NICOLAÍTAS

Gr. 3531 Nikolaîtai, Νικολαῖται, de Nikólaos, Νικόλαος = «vencedor o dominador del pueblo».
1. Origen y Significado del nombre «nicolaíta».
2. Doctrina y práctica.
3. El Apocalipsis y el culto al emperador.
4. Los nicolaítas en los Padres de la Iglesia.
5. Conclusión
Movimiento herético de la provincia romana de Asia Menor a finales del primer siglo. Se menciona solo en Ap 2:6, 15 y no parece haberse extendido a otros lugares. La iglesia de Éfeso, rigurosamente ortodoxa, aborrecía «las obras de los nicolaítas», al igual que Jesús (2:6). Pero la congregación de Pérgamo, a pesar de sus grandes méritos y su mártir Antipas, toleraba a «los que se aferran a la doctrina de Balaam», aparentemente idéntica al nicolaitismo (2:14, 15). Cristo amenaza con venir espada en mano y pelear contra ellos (2:16). En Tiatira, la enseñanza de > «Jezabel», la falsa profetisa, concuerda con la de Balaam y los nicolaítas (2:20). De nuevo, y con mayor severidad, Jesús les declara la guerra (2:22–23).
I. ORIGEN Y SIGNIFICADO DEL NOMBRE «NICOLAÍTA». Aunque este apelativo podría derivarse del nombre > Nicolás, no hay evidencia de ello ni se conoce a ningún Nicolás que pudiera haber sido el fundador de esta secta. Las enseñanzas mencionadas en 2:14, 20 tampoco se derivan de la etimología o del significado de dicho nombre. Sin poder explicar esta designación de forma contundente, es muy posible que sea un juego de palabras inventado por Juan de Patmos para reproducir en griego el significado en hebreo del nombre > Balaam (heb. Beal am, בֶעַל עַם; gr niké laón). En tal caso, aquel grupo no designaría así, ni la profetisa de 2:20 tampoco se llamaría «Jezabel» (Blaiklock, 946; Watson, 1107). Eso explicaría por qué el autor nunca repite el término, aunque sí alude frecuentemente a la amenaza que representaba.
II. DOCTRINA Y PRÁCTICA. La mejor clave para identificar la enseñanza de los nicolaítas es la alusión histórica a Balaam en Ap. 2:14 (Nm. 22–27). A petición del rey Balac de Moab, aquel profeta trató de maldecir a los israelitas, pero solo profirió bendiciones. Entonces, para no perder su recompensa (cf. 22:7, 17, 37), propuso a Balac otro plan para derrotar a los israelitas (Nm. 31:15): que las doncellas moabitas sedujeran a los hebreos para que fornicaran y participaran en cultos idolátricos comiendo cosas sacrificadas a Baal (25:1–3, 5). Dios, siempre celoso, castigó aquel pecado con una mortandad que Israel nunca olvidó (Dt. 4:3; Jos. 22:17; Os. 9:10; Sal. 106:28). Balaam quedó, entonces, como una de las figuras más oprobiosas de las escrituras hebreas.
La tradición judía extra-bíblica adornó aquel relato básico con muchos detalles pintorescos. Según Filón de Alejandría (20 a.c.–50 d.C.), Balaam, «sabiendo que la única manera de vencer a los hebreos era por llevarlos a violar la ley», llamó aparte al rey Balac para proponerle una estrategia: «¡O Rey!», le dijo, «Las mujeres de Moab superan a todas las mujeres en belleza… Por eso, si ordenas a las más bellas ofrecer sus favores y prostituirse con ellos, seducirán a los jóvenes hebreos y los vencerán» (Vita Mosis 1,295). Aquellas mujeres debían insistir en que sus amantes se unieran con ellas en sacrificios ante la imagen de Baal. Convencido, Balac ordenó rescindir la ley contra los adulterios y la prostitución y ordenó a las jóvenes seguir el plan de Balaam. Josefo ofrece una versión muy similar (Ant 4.6.127–30; cf. midrash Tanhuma Balak 18; Sanh 105a). Sin duda, Juan conocía esta variante del relato.
Está claro que en el Ap. «comer lo sacrificado a los ídolos» se refiere a la participación en el culto pagano público, pero no lo está tanto si «fornicar» en Ap 2:14, 20 tiene un sentido literal (pecados sexuales) o simbólico (idolatría). El juicio contra Jezabel denota un marcado tono sexual (2:21–23), pero podría ser una elaboración metafórica del simbolismo básico de la idolatría. La mejor conclusión es que se refiere definitivamente a la idolatría y, posiblemente, también al libertinaje sexual. Parece que los «nicolaítas» de Tiatira justificaban su idolatría (y quizá su fornicación) como participación en «los profundos secretos de Satanás», aunque esta frase de 2:24 puede ser una variante irónica del reclamo para conocer «los profundos secretos de Dios» como racionalización de su idolatría. No sugiere maltrato de la carne ni salvación por conocimientos esotéricos (gnosticismo). El concilio de Jerusalén (ca. 50 d.C.; Hch 15:20, 29; 21:25) también prohibió comer lo sacrificado y fornicar.
En la época de Juan, la idolatría permeaba toda la sociedad y la vida en Asia Menor. Las fiestas privadas, con comida sacrificada, a menudo se realizaban en los templos. Puesto que se creía que la deidad se hacía presente en la cena entre los participantes, la comida sacrificada tenía una importancia muy especial. Las reuniones de los gremios laborales y las asociaciones como los encargados de los enterramientos, se dedicaban a los dioses. Solían comenzar con sacrificios y a veces terminaban en orgías sexuales. Se celebraban también procesiones por las calles con una imagen del dios, y los adeptos fieles colocaban pequeños altares frente a sus casas para poder adorar a la deidad.
III. EL APOCALIPSIS Y EL CULTO AL EMPERADOR. Asia Menor era la cuna del culto al emperador y la provincia donde más se practicaba. En el año 29 a.C. > Pérgamo consiguió de Roma la autorización para construir un templo «al divino Augusto y a la diosa Roma». Con eso realizaron el primer intento de colocar el culto al emperador por encima de todos los otros. A esa condición de promotora principal del culto imperial se debe la referencia al «trono de Satanás» (2:13). Es muy probable que el destierro de Juan a Patmos y el martirio de Antipas ocurrieran por negarse a adorar al emperador. La única idolatría cuyo rechazo traería tan graves consecuencias, o cuya aceptación traería ventajas igualmente grandes, era el culto imperial.
No es exagerado decir que Juan de Patmos escribió este libro para denunciar a los «nicolaítas» y advertir a todos los fieles contra la adoración al emperador. Por eso exhorta a los de Esmirna, denunciados ante el imperio por la «sinagoga de Satanás», a «ser fiel hasta la muerte» (2:10). Los cristianos tenían el recuerdo de los miles de creyentes crucificados en Roma por Nerón, y aunque en ese momento la persecución no era oficial ni generalizada, el hostigamiento y la presión social eran muy grandes. Frente al acomodo de los «nicolaítas», Juan afirma que fue el diablo quien estableció el Imperio romano y que el culto al emperador es culto a Satanás (Ap. 13:2, 4). También denuncia el derramamiento de sangre por los romanos (16:3–6; 17:6), además de sus injusticias económicas (6:5–6; caps. 17–18). Ante tales realidades, los que se acomodaban a la idolatría del imperio eran cobardes y farsantes (21:8, sin paralelo en otras listas parecidas). Toda la fuerte polémica contra el Imperio romano confirma que el pecado odioso de los nicolaítas fue su participación en el culto al emperador.
IV. LOS NICOLAÍTAS EN LOS PADRES DE LA IGLESIA. Para los Padres de los siglos II y III, los nicolaítas son una realidad del pasado, del cual no tenían mucho conocimiento histórico. Ireneo, cerca de fines del s. II, afirma que eran seguidores del diácono Nicolás de Antioqúía (Adv. haer 2.2.2; 3.11.11), aparentemente por la costumbre de vincular cada movimiento con alguien del período apostólico. Afirma también, sin evidencias, que Nicolás se corrompió y enseñó el libertinaje sexual (Adv. haer. 1.26.3). Hipólito (Ref. haer. 8.24; 7:24; Filosof. 7.36) repite las especulaciones de Ireneo, y Clemente de Alejandría los llama «cabras lascivas» que tomaron falsamente el nombre del diácono, quien era más bien un asceta (Strom. 2.20; 3.24). Tertuliano (Adv. Marc. 1.29; De proescr haeret 33; de Pudic 19) llama «nicolaítas» a una secta gnóstica de su época, conocida por su inmoralidad y avaricia. Según Eusebio (Hist. ecl. 3.29), la secta, que afirmó ser seguidora de Nicolás, creció rápido y desapareció pronto.
V. CONCLUSIÓN. Lo único que podemos saber con certeza de los nicolaítas es que contemporizaban con la idolatría de su contexto, que para el Asia Menor de la época sería el culto al emperador. Como pastor de las iglesias, Juan exhorta a los creyentes contra esa asimilación conformista y oportunista. En Tiatira, el grupo nicolaíta era mucho más grande que en Pérgamo (Ap. 2:15). Parece que en > Sardis eran aún más numerosos, de modo que los que no cayeron en la idolatría eran «unos pocos» (Ap. 3:4). Por el contrario, los cristianos de Éfeso aborrecían las obras de los nicolaítas (Ap. 2:6). Véase BALAAM, ÉFESO, GNÓSTICOS, PÉRGAMO, TIATIRA.
Bibliografía: H. Balz y G. Schneider, “Nicolaítas”, en DENT II, 409; S. Bartina, “Nicolaítas”, en EB V, 514–515; C. Bedriñán, La dimensión socio-política del mensaje teológico del Apocalipsis (Gregorian & Biblical BookShop 1996); E. M. Blaiklock, “Nicolás, Nicolaítas” en NDBC, 946; C. F. Hemer, “Nicolaitais”, en DNTT II, 676–678; E. Peretto, “Nicolaítas”, en DPAC, II, 15345; J. Stam, Apocalipsis, vol I (Kairós 1998); D. Watson, “Nicolaitais”, en ABD IV, 1106–1107.