Demonio

Demonio. Entre los griegos este término designaba: (1) un dios o una divinidad en general; (2) el genio o espíritu familiar que acompañaba a uno; (3) su hado; (4) el alma de un individuo que viviera en la edad de oro, y que desde entonces actuara como divinidad tutelar; un dios de categoría inferior.

La idea pagana, expuesta por los filósofos, era que los demonios eran seres mediadores entre Dios y el hombre. Así lo expresa Platón: «Cada demonio es un ser intermedio entre Dios y el mortal. El hombre no se acerca directamente a Dios, sino que toda la relación y comunicación entre los dioses y los hombres se consigue con la mediación de demonios.» Esto era un engaño satánico, lograr la adoración a Dios por mediación de demonios o semidioses. Podemos constatar cómo esta concepción pagana ha dejado su profunda impronta deformadora en grandes sectores de la llamada cristiandad, en franca oposición a las Escrituras (cp. 1 Ti. 2:5). Las Escrituras dejan también bien claro la verdadera naturaleza de los demonios como espíritus malvados (cp. Ap. 16:13, 14).

En las Escrituras también se ve que la idolatría es esencialmente adoración de demonios, siendo que el ídolo mismo no es nada. «Sacrificaron a los demonios (shed), y no a Dios» (Dt. 32:17; 1 Co. 10:19, 20); «nunca más sacrificarán sus sacrificios a los demonios (sair)» (Lv. 17:7; Ap. 9:20). Jeroboam cayó tan bajo que ordenó a sacerdotes para los demonios (sair) y para los becerros que había hecho (2 Cr. 11:15), y algunos «sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios (shed)» (Sal. 106:37). Las cosas adoradas pueden haber sido objetos invisibles, o pueden haber tenido alguna representación mística, o puede haberse tratado de meros ídolos; pero detrás de todo esto se hallaban seres verdaderos, malvados e inmundos; de manera que era moralmente imposible tener comunión con el Señor Jesús y con estos demonios (1 Co. 10:19–21).

Los malos espíritus que poseían a tantas personas cuando el Señor estaba en la tierra eran demonios, y por ello aprendemos mucho acerca de ellos. Los fariseos dijeron que el Señor echaba demonios por Beelzebub el príncipe de los demonios. El Señor interpretó esto como significando «Satanás echando a Satanás». Por ello sabemos que los demonios son agentes de Satán; y que Satán como hombre fuerte, tenía que ser atado antes que su reino pudiera ser asaltado (Mt. 12:24–29). Los demonios son también poderosos, por la manera en que manejaban a los que poseían, y en cómo uno poseído se lanzó sobre siete hombres, haciéndoles huir de la casa desnudos y heridos (Hch. 19:16). Sabemos también que eran seres inteligentes; reconocieron al Señor Jesús y se inclinaron ante Su autoridad. Sabían también que les esperaba el castigo: algunos preguntaron si el Señor había venido a atormentarlos antes de tiempo (Mt. 8:29).

No se debe suponer que haya cesado la actividad demoníaca. Se nos da la exhortación: «No creáis a todo espíritu, sino probad si los espíritus proceden de Dios» (1 Jn. 4:1). Con esto concuerda la declaración de que «en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios» (1 Ti. 4:1). Los espiritistas y teosofistas tienen relación con ellos, y reciben enseñanza de ellos. También en un día futuro, cuando Dios derrame Sus juicios sobre la tierra, los hombres no se arrepentirán, sino que adorarán a demonios y a todo tipo de ídolos (Ap. 9:20). También los espíritus demoníacos, obrando milagros, reunirán a los reyes de la tierra en la batalla del gran día del Dios Todopoderoso (16:14). Y la Babilonia mística vendrá a ser «habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible» (18:2). El mundo y la iglesia profesante están evidentemente madurando para este estado de cosas, y muchos son los que, con la pretensión de investigar fenómenos parapsicológicos, están inconscientemente viniendo a ser presa de los demonios. El fin de la era de la iglesia va marcado por la terrible profecía de 2 Tesalonicenses 2:11: «Por esto Dios les envía un espíritu engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.»