MIQUEAS, Libro de

Uno de los profetas menores.
1. Autor.
2. Lugar y época.
3. Lugar en el canon.
4. Miqueas e Isaías.
5. Estructura del texto.
6. Teología.
I. AUTOR. El nombre Miqueas (Mikhah) significa «¿Quién como Yahvé?» y se lo encuentra en su forma larga (Mikhayah) en Jer. 26:18; sin embargo, en este libro se utiliza la forma abreviada. No parece haber ninguna relación entre este profeta y aquel Miqueas ben Yimlá (1 R. 22:8) que vivió en tiempos del rey Josafat (aprox. 850 a.C.).
II. LUGAR Y ÉPOCA. La información de 1:1 ubica a Miqueas en una aldea llamada > Moreset. Nada sabemos de esa localidad, pero es probable que sea la misma mencionada en 1:14 como Moreset-Gat, población ubicada al sur de Jerusalén en el borde de la zona de colinas bajas conocida como Sefela. Que el profeta sea identificado agregando a su nombre el de su lugar de origen, en contraste con el recurso más común de indicar el patronímico, significa que cobró fama en tierra ajena, probablemente en Jerusalén. Se entiende así que su experiencia como persona nacida en una ciudad pequeña le diera una perspectiva particular para analizar los hechos de su tiempo y las relaciones sociales. Una asombrosa expresión en primera persona es lo único que poseemos en forma adicional sobre Miqueas; en 2:8 describe su condición y su programa al decir: «Yo estoy lleno del poder del Espíritu de Yahvé, de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión y a Israel su pecado».
Su ministerio se desarrolló en Judá a lo largo de tres reinados. Vivió en tiempos de > Jotam (742–735), > Acaz (735–715) y > Ezequías (715–686), reyes de Judá. Los tres abarcan un período de cuarenta y seis años de reinado, lo que ha servido para señalar la eventual incongruencia entre tan largo período de tiempo y las pocas páginas que nos han sido legadas. Sin embargo, el valor de una obra no debe medirse por la extensión de sus líneas, sino por la calidad y profundidad de sus palabras. Aún más, debemos recordar que el libro de Miqueas, como los demás escritos de la Biblia, es el resultado de un largo proceso de redacción y depuración donde no faltan adiciones y recortes. El producto final rara vez puede considerarse obra directa de quien legó su nombre a la colección, y lo que puede atribuírsele está ubicado en un contexto literario tan distinto que no es prudente hacer afirmaciones sobre la intención del autor o sobre su propia teología. Sea cual fuere el autor material, en esta obra se desarrollan varios temas organizados de forma alternada entre juicios y bendiciones. Esto se hace de manera constante y sin que su organización siga ningún tipo de orden cronológico o temático de los textos.
III. LUGAR EN EL CANON. Según se considere la Biblia hebrea o la LXX, el orden del libro de los Doce Profetas es distinto. En la Biblia hebrea está ubicado en el sexto lugar, mientras que en la LXX ocupa el tercero. En ninguno de los casos se corresponde con el orden cronológico de aparición de los profetas tal como lo entendían en aquellos tiempos, ni como se entiende hoy. Es verdad que Oseas, Amós y Miqueas son profetas más antiguos que el resto de los doce, pero, de acuerdo con la LXX, luego de Miqueas vienen Joel, Abdías y Jonás, que rompen la eventual sucesión cronológica. Lo mismo puede decirse del orden de la Biblia hebrea. Es evidente que ha habido otro criterio distinto del cronológico para ordenar los libros. Se han intentado varias soluciones (p.ej., el encadenamiento de frases parecidas, tales como el final de Joel 3:16 con el comienzo de Am 1:2), aunque de momento resultan parciales: explican un aspecto, pero desequilibran otro. En nuestra opinión, no estamos en condiciones de descifrar el criterio dado para el orden de los Doce Profetas.
IV. MIQUEAS E ISAÍAS. En Miqueas son numerosos los textos que se acercan al del profeta Isaías. Al menos tres merecen nuestra atención. Miq. 2:1–5 tiene su correlato con Is. 5:8–13. No se trata de una copia textual, pero el tema y vocabulario los acercan de manera evidente. Ambos son palabras de juicio que aluden a la casa de los opresores, donde planifican cómo despojar a los pobres. En los dos textos se recurre a la imagen de quien piensa durante la noche en su lecho y luego pone por obra su plan al levantarse por la mañana. Por no ser imágenes habituales, su coincidencia hace pensar en una fuente común o en un contexto poético, donde estas figuras eran tenidas en cuenta. Lo mismo puede decirse de Miq. 5:9–14 en relación con Is. 2:6–9. La mención de los caballos y carros se repite en el mismo sentido en Isaías, al igual que la alusión a las hechicerías e idolatrías. La crítica de la riqueza también está presente en ambos textos, aunque, como se verá más adelante, en Miqueas tiene un significado distinto. Otra es la situación de 4:1–4, casi una copia textual de Is. 2:2–5, textos en los cuales se anuncia un tiempo de paz y de transformación de las armas de guerra en instrumentos de labranza (véase lo inverso en Jl. 3:10). Estos paralelos nos hacen ver que estamos ante un discurso profético compartido por otros profetas que quizás formaran una escuela o corriente de pensamiento. Preguntarnos cuál procede de cuál poco puede añadir a la interpretación de los textos. Lo que revela la recurrencia de temas es que el mensaje, sea de Miqueas o de Isaías, no es producto de la iluminación —o locura— de una persona aislada, sino la respuesta a una situación de injusticia y deterioro de la fe práctica evidente para muchos. En contraste con lo dicho, es necesario señalar que hay notorias diferencias entre ambos profetas, más allá de la extensión de sus obras. La principal es que Miqueas habla desde el ámbito rural, mientras que Isaías sostiene un discurso enraizado en la visión de los problemas desde la ciudad de Jerusalén, y con un fuerte interés a la línea sucesoria de David.
V. ESTRUCTURA DEL TEXTO. Se han propuesto varias divisiones para este libro. Entendemos que el texto de Miqueas busca privilegiar la alternancia entre juicio y bendición, y ofrecemos esta que distingue dos partes y divide en tres la segunda:
I. Título 1:1
II. Oráculos de juicio y bendición
a. Juicio 1:2–2:11
b. Bendición 2:12–13
c. Juicio 3:1–12
d. Bendición 4:1–5:15
e. Juicio 6:1–7:7
f. Bendición 7:8–20
1:1. El título nos orienta sobre la época de Miqueas y el ambiente en que se desarrolló su ministerio. Que las visiones sean anunciadas como sobre Judá y Samaria llama la atención, pues Miqueas es del reino del sur (Judá), pero lo hace para dar a entender que nadie queda fuera del juicio de Dios, a la vez que advierte tanto a unos como a otros de las consecuencias de su conducta.
1:2–2:13. Las primeras palabras están dirigidas a Samaria y Jerusalén y son de juicio (1:5). Los motivos no son distintos de los que se anuncian en los demás profetas del siglo VIII (Amós, Isaías y Oseas): la combinación de idolatría con injusticia hacia los pobres. El profeta anuncia que Dios destruirá los ídolos y con ellos las ciudades (léase Samaria) donde se dice a los profetas que no profeticen (2:6) por temor a sus palabras. El texto muestra que Miqueas tenía un buen conocimiento de las localidades, ya que menciona varias de ellas. Hacia el final vuelve sobre los falsos profetas, aquellos que anuncian lo que los dirigentes del pueblo quieren oír. Esta primera unidad se combina con 2:12–13, donde se anuncia el rescate del resto de Israel, un lenguaje sin duda postexílico que ofrece al pueblo del destierro la esperanza en la reconstrucción de su nación. Lo llama Jacob, nombre que designa al reino del norte, Samaria, y coloca a Judá como aquel pueblo que sobrevive al desastre, el remanente de todo el antiguo Israel. El pueblo será dirigido por su rey, pero Dios mismo le precederá, quizás como garante de que no se volverá a los errores cometidos por la monarquía.
3:1–12 y 4:1–5:15. Se repiten los temas de la sección anterior. En la primera parte se denuncia a los jueces, sacerdotes y profetas que ejercen sus oficios por dinero y acomodan sus palabras al gusto de quienes les pagan. La injusticia contra los pobres vuelve a ser un tema central (3:1–3). También la discusión con los profetas cobra una alta dimensión y revela quizás una disputa entre sectores o escuelas. Miqueas no puede aceptar que se anuncie paz o guerra en relación con la paga que reciben (3:5) y les dice que el resultado de esa actitud será que ya no podrán hablar de parte de Dios, pues cerrará sus labios y no comunicará más su voluntad a través de ellos. En 4:1–5:15 hallamos una bellísima colección de textos de bendición que se hilvanan hasta concluir en una denuncia de la idolatría y la voluntad de erradicarla, pero en un contexto de salvación. Se inicia con el anuncio de que en los días últimos el monte del Templo será lugar de reunión de las naciones dispersas, la recomposición de la paz entre los pueblos. En 4:6–12 se menciona el inminente destierro a Babilonia, pero también su superación a través de la acción de Dios. De modo que un texto que pudo ser preexílico se transforma en exílico ampliando su horizonte hermenéutico. Luego (5:1–6), habla de un rey que vendrá de Belén Efrata, pero deja en la ambigüedad si se trata de evocar la figura de David o de un nuevo y futuro David. El cristianismo lee este texto como un anuncio del Mesías que se hace realidad en Jesús de Nazaret, pero en la redacción de Miqueas es probable que aluda a la esperanza de restituir la casa de David con un rey que libre al pueblo de la opresión del destierro. En los vv. 9–15 se perciben ecos del oráculo de juicio y castigo para Jacob que leemos en Isa. 2:6–9, pero en Miqueas requiere ser comprendido de manera positiva. Lo que antes fue presentado como juicio es retomado en este nuevo contexto literario como palabra de esperanza. Cuando la idolatría se ha transformado en algo endémico, contra lo cual ya parece no haber remedio, el profeta dice que Dios destruirá todo signo de poder violento y los vestigios de idolatría en las ciudades. Lo que en su momento fue palabra de juicio se ha transformado en anuncio de esperanza para el pueblo fiel.
6:1–7:7 y 7:8–20. Introduce en la sección del juicio elementos nuevos. Se evocan los hechos de la liberación de Egipto en la figura de sus Moisés, Aarón y, llamativamente, Miriam. La mención de esta dirigente femenina en el desierto nos sorprende y hace pensar que quizás hubiera un movimiento de mujeres que la tuvieran como modelo. Luego se hace la crítica más dura al culto jamás escuchada, al preguntarse si le agradarán a Dios «millares de carneros y arroyos de aceite» en el sacrificio. La respuesta es la necesidad de hacer justicia, tener misericordia y cultivar la humildad (6:8).
El contraste entre la adoración exterior y la vida de amor que Dios propone evidencia para el profeta el pecado de Israel y las razones de su infortunio. Así como se había evocado a los dirigentes de la liberación de Egipto, ahora se menciona el oprobio de la casa de Omrí y de Acab (1 R. 16:23–34). El primero es el fundador de Samaria, y del segundo se dice que sacrificaba niños en honor de Baal en la ciudad. Ambos son el símbolo máximo de los reyes que se apartaron de Yahvé y que corrompieron al pueblo. Los decretos de estos monarcas han prevalecido sobre los mandamientos del Dios liberador de la esclavitud. A estos juicios se los acompaña con palabras de bendición centradas en rescatar la dignidad de Israel mancillada por las naciones opresoras. No destaca el presente de Israel, sino la promesa de restauración y de reconocimiento por parte de las demás naciones. Quienes dicen «¿Dónde está tu Dios?» en tono de burla, serán aplastados por la acción divina que se revelará en su esplendor, de forma que las naciones «pondrán la mano sobre su boca» de asombro (7:16). Se enfatiza el hecho de que quienes oprimieron a Israel reconocerán la soberanía de su Dios.
Al concluir, se presenta un texto (7:18–20) que involucra la totalidad de la obra. El juego de palabras con el nombre del profeta (v. 18), el anuncio de la voluntad de Dios de restaurar la relación con su pueblo, y el firme convencimiento de que cumplirá las promesas hechas a los padres, coloca el discurso en el contexto de la historia antigua de Israel. No es porque sí que el énfasis en que Dios perdonará las faltas del pasado sea más fuerte aquí que en cualquier otro pasaje del libro. Traer al presente a Abraham y a Jacob es recordarle al pueblo lo mejor de sus tradiciones.
VI. TEOLOGÍA. Varios son los temas que expresa la teología de Miqueas. Encontramos en sus palabras elementos comunes a otros profetas, pero no por eso menos valiosos y contundentes. Hay una afirmación radical respecto a que la riqueza es pecado. En Miqueas hay una clara denuncia de que la pobreza y el infortunio del pueblo obedecen a una toma de posición consciente por parte de los ricos para explotarlo. Los jueces son corruptos (7:3), los ricos mienten (6:12), las autoridades aborrecen el bien (3:1). No hay posibilidad de redención sin un cambio frontal de vida de parte de los opresores. Miqueas, como Isaías y Amós, pone en evidencia la conexión entre la pobreza de unos y la riqueza de otros, y rompe con la idea de que los unos y los otros no son más que actores involuntarios en el drama de la vida y deben aceptar el destino que les ha tocado.
A su vez, la situación de injusticia se ve profundizada por un culto falaz y tendencioso. Nada más lejos de la voluntad de Dios que una correcta adoración formal acompañada de un corazón alejado de él. El culto está devaluado y es la piedra angular de la tragedia de Israel. En 1:5 se llama a Jerusalén «lugar alto», es decir, altar de la idolatría, piedra de tropiezo para la fe; de Samaria se dice que «es rebelde» en alusión a su condición de ciudad con un templo impostor. Los sacerdotes han perdido todo prestigio debido a su sed de dinero. En ese estado de cosas no hay manera de reconciliarse con Dios a través de ofrendas y sacrificios si no se hace justicia al pobre ni se respetan sus derechos. La devoción espiritual debe ser coherente con la práctica social de justicia o será una espiritualidad vacía y tramposa.
En tiempos de Miqueas abundaban los falsos profetas, y por lo tanto también esta realidad se refleja en su obra. La teología de Miqueas no duda en distinguir entre el profeta verdadero y el falso. El criterio no es la rectitud de sus palabras y declaraciones, sino la práctica de la fe. En 3:5 denuncia el comercio de sus profecías y el fin de su oficio. A diferencia de ellos, Miqueas se sabe lleno del Espíritu de Dios, que lo conduce a denunciar el deterioro de la fe en que ha caído Israel.
Lejos de buscar abandonar a su pueblo por sus rebeldías, el mensaje de Miqueas es que Dios quiere bendecir a su pueblo. Esto no debe entenderse como debilidad del mensaje de juicio. No puede leerse esta obra en el sentido de que cualquiera que sea nuestra actitud ante la vida y el prójimo, al final seremos perdonados. La misericordia de Dios que muestra Miqueas se construye sobre el llamado a la conversión del opresor y la búsqueda de la justicia. Es crucial a esta comprensión que toda bendición en esta obra queda como promesa aún no cumplida, como convencimiento de que la voluntad de Dios va en esa dirección, pero que el pueblo tiene también que hacer su parte. Aunque no lo dice explícitamente, se puede inferir que para la teología de Miqueas la bendición de Dios exige de nuestra parte obrar con justicia y se frustra sin ello.