DEPORTES

Los griegos y los romanos eran amantes de los deportes. Por tanto, dondequiera que se extendiera el dominio cultural de los griegos y el control político de los romanos, se levantaban → Estadios y → Gimnasios. De ahí que los autores del Nuevo Testamento empleen figuras del mundo deportivo en sus ilustraciones, sin aprobar en absoluto los aspectos religiosos del gimnasio (cf. 1 Mac 1:15; 2 Mac 4:7–17).

El término griego agon se utiliza para referirse al atletismo en general. Pablo lo empleó a menudo para referirse a la vida cristiana o a un aspecto de ella. Para el apóstol el cristiano libra una lucha, combate o pelea semejante a la del atleta (Flp 1:30; Col 2:1; 1 Ts 2:2). Al menos una vez esta palabra se usa en sentido de «carrera» (Heb 12:1), pero el término corriente traducido «carrera» es dromos (Hch 20:24; 2 Ti 4:7). El corredor no corre a lo loco (1 Co 9:24), ni en vano (Flp 2:16), sino más bien hacia una meta (Flp 3:14). El cristiano debe hacerlo en igual forma pues su meta es Jesús, en quien debe tener fijos los ojos (Heb 12:2).

Pablo afirma que nosotros sostenemos una lucha tenaz con las fuerzas del mal, la que compara con la lucha grecorromana (pale, de donde se origina el vocablo palestra), pero nuestro adversario no es sangre ni carne sino los poderes espirituales (Ef 6:11s).

Para Pablo hay un «boxeo espiritual» (1 Co 9:26). El cristiano no golpea al aire sino su → Cuerpo, pero no el cuerpo físico (Pablo no era masoquista ni → Gnóstico), sino el «cuerpo del pecado» (Ro 6:6) que tiene que ser destruido.

El que ganaba la carrera o la lucha recibía un premio (1 Co 9:24), una → Corona (stefanon) de hojas de olivo, pino o laurel que, aunque era de alta estima, pronto se marchitaba. En cambio la corona del cristiano es incorruptible (1 Co 9:25).

Pablo comparó la disciplina necesaria para el cristiano con aquella a la que debía someterse el buen atleta (1 Co 9:25). El corredor se despojaba de todo peso que pudiera embarazarle y retardar su paso (Heb 12:1), y el atleta tenía que jugar de acuerdo con las reglas establecidas (2 Ti 2:5). Las lecciones espirituales eran obvias.

Los juegos olímpicos se realizaban en un estadio lleno de espectadores, de los cuales algunos eran ilustres. De manera similar, el corredor cristiano corre delante de muchos héroes de la fe (Heb 12:1; cf. 11:1–40). En el estadio había heraldos que llamaban a los atletas a que comparecieran en la pista o en la palestra, y los animaban en la carrera o en la lucha. El cristiano es tanto atleta como heraldo y sufre la vergüenza cuando al llegar su turno pierde la carrera después de haber alentado a otros (1 Co 9:27).