PENTECOSTÉS

Gr. 4005 Pentekosté, Πεντηκοστή = «quincuagésimo»; lat. Pentecoste. Segunda de las tres grandes solemnidades anuales judías: Pascua, Pentecostés y Fiesta de las Cabañas o de los Tabernáculos. El pueblo las celebraba con la subida anual al Templo de Jerusalén (Dt. 16:16).
1. Nombre y fecha.
2. Celebración.
3. Pentecostés cristiano.
4. El milagro de Pentecostés.
I. NOMBRE Y FECHA. Pentecostés es la primera fiesta de las que tenía que ver con la cosecha (Ex. 34:22, 23; 2 Cro. 8:12, 13; 1 R. 9:25). Recibía el nombre de Fiesta de las Semanas, Shabuoth, heb. jag hashshabuoth, חַג הַשָּׁבוּעֹות; Sept. heorté hebdomadon, ἑορτὴ ἑβδομάδων (Ex. 34:22; Dt. 16:10, 16; 2 Cro. 8:13), nombre derivado del hecho de celebrarse siete semanas después de que la hoz comenzase a cortar las espigas (Dt. 16:9), dejando un margen de días según el ritmo de la agricultura. Pero la Ley fija el día desde el que ha de empezarse a contar: siete semanas después de la ofrenda de la gavilla de cebada (Lv. 23:15, 16). La gavilla era mecida al día siguiente de un sábado (mimmajrath hashshabbath, מִמָּחְרַת הַשַּׁבָּת, Lv. 23:11, 15, 16).
La opinión más acreditada sitúa este día en la primera jornada de la Fiesta de los Panes sin levadura. Así lo presenta la LXX (he epaúrion tes protes, ἡ ἐπαύριον τῆς πρώτης, Lv. 23:7, 11), al igual que los organizadores de los servicios del Templo de Zorobabel. Los autores judíos posteriores la llaman «fiesta de los cincuenta días», heb. jag hamishshim yom, חַג חֲמִשִּׁים יֹום; gr. hemera tes Pentekostês, ἡμέρα τῆς Πεντηκοστῆς (Josefo, Ant. 3, 10, 6; Tob. 2:1; 2 Mac. 12:32; Hch. 2:1; 20:16; 1 Cor. 16:8). Así, de este modo, la Fiesta de las Semanas tomó el nombre de Pentecostés debido a que se celebraba en el día quincuagésimo a partir del momento en que se mecía la gavilla.
También recibía el nombre de fiesta de la siega, jag haqqatsir, חַג הַקָּצִיר (Ex. 23:16), que indica su origen agrícola; o día de las primicias, yom habbikkurim, יֹום הַבִּכּוּרִים; Sept. hemera ton neon, ἡμέρα τῶν νέων (Nm. 28:26), por cuanto la siega del trigo en toda Palestina acababa casi en este tiempo, y se procedía a ofrendar dos panes de trigo nuevo en acción de gracias a Dios por la recogida de la cosecha (Lv. 23:17).
II. CELEBRACIÓN. Como hemos dicho, en sus orígenes, la fiesta de Pentecostés fue una fiesta de recolección, como la Pascua fue la fiesta del comienzo de la siega. Al ser fiesta de recolección, era particularmente alegre y de acción de gracias. Durante la celebración, todos los varones israelitas se debían presentar en el Santuario con sus ofrendas. En ese día se suspendía todo trabajo: había una solemne convocación (Lv. 23:21; Nm. 28:26; Lv. 23:17, 20; cf. Lv. 24:22; Nm. 28:26; Dt. 16:10). Además de los dos panes, se ofrecían siete corderos de un año, un novillo y dos carneros como holocausto a Yahvé; se inmolaba asimismo un macho cabrío en ofrenda de expiación por el pecado y dos corderos de un año en sacrificio de acción de gracias (Lv. 23:18, 19). Los panes que se ofrecían eran fermentados y no los consumía el fuego, sino que únicamente se agitaban ante Yahvé, junto con dos corderos, como sacrificio de comunión de todo el pueblo, y se dejaban para los sacerdotes.
En Israel la fiesta no duraba más que un día, pero los judíos que residían fuera del país la celebraban dos días seguidos. Durante Pentecostés, como durante las otras festividades, los israelitas debían hacer presentes a los pobres (Dt. 16:11, 12).
En una época tardía, prob. después del destierro, las autoridades religiosas comenzaron a relacionar esta fiesta con la > Alianza del Sinaí. Los rabinos adujeron una relación entre la fecha de la promulgación de la Ley en el Sinaí y Pentecostés en base a Ex. 19:1, donde se dice que los israelitas llegaron al Sinaí al tercer mes, aprox. cincuenta días después de la salida de Egipto, por lo que algunas veces esta fiesta se llama la Entrega de la Ley. En el AT, no obstante, no se atribuye este significado a Pentecostes, y obedece a una evolución histórica, presente en el libro de los Jubileos, sigo II a. C., según el cual fue en esta fecha cuando se realizaron las Alianzas con Dios, y por tanto, cuando había que celebrarlas. En los días de Jesucristo, el significado de la fiesta había evolucionada hasta convertirse en la gran fiesta de la Alianza. En Qumrán, la fiesta de las Semanas se celebraba el quince del tercer mes, y al mismo tiempo se celebraba también la renovación de la Alianza.
III. PENTECOSTÉS CRISTIANO. Cincuenta días después de la resurrección y ascensión de Cristo, a la hora tercia (hacia las 9 de la mañana), el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, la madre de Jesús y alrededor de ciento veinte discípulos (Hch. 2:15–21). Así es como fue fundada la Iglesia bajo la acción del Espíritu, tal como Jesús había prometido (Jn. 14:26; 16:7; Hch. 1:5). Quedaban así inaugurados los «últimos tiempos» (cf. Jl. 3:1–5; Ez. 36:27), que dan comienzo a la era del Espíritu, prenda y garantía de la Nueva Alianza en la sangre de Cristo, de la que brota la «comunidad mesiánica». Es el tiempo en que se ha de dar culto en espíritu y en verdad (Jn. 4:23). Por eso, el Espíritu Santo es dado sin distinción de edad, de sexo o de condición social, comenzando por todos los que estaban reunidos en el aposento alto (Hch. 2:1–4, 14–21). En el pasado, el Espíritu había sido otorgado con poder a los profetas y a ciertos creyentes del AT (cf. Nm. 11:25–29; 1 Sam. 10:5–6), pero el primer Pentecostés cristiano marca el inicio de la dispensación del Espíritu, universal en su naturaleza y alcance. Caen los muros de separación existentes entre los hombres (Ef. 2:14), y el obstáculo idiomático puede ser superado. El milagro de las lenguas subraya que la comunidad mesiánica se extenderá a todos los pueblos sin distinción (Hch. 2:5–11). Desde aquel entonces, los dones del Espíritu Santo son dados a los creyentes, sellados por él, y estos son en consecuencia exhortados a recibir esa plenitud (Hch. 1:8; 2:38–39; Ef. 1:12–13; 5:18), sin la observancia de ritos particulares. Dios había suscitado en el pasado al pueblo de Israel, al que se reveló de una manera especial. En la actualidad, en esta nueva dispensación, el Señor actúa por medio de la Iglesia, de la que el Espíritu es el vínculo de unión, fortificándola, acrecentándola y edificándola sobre la tierra (Hch. 2:39; Ef. 1:22, 23).
Es de destacar que la misma Ley de Moisés haya situado esta fiesta tan importante al día siguiente de un sábado (en efecto, el día cincuenta caía el día después de siete sábados). De la misma manera, la resurrección de Cristo y el descenso del Espíritu, con la consiguiente fundación de la Iglesia, tuvieron lugar en el primer día de la semana, día característico de la nueva creación.
IV. EL MILAGRO DE PENTECOSTÉS. La efusión o derramamiento del Espíritu Santo sobre los discípulos en Pentecostés no tiene paralelo en el AT, es una realidad específicamente cristiana. Pone de manifiesto una nueva dimensión del ser divino. La venida del Espíritu Santo es acompañada por signos como el viento y el fuego, que recuerda y prolonga las > teofanías o manifestaciones de Dios en el AT. Tanto el > viento como el > fuego aparecen en el AT como una de las manifestaciones de la divinidad (Gn. 1:2; 2:7; 15:17; Ex. 3:2; 19:18; Sal. 33:6; Is. 6:6; Ez. 1:4; etc).
Un milagro subraya el sentido del acontecimiento. Los apóstoles «comenzaron a hablar en distintas lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen» (Hch. 2:3). Este hablar en «otras lenguas» es comprendido por las gentes que se hallan presentes procedentes de «todas las naciones debajo del cielo»; este milagro lingüístico es un signo de la vocación universal de la Iglesia, puesto que los oyentes vienen de las regiones más diversas. Lucas quiere enseñar así, que el Espíritu se da con vistas a una misión y testimonio que se ha de llevar hasta los confines de la tierra, haciendo realidad la promesa del Señor (Hch. 1:8; Lc. 24:47–48; Mt. 28:10), y que, por tanto, la comunidad mesiánica se extenderá a todas las naciones, representadas por los que estaban allí (Hch. 2:5–11). Un solo cuerpo animado por un solo Espíritu que restablece la unidad del lenguaje, y por tanto, de la unidad y comunión de la humanidad, que se había perdido en la torre de Babel (Gn. 11:1–9). Ha sido rota la maldición de Babel y ha sido abierto el camino de la unidad universal de todos los hombres en Cristo por el Espíritu. El milagro de Pentecostés supone el final del movimiento disgregador que empezó en Babel.
Este don de lenguas parece a primera vista similar al don de la > glosolalia mencionado en otros lugares (Hch. 10:46; 19:6; 1 Cor. 12:14), pero se distinguen en que el día de Pentecostés todos (partos, medos, elamitas, etc.) entendían a los apóstoles cada uno en su lengua respectiva, mientras que al que tenía el don de la glosolalia nadie le entendía, pues «hablaba no para los hombres, sino para Dios» (1 Cor. 14:2).
El milagro de Pentecostés ha recibido diversas explicaciones. La mayoría de los exegetas tradicionalmente han creído que el Espíritu Santo comunicó a los apóstoles en aquel momento el conocimiento de otras lenguas a fin de poder ser entendidos por los oyentes; otros piensan que el milagro se produjo en la audición de los presentes: los apóstoles habrían hablado una sola lengua, pero todos les comprendieron como si fuese la propia de cada uno; pero esta opinión contradice la afirmación del v. 4 «comenzaron a hablar en otras lenguas». El prodigio, según Lucas, no está en el oír, sino en el hablar. La crítica liberal decía que se trata de una leyenda inventada por Lucas a imitación de otra existente en la literatura rabínica, según la cual la voz de Dios, cuando promulgó la Ley en el Sinaí, fue oída por todas las naciones, dividiéndose para ello en setenta lenguas, tantas como pueblos había; de este modo la Palabra de Dios fue llevada a todas las naciones, aunque solo Israel la escuchó; pero esta leyenda es, sin duda, posterior al libro de los Hechos, y nada tiene que ver con el relato de Lucas. Una versión menos radical y pretendidamente teológica dice que el relato es una construcción artificial, creada por Lucas en función de una exposición teológica. No narra acontecimientos históricos, sino más bien elementos escenográficos como el fuego, el viento, las lenguas, que le sirven para mostrar que la comunidad inicial había sido invadida por el Espíritu y que toda su actividad posterior se realiza movida por ese ser divino. Es evidente que el milagro de Pentecostés consistió en la capacidad sobrenatural de expresarse en otros idiomas, sin que ello supusiera que este don fuese permanente en lo sucesivo. Véase DON DE LENGUAS, FIESTAS JUDÍAS, IGLESIA, MISIÓN.