Lepra

Heb. 6883 tsaraath, צָרַעַת, de 6879 tsará, צרע = «azotar, flagelar», se aplica a la lepra como un azote de Dios, y en el caso de los hombres siempre denota la lepra blanca que los árabes llaman baras, lit. «azote de lepra», porque se suponía que era un castigo divino por alguna ofensa o pecado; Sept. 3014 lepra, λέπρα, «escamas».
Enfermedad infecciosa que atacaba la piel y la carne de la víctima, dejando escamas sobre las llagas. En estado avanzado, la carne viva quedaba expuesta y supuraba pus. Era una enfermedad dolorosa, repugnante, que volvía impura al que la contraía y para la que no se conocía cura.
No todo lo que se traduce como «lepra» en los escritos del Antiguo y NT fue o tuvo que ver algo con la enfermedad de Hansen tal como se conoce en la actualidad. En muchos casos, se trata principalmente de la psoriasis, el vitíligo o incluso el acné, caracterizados por erupciones de áreas rugosas y escamosas; la enfermedad que prop. hoy se conoce como lepra o enfermedad de Hansen, era llamada elefantiasis, debido a que hipertrofia las capas dérmicas y subdérmicas, por lo que la piel del paciente se asemeja a la de un elefante.
1. Historia y naturaleza de la enfermedad.
2. Diagnóstico.
3. Tratamiento.
4. Jesús y la lepra.
I. HISTORIA Y NATURALEZA DE LA ENFERMEDAD. No se conoce con exactitud el origen histórico de la lepra, debido a la falta de conocimientos para diagnosticar y registrar las enfermedades en la antigüedad, y a los pocos rastros que esta enfermedad deja en momias y esqueletos. Los casos comprobables más antiguos de lepra se encontraron en momias egipcias del siglo II a.C. Sin embargo, hay numerosas descripciones previas de cuadros clínicos que podrían ser causados por la lepra. Los registros de casos parecidos a lepra más antiguos se encuentran en el papiro de Berlín 5, que data de tiempos de Ramsés II. Algunos autores creen que la lepra se originó en la India y fue llevada a Egipto por Alejandro Magno en su viaje de exploración y conquista. Esto parece confirmarse al analizar la ruta de Alejandro desde Macedonia hasta la India y luego de regreso pasando por Egipto y por el Oriente próximo. Desde Egipto esta enfermedad alcanzó el mundo occidental. Los marinos fenicios, en estrecho contacto con los egipcios, debieron llevarla a Siria y a los países con los cuales mantenían relaciones comerciales; de ahí el nombre de «enfermedad fenicia», con que la designa Hipócrates.
En el AT la lepra describe genéricamente todas las enfermedades cutáneas, muy abundantes por las condiciones del clima, la falta de higiene y una dieta insalubre. Todas ellas caían bajo la categoría religiosa de «impuras», cuyos portadores debían ser alejados de la sociedad. El análisis médico de todos los textos bíblicos que hablan de la lepra o hacen mención de ella demuestra que no se puede afirmar con certeza si se trata realmente de lo que hoy llamamos lepra. Investigadores de esta enfermedad en la antigüedad, han demostrado que en aquella época se daba este nombre a cualquier manifestación dermatológica, como la sarna, la piodermitis y hasta el vitíligo. Se ha notado que en ninguno de los casos señalados por la Biblia se hace mención a uno de los síntomas y signos mayores de la enfermedad de Hansen, como es la anestesia, o en el mejor de los casos, la presencia de nódulos, tubérculos o retracciones tendinosas, mano de garra, etc. Casi todos los casos señalados son de llagas o úlceras difusas, manchas blancas en el cuerpo, pero que se asocian con cabellos depigmentados, lo cual da una evidencia clara de que se trata del vitíligo. La lepra o enfermedad de Hansen propiamente dicha es una enfermedad infecciosa granulomatosa crónica, producida por el Bacillus lepra de Hansen o el Mycobacterium leprae, que produce lesiones en la piel, nervios y vísceras, con anestesia local y ulceración.
En Mesopotamia, entre asirios, babilonios, acadios, elamitas y sumerios, se empleó la palabra saharsubbu e isurbaa para significar «cuerpo cubierto de costras», plagado y también cubierto de polvo, pero además se conoció la palabra eqpu para designar una enfermedad que destruía cara y cuerpo, contaminaba al paciente y le hacía impuro y horrible a la vista de los demás, definición de la lepra, considerada el peor castigo que los dioses podían enviar al hombre.
En Israel, como en todos los pueblos de la antigüedad, la «lepra» y las enfermedades dermatológicas eran un mal endémico muy temido. Por la gravedad de sus manifestaciones y la impotencia ante ellas, durante siglos se explicron como un castigo terrible enviado por Dios. En este sentido, el «leproso» no solo era tenido por un enfermo, sino por un apestado de Dios (cf. Dt. 28:27–35).
II. DIAGNÓSTICO. La falta de higiene y de agua, sobre todo en zonas desérticas, debió ser causa de múltiples y frecuentes enfermedades de la piel. Por esta razón, la legislación mosaica dedica un extenso capítulo a las afecciones cutáneas, agrupadas bajo el denominador común de zaraath o tsaraath. Menciona la lepra del hombre, la de los vestidos y la de las viviendas, y las relaciona con el pecado (Lv. 13:2–7, 9–17, 25).
Todas las decisiones concernientes al diagnóstico de la enfermedad y la posible restauración de la vida social y religiosa de los afectados correspondían al sacerdote, ante quien se debían presentar personalmente quienes fueran sospechosos de lepra y los que decían que estaban curados. En la ley levítica al respecto, hay 59 instrucciones sobre la enfermedad y 57 indicaciones en relación con su «purificación». Cuando alguien tenía en la piel de su cuerpo hinchazón, costra, o mancha clara que se convertía en llaga de lepra, era llevado al sacerdote para su examen y diagnóstico. Si se confirmaba, el afectado era declarado impuro (Lv. 13:2–3).
Si alguno de estos signos eran deficientes, es decir, si la mancha no parecía más hundida que la piel, ni su pelo se había vuelto blanco, el sacerdote aislaba al enfermo durante siete días, al término de los cuales una nueva inspección tenía lugar; si luego los síntomas parecían mantenerse, se prescribía otra semana de aislamiento. La aparición de «carne viva» (basar jay) en conexión con manchas blanquecinas se consideraba como un signo claro de infección (v. 10). Formaciones blancas que cubrieran totalmente el cuerpo no eran signos de lepra, a menos que apareciera la «carne viva» (ulceraciones, v. 14); en este último caso, el paciente era aislado y si las úlceras, que podían ser solo pústulas temporales, sanaban, tenía que personarse nuevamente delante del sacerdote, que podía declararlo sano (vv. 12–17). Un nódulo blanco o rojizo que afectara la cicatriz de una úlcera o de una quemadura podían ser considerados como signo dudoso de lepra, y condenar al paciente a siete días de aislamiento, después de lo cual, según los signos evolucionaran, podría ser declarado sano o no (vv. 18–28).
III. TRATAMIENTO. Los casos mencionados, y otros más que se podrían detallar, testifican de la gravedad de aquella enfermedad, tenida por incurable. En tanto que caso social generalizado que afectaba a la vida de un pueblo religioso como Israel, el código levítico se ocupa expresamente de la enfermedad caracterizando su condición de impureza legal y las medidas a adoptar: aislamiento del afectado y su reingreso en la comunidad en caso de eventual curación (Lv. 13–14). En todas las religiones primitivas se abordan temas semejantes acerca de la pureza y la impureza, y se legisla abundantemente sobre este particular —ya Heródoto había observado durante sus viajes por Persia, que ciertas personas que sufrían esta enfermedad, que los llenaba de pústulas y les daba mal aspecto, eran aislados fuera de las ciudades. El diagnóstico hecho por el sacerdote tenía un valor religioso más que médico. Los sacerdotes no trataban terapéuticamente la lepra; se limitaban a declarar impuros a los leprosos, así como a purificarlos ritualmente en el caso de una supuesta curación (Lv. 14:31).
El leproso declarado quedaba en estado de impureza ritual y, por lo mismo, debía habitar solo fuera del campamento o población. Debía llevar barba tapada y vestirse de andrajos, avisando de su presencia a cuantos sanos y «puros» se le acercaban. Estas medidas eran necesarias para evitar que la comunidad santa o «pura» se contaminase de impureza y se hiciera inhábil para el culto. Así pues, lo impuro es lo que constituye un peligro para la salud pública, de manera que la legislación sobre la pureza cultual funcionaba como un sistema de defensa para la salud espiritual y corporal de la comunidad santa. Cuantos habían incurrido en impureza, bien por contacto físico con lo impuro o por otras causas, como la lepra, debían someterse a unos ritos de purificación antes de integrarse a la comunidad santa y participar en el culto. En el caso del leproso, si se curaba, debía presentarse al sacerdote para que este lo comprobase; cuando la curación se confirmaba, el sacerdote tomaba dos avecillas, un trozo de madera de cedro, un hilo de púrpura y una mata de hisopo; degollaba una de las aves sobre una vasija de agua viva o corriente y en ella remojaba el ave viva, la madera, etc., asperjando siete veces sobre el sanado y soltando el ave en el campo. Pasados siete días, el leproso curado debía depilarse por completo y bañarse; al día siguiente debía presentar dos corderos, una oveja, flor de harina y aceite, y el sacerdote le ungía con sangre y aceite en el lóbulo de la oreja derecha al tiempo que ofrecía un holocausto. Si se trataba de un hombre pobre, la cantidad era menor (Lv. 14).
El haber hecho de la lepra objeto de dictamen religioso se explica por la naturaleza de Israel, un pueblo sacerdotal (Éx. 19:5–6), que concebía toda la vida, hasta en los más pequeños detalles, como un culto a Dios. Por eso, los que no podían convivir dentro de la sociedad eran también impuros para el culto. Toda esta legislación se acentuó a partir de la época del destierro debido a la preponderancia del sacerdocio, del cual proceden muchas de estas disposiciones de pureza legal.
IV. JESÚS Y LA LEPRA. Precisamente por su condición desesperada, los leprosos son objeto de las promesas mesiánicas. Isaías describe al Siervo Sufriente evitado por todos como un leproso; se halla en tal estado porque carga con los pecados del pueblo (Is. 53:3–12). La enfermedad, en tanto que consecuencia del pecado, es quitada por Jesús con su sacrificio redentor (cf. Mt. 8:17). Por eso, la curación de los leprosos está entre las señales que ofrece de que el Reino de Dios está ya entre los hombres (Mt. 10:8; 11:5).
En la curación de otras enfermedades se usa el vb. iáomai, «sanar», pero en la eliminación de la lepra se utiliza el vb. katharizo, «limpiar, purificar», excepto en la observación que se hace del leproso samaritano: «viendo que había sido sanado» (Lc. 17:15). Esto es debido a que se emplea precisamente la terminología cultual de «pureza o impureza» para subrayar que tal concepto está ya superado en el Reino de Dios. A tales efectos, los leprosos no solo quedan limpios, puros, sino que son limpios y puros.
Al tocar Jesús con la mano a los leprosos, desoye la ley levítica que prohibía todo contacto físico con ellos bajo pena de impureza. Expresamente rompe esa ley que separa a puros de impuros, iniciando un movimiento que marcará desde entonces toda su vida. De esa forma hizo algo que nadie habría osado efectuar, sino solo el sacerdote, y no para curar/purificar, sino solo para certificar una curación que se había realizado antes (cf. Lv. 14:3). La mano de Jesús que toca al leproso es la expresión de una misericordia que trasciende las leyes de pureza del judaísmo legalista; significa la piedad de Dios, que ama precisamente a aquellos a quienes la Ley expulsa. Al declarar puro al leproso, Jesús asume una autoridad propia de sacerdotes (la de decidir quién pertenece o no al pueblo de Israel), entrando en conflicto con ellos (cf. Lv. 13–14).
En la primera curación de un leproso narrada por Marcos (1:40–45), Jesús ordena al enfermo: «vete, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para testimonio de ellos [eis martyríon autoîs]» (Mc. 1:44). Al parecer, Jesús no quiere empezar haciendo la competencia a los sacerdotes, es decir, los encargados de la pureza social y sacral en aquella zona de Galilea. Aparenta reconocer la autoridad de la institución sacerdotal. La presentación del hombre ante el sacerdote sería testimonio de dos cosas: del poder que Jesús tiene de hacer milagros y de su obediencia a la Ley Mosaica. Pero el leproso purificado desobedece a Jesús y no cumple su mandato, sino que sale por todas partes divulgando la noticia de su curación; la desobediencia de este hombre curado hace que la causa de Jesús se extienda y se conozca más en el entorno.
«El gesto del leproso enfrenta a Jesús con el judaísmo sacerdotal, de manera que este pasaje, situado entre la expulsión de los demonios de las sinagogas (Mc. 1:39) y el perdón de los pecados (2:2–12), puede interpretarse como anuncio del enfrentamiento final de Jesús en Jerusalén; es lógico que el leproso vuelva a aparecer en 14:3–9, en contexto de entrega de la vida. Para Marcos, el reto de Jesús está en formar un nuevo grupo humano (iglesia) a partir de los leprosos (marginados, impuros), con lo que ello implica de superación del sistema de purezas sacerdotal» (X. Pikaza).
El leproso (el tocado por el poder sanador de Jesús) ya no necesita buscar la protección ritual de los sacerdotes; el mismo Jesús le ha mostrado un camino de liberación que supera el control sacerdotal. Es un liberado convertido en mensajero de Jesús sobre la tierra, un signo de la llegada de la nueva era de salvación y del lugar central que Jesús ocupa en ella (cf. Mt. 11:5; Lc. 7:22). Véase ENFERMEDAD, IMPURO, MEDICINA, PUREZA.
Bibliografía: A. Álvarez Valdés, Enigmas de la Biblia, vol. 11, 45–53 (San Pablo, Bs.As. 2009); R. Chaussinand, La Lepra (Expansión Scientifique Francaise, París 1950); C. Gancho, “Lepra”, en EB V, 965–967; P. Grelot, “Lepra”, en VTB, 412; M. Lesétre, “Lépre”, en DB IV, 175–187; J. Marcus, Marcos, vol. 1, 40–45 (Sígueme 2010); E. Muir, Lepra. Diagnóstico, tratamento e profilaxia (Imprensa Nacional, Río de Janeiro 1947); X. Pikaza, El Evangelio. Vida y Pascua de Jesús, 80–93 (Sígueme 1993); M. Revuelta, “Leprosos en la Biblia”, en GER 14, 180–183; A. Weymouth, Through the Leper-squint. A Study of Leprosy from Pre-christian Times to the Present Day (Selwyn & Blounts, Londres 1938).