CORONA

CORONA Símbolo distintivo de nobleza, realeza o autoridad que se lleva sobre la cabeza. Desde los tiempos bíblicos su forma ha variado desde un sencillo círculo de oro hasta un tocado complicado de distintos diseños e incrustado de joyas (2 S 12:30). En ocasiones, como en el caso de la coronación de Joás (rey de la dinastía davídica), la imposición de la corona se asociaba con la entrega del «testimonio» (una copia de la Ley) y la unción (2 R 11:12). Muchos salmos (por ejemplo, Sal 2) celebran este tipo de coronación.
En la época del Antiguo Testamento la corona tenía sentido simbólico. La de David y sus descendientes representaba el reino asegurado por un pacto con Jehová, reino que podía perderse por la apostasía (Sal 89:38, 39; cf. 21:3). Como pura figura, representaba la consumación y → GLORIA del varón, el valor de la mujer virtuosa para su marido, las canas para el anciano, los nietos para el abuelo, etc. (Pr 12:4; 16:31, BJ; 17:6).
En el Nuevo Testamento no se emplea el término «corona» con respecto a reyes terrenales. No obstante, Mateo, Marcos y Juan describen la coronación escarnecedora de Jesucristo por los soldados romanos. Estos, al entretejer una corona de espinas, inconscientemente hicieron un símbolo de la realeza del Señor y de la maldición del pecado que asumió por nosotros.
Hebreos 2:7, citando el Salmo 8:5, recuerda que Dios coronó al hombre de honra y gloria. Luego señala a Jesús como el único digno de llevar tal corona ahora, y eso «a causa del padecimiento de la muerte» (Heb 2:9).
En el Nuevo Testamento «corona» traduce dos palabras griegas: → DIADEMA, que aparece tres veces (Ap 12:3; 13:1; 19:12) y stéfanos, dieciocho veces. Stéfanos era el premio que ganaban los atletas vencedores en los juegos olímpicos. Era una guirnalda sencilla, hecha de hojas de laurel, perejil, olivo o pino que, aunque hermosa, pronto se marchitaba. Pablo, escribiendo a los corintios, compara esta corona con la corona «incorruptible» que espera al creyente que termina fielmente su carrera (1 Co 9:24–27; 2 Ti 2:5; cf. Heb 12:1, 2). También se habla de la corona de «justicia», de «vida» o de «gloria» (2 Ti 4:8; Stg 1:12; 1 P 5:4) y se nos amonesta acerca del peligro de perderla (Ap 3:11). Pablo tenía por corona a sus hijos en la fe (Flp 4:1; 1 Ts 2:19).
Las coronas no son para gloria propia. Los ancianos de Ap 4:4, 10 las echan delante del trono del Señor como tributo por haberlos capacitado para ganarlas.