Mesías

Heb. 4899 Mashiaj, מָשִׁיחַ = «ungido», de 4886 mashaj, משׁח = «frotar [con aceite], ungir»; Sept. Khristós, Χριστός = «ungido». Los cuatro evangelistas casi siempre escriben ho Khristós, ὁ Χριστός, «el Mesías»; mientras que Pedro y Pablo utilizan Khristós, Χριστός, como un apelativo convertido en nombre propio. En los epistolarios paulino y petrino, sin embargo, la palabra tiene art. cuando le predece un nombre.
En heb. mashiaj es un adjetivo de tipo qatîl que significa «ungido»; aparece 38 veces en la Biblia hebrea. Designaba al que había recibido la unción del aceite sagrado al comienzo de su función, p. ej., el sumo sacerdote (Lv. 4:3; 10:7; 21:12) o el rey (2 Sam. 1:14, 16; 24:6, 10; Sal. 2:2). Como título es aplicado a los patriarcas Abraham e Isaac, y también a un personaje histórico no israelita: Ciro, el rey de Persia, a quienes les fueron confiados los intereses del Reino de Dios (Sal. 105:15; Is. 45:1). Cuando Dios prometió a David que el trono y el cetro se quedarían siempre dentro de su familia (2 Sam. 7:13), el término «ungido» adquirió el sentido particular de «representante de la línea real de David» (Sal. 2:2; 84:10; 89:39, 52; 132:10, 17; Lam. 4:20; Hab. 3:13). Los profetas hablan de un rey de esta línea que será el gran liberador del pueblo (Jer. 23:5, 6); su origen se remonta a los días de la eternidad (Miq. 5:1–5); establecerá para siempre el trono y el reino de David (Is. 9:5–7).
El título de Mesías por excelencia se une a la persona de este príncipe anunciado por las profecías (Dn. 9:25, 26; Nm. 24:17–19; Targum Onkelos). Se le llama «Mesías» de la misma manera que «Hijo de David» (Jn. 1:41; 4:25; el texto de Mt. 1:1 no tiene el término Mesías, sino su traducción gr. Khristós. Cf. las numerosas referencias a Cristo en este Evangelio). El Mesías es el Ungido por antonomasia, aquel que por el Espíritu de Dios recibe el poder de liberar a su pueblo y de establecer su reino de paz y abundancia (Is. 7–11; Miq. 5; Jer. 33: Zac. 9:9ss).
Se ha discutido bastante sobre cuándo comenzó entre los israelitas la esperanza de la llegada de un Mesías. Las Escrituras, desde el mismo Génesis, están llenas de pasajes que presentan la figura de un gran profeta o un gran rey que vendría. Algunos sugieren que muchos de los salmos dan una descripción del Rey que muy difícilmente puede adaptarse a los monarcas conocidos de la historia israelita. Los creyentes, sin embargo, no tienen problema en ver la intención del Espíritu Santo al utilizar la monarquía ideal para sugerir la figura del Mesías. Después del exilio, esta esperanza de Israel se perfiló más nítidamente alrededor del pensamiento de un gran dirigente que vendría a regir los destinos del pueblo de Dios. Sin embargo, había mucha confusión en cuanto a sus funciones. Algunos, como la comunidad de Qumrán, pensaban en dos Mesías, uno sacerdotal y otro político-militar. No se explicaban adecuadamente las referencias que se hacían en las Escrituras sobre la muerte del Mesías. En Daniel, p.ej, se lee: «Desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas…. Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí» (Dn. 9:25–26). Los intérpretes de estas palabras se confundían. Pues ¿cómo explicar la figura de un dirigente victorioso que al mismo tiempo moriría?
La esperanza de un Mesías estaba ligada a la creencia de que el pueblo de Israel había sido llamado a desempeñar un papel especial en la historia de la humanidad. David llegó a decir: «¿Y quién como tu pueblo, como Israel, nación singular en la tierra? Porque fue Dios para rescatarlo por pueblo suyo, y para ponerle nombre, y para hacer grandezas a su favor…; me guardaste para que fuese cabeza de naciones… Dios… sujeta pueblos debajo de mí» (2 Sam. 7:23; 22:44–51). Hubo entonces, en los días de David, una esperanza de grandeza para Israel. La división del reino y su decadencia posterior alimentaron esa espectativa, esperándose que llegaría el día en que Israel volvería a ser cabeza de naciones bajo el mando de un descendiente de David. Los profetas contribuyeron a ese pensamiento con palabras como las de Am. 9:11: «En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David… y lo edificare como en el tiempo pasado».
En el período intertestamentario, especialmente durante la dominación romana, la esperanza del advenimiento de un Mesías político-guerrero estaba en casi todas las mentes. La mayoría de los judíos pensaban que se trataría de un descendiente de la dinastía davídica que vendría con poder a librar a Israel del yugo extranjero para colocarlo como cabeza de las naciones. En la comunidad de Qumrán, por ejemplo, se basaba esta esperanza en textos como Dt. 18:18 y Nm. 24:17. Este tipo de expectación provocó no pocos disturbios al presentarse personajes que se atribuían un papel mesiánico. De manera que el lenguaje utilizado por los ángeles cuando anunciaron a los pastores que había nacido «un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc. 2:11) no era del todo desconocido. Era lo que aguardaba todo Israel. Por eso a Juan el Bautista se le preguntaba si era el Cristo que habría de venir (Lc. 3:15). Las multitudes que fueron testigos de los milagros que realizaba el Señor Jesús no tardaron en preguntarse: «El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que éste hace?» (cf. Mt. 12:23; Jn. 7:40–42).
Con todo, el reconocido especialista en estudios bíblicos Israel Knohl, intenta demostrar, basándose en escritos apocalípticos del período herodiano, que en el tiempo del nacimiento de Jesús ya existía la visión de un mesianismo «catastrófico» que contemplaba el sufrimiento, la humillación y la muerte del Mesías como un momento esencial de la redención.
Jesús no anduvo proclamando su mesianidad en público (cf. Is. 42:21); se puede decir que dejaba que sus obras hablaran por él, en su calidad de enviado del Padre (Jn. 5:36). Sin embargo, no tenía reparos en declararse el Mesías en privado (cf. Mt. 16:16–17; Jn. 4:25, 26). A sus discípulos, pues, se presentó siempre como el Mesías, pero dio instrucciones estrictas de «que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo» (Mt. 16:20). Esto se debía, entre otras razones, a que sabía que la expectación del pueblo, aun de sus más íntimos discípulos, no reflejaba la realidad de la verdadera misión del Mesías, que incluía el rechazo, el sufrimiento y la muerte.
Para los miembros de Qumrán la función primera del Mesías sería la de suprimir a los enemigos de Israel o someterlos. Los Apocalipsis de Esdras y de Baruc, de finales del siglo I, esperaban igualmente a un salvador que aniquilara a los enemigos de Israel. Frente al Mesías guerrero, exterminador de sus enemigos, Jesús fue poco a poco enseñando a su discípulos que «era necesario que el Cristo padeciera» (Lc. 24:26), fuera muerto y resucitara. La muerte redentora del Cristo en una cruz no estaba dentro de la concepción mesiánica popular. Por eso, cuando le crucificaron, los sacerdotes le gritaban: «El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos» (Mc. 15:32).
Pero con su gloriosa resurrección y el período de enseñanza que tuvo con sus discípulos después de ella, las Escrituras fueron abiertas de forma que comprendieron entonces en toda su magnitud la verdadera función del Mesías. Por eso, Juan en su Evangelio dice: «éstas [cosas] se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn. 20:31). Ese fue el centro del mensaje apostólico: «que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hch. 2:36).
Aunque hubo error y desconocimiento de la función del Mesías cuando se pensaba de él solamente como un dirigente político-guerrero que traería la victoria a Israel, sin considerar los aspectos de sus sufrimientos y muerte vicaria, eso no quiere decir que la función del liderazgo político-guerrero esté ausente de la función mesiánica. El NT reafirma las promesas de Dios del AT en el sentido de que el Mesías, el Cristo, vendrá como rey de Israel y de todo el universo, con gran gloria y majestad. Los mismos profetas del AT «inquirieron y diligentemente indagaron… escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos» (1 Pd. 1:10–11). Es decir, que para los profetas, el aspecto de los sufrimientos del Mesías era algo evidente. Pero los que les interpretaron siempre rechazaban mentalmente la imagen de un Mesías sufriente, por parecerles contradictorias las ideas de gloria y victoria con las de sufrimiento. Preferían en algunos casos hasta pensar en que serían dos Mesías, con misiones diferentes. Pero el Evangelio aclaró las cosas. El mismo Jesús que sufrió es el que vendrá a reinar. Cercano está el día en que se exclamará: «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Ap. 11:15). Véase CRISTO, ESPERA MESIÁNICA, HIJO DEL HOMBRE, JESUCRISTO, SALVADOR, SECRETO MESIÁNICO.
Bibliografía: D. Boyarin, The Jewish Gospels (New Press 2012); H. Cazelles, El Mesías de la Biblia (Herder 1981); M. Cimosa, “Mesianismo”, en NDTB, 170–187; Ch. Duquoc, Mesianismo de Jesús y discreción de Dios (Cristiandad 1985); A. Edersheim, Profecía e historia en relación con el Mesías (CLIE 1986); R. Fabris, “Mesianismo escatológico y aparición de Cristo”, en DTI III, 497–514; R. Fisichella y G. Rochais, “Mesianismo”, en DFT, 884–908; P. Grelot, “Mesías”, en SM IV 563–567; W.C. Kaiser, The Messiah in the Old Testament (Zondervan 1995); I. Knohl, El Mesías antes de Jesús. El Siervo sufriente en los manuscritos del Mar Muerto (Trotta 2004); A. Laato, A Star Is Rising: The Historical Development of the Old Testament Royal Ideology and the Rise of the Jewish Messianic Expectations (Scholars 1997); S. Mowinckel, El que ha de venir. Mesianismo y Mesías (Fax, Madrid 1975); J. Obersteiner, “Mesianismo”, en DTB, 632–623 (Herder 1985); M. Pérez Fernández, Tradiciones mesiánicas en el Targum Palestinense (Valencia-Jerusalén 1981); D. Roure, Jesús y la figura de David en Mc 2:23–26: Trasfondo bíblico, intertestamentario y rabínico (Pontificium Institutum Biblicum, 1990); J.L. Sicre, De David al Mesías (EVD 1995); C.J.H. Wright, Knowing Jesus through the Old Testament: Rediscovering the Roots of our Faith (IVP 1995).