los sentimientos religiosos (Sal 39:3), al pecado (Is 9:18) y particularmente a la sensualidad (Os 7:4–6), al mal uso de la lengua (Pr 16:27; Stg 3:6) y a la aflicción (Sal 66:12).
Como metáfora de la santidad de Dios, el fuego puede purificar o destruir. Purificó a Israel por medio de ciertas experiencias duras como el cautiverio babilónico (Zac 13:9; Is 48:10). Este motivo encuentra también su fuerte expresión en el Nuevo Testamento (1 Co 3:13–15; 1 P 1:7). Las referencias al bautismo por fuego parecen contener esta misma verdad (Mt 13:11; Lc 12:49s).
El fuego tiene un lugar importante en el juicio escatológico. La Segunda Venida de Cristo es descrita como «en llama de fuego» (2 Ts 1:8). También es elemento de juicio y castigo finales (Mt 3:10; 13:40, 42; 25:41; Mc 9:43, 48; Lc 17:28–30; Ap 20:10, 14, 15).