Mateo

Gr. 3156 del NT Matthaîos, Ματθαῖος v. Maththaîos Μαθθαῖος. Uno de los doce discípulos de Jesús.
1. Identidad del personaje.
2. Mateo en la tradición.
3. Mateo en la literatura apócrifa.
3.1. Martirio de Mateo.
3.2. Forma y contenido.
3.3. El niño hermoso.
3.4. Detalles sobre la jerarquía.
I. IDENTIDAD DEL PERSONAJE. Hijo de > Alfeo, vivió en > Cafarnaúm (Galilea). Marcos y Lucas lo designan por el nombre de Leví (Mc. 2:14, Lc. 5:27). La razón de los dos nombres es que era cosa frecuente entre los judíos. Tal uso era motivado por la necesidad de distinguir a varios personajes con nombres iguales o similares. En las listas de los Doce, incluidas las de Marcos y Lucas, no se hace mención expresa de Leví y se habla solamente de Mateo. Este ejercía la odiosa profesión de > publicano (telones) o recaudador de impuestos por cuenta, no de los romanos, sino de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea.
Cafarnaúm se hallaba en un cruce de caminos, centro de comunicaciones y contrataciones entre Tiro y Damasco, Séforis y Jerusalén, y era como una residencia especial de los cobradores de impuestos de la comarca. Ninguna mercancía podía entrar en Galilea por esa región sin pagar el correspondiente impuesto. De ahí que los mercaderes y traficantes, tenderos y comisionistas de toda índole, tuvieran en este punto urbano su sede y lugar de operaciones. El oficio de recaudador era lógicamente codiciado por las oportunidades que ofrecía para amasar una fortuna personal.
A la primera invitación de Jesús para que fuera su discípulo, Mateo obedeció de inmediato, abandonando sus funciones (Mt. 9:9; Mc. 2:14; Lc. 5:27). Su admisión al grupo de los discípulos llevó a otros miembros de esta despreciada clase a que siguieran a Jesús, atrayéndose con ello la hostilidad de los fariseos; esta hostilidad se manifestó durante el banquete que Mateo, recién llamado, ofreció a Jesús. Publicanos y pecadores acudieron a este convite. Jesús respondió a los escandalizados escribas y fariseos: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento» (Lc. 5:29–32; Mc. 2:15–17; Mt. 9:10–13).
El Evangelio de Mateo dice sencillamente que la cena tuvo lugar «en la casa» (Mt. 9:10); pero por Mc. 2:15 y Lc. 5:29 se sabe que el lugar de este gran festín fue su propia mansión. Después de la lista de Hechos de los Apóstoles 1:13, Mateo no es mencionado más en el NT.
Aparece en el séptimo lugar en la lista de los > Doce de Lc. 6:15 y Mc. 3:18 (emparejado con Bartolomé: Mc, o con Tomás: Lc), y el octavo en Mt. 10:3 y Hch. 1:13 (emparejado con Bartolomé). En ninguno de los pasajes citados se recoge una sola palabra atribuida al apóstol Mateo.
II. MATEO EN LA TRADICIÓN. Son muy pocas las noticias verificables que existen sobre la vida de Mateo. Sin embargo, la tradición recoge diversos testimonios que hablan de su actividad literaria. Ireneo de Lyon sabía que Mateo había escrito en hebreo el Evangelio que predicaba. Eusebio de Cesarea recoge en su Historia Eclesiástica este testimonio de Ireneo en el sentido de que “Mateo escribió para los hebreos un evangelio en su lengua materna mientras Pedro y Pablo predicaban en Roma y fundaban la iglesia” (Hist. Ecl., V 8, 2–3; Ireneo, Adversus haereses, III 1, 1). Eusebio recoge también el testimonio de Papías de Hierápolis, que afirmaba: “Mateo compuso en hebreo los discursos (logia), que cada cual interpretó como pudo” (Eusebio, Ibid., III 39, 16). Refiere igualmente que Panteno de Alejandría, converso de la filosofía estoica, viajó hasta la India, donde encontró a cristianos que empleaban el Evangelio de Mateo. El apóstol Bartolomé lo había predicado allí y se lo había legado a los fieles de la India (Id., Ibid., V 10, 3).
A Mateo se atribuye igualmente uno de los más importantes evangelios apócrifos de la Infancia, el que lleva como subtítulo la siguiente inscripción: “Empieza el libro sobre el nacimiento de la bienaventurada María y la infancia del Salvador, escrito en hebreo por el bienaventurado evangelista Mateo y traducido al latín por el bienaventurado presbítero Jerónimo” (A. Piñero, ed., Todos los evangelios, 214–237. Madrid, 2009).
Mateo era, pues, considerado en la tradición como uno de los autores principales en la transmisión de la doctrina cristiana. Es la razón lógica para que la atención se haya fijado en su persona y en su actividad literaria. De Mateo recuerda la piedad cristiana su profesión de publicano; sabe también de la prontitud con que escuchó el llamado de Jesús. De los tres Sinópticos es el que más referencias recibe en la historia de la teología. No obstante, hay que reconocer con la crítica más actual que el apóstol Mateo, también llamado Leví, no pudo ser el autor del Evangelio transmitido bajo su nombre. La afirmación insistente de que escribió su obra en la lengua materna de los hebreos tampoco encaja con las características literarias del primero de los Evangelios Sinópticos. Es una obra compuesta en griego y basada en tradiciones anteriores, tales como el Evangelio de Marcos y la fuente Q.
III. MATEO EN LA LITERATURA APÓCRIFA. Dos son los escritos apócrifos que cuentan abundantes detalles de la vida y ministerio de Mateo, el primero de ellos los Hechos de Andrés y Mateo/Matías en la ciudad de los antropófagos. Aunque la narración giraba en torno a la prisión de Mateo y su liberación por obra de Andrés, el primero desaparece prácticamente del relato para dejar el protagonismo a su libertador.
El segundo de los apócrifos sobre la tradición biográfica mateana, es el Martirio de Mateo, surgido del ambiente social e histórico de los siglos IV al V. Por lo demás, son evidentes las relaciones de forma y contenido entre este Martirio y los Hechos de Andrés y Mateo. Ambos apócrifos parecen haber sido compuestos en alguna de las iglesias orientales.
La literatura apócrifa recoge en su elenco estas dos obras en que Mateo es el protagonista destacado, siempre con la duda sobre la identidad del personaje. La común etimología de los nombres de Mateo y Matías es la causa de la confusión de sus personas y de las consiguientes vacilaciones en los autores. Es lo que sucedió con la atribución del protagonismo en los Hechos de Andrés y Mateo/Matías en la ciudad de los antropófagos, y es lo que también ocurre en este Martirio de Mateo. No obstante, en este caso prevalece claramente la calidad y la cantidad de los documentos que se decantan por Mateo.
1. Martirio de Mateo. De los dos códices principales, P (París del siglo X) y F (del siglo XI), que Bonnet califica de «dos brazos de una misma rama» (M. Bonnet, Acta Apostolorum Apocrypha, II, I p. XXXIV), F habla siempre de Matías, incluso después de tachaduras en el original; en cambio, el manuscrito P, que en opinión de Bonnet es el que «ha conservado la forma más antigua y más pura del martirio» (Id., Ibid., antiquiorem et puriorem martyrii formam P seruauit), usa habitualmente el nombre de Mateo con un par de excepciones que podemos interpretar como simples errores del copista o lapsus calami. Por su parte, tres importantes códices, de Viena, el Vaticano y el Escorial, así como la versión latina, hablan siempre de Mateo.
2. Forma y contenido. Este relato del Martirio de Mateo no destaca ni por su doctrina ni por su estética literaria. Las dotes narrativas de su autor son manifiestamente mejorables. Algunas incoherencias y un cierto desorden en la presentación de los sucesos dejan en penumbra episodios tan fundamentales como la muerte del protagonista. Su género de muerte queda aclarado por las promesas y los anuncios. Morirá quemado vivo, según los presagios (cc. 4–5), a pesar de que el fuego se convertía milagrosamente en agradable rocío que no podía dañar al apóstol (c. 19). Su muerte tranquila recuerda la del Jesús del cuarto Evangelio, que entregó su alma porque quiso.
La personalidad del rey, denominado imperator en la versión latina, no acaba de presentar un perfil definido y coherente. Arranques de energía se suceden con gestos de debilidad. El milagro de la liberación de su esposa, hijo y nuera, de la posesión diabólica empuja al rey a buscar la muerte de Mateo. El demonio expulsado de sus familiares, el «maligno demonio» Asmodeo de la historia de Tobías (Tob 3:8, 17), conspira con el rey contra el apóstol, aunque luego abandona y huye. El rey persistía en su intención de dar muerte a Mateo incluso después de haber sido curado por él de la ceguera. Simula querer hacerse su discípulo con la intención de apoderarse de él y cumplir su propósito, por lo que lo lleva a palacio en compañía del obispo Platón. Nada podía presagiar el inminente final. El rey tramaba para Mateo una muerte cruel que comprendía clavarlo de pies y manos junto con el tormento del fuego, fomentado con azufre, asfalto, pez, estopa y leña. Pero el fuego se convertía en un acariciante rocío.
Por lo demás, abundan en el relato los tópicos del poder absoluto del apóstol y el temor de los demonios ante su infalible eficacia: la ceguera de los encargados de prenderle y la del mismo rey, así como el fuego convertido en rocío, dejan el destino final del apóstol en sus propias manos. Bien claro lo proclamaba el demonio disfrazado de soldado como en los Hechos de Juan: «Si él mismo no consiente en ser muerto por ti, tú no podrás hacerle daño alguno» (c. 14).
Como en otros Hechos Apócrifos, no faltan los milagros de carácter exhibicionista. El ejemplo más preclaro es la vara o bastón que planta Mateo y que se convierte repentinamente en un árbol alto y frondoso. Sus frutos eran apetecibles, como el de la vid que se enredaba en sus ramas o la miel que fluía de su cima. El agua de la fuente que brotó de sus raíces fue el elemento que transformó a los antropófagos en seres normales y civilizados.
3. El niño hermoso. Un dato que llama insistentemente la atención en este Martirio es la presencia reiterada y activa del «niño hermoso», mencionado no menos de quince veces. La narración comienza con el encuentro de Jesús en la forma de un niño con Mateo, que estaba orando solo en la cima de un monte. Se saludan ambos deseándose la paz. Parece que Mateo no conoce que el niño es Jesús, pero sabe que viene del cielo. Lamenta no poder ofrecerle ni un poco de pan ni una gota de aceite en un lugar tan desierto. El niño replica con una reflexión teórica que puede resumirse en una de las solemnes definiciones de su personalidad: «El paraíso soy yo» (c. 2, 1).
El niño le entrega un bastón con la recomendación de que lo siembre delante de la puerta de la iglesia que Mateo funde en compañía de Andrés. El bastón crecerá inmediatamente convirtiéndose en un árbol alto, frondoso y fructífero. Aquel árbol, sus frutos y el agua de su fuente servirán para que los antropófagos cambien sus costumbres y se civilicen. De hecho, acaban aceptando la fe predicada por Mateo, creen en Jesús y dan gloria al Padre que está en los cielos. En efecto, se visten también adecuadamente y se alimentan como los demás hombres haciendo uso del fuego para preparar los alimentos. En una palabra, se convierten en personas civilizadas.
El niño estaba con Mateo (c. 6), como lamentaba el demonio expulsado de la familia real (c. 5), y salió al paso de los diez antropófagos que buscaban al apóstol para devorarlo (c. 13). Se presentó al rey para anunciarle la muerte de Mateo (c. 17) y fue quien llevó al apóstol al cielo y lo coronó (c. 24). Estaba con Mateo cuando este apareció sobre el mar (c. 26).
4. Detalles sobre la jerarquía. Otro detalle sorprendente es la mención expresa de los tres órdenes o grados del clero: obispos, presbíteros y diáconos (c. 2). Cuando Mateo se dirigió a la Iglesia, esperó hasta que llegara el obispo Platón con los presbíteros y los diáconos (c. 11). Pero más sorprendente todavía es la noticia que da el apócrifo sobre el nombramiento del rey como presbítero, y del hijo del rey como diácono. Sin solución de continuidad, el texto refiere que Mateo nombró presbítera (presbýtida) a la mujer del rey, y diaconisa (diakónissan) a la mujer del hijo del rey. Es obvio suponer que la anécdota refleja de alguna manera una práctica habitual en el tiempo en que se compuso este apócrifo.
De la misma manera, podemos colegir que la creencia en la divinidad de Jesús era algo firme en la comunidad cristiana. Así lo refleja la confesión del rey convertido a la fe de Mateo: «Creo realmente en el verdadero Dios, Cristo Jesús» (c. 27). Lo mismo cabe decir de las escenas del bautismo. La esposa del rey, su hijo y la esposa del hijo pidieron al apóstol que les diera el sello de Cristo. El obispo Platón, por orden de Mateo, «los bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (c. 8) con el agua que brotaba de las raíces del árbol. A continuación participaron todos de la eucaristía.
El rey, una vez convertido, pidió también el sello de Cristo, es decir, el bautismo y la eucaristía. El obispo hizo oración y le ordenó despojarse de sus vestidos, lo exorcizó largamente mientras se confesaba y, tras la unción con el óleo, «lo bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Enseguida, el obispo le ordenó vestirse con vestiduras espléndidas. Luego, bendijo el pan sagrado y el cáliz mezclado, comulgó él primero y dio después la comunión al rey diciendo: «Este cuerpo de Cristo y este cáliz de su sangre derramada por nosotros te sirvan como perdón de los pecados para la vida» (c. 27).
El recuerdo de Mateo queda patente en la tradición cristiana en alusiones a su perfil de escritor. Lo hemos visto como autor de uno de los evangelios de la infancia. Pero es perceptible su presencia en los escritos gnósticos. En el Evangelio según Tomás, forma con Pedro y el epónimo de esa obra una especie de terna destacada. En el Evangelio según María (Magdalena), se enfrenta al mismo Pedro en defensa de la misión de las mujeres en la evangelización del mundo. Es por lo demás un hecho incontestable en la cultura copta que Tomás, Mateo y María Magdalena gozaban de un predicamento especial, como discípulos ejemplares del Salvador. Véase APÓSTOL, DOCE, MATEO, Evangelio de.
Bibliografía: Hechos de Andrés y de Matías (Mateo) en la ciudad de los antropófagos. Martirio del apóstol san Mateo. Edición preparada por G. Aranda y C. García (CN 2002); G. del Cerro, Vida de los apóstoles de Jesús según la literatura apócrifa, Raíces, Madrid 2012); I. Gomá Civit, “Mateo, Apóstol y Evangelista”, en GER 15, 248–249; H. J. Klauck, Los Hechos apócrifos de los Apóstoles (ST 2008); A. Piñero y G. del Cerro, Hechos apócrifos de los Apóstoles, vol. III (BAC 2011).