CONVERSIÓN

CONVERSIÓN La conversión es un concepto muy importante en el Antiguo Testamento. Debe entenderse en sus tres tipos básicos: conversión individual, conversión comunitaria y conversión como parte de un proceso permanente en la vida del creyente. En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea que se traduce «conversión» es shub, que significa «regresar, volverse» y es un llamado de atención para dejar de lado prácticas idolátricas y volver a Dios. Todo lo que ocupe en el corazón del creyente el lugar destinado a Dios es idolátrico, y el llamado a la conversión implica echar a un lado todo lo que aparte al creyente de Dios. Tal es el mensaje, por ejemplo, de los profetas en su llamado a dejar los ídolos (Is 46), las injusticias (Is 5:8) y toda forma de inmoralidad.
El aspecto comunitario de la conversión en el Antiguo Testamento se manifiesta de dos modos: primero, en que Dios insta personalmente o a través de los profetas a que todo el pueblo se convierta (Os 14:1–2); y segundo, que esto parece ser un requisito para una conversión que produzca frutos de arrepentimiento manifiestos en obras de solidaridad y justicia hechas evidentes en el seno de la misma comunidad. Por ejemplo, Amós 2:6–8 relaciona la idolatría de Israel con las inmoralidades y la injusticia social de las que hay que arrepentirse cambiando la conducta. El llamado individual a la conversión está íntimamente relacionado con la responsabilidad del creyentes ante el pueblo de Dios, y los profetas llaman a que el creyente cambie su existencia en términos de solidaridad y de justicia con el prójimo (por ejemplo, que sea honesto en términos comerciales, usando balanzas y pesas justas como en Miq 6:11), así como también con la íntima relación entre Dios y cada individuo (Zac 1:3).
En el Nuevo Testamento las palabras que expresan conversión son metanoia (en los Sinópticos y Apocalipsis) y epistrefo (en Hch, y 1 P). El concepto shub del Antiguo Testamento se complementa con la noción de proceso de conversión (metanoia), por ejemplo en Mateo 3:8, y se continúa con la idea de conversión como manifiesta en actos externos (epistrefo) en Hch 26:20 (también en Mt 3:8). La conversión es una vuelta de algo hacia algo. En su lado negativo es el arrepentimiento (Hch 26:20) y en su fase positiva es la fe (Hch 11:21). La verdadera conversión se levanta sobre el arrepentimiento y la fe, que llevan al creyente no solamente a observar una nueva forma de vida, sino a una transformación espiritual completa (2 Co 3:18).
El Nuevo Testamento enseña que la conversión no es pasiva (algo que se tiene o se siente), sino dinámica (algo que se hace). Es la respuesta que una persona da al evangelio en forma incondicional y que le afecta en su totalidad. Significa comprometerse con Cristo y vivir para Dios en novedad de vida, mediante el poder que da el Espíritu Santo (Ro 6:1–4; Col 2:10–16; 3:1ss). Entonces la conversión en el Nuevo Testamento es un activo compromiso con Cristo mediante el poder del Espíritu Santo, que continúa durante toda la vida del creyente y que conduce al hombre a la liberación de estructuras de injusticia, violencia, mentira y esclavitud. La verdadera conversión libera al individuo de toda forma de idolatría y restaura su relación con Dios.