MISERICORDIA

1. Etimología y significado.
2. Misericordia y fidelidad.
3. Misericordia y gracia.
4. Misericordia y sacrificio.
5. Misericordia en el plano humano.
6. Misericordia en el plano divino.
7. La endíadis jésed weémeth.
I. ETIMOLOGÍA Y SIGNIFICADO. Heb. 2617 jésed, חֶסֶד, «misericordia, merced, bondad». Característica que se predica de Dios y de los seres humanos; acompañada frecuentemente por «justicia, fidelidad, verdad, compasión» y otras cualidades divinas (Gn 24:12, 49; 40:14; Ex. 20:6; Nm. 14:19; Jos. 2:12; Job 6:14; Sal 5:7; 32:10; 89:33; 119:159; Os 6:4; 10:12; Miq. 6:8; 7:18; Zac. 7:9). En total, el vocablo se utiliza 246 veces en el AT (más de la mitad en los Salmos), 26 en Ben Sirá, 104 en Qumrán y una vez en una inscripción.
Es indudable que el término tiene un lugar especial en la poética hebrea. La forma verbal aparece solo tres veces en todo el AT (2 Sam. 22:26; Sal 18:26; Prov. 25:10). El verbo tiene tanto una connotación positiva (en hitpael: «ser [mostrarse] leal, mostrar bondad, ser íntegro») como una negativa (en piel: «ser avergonzado, reprochar, insultar, denigrar»). El adjetivo חָסִיד (jasid = piadoso, fiel) aparece 32 veces en el AT; 25 de ellas en Salmos.
Gr. (Sept. y NT) 1656 éleos, ἔλεος, «misericordia, compasión, piedad», virtud que inclina a ayudar y socorrer a los necesitados. Este término aparece 78 veces en el NT de manera directa o en sus derivados.
H. J. Stoebe indica que la raíz jasad, חסד, aparece solo en hebreo y en arameo. Jean-Pierre Prévost señala que la palabra es desconocida en otras lenguas semíticas antiguas. El vocablo parece estar bien atestiguado en el hebreo antiguo y en varias fases del arameo. También está atestiguado en siríaco y mandeo.
Sin embargo, debido a que no aparece en más lenguas, se dificulta encontrar su etimología; básicamente, hay que recurrir a la evidencia interna de la Biblia para determinar su significado.
La palabra jésed es un sustantivo masculino. Por lo dicho respecto de la forma verbal, este sustantivo puede tener un significado positivo y otro negativo. Sin embargo, en los Salmos no encontramos texto alguno en el que se use en sentido negativo. Por lo general, el sustantivo aparece en singular; solo en Sal. 17:7; 25:6; 89:2, 50; 106:7, 45; 107:43 y 119:41 encontramos la forma plural. Esas formas, según Westermann y Jenni, pueden ser de origen exílico y postexílico. Pueden aparecer juntos el singular y el plural (Sal 107:1, 7, 15).
Jésed indica la trama de los sentimientos profundos que marcan las relaciones entre dos personas, unidas por un vínculo auténtico y constante. Por eso, conlleva valores como el amor, la fidelidad, la misericordia, la bondad y la ternura. En general comprende las nociones de «fuerza», «constancia» y «amor», y tiene que ver con los derechos y las responsabilidades recíprocas entre las partes de una relación.
Pero jésed no es únicamente un asunto de obligación, sino también una actitud de gracia. Por parte del que tiene poder, implica protección y generosidad frente a las estrictas demandas sociales y legales. Cuando se dice que Dios es grande en misericordia (Ex. 34:6; Dt. 4:31; Neh. 9:17; Sal. 103:8; Jon. 4:2), se quiere señalar la diferencia que existe en su modo de relacionarse con su pueblo, al de los reyes terrenales respecto a sus súbditos. Describe el aspecto cordial de Yahvé, en cuya relación con los suyos se comporta como un > amigo, > esposo o > padre.
II. VERDAD Y FIDELIDAD. Un vocablo casi sinónimo de jésed utilizado por los autores bíblicos es émeth = «verdad, veracidad» (Sal. 25:10; 40:11–12; 57:4; 61:8; 85:11; 86:15; 89:15; 15:1; 138:2), al que añaden un segundo, emunah = «fidelidad», de la misma raíz de émeth (Sal. 36:6; 40:11; 88:12; 89:2–23, 25, 34, 50; 92:3; 98:3; 100:5). Émeth comprende todo lo que el heb. quiere expresar con el término jésed. Esta endíadis —o expresión de un único concepto mediante dos términos coordinados— implica confianza en la realización de una promesa aún no cumplida.
El vocablo émeth expresa de por sí la «verdad», es decir, la genuinidad de una relación, su autenticidad y lealtad, que se conserva a pesar de los obstáculos y las pruebas; es la fidelidad pura y gozosa que «dura por siempre» (Sal. 89:2; 103:17; 107:1; 118:1–2, 29; 136:1). En el caso del hombre, «hacer misericordia» es mostrarse bondadoso y leal hacia una persona, como David con Mefiboset: «No tengas temor, porque ciertamente yo te mostraré misericordia por amor a tu padre Jonatán» (2 Sam. 9:2).
La misericordia se identifica en Dios con el amor y se dirige a los objetos de su amor: «El Señor tiene misericordia con quienes le aman» (Ex. 20:6). En las fórmulas litúrgicas en las que aparece טוֹב (tob = bueno), jésed representa la esencia de Dios subordinada a su bondad.
Igual sucede con לְעוֹלָם חַסְדּוֹ (leolam jasdó = para siempre [es] su jésed). Dios manifiesta misericordia siempre, desde el principio hasta el final: «tiene misericordia por mil generaciones», es decir, es eterna (Dt. 5:10; Sal 100:5).
Los piadosos confían en la misericordia divina (Sal. 13:5), la cual invocan y anuncian desde por la mañana (Sal. 48:9; 92:2). La misericordia de Dios es inmensa e ilimitada, «grande hasta los cielos» (Sal. 57:10).
Esta misericordia divina ofrece el modelo y fuerza que debe orientar la vida del fiel o piadoso. Girdlestone hizo notar que, cuando se aplica al hombre, el adjetivo jasid, חָסִיד = «piadoso, bondadoso», tiene por lo general un pronombre posesivo unido a él, a fin de indicar que las personas que practican la misericordia pertenecen a Dios en un sentido especial. Ellos son «sus misericordiosos»; pueden ser muy escasos (cf. Sal. 12:1; Miq. 7:2), pero sea cual fuere su número y el lugar donde se encuentren, son considerados como propios de Dios: «Yahvé ha escogido al piadoso para sí» (Sal. 4:3). Los «piadosos» son aquellos que, habiendo recibido misericordia de parte de Dios, la ejercitan por él y como sus representantes. «El significado primario de la palabra hebrea ha desaparecido de muchas modernas traducciones [que utilizan el adjetivo «santo»]. La naturaleza práctica de la piedad queda con ello oscurecida en cierta extensión, y la demanda moral que se hace sobre el hombre al haber llegado a ser objeto de la bondad de Dios queda así minimizada» (Girdlestone). Cuando Dios venga para juzgar, reunirá consigo a aquellos que son sus misericordiosos y que han hecho pacto con él mediante sacrificio (cf. Sal. 50:5).
III. MISERICORDIA Y GRACIA. En el NT se sigue insistiendo en que Dios es «rico en misericordia» (Ef. 2:4). En 2 Cor. 1:3 Dios es llamado «Padre de misericordias», pero aquí el término gr. es 3628 oiktirmós, οἰκτιρμός, que denota más bien el sentimiento de compasión. El amor misericordioso y compasivo de Dios ha provisto en Cristo la salvación para todos los hombres (Tit. 3:5), judíos (Lc. 1:72) y gentiles igualmente (Ro. 15:9). Como en el caso del piadoso hebreo, el cristiano tiene que ser misericordioso como un reflejo de la acción y de la voluntad de Dios, que quiere que los suyos manifiesten misericordia en su relación unos con otros (Mt. 9:13; 12:7; 23:23; Lc. 10:37; Stg. 2:13).
Gracia y misericordia son términos mencionados juntos con frecuencia en ambos Testamentos (Gn. 19:19; Ex. 20:6; 34:6, 7; Sal. 85:10; 86:15, 16; 103:17; Lc. 18:13; Ro. 9:15–18; Heb. 4:16; 8:12). La gracia describe la actitud de Dios hacia el transgresor y rebelde, considerado culpable, pero tratado con favor a pesar de su absoluta falta de méritos. La misericordia es la actitud divina hacia los que se encuentran necesitados; en ella destaca el carácter compasivo del amor de Dios y la condición mísera e impotente del hombre. «En el orden de la manifestación de los propósitos de Dios en cuanto a la salvación, la gracia debe ir por delante de la misericordia… solo los perdonados pueden recibir bendición…. De ello se sigue que en cada una de las salutaciones apostólicas donde estos términos aparecen, la gracia preceda a la misericordia, 1 Ti. 1:2; 2 Ti. 1:2; Tit. 1:4; 2 Jn. 3» (R.C. Trench, Sinónimos, 47).
IV. MISERICORDIA Y SACRIFICIO. «Misericordia quiero y no sacrificio» (Os. 6:6; Mt. 9:13). Con esta expresión se denuncia la actitud de muchos que creían terminada su obligación con Dios en el ofrecimiento de sacrificios sin considerar la relación con el prójimo. Dios quiere misericordia y no sacrificios si estos van desprovistos de aquella, lo que indica, en el orden de la voluntad, que la misericordia es fundamental, por la que se juzga la verdad y fidelidad de la religión de cada cual. Dios pide sacrificios, pero espera mucho más. Nunca el > culto, el servicio de Dios, debe ser una excusa para olvidarse de los deberes con las personas. La verdadera religión une, no aparta a las personas. Cuando los sacrificios —el culto, la religión, el ritual— se convierten en un pretexto para desentenderse de las necesidades humanas, del amor fraterno, entonces no tienen sentido alguno, sino que se vuelve contra el oferente.
En labios de Jesús, «misericordia quiero y no sacrificio» (Mt. 9:13), supone una identidad de carácter e intención del Hijo con el Padre, siendo como era Hijo de Dios, Jesús es la misericordia encarnada. Se manifiesta curando a los enfermos (Mc. 10:47–48; Mt. 9:27; 15:22; 17:15; Lc. 17:13), liberando a los poseídos por el diablo (Mt. 15:22; 17:15), perdonando a los pecadores (Mt. 9:1–8; Mc. 2:1–12; Lc. 5:17–26). La misericordia que Dios quiere no se encierra en el cumplimiento de la Ley ni en la práctica minuciosa de los ritos, sino en la ayuda a los pobres y humildes, que padecen hambre (Mt. 9:13; 12:7), y en el socorro a los necesitados y perseguidos (Lc. 10:37). Es bienaventurado aquel que es misericordioso y hace misericordia (Mt. 18:33; Lc. 10:37; 16:24). La vida del Reino tiene que ser la práctica de la misericordia, no de ritos, sacrificios u oraciones.
Para el apóstol Pablo, a la misericordia de Dios se debe la salvación de judíos y gentiles (Ro. 11:32; Ef. 2:4; Tit. 3:5), la alegría y la paz (1 Ti. 1:2; 2 Ti. 1:2) y la reconciliación (Flp. 2:27; Ro. 5:10ss; 2 Cor. 5:15–18; Col. 1:19–22). Porque Dios es misericordioso con los suyos, estos pueden y deben tener «entrañas de misericordia» (Flp. 2:1).
V. MISERICORDIA EN EL PLANO HUMANO. En el libro de los Salmos, jésed se predica casi siempre de Dios. Solo en tres oportunidades se refiere a la relación entre los seres humanos (109:12, 16; 141:5). Para determinar qué quiere decir la palabra en este contexto hay que considerar el Sal 109. Jésed aparece en los v. 12, 16, 21, 26 de este Sal. En los v. 16 y 21 jésed se ubica en la esfera de las relaciones interpersonales, y muestra que tiene una naturaleza activa.
Los v. 12, 16 también indican que es un concepto relacional entre seres humanos. El v. 12 señala, por la expresión משֶׁךְ חֶסֶד (moshekh jésed, enmendado al quitarle en acento masorético), que la palabra tiene un elemento de continuidad («continuar [mostrando] jésed»). En este versículo, se da un paralelismo antitético entre jésed y «usurero».
Por su temática, el Sal 109 puede ubicarse entre los lamentos individuales. Los vv. 1–5 son una petición a Dios para que intervenga en una situación de crisis personal. El salmista es víctima del odio y de los ataques injustificados de sus enemigos: «Me han pagado mal por bien: a cambio de mi amor, me odian» (v. 4; cf. v. 20).
A juzgar por las palabras empleadas en estos versículos («mentira», «hablar», «decir», «expresión»), el salmista es atacado por medios verbales. No se espera que tales «persecuciones» causen tanta ira y dolor como las expresadas en los vv. 6–20. Por tanto, seguimos a Brueggemann al pensar que las acusaciones contra el orante le han ocasionado un serio daño moral (vv. 2, 26) y material (cf. vv. 8, 10–11).
La segunda sección (v. 6–20) parece tener un trasfondo judicial. Se plantea rápidamente una pregunta: ¿Son estos versículos una recapitulación de las acusaciones de los opresores del salmista? ¿Son las peticiones mismas del orante respecto de sus enemigos? ¿O son estos dos discursos donde hablan los acusadores (v. 6–15) y el acusado (v. 17–20)? Creemos que se trata de la segunda opción; el salmista pide que se aplique la ley del talión (v. 17; cf. también Ex. 21:23–24).
Los vv. 6–7 muestran que el orante desea un juicio rápido, donde sus opresores (u opresor; los verbos están en singular) sean condenados con prontitud.
Los vv. 16–19 presentan las razones de tal petición. El v. 16a indica la razón primordial: יַעַן אֲשֶׁר לאֹ זָכַר עֲשׂוֹת חָסֶד (yaán asher lo zakhar asoth jased, «pues no se acordó de mostrar jésed»). Como no quiso manifestar jésed de manera continua, explotó y destruyó a los pobres y a los humildes. Esto significa que prefirió la maldición a la bendición (contrariamente a lo que Dios dice en Dt. 30:19). Ya que eso es lo que deseó, ¡que se lo den!
Por lo dicho arriba, estos versículos indican que la ausencia de jésed en este caso no es un evento aislado, sino una práctica o hábito hacia el menesteroso que lo condujo a la ruina (cf. v. 22, donde el orante se aplica el término «pobre»). El explotador tenía el poder de bendecir (a través del jésed), pero prefirió provocar muerte y maldición. Lo que para esta persona se pide es, entonces, justa retribución (pues estas imprecaciones no son solo producto de la ira o del resentimiento).
¿Qué se solicita para el victimario? Los vv. 6–15, 20 nos dan la respuesta: muerte pronta para él (v. 8–9), pobreza para su familia (vv. 10–11), que nadie les muestre jésed (v. 12) y que desaparezcan todos sus parientes (vv. 13–15). El v. 20 es una petición lapidaria, que resuena como argumento final en la exposición de la causa del salmista. En resumen, lo que se pide para el שָׂטָן (satán, «enemigo») es la desaparición de la esfera social, la nulificación social, tanto para él como para su familia. Esta petición, en la comunidad judía de la época, podría también significar la expulsión de la congregación de Dios.
Los vv. 21–31 son una oración que contiene dos peticiones (vv. 21–25, 26–29) y un voto de alabanza a Yahvé (vv. 30–31). En ambas peticiones, el salmista apela al jésed divino (vv. 21, 26) para que lo salve, lo libere de su precaria situación. La primera solicitud recapitula la situación; la segunda tiene nuevas peticiones, ahora para que se sepa que fue Yahvé quien realizó lo pedido (en los vv. 6–15, 20, 28–29). En esta sección, el lenguaje es más teológico, y está dirigido directamente a Dios, mientras que en la anterior, predomina una situación judicial muy humana.
Como indica Brueggemann, subyacen a este salmo la idea de una sociedad que funciona con justicia y que tiene apuntalamientos simbólicos de legitimidad que se manifiestan de forma concreta en la cotidianidad. Dicha comunidad estaría fundamentada en la idea de jésed que regiría las relaciones entre los individuos, no como un sentimiento esporádico, sino como algo más vinculante.
¿Qué nos dice este salmo respecto de jésed? Glueck sugiere que la palabra habla de la lealtad y la solidaridad que son producto de una relación fundada en una alianza o pacto. No se trata solo de un impulso emocional o sentimental hacia la benevolencia, sino de una actitud o característica del estilo de vida de las personas. Dicha solidaridad tiene un fin: que haya equidad, equilibrio y bienestar para todas las personas (en el sentido económico y político, en el caso particular de este salmo). Según este autor, tanto Dios como los seres humanos comparten dicha característica.
La sociedad fundada en el jésed debe caracterizarse, entre otras cosas, porque los poderosos apoyen activamente a los pobres (cf. Sal 72; 78; 112:5, 9). La falta de solidaridad (solidaridad implícita en jésed) es, entonces, la base de las imprecaciones que se dan en este salmo. Sin jésed, la sociedad deja de ser humana.
Por eso, y según la ley del talión, el que no muestra jésed tampoco puede esperar recibirlo (v. 12). Esto señala el carácter recíproco que tiene la palabra en las relaciones humanas. Entonces, para enmendar la situación, se pide a Dios (vv. 21, 26) que manifieste su jésed.
En la misma línea, otros salmos, como el 62:12 hablan de la justa retribución por los hechos. Jésed aparece en este contexto, por lo que podría pensarse que quien actúa con él lo recibirá. Lo opuesto también sería cierto.
En Sal 103:11, 13, 17, se dice que el pueblo debe devolver jésed por jésed y por rajamim. Sin embargo, el pueblo no puede mostrar rajamim hacia Yahvé.
El ser humano, ante la manifestación del jésed de Dios, debe responder con servicio, alabanza, ירע (yará = temor reverente) y jésed.
Por tanto, se puede concluir, en primer lugar, que jésed es una actitud y las acciones que de ella emanan. Se trata de una actitud que promueve la vida y busca preservarla. En este sentido, equivale a bondad y gracia.
En segundo lugar, jésed siempre se muestra a alguien o se espera de alguien. Pertenece, por tanto, a la esfera de las relaciones interpersonales; es una actitud recíproca (o mutua), que debe manifestarse en especial hacia los pobres y los necesitados. Todos deben practicar el jésed, sin distinción de clases. Jésed designa algo específico del comportamiento recíproco, algo que no es directamente evidente. Así, jésed implica los significados de lealtad, justicia, justicia social, honestidad, rectitud, favor, amor, compasión y, sobre todo, solidaridad. Es una actitud que no solo promueve y permite la vida (en especial a aquellos que, por circunstancias adversas, la tienen amenazada), sino que mantiene unida a la sociedad. Aunque está relacionado con la misericordia, se distingue de esta (como señala Glueck en su estudio) en que jésed es obligatorio; no así la misericordia. Además, la misericordia es unidireccional (poderoso-necesitado), mientras que el jésed es recíproco. Existe un elemento de compromiso bilateral en las relaciones fundamentadas en jésed, y la expresión (concreta) de esa actitud es esencial. Por lo general, el jésed debe manifestarse con mayor fuerza cuando una de las partes tiene una necesidad y la otra puede llenarla. En este sentido, implica solidaridad y justicia social.
Jésed también es una actitud cuando se convierte en criterio de una esperanza (cf. Sal. 6:5; 25:7; 31:17; 51:3; 119:88, 124, 149, 159).
Finalmente, jésed debe ser una actitud constante y confiable, no esporádica.
En estos textos no encontramos evidencia de que jésed se dé porque haya un pacto (בְרִית, berith) de por medio que obligue a alguna de las partes (como afirma Glueck). Cuando menos, no hay pacto explícito y diferente al pacto social inherente a toda sociedad.
En el ámbito humano, «gracia» o «benevolencia» no transmiten bien el sentido. Jésed designa algo captable en la situación concreta, pero supera esa manifestación e incluye a quien la realiza. El concepto se acerca a «amabilidad» y «bondad». No designa lo obligatorio, lo berítico. Es, más bien, un comportamiento humano que da vida a una forma; comportamiento que, en muchos casos, constituye el presupuesto para que surja una relación comunitaria. Jepsen lo define como disponibilidad a ayudar a los demás, lo que se queda corto. En vez de esto, se trata de una expresión de magnanimidad, un olvidarse de sí mismo para atender u ocuparse de los demás. Tiene que ver con la vida de los otros; quien recibe jésed debe corresponder también con jésed, pero no como algo meramente obligatorio, sino con esa misma actitud magnánima. Quien vive por jésed imita a Dios.
VI. MISERICORDIA EN EL PLANO DIVINO. En el Sal. 109, el salmista pide al Señor que intervenga en su situación para salvarle, restaurando las cosas a su correcto orden. Esto implica que el jésed divino tiene el poder de enderezar lo torcido y también de sustituir a su homólogo humano.
Jésed tiene a Dios tanto como sujeto que como objeto: el Señor lo envía, lo usa como fuente de protección para los humanos, lo recuerda, lo da en forma continua, lo muestra, lo hace grande y maravilloso, lo mantiene tanto a nivel individual como grupal. También cubre, satisface o corona a la persona con él (cf. Sal. 42:9; 57:4; 61:8; 25:6; 98:3; 36:11; 85:8; 143:8; 17:7; 31:22; 103:11; 89:29; 32:10; 90:14; 89:25; 40:12; 57:4; 61:8; 85:11; 89:15).
El vocablo describe la disposición y los actos benéficos de Dios hacia sus fieles, los que le honran y la humanidad en general. Así podemos afirmar que el jésed divino está disponible para todas las personas, pero no todas lo reciben, y que implica, desde el punto de vista divino, un fuerte vínculo relacional.
El uso de la palabra con las preposiciones inseparables hebrea בְּ (be = en, con, por) y כְּ (ke = según, conforme a) nos indica que Dios está dispuesto a manifestar su jésed a aquel que le adora (Sal. 5:8; 69:14; cf. también Sal. 25:10, donde se indica que el proceder de Dios siempre está acompañado de jésed weémeth = jésed y verdad).
El jésed de Dios asimismo es presentado como una promesa para las personas, en particular para los que conocen a Dios, le temen y aman sus mandamientos (Sal 18:26; cf. también Sal. 25:7; 36:11; 103:11, 17; 119:41, 149, 159).
El Sal. 136 indica que la misericordia divina puede verse igualmente a través de la naturaleza y de la historia de Israel, en particular en la Historia de Salvación (la Heilsgeschichte).
Los receptores del jésed divino en el libro de los Salmos son, por ejemplo, David, los diversos salmistas y el pueblo de Israel. La creación entera está llena de la misericordia divina y habla de ella, lo que indica que el jésed de Dios es abundante (Sal. 136:4–9; 33:5; 36:6; 57:11; 86:13; 98:3; 106:7, 45; 108:5; 117:2; 119:64). Los receptores son invitados a ofrecer sacrificios y adoración al Dador de esta misericordia. Sin embargo, el pueblo puede reaccionar olvidándose de estos favores, lo que resulta en que el jésed sea retirado.
Desde el punto de vista teológico, el jésed divino es activo y relacional. No es un absoluto que pueda darse por sentado, ni tampoco una varita mágica que resuelve las vicisitudes humanas. Eso sí, Dios puede cambiar de parecer y su jésed puede sobreponerse a su justa ira, lo que resulta en el perdón de los pecadores. O sea, Dios puede escoger entre recordar los pecados humanos o su jésed.
Las manifestaciones de la misericordia divina son percibidas como hechos victoriosos, poderosos, justos y maravillosos por los que la reciben. El aspecto que más se resalta es el salvífico: Dios rescata de la enfermedad, de desastres (naturales y causados por humanos, como las guerras), de la muerte y de los opresores. Las peticiones de liberación se basan, por lo general, en el jésed divino. El orador está seguro que Dios usará su misericordia y se solidarizará con ella o él. Cabe advertir que el jésed divino no erradica la ansiedad del que ora, pero sí lo reconforta en momentos difíciles (cf. Sal. 6:5, 31:8, 22; 32:10; 44:26; 57:4; 59:11; 94:17–18; 109:21, 16; 119:149; 143:12). También puede manifestarse como una promesa, en la admisión o aceptación del culto ofrecido, en provisión de guía, instrucción o refugio y en que se viva tranquilamente. En todos estos casos, jésed equivale a «bondad» (Sal 25:7; 31:8; 51:3; 77:9; 119:149).
Lamisericordia divina, según textos veterotestamentarios y del NT, no puede manifestarse en el sheol (Sal. 86:15; 103:8; 145:8; véase también la parábola del rico y Lázaro en Lc. 16:19–31).
El jésed divino tiene una función pedagógica. Es característica de la enseñanza divina; el pueblo confía en él en momentos precarios. Al ser manifestado, el pueblo responde con cantos, regocijo y acción de gracias. A recordarlo, se cuenta de él y se medita en él (Sal. 17:7; 26:1–3; 59:17; 119:124; 143:8).
Otra característica de la misericordia divina es que es duradera, persistente, y hasta eterna (Sal. 89:3; 103:17; 138:8).
En otras ocasiones, jésed se usa como sinónimo de otras palabras. En el Sal. 44:26, jésed es sinónimo exacto del nombre de Dios (sin embargo, véase las lecturas en el TM y LXX). «Misericordia» también puede significar vida, salvación, liberación, o demostración de justicia, equidad, poder (milagroso) y gloria (cf. Sal. 103:4; 63:4; 119:88, 159; 13:6; 31:1; 101:1; 36:11; 59:17; 88:13; 63:3).
En Sal. 86:15; 103:8; 145:8 encontramos una fórmula litúrgica que refiere al jésed divino: «Pero tú, Señor, eres Dios tierno y compasivo, paciente, todo amor y verdad». Otra fórmula litúrgica en la que aparece el vocablo en estudio aparece en Sal. 100:5; 106:1; 107:1; 118:1, 2–4, 29; 136:1–26. Cabe anotar que todos estos son tardíos, por lo que podemos inferir que la exclamación llegó a tener gran importancia en el culto postexílico.
La misericordia divina también puede verse como un don divino. Las afirmaciones de confianza y las peticiones de que Dios intervenga, vistas bajo esta clave, adquieren nuevo significado (Sal. 5:8; 69:14; 106:45).
Hay verbos que expresan que el jésed divino mueve al ser humano a la acción, la proclamación y la adoración (Sal. 13:6; 31:8; 32:3; 52:9; 59:16; 89:2; 106:7; 107:43; 147:11).
Finalmente, jésed está relacionado con el temor de Dios (Sal. 33:18; 103:11, 17; 147:11). En estas ocasiones, jésed es una expresión genérica de piedad. Esto lo hace equivalente a honrar al Señor (Sal. 36:11).
VII. LA ENDÍADIS JÉSED WEÉMETH. Es característico el uso formular de jésed weémeth (= jésed y verdad). Las palabras pueden aparecer juntas, separadas o con אֱמוּנָה (emunah = verdadero). La expresión indica apertura y disponibilidad del Señor para con los seres humanos, manifestadas en hechos. Sin embargo, se trata mayormente de un atributo. Cuando émeth o emunah aparecen junto a jésed, enfatizan la lealtad inherente a este último término. En la endíadis, émeth tiene valor de adjetivo descriptivo.
Dios manifiesta jésed weemunah hacia Israel (Sal. 98:3). En plena confianza, el salmista habla como si la salvación ya hubiese llegado, pues el v. 3b habla de la victoria del Señor. En la historia del pueblo escogido, A través de la salvación y la justicia, Dios manifiesta su jésed weemunah (cf. Sal. 31:17; 33:5; 36:11; 40:12–17; 57:4; 69:14; 103:17–18; 119:41; 145:17). Véanse AMOR, COMPASIÓN, ENTRAÑAS, FIDELIDAD, GRACIA, VERDAD, TERNURA.