Lluvia

Debido a la geografía que se destaca en el ambiente bíblico, la lluvia se presenta como un elemento especialmente vital. De ella dependía la existencia de los manantiales, el pastoreo de los animales, la agricultura, etc. (Dt 11:11; Is 55:10). Una sequía prolongada producía efectos desastrosos (1 R 17:7; 18:1, 2; Jl 1:10–12).
La época de lluvia en la Tierra Santa dura por lo general de octubre a abril o mayo, y es la estación fría del año (Cnt 2:11). La Biblia menciona repetidas veces «las lluvias tempranas y las tardías» (Dt 11:14; Jer 5:24; Stg 5:7). Las «lluvias tempranas» son las que duran unos pocos días o hasta una semana, y caen alrededor de los meses de octubre o noviembre, aunque nunca son regulares y pueden retardarse hasta los primeros días de diciembre y aun más. Son ligeras y preparan el terreno para la siembra. Invariablemente las preceden días de fuertes vientos y descenso de la temperatura. En abril o en los primeros días de mayo se precipitan las «lluvias tardías» que cierran la estación lluviosa y sirven para completar la maduración de las cosechas. Son, pues, leves y alternan con días de sol. Cuando faltan, sobreviene el desastre agrícola (→ Hambre).
Las lluvias frías y copiosas caen en diciembre y enero. El terreno las absorbe y se mantienen en el subsuelo como reservas para luego fluir en forma de manantiales (→ Fuente). Parte de esta lluvia se guardaba en → Cisternas y pequeños depósitos. Según la creencia de los antiguos, las fuertes lluvias procedían de enormes depósitos de los cielos (Gn 7:11; Sal 65:9; 148:4).
La falta de lluvia en la estación seca se compensaba, en parte, con el rocío que cae en las noches y que es suficiente para madurar ciertos granos, las uvas y otros frutos (Dt 33:28; Zac 8:12).
Las lluvias representan adecuadamente las bendiciones divinas (Dt 32:2; Is 44:3; 55:10, 11) o a veces las perturbaciones enviadas por Dios (Gn 7:4, 10–12; Sal 11:6; Ez 38:22), pues su finalidad es producir efectos benéficos o desastrosos entre los hombres (→ Granizo; Diluvio). Por eso, la lluvia en los desiertos era un misterio para los antiguos (Job 38:26).
La lluvia se consideraba como una bendición y un don de Dios al hombre (Mt 5:45) y específicamente a su pueblo (Gn 27:28; Dt 28:12). Se establece, en contraposición a los dioses extranjeros, como en el caso de → Elías (1 R 18:17–40, cf. Stg 5:17, 18), que Jehová es el «dador» de la lluvia (Sal 65:9; Jer 5:24; 14:22).