Promesa

(heb. omer, dicho, «promesa», Sal. 77:8; dabar, palabra, «promesa», 1 R. 8:56; gr.: epangelia, «promesa», Lc. 24:49; epangelma, «promesa», 2 P. 1:4; hay asimismo varios términos derivados y compuestos).
En la Biblia hallamos una gran cantidad de «preciosas y grandísimas promesas» (1 P. 1:4). «Dios, que no miente, prometió» (Tit. 1:2). Dios, que anuncia lo por venir desde el principio (Is. 46:10), mantiene siempre la palabra que ha salido de Él (cfr. v. 11; 58:14). La primera promesa que se halla en la Biblia después de la caída es la de la venida del Libertador (Gn. 3:15). Empezando con este núcleo primario a partir del que Dios va revelando Su plan de redención, se pueden citar las siguientes promesas de Dios: (1) La promesa a Abraham de bendecir en él a todas las familias de la tierra, y de darle a él y a su descendencia la tierra de Canaán (Gn. 12:2, 7, etc.). De esta promesa se hace eco frecuentemente el AT (cfr. Éx. 12:25; Dt. 1:8, 11; etc.). Esta promesa es también mencionada por Pablo (Ro. 4:13–25), exponiendo cómo la Ley dada más tarde no constituye la base de la recepción de lo prometido (cfr. También Gá. 3:15–18). Así, la promesa se mantiene, en tanto que la Ley tuvo un propósito temporal (cfr. v. 19). A David le fue dada la promesa de que su descendencia tendría perpetuidad el trono de Israel (2 S. 7:12, 13, 16, cfr. v. 28). Esta promesa fue reafirmada en los tiempos más oscuros de la historia de Judá (Jer. 23:5–8; 30:9; 33:15–17, 20–22; 25–26; Zac. 12:7–13:1; cfr. Mt. 1:1ss.; Lc. 1:32, 69; 3:32; Ap. 5:5, etc.). (3) La promesa del Nuevo Pacto (Jer. 31:31–40); de la restauración de la nación de Israel en la tierra, y unida en un solo reino (Ez. 36–37); la promesa del derramamiento del Espíritu (Ez. 36:25–27).
Todas las promesas se cumplen en la persona y mediante la obra del Señor Jesucristo (Hch. 13:23, 29–39). Por Su muerte efectuó la reconciliación (Ro. 5:10), y los suyos recibieron en Pentecostés «la promesa del Padre» (Lc. 24:49; Hch. 1:4). La promesa dada a Abraham es, conforme le fue dicho a él, de bendición para todas los familias de la tierra; se apropian de ella todos los que por la fe vienen a ser hijos de Abraham (Ro. 4:9–16; cfr. Gá. 3:14, 29). La promesa de la vida eterna (1 Jn. 2:25) que es en Cristo (2 Ti. 1:1) será manifestada de una manera plena cuando seamos recogidos por Él cuando vuelva para tomar a los creyentes consigo (cfr. Jn. 14:1–4). «Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén» (2 Co. 1:20). El último libro de la Biblia cierra con una promesa que debe llenar de esperanza y expectativa el corazón del creyente: «El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús» (Ap. 22:20; cfr. Tit. 2:11–14).