Magia

Gr. 3095 magía, μαγία, arte y práctica de la magia, de magos, μάγος, término tomado del persa. Se usa en forma pl. en Hch. 8:11: mageía, μαγεία = «artes mágicas», que en sing. aparece en Sabiduría de Salomón 17:7: «arte mágica», tekhne magiké, τέχνη μαγική. Originalmente, el término gr. se refería solo a la doctrina de los magos persas, antiguamente considerados expertos en esta actividad; por su enlace con el sacerdocio babilónico adquiere después la significación de astrólogo, intérprete de sueños, encantador. La magia designaba la capacidad o el arte de realizar prodigios por encima del curso natural de las cosas o de la capacidad humana, con el fin de apoderarse de fuerzas suprasensibles. El AT se refiere a las arte mágicas practicadas por los egipcios, los cananeos y el resto de sus vecinos.
La magia está presente en los mismos inicios de la humanidad juntamente con la religión. Mediante la magia, el hombre primitivo pretendía influir milagrosamente sobre el curso de los acontecimientos humanos y dominar las fuerzas naturales por medio de varias técnicas ocultas, de tipo benéfico (magia blanca) o maléfico (magia negra). Este último se confundió luego con el concepto de brujería, que no era idéntico en su origen. En nuestros días, las formas mágicas son objeto de estudio por parte de etnólogos, antropólogos y psicoanalistas, y se consideran como un trámite de gran importancia para el conocimiento de las relaciones naturaleza-cultura.
La magia comparte el mismo universo ideológico que la religión, ya que ambas reconocen la existencia y la importancia de una realidad «distinta» que opera en el mundo y la vida de los hombres, pero mientras el pensamiento religioso vive la realidad esencialmente en estado de dependencia, mediante la oración y la plegaria, el pensamiento mágico, por el contrario, cree posible influir en la realidad por medio de conjuros y de técnicas reservadas a los detentadores del poder. En ocasiones, la actitud mágica y religiosa se solapan; cuando predomina el elemento mágico, la religión deriva en superstición; cuando se da el caso contrario, es decir, cuando la religión ejerce el control, la magia pasa a representar la expectativa milagrosa en la intervención divina en favor del suplicante.
En Israel se prohibió cualquier relación con la magia, considerada una abominación desde el punto de vista moral y religioso, debido a su relación con el universo pagano (Ex. 22:17; Lv. 20:27; Dt. 18:9–12). Es condenable en cuanto manipulación de la divinidad; Israel tiene a Yahvé, y sus portavoces, los profetas, no crean la palabra de poder, sino que son suscitados por el poder divino, sometidos a la voluntad de Yahvé, a la cual han de servir, y no siempre para agrado de los oyentes, sino todo lo contrario.
Uno de los procedimientos mágicos más generalmente utilizados para perjudicar a un enemigo consistía en fabricar su efigie con materiales de cualquier naturaleza y sin que la semejanza fuera requisito indispensable. Todo lo que se infligiera a la imagen recaería sobre la persona cuya representación constituía, de manera que bastaba con herir una parte de la primera, para que enfermase el órgano correspondiente de la segunda. La prohibición bíblica de reproducir las imágenes de los seres vivientes no es un dictamen contra las artes plásticas, sino con el fin de apartar a los hombres de la magia.
Dentro de los principios mágicos, el más conocido es el de analogía o semejanza, según el cual «lo semejante produce lo semejante». El mago intenta, en virtud de un ceremonial mimético, propiciar el objeto deseado, la mayor parte de las veces utilizando un atuendo, disfraz o apariencia adecuada.
El principio de «sustitución» opera sobre el convencimiento de que la posesión de objetos de una persona equivale al dominio sobre ella. La ingesta antropófaga de partes del cuerpo supone la apropiación de las facultades de la víctima.
La «magia de la palabra» es quizá una de las prácticas más conocidas y difundidas. En las culturas semíticas, así como en la India védica, la palabra, la voz, se concibe como un poder que actúa sobre el medio. La palabra y la influencia de lo que se dice son fundamentales. La palabra es hálito y el hálito, respiración, y la respiración, vida. Los árabes antiguos, como otros pueblos, consideraban que la sangre era un nafs o aliento, e igualmente la palabra. El líquido vivo, la respiración y el intelecto iban unidos. Cada palabra sería «alma» o contendría un «alma», parte transmisora de la energía común; el discurso sería el equivalente a un envío de espíritus vitales de un individuo hacia los demás.
La execración, o sea, la maldición sagrada, se basa, en principio, en el valor de la palabra y en el apoyo de la potencia sagrada que se invoca. Algunos mantra conservados por escrito desde la época védica son fuertes maldiciones. La maldición oral se considera más directa que la escrita. Ejemplo de maldición en el AT es la del rey David contra la familia de Joab. Otra forma de maldición es el señalamiento o imprecación con el gesto, proyectando hacia lo maldecido la energía propia del que realiza el acto o la del dios que se expresa a través de él. Frente a las maldiciones están las bendiciones.
En en el caso del > nombre de una persona, al que se atribuía esencialidad, no mero formalismo o convencionalismo social, conocerlo supone ya un cierto poder sobre ella. De aquí todas las singulares precauciones y restricciones que deben observarse en el uso de los nombres. Estos no eran para los primitivos algo convencional e indiferente, sino atributos significativos y esenciales. El nombre de un individuo es una de las claves de su persona; de ahí que su conocimiento, debidamente invocado, equivaliese a ejercer dominio sobre él. «Yo te conozco al conocer tu nombre», dice una fórmula egipcia, y este conocimiento implica el dominio, el encantamiento. El primer mandamiento del Decálogo está destinado a evitar el uso profano y mágico de Dios. El conocimiento del nombre en el que se encierra la esencia más profunda de la divinidad invocada, supone, por tanto, el dominio sobre ella pasando a ser un secreto profesional celosamente guardado por el hechicero. Véase ADIVINACIÓN, AMULETO, ASTROLOGÍA, BENDICIÓN, ENCANTAMIENTO, FILACTERIA, HECHICERÍA, MAGOS, MALDICIÓN, NOMBRE.
Bibliografía: D. Aune, “Magic, Magician”, en ISBE III, 213–219 (Eerdmans 1986); G. Cornfeld, “Magia, adivinación y superstición”, en EMB II, 190–198; J.G. Frazer, La rama dorada. Magia y religión (FCE, Mexico 1956); J.M. Gómez-Tabanera, “Magia”, en GER 14, 726–729; A.G. Hamman, “Magia”, en DPAC, II, 1336–1337; J. Kuemmerlin-McLean, “Magic (OT)”, en ABD IV, 468–471; L. Maldonado, Religiosidad popular. Nostalgia de lo mágico (Cristiandad 1975); B. Malinowski, Magia, ciencia y religión y otros ensayos (Ariel, Barcelona, 1975); A. Piñero, “Magia en AT”, y H.C. Kee, “¿Hay magia en el NT?”, en Las fronteras de lo imposible (Almendro 2001); K. Prümm y P. Schebesta, “Magia”, en DR (Herder 1964); G. Silvestri, “Superstición”, en NDTM, 1747–1762.