LITURGIA

Gr. leiturgía, λειτουργία, de laós-leîton, «pueblo, popular» y ergon, «obra», en el gr. clásico era cualquier servicio de carácter público más o menos obligatorio hecho al Estado o a la ciudad correspondiente. En Atenas se conocían dos clases de liturgias: cíclicas, relacionadas con la preparación o mantenimiento de los juegos públicos; y extraordinarias, relacionadas con los preparativos para la guerra. Según Aristóteles, la liturgia pertenece a las notas esenciales de la democracia; los ciudadanos no deben procurar solo el bien privado, sino también el bien común, y esto no solo con los tributos, sino también con su actividad personal (Politica, 5, 8). La liturgia también incluía el servicio a los dioses, pues se consideraba como un oficio realizado en nombre del pueblo y por el pueblo. La palabra leiturgía adquirió un sentido estrictamente religioso, sin el significado técnico que tenía para los griegos, debido a la versión de los Setenta, que se sirve de ella unas 143 veces para traducir los términos hebreos 8334 sharath, שָׁרָת = «servicio», que se ofrecía como parte del culto de Israel, y 5656 abodah, עֲבוֹדָה = «trabajo, labor», que en relación con el Tabernáculo y el Templo denota el servicio sagrado o el culto ofrecido por los sacerdotes y levitas de la Antigua Alianza. Posteriormente, y de modo excepcional, también aparece con el significado de «culto espiritual», como en Is. 61:6; Eclo. 4:14; 24:10; Sab. 18:21. En este sentido se encuentra también con bastante frecuencia en la literatura rabínica.
Los autores del NT evitaron los términos cultuales para designar las prácticas propias de las primeras asambleas cristianas. De algún modo, el vino nuevo del Evangelio buscó nuevos odres semánticos. La palabra «liturgia» es usada para expresar el ministerio sagrado del Templo judío (Lc. 1:23), y en sentido simbólico se aplica a la acción sacerdotal de Jesús, en Heb. 8:2. En este pasaje se usa el vocablo leiturgós: «ministro [λειτουργός; Vulg. minister] del lugar santísimo y del verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre». Raramente se halla en el AT, donde se refiere a un ministro cualquiera, nunca al sacerdote, mientras que el autor de Hebreos lo aplica a Cristo en cuanto siervo de Dios. En el resto, leiturgía aparece fuera del contexto cultual, aplicada al ministerio apostólico (cf. Hch. 13:2; Ro. 11:13), especialmente la predicación del Evangelio (cf. Ro. 15:15–16), entendida por el por apóstol Pablo como una ofrenda de sacrificio por amor a la salvación de los gentiles (Flp. 2:17). La misma palabra cubre el «servicio sagrado» de los santos que ayudan con sus ofrendas a los hermanos necesitados de Jerusalén (cf. 2 Cor. 9:12; Ro. 15:25, 27). Esta variedad de acepciones supone una verdadera teología y pone de relieve la novedad del verdadero culto en la persona de Jesús y en su sacrificio pascual, la continuidad de este culto en las celebraciones de la Iglesia y en la vida de todos los creyentes, cuya existencia es un sacrificio viviente y un «culto racional [logikén]» (Ro. 12:1–2; cf. 1 Pd. 2:2). Se califica de «sacrificio vivo», en contraste con los sacrificios del AT consistente en la inmolación de animales muertos, y «santo», en cuanto el cristiano se ofrece unido a Cristo, con quien está vitalmente vinculado. Por consiguiente, todos los fieles, en virtud de la fe y el bautismo, mediante su identificación con Jesucristo, son consagrados para el culto verdadero del Padre en el Espíritu Santo (cf. Jn. 4:23; Ro. 6:3–6; 8:15–29; Ef. 1:13; 1 P. 2:5, 9, 10).
El motivo bíblico central es el ejercicio sacerdotal de Cristo en su vida y en su presencia actual a la derecha del Padre, siempre vivo para interceder en favor de los creyentes (Heb. 7:25). En su mediación sacerdotal, Cristo, siempre presente en la Iglesia, especialmente en las acciones litúrgicas, actúa en la dimensión de la economía trinitaria, que supone la persona y la obra del Padre, fuente de toda santificación y fin de todo culto, y la acción del Espíritu Santo. La doble acción de la santificación de los hombres, es decir, de la comunicación de la vida divina y del culto, con la respuesta de la oración y de la vida, indica la estructura esencial de la liturgia como diálogo de la salvación entre Dios y su pueblo y la necesaria respuesta teologal y existencial de la alianza. La salvación viene toda del Padre (cf. 1 Ti. 1:2; 2:4; Ef. 1:9; etc.), es efectuada totalmente por el Hijo (cf. Jn. 1:18; 3:17; 5:19, 21; etc.) y es toda ella realizada en los creyentes por el Espíritu Santo (cf. 1 Cor. 6:11; 12:13; Ro. 8; etc.), de modo que la santificación del hombre y el culto a Dios son una realidad dinámica enmarcada en el cuadro de la divina Trinidad revelada en la Biblia. Véase CULTO, MINISTRAR, SACRIFICIO, SERVICIO, TRINIDAD.
Bibliografía: A. De Pedro, Misterio y fiesta. Introducción general a la liturgia (EDICEP 1975); M. Garrido Bonano, “Liturgia”, en GER 14, 452–458; J.A. Jungmann, “Liturgia: naturaleza e historia de la liturgia”, en SM IV, 324–353; S. Marsili, “Liturgia”, en DETM, 591–599; D. Mosso, “Liturgia”, en DTI I, 62–83; C. Pifarré, “Liturgia”, en EB IV, 1055–1060.