Ascensión.

Ascensión. 40 días después de la Pascua, Cristo ascendió al cielo en medio de Sus discípulos, volviendo a Su Padre para ser glorificado a Su diestra (Mr. 16:19; Lc. 24:50–51; Hch. 1:9–12). Este coronamiento de Su obra redentora estaba previsto en el AT (Sal. 68:19; 110:1). Jesús mismo la había anunciado en repetidas ocasiones (Lc. 9:31, 51; 19:12; Jn. 6:62; 7:33; 12:32: 14:12, 28; 16:5, 10, 17, 28; 17:5, 13; 20:17); y Su predicho retorno sobre las nubes del cielo implicaba Su ascensión previa (Mt. 24:30; 26:64). Los apóstoles insisten mucho en lo sucedido aquel día: Pedro (Hch. 2:33–36; 3:21; 1P. 3:22); Pablo (Ef. 1:20–22, 2:6; 4:8:10; Fil. 3:20; 1 Ts. 4:16; 2 Ts. 1:7; 1 Ti. 3:16); en Hebreos (1:3, 13; 2:9; 6:20; 9:11–12, 24, 28); y Juan (en su evangelio ya citado, y en Ap. 3:21; 5:6, 13). La Ascensión es el sello y la consecuencia necesaria de la resurrección de Jesucristo. Después de su humillación, él ha sido ahora soberanamente exaltado (Fil. 2:5–11). Sentado desde entonces a la diestra de Dios, ha recibido todo poder en el cielo y sobre la tierra (Mt. 28:18; He. 12:2). Habiendo penetrado en el Santísimo, esto es, ante la misma presencia de Dios, cumple en nuestro favor Su oficio de intercesor y de sumo sacerdote (Ro. 8:34; He. 7:25; 9:24). Ha recibido del Padre el Espíritu Santo que prometió, y lo ha dado a la Iglesia con todos Sus dones (Hch. 2:33). Es nuestro abogado ante Dios, siempre presto a acogernos ante el trono de la gracia (1 Jn. 2:1; He. 4:14–16). Allí en lo alto está preparándonos lugar (Jn. 14:2), esperando El mismo el definitivo triunfo sobre todos Sus enemigos (He. 10:12–13).

La Ascensión de Cristo está estrechamente relacionada con Su retorno. El Señor volverá de la misma manera que subió al cielo (Hch. 1:9–12), esto es: personalmente (Jn. 14:3), corporal y visiblemente (Mt. 24:30; Ap. 1:7), sobre y con las nubes (Ap. 1:7; Dn. 7:13), repentinamente (1 Ts. 5:2–3), en gloria y con Sus ángeles (Mt. 16:27; 24:30), sobre el monte de los Olivos (Zac. 14:3–4).