NUBE

Heb. 6051 anán, עָנָן = «nube» que cubre el cielo; gr. 3507 nephele, νεφέλη, nube o masas de nubes con forma definida.
Desde el punto de vista atmosférico, las nubes escasean en Palestina durante la mayor parte del año, de mayo a septiembre. Su aparición, con la promesa de lluvias, es siempre un fenómeno que se agradece y por el que se ruega. Al mismo tiempo, la sombra que proporcionan en un clima dominado por el calor y el resplandor del sol se toma como símbolo de la presencia divina que se interpone entre la gloria irresistible e insoportable de Dios y la miseria y debilidad del hombre, haciendo posible una vislumbre parcial de lo Inefable. Por esta razón, una nube acompaña todas las teofanías o manifestaciones de Dios en el AT, que de otro modo serían imposibles de resistir (cf. Ex. 16:10; 24:16; 33:9; 34:5; Nm. 11:25; 21:5; 2 Cro. 5:13; 1 R. 8:10; Job 22:14; Sal. 18:11, 12; Is. 19:1). «La gloria de Yahvé apareció en la nube» (Ex. 16:10). «Una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Yahvé llenó el tabernáculo» (Ex. 40:34). «Yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio» (Lv. 16:2). De esta nube podía surgir fuego que destruía a los rebeldes (Lv. 10:2; Nm. 16:35; cf. Ex. 19:16, 18). El soberano Dios, que se viste de nubes, es asimismo fuego consumidor (Sal. 18:9–15; Dt. 4:24; Heb. 12:29). Después de que la nube de gloria hubiera dejado de marchar delante del pueblo, ya establecido en la tierra de Canaán, hizo su morada en el Templo recién construido (1 R. 8:10–11). Los pecados de la nación llegaron a tal punto que les fue retirada la gloria divina (Ez. 9:3; 10:18–19; 11:22–23), siendo el Templo destruido junto con la ciudad de Jerusalén (Ez. 9:1–7). Sin embargo, el mismo profeta anuncia que el Señor devolverá para siempre su gloria y su presencia a su pueblo, convertido y restaurado (Ez. 37:24–28; 43:1–9).
En el NT, la nube gloriosa vuelve a aparecer en el monte de la Transfiguración, que lo envolvió, y en cuyo seno se dejó oír la voz divina (Mt. 17:5). Cuando el Señor abandonó esta tierra, una nube celestial lo recibió (Hch. 1:9). Y cuando vuelva, lo hará desde el cielo descendiendo sobre las nubes (Mt. 24:30, Lc. 21:27; Hch. 1:9; Ap. 1:7; 14:14, 16), lo cual era entre los judíos una imagen o símbolo de poder divino y maestad. Por esta razón, el Jesús resucitado y glorificado es presentado como sentado ya sobre las nubes, indicación de su poder (Ap. 14:14–16). En su retorno, los que queden vivos serán arrebatados sobre las nubes al encuentro de su Señor (1 Tes. 4:17), imagen poderosa que guarda relación con Gn. 5:24; 2 R. 2:1ss.).
Las nubes son portadoras de humedad y sombra (2 Sam. 22:12; Job 26:8; 37:11; Ec. 11:3), por tanto imagen de protección y descanso refrescante. Una nube que apareciera por occidente era un anuncio de lluvia (1 R. 18:44; Lc. 12:54). A partir de este fenómeno atmosférico, el lenguaje proverbial usa la expresión «nube sin agua» para describir a la persona que promete sin cumplir (Prov. 16:15; Is. 18:4; 25:5; Jud. 1:12; cf. Prov. 25:14).
Pero las nubes tenían igualmente un sentido catastrófico cuando daban lugar a peligrosas tormentas de rayos o dejaban sobre los cultivos una descarga inoportuna de granizo. Un día nublado de estas características se convirtió en símbolo del juicio divino (Sof. 1:15; Jl. 2:2.; Ez. 30:3; 34:12; 38:9). Yahvé es el Señor de las nubes y los fenómenos naturales asociados a ellas (Jer. 10:13; 51:16; Job 26:8; 37:11, 16; 38:9–37; Prov. 3:20; 8:28; Dan. 3:73).
Las nubes también se usan en sentido metafórico para referirse a una «multitud», de moscas (Ex 8:22, 24, 29, 31) o de personas (Jer. 4:13; Is. 60:8; Heb. 12:1). Véase GLORIA, LLUVIA.