Ministerio

Del latín ministerium = «servicio, empleo, oficio», deriv. de minister = «servidor, oficial».
1. Vocabulario.
2. Ministerio profético de la palabra.
3. Ministerio cristiano.
4. Jesucristo y el ministerio.
5. El ministerio y el Espíritu Santo.
I. VOCABULARIO. En el AT corresponde al heb. 5647 abad, עבד = «servir, labrar, esclavizar, trabajar». Esta raíz se utiliza mucho en las lenguas semitas y cananeas; como verbo aparece más de 290 veces en el AT en referencia al servicio voluntario u obligatorio. Se menciona por primera vez en Gn. 2:5 respecto a labrar la tierra. Pero también se usa a menudo con referencia al servicio divino: «Cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios en este monte» (Ex. 3:12, cf. Dt. 6:13; 11:13). En los Salmos aparece la noción festiva de servir a Dios como una invitación a todos los pueblos: «¡Cantad alegres a Yahvé, habitantes de toda la tierra! Servid a Yahvé con alegría» (Sal. 100:1–2). En el NT corresponde al sust. gr. 1248 diakonía, διακονία = «ministerio», y al vb. 1247 diakoneo, διακονέω = «servir, asistir, ministrar», define deberes domésticos (Lc. 10:40); un ministerio religioso y espiritual, como el apostólico (Hch. 1:17, 25; 6:4; 12:25); el servicio o ministración de los creyentes (Hch. 6:1; Ro. 12:7; 1 Cor. 12:5; 16:15; 2 Cor. 8:4; 9:1; Ef. 4:12; 2 Ti. 4:11); en sentido colectivo, el de una iglesia local en relación con la colecta para los pobres de Jerusalén (Hch. 11:29; 12:25; Ro. 15:31; 1 Cor. 16:15; 2 Cor. 8:4; 9:1, 12s); el ministerio del Espíritu Santo en el Evangelio (2 Cor. 3:8); el ministerio de los ángeles (Heb. 1:14); la obra del Evangelio en general (2 Cor. 3:9; 5:18); el ministerio general de un siervo del Señor en la predicación y en la enseñanza (Hch. 20:24; 2 Cor. 4:1; 6:3; 11:8; 1 Ti. 1:12; 2 Ti. 4:5); y la Ley como ministerio de muerte y condenación (2 Cor. 3:7, 9).
El gr. leiturgós, λειτουργός = «ministro» (Hch. 13:2), corresponde al heb. meshareth, מְשָׁרֵת, y es utilizado gral. como su equivalente en la LXX. Josué es presentado como servidor, meshareth, de Moisés (Ex. 24:13). Meshareth en ocasiones sirve para designar a los sacerdotes, ministros del culto (Is. 61:6; Ez. 44:11; Jl. 1:9). En el griego clásico 3008 leiturgeía, λειτουργεία, significaba tanto un servicio público al Estado como un servicio a los dioses. En el NT define la actividad de los profetas y maestros en la iglesia de Antioquía «ministrando estos al Señor» (Hch. 13:2); el deber de las iglesias de los gentiles de servir en los «bienes materiales» a los santos pobres de Jerusalén, en vista de que los primeros habían «sido hechos participantes» de los «bienes espirituales» de los últimos (Ro. 15:27); el servicio oficial desempeñado por los sacerdotes y levitas bajo la Ley (Heb. 10:11).
II. MINISTERIO PROFÉTICO DE LA PALABRA. En el AT, los sacerdotes y levitas son los únicos que ejercen el ministerio sagrado, primero en el Tabernáculo, después en el Templo. Los profetas ejercen un servicio ocasional que se puede calificar de «ministerio de la Palabra». En algunos casos era un ministerio vitalicio, casi siempre asociado al trono en calidad de > videntes (1 Sam. 10:5; 19:20; 28:15; 1 R. 22:6s; 2 Cro. 18:9). Para la formación de estos profetas había «escuelas» de las que apenas sabemos algo (1 R. 18:4; 2 R. 2:3s: 4:38; 5:22; 6:1; 9:1). El profeta es el servidor del mensaje que Dios quiere hacer llegar a los hombres. No habla en su propio nombre ni refiere sus propias ideas, sino lo que Dios «pone en su boca». Es un escogido por Dios de entre el pueblo, a quien envía a proclamar su mensaje, independientemente de su edad, como Jeremías (Jer. 1:7), o de su condición social, como Amós, un simple pastor. Desde el momento del llamado divino, el profeta es un servidor de la Palabra porque lo que pronuncie serán las palabras que Dios pondrá en sus labios (cf. Is. 6:6–7; Ez. 3:1–3). El profeta queda configurado existencialmente como servidor de la Palabra. Vivirá y sufrirá por causa de ella y la anunciará sin descanso, cumpliendo así el encargo que ha recibido. La Palabra así anunciada sacude y convierte, destruye y levanta, fortalece y derriba. El profeta puede sufrir, verse rechazado y perseguido, pero la Palabra de Dios que lleva y proclama permanece para siempre (Is. 40:8; cf. 1 Pd. 1:24–25). Es la Palabra la que hace al profeta, y no el profeta a la Palabra. El profeta puede angustiarse ante la carga de su mensaje y el rechazo de su ministerio, pero no será así con la «palabra que sale de la boca» de Dios: «No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para lo cual la envié» (Isa. 55:11).
III. MINISTERIO CRISTIANO. En el NT se hace referencia a una amplia variedad de ministerios en las primeras comunidades cristianas, a saber, apóstoles, presidentes, profetas, epíscopos, presbíteros, diáconos, pastores y maestros, ninguno de los cuales guarda relación con el sacerdocio. Por el contrario, es la figura del profeta la que emerge; p.ej., en la iglesia de Antioquía son los profetas, junto con los maestros, quienes toman la iniciativa misionera, apartando a Bernabé y a Saulo para esa obra (Hch. 13:1–2); Timoteo es elegido por indicación de los profetas de la comunidad, y confirmado en el oficio con la imposición de manos por parte de Pablo (2 Ti. 1:6). En sentido general y espiritual, todo el pueblo de la Nueva Alianza es sacerdotal (1 Pd. 2:9; Ap. 1:6), en paralelismo con la condición primordial del pueblo de la antigua alianza (cf. Ex. 19:6).
Todos los ministerios eclesiales en su totalidad están al servicio del pueblo de Dios, y no solo aquellos que reciben el título de > diáconos, pues además de asistir a los pobres y a las viudas, evangelizaban. El ministerio es propiamente un servicio a la comunidad. En la elaborada reflexión comunitaria de Ef. 3:10–13, el propósito de los diversos ministerios especiales no es otro que capacitar a los santos para la obra del ministerio general, para la edificación del cuerpo de Cristo. Obedece así al original concepto cristiano del ministerio como servicio. En un mundo de siervos y señores, el ministerio o diakonía era propio de esclavos y siervos, y tenía una connotación negativa de desprecio (Platón, Gorgias 429b), pero el cristianismo escoge esa palabra y su imagen, mientras evita los términos que significan autoridad, poder, mando, señorío.
IV. JESUCRISTO Y EL MINISTERIO. Jesucristo es el siervo por excelencia de Dios y de los hombres (cf. Mt. 20:28; Mc. 10:45; Ro. 11:13; 2 Cor. 4:1; Heb. 1:14; 6:4); el ministro ejecutor de los designios salvíficos de Dios Padre, que se humilla y adopta la condición del esclavo que lava los pies de los hombres y limpia las llagas causadas por el pecdo con su propia sangre. Desde el principio, el cristianismo afirma que «servir no es algo indigno»; lo indigno es el domino del hombre por el hombre (cf. Mt. 20:25; Mc. Mc. 10:42). Más bienaventurado es servir que mandar (cf. Hch. 20:35). Jesús enseñó a sus apóstoles a considerar su función ministerial como un servicio a favor de todos los hombres. El apostolado, más que un honor es una responsabilidad, un ministerio o diakonía al servicio de la Palabra (cf. Hch. 1:17, 25; Ro. 1:1).
V. EL MINISTERIO Y EL ESPÍRITU SANTO. En el NT la Iglesia aparece como una comunidad guiada por el Espíritu, que vive en comunión y obediencia, no de dominio e imposición. Es el Espíritu Santo quien distribuye los carismas para servicio del pueblo de Dios (1 Cor. 12:4; 14:26; Ef. 4:7, 16), a fin de que «todo el edificio, bien ensamblado, vaya creciendo hasta ser un templo santo en el Señor», una «morada de Dios en el Espíritu» (Ef. 2:20–22), lo que remite al Dios trinitario, quien en última instancia es el que constituye y establece la comunidad cristiana. El ministerio cristiano, como el profético de la Antigua Alianza, no es concebido como un oficio realizado por una casta y que se transmite de padres a hijos, sino como una vocación o llamamiento suscitado por el Espíritu Santo, mediante el cual se persigue la unidad en la diversidad ministerial (cf. Ro. 12:3–7; Ef. 4:4).
El Espíritu distribuye sus dones como quiere (cf. 1 Cor. 12:11), pero no obedece a una voluntad arbitraria, sino a un designio inteligente según el conocimiento que tiene de cada miembro y del papel ordenado de cada parte en el todo (1 Cor. 12:12–27).
Los ministerios especiales son confirmados y conferidos mediante el rito de la imposición de manos de los apóstoles y ancianos (Hch. 6:6; 1 Tim. 4:14; 2 Tim 1:6). Véase APÓSTOL, CARISMA, DIACONÍA, IMPOSICIÓN DE MANOS, LITURGIA, MINISTRO, PROFETA, SACERDOCIO, SERVICIO.
Bibliografía: AA.VV., Los ministerios en la Iglesia. Perspectivas teológicas y realidades pastorales (Sígueme 1985); W.G. Blaikie, La obra del ministerio (CLIE 2010); J. Delorme, ed., El ministerio y los ministerios según el NT (Cristiandad 1975); G. Canobbio, “Ministerio”, en NDTM, 1161–1178; J.M. Castillo, “Ministerios”, en CFP (Cristiandad 1983); S. Dianich, “Ministerio”, en DTI III, 515–528; Id. “Ministerio”, en NDT II, 1080–1109; J. Equiza y G. Puhl, Para vivir el ministerio (EVD 1988); P. Grelot, El ministerio de la Nueva Alianza (Herder 1969); Alfred Küen, Ministerio en la Iglesia (CLIE 1995); John MacArthur, ed., El ministerio pastoral (CLIE 2005); M. Nicolau, Ministros de Cristo (BAC 1971); W.T. Purkiser, La imagen del ministerio en el NT (CNP 1969); R. Rincón, “Ministerio”, en DETM, 662–680; L. Sartori, “Carismas y ministerios”, en DTI II, 9–24; E. Schillebeeckx, El ministerio eclesial. Responsables en la comunidad cristiana (Cristiandad 1983).