NABUCODONOSOR

Heb. y aram. 5019 Nebukhadnetstsar, נְבוּכַדְנֶאצַּר (2 R. 25:22; 2 Cro. 36:6; 36:7, 10, 13; Jer. 27:6, 8, 20; 28:3; 29:1, 3; 34:1; 39:5; Dan. 1:1); también escrito en forma abreviada, נְבֻכַדְנֶאצַּר (2 R. 24:1, 10, 11; 25:1, 8; 1 Cro. 6:15; Jer. 28:11, 14; Dan. 1:18; 2:1); o en su forma más común 5020 נְבוּכַדְנֶצַּר, y נְבֻכַדְנֶצַּר (Dan. 4:37; 5:18); ac. Nabû-kudurri-usur: «¡Oh Nebo, defiende mis fronteras [corona, o imperio]»; Sept. Nabukhodonósor, Ναβουχοδονόσορ; Beroso, Nabukhodonósoros, Ναβουχοδονόσορος; Estrabón, Naukookodrósoros, Ναυκοοκοδρόσορος. Nombre de dos reyes babilonios.
El nombre original ha sido más o menos alterado en las interpretaciones hebreas, griegas y latinas, de las cuales derivan las formas modernas en castellano, Nabucodonosor, Nebucadnezzar y Nebucadrezzar. En general, Nabucodonosor aparenta ser la más cercana a la pronunciación babilónica original, más que Nebucadrezzar y especialmente Nebucadnezzar, tomados de la interpretación de los masoretas, y estaría todavía más cerca si la «r» fuera restaurada al Segundo elemento donde la «n» se ha insertado, formando asi Nabucodorosor.
1. Nabucodonosor I (c. 1152–1124 a.C.). El más famoso monarca de la dinastía Pashi o Isin. Príncipe de inagotable energía que condujo a la victoria a los ejércitos caldeos al oriente y al poniente, contra los Lulubi, Elam, y Asiria, y a pesar de ser derrotado en dos ocasiones por el rey asirio Asur-resh-ishi, tuvo éxito en detener por algún tiempo la caída del primer Imperio babilónico.
2. Nabucodonosor II (c. 630–562 a.C.). Se le menciona frecuentemente en varias partes de las Sagradas Escrituras. Era el hijo mayor de Nabopolasar, el restaurador caldeo de la independencia babilónica. Su largo reinado de cuarenta y tres años (c. 605–562 a.C.) marca el zenit de la grandeza alcanzada por el segundo Imperio babilónico, de breve duración (625–538 a.C.). El faraón > Necao II intentó extender sus dominios más allá del Éufrates, para lo cual comenzó invadiendo el corredor natural que es Palestina. > Josías, rey de Judá, le quiso cortar el paso en un acto de fidelidad a Babilonia, y tuvo lugar una batalla en > Meguido, en la que perdió la vida (2 R. 23:9; 2 Cro. 35:20). Necao, por su parte, reunió un gran ejército, que fue aplastado por las fuerzas de Nabucodonosor en la batalla de > Carquemis (605 a.C.). Este rechazó a los egipcios hasta su propia tierra, al tiempo que iba sometiendo los países que atravesaba (2 R. 24:7; Jer. 46:2). Al enterarse de la muerte de su padre, Nabucodonosor dejó a sus generales para que terminaran la guerra en el oeste, y se apresuró a llegar a Babilonia, donde fue nombrado rey en el año 605 a.C. (Josefo, Contra Apión, 1, 9).
Aunque existen largas inscripciones de Nabucodonosor, tratan principalmente de sus empresas arquitectónicas, por lo que nuestro conocimiento de su historia es incompleto, y debemos depender de información de la Biblia en su mayor parte, especialmente Jeremías y Ezequiel, contemporáneos suyos; de Beroso, historiador y sacerdote babilonio que vivió en el siglo III a.C., y de los historiadores griegos. Nabucodonosor estaba aparentemente más orgulloso de sus construcciones que de sus victorias militares, especialmente de la nueva Babilonia, que puede decirse que fue creación suya. Durante el último siglo de la existencia del Imperio asirio, Babilonia había sido grandemente devastada, no solo a manos de Senaquerib y Asurbanipal, sino también como resultado de sus frecuentes rebeliones. Nabucodonosor, continuando la obra de reconstrucción de su padre, se concentró en hacer de su capital una de las maravillas del mundo. Antiguos templos fueron restaurados; nuevos edificios de increíble magnificencia (Diódoro de Sicilia, 2, 95; Heródoto, 1, 183) fueron levantados a las múltiples deidades del panteón babilónico; para concluir el palacio real iniciado por Nabopolasar, nada se escatimó, ni siquiera «madera de cedro, ni bronce, oro, plata y piedras preciosas»; un pasaje subterráneo y un puente de piedra conectaban las dos partes de la ciudad separadas por el Éufrates; era una urbe inexpugnable por su triple línea de murallas. El libro de Daniel recoge estas palabras arrogantes que se ajustan perfectamente a la realidad: «¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué como residencia real, con la fuerza de mi poder y para la gloria de mi majestad?» (Dan. 4:30). En la inscripción de la Casa de Isin se hallan las siguientes palabras de Nabucodonosor: «Desde el tiempo en que Merodac me creó para la soberanía, en que Nebo su verdadero hijo me confió sus súbditos, amo como a la vida misma la erección de su morada; y ninguna ciudad más gloriosa he hecho que Babilonia y Borsipa» (col. VII, líneas 26–32). Se dice que hizo los jardines colgantes de Babilonia para la reina Amitis, su esposa procedente de Media, que tenía añoranza en la llanura de Babilonia de las montañas de su país (Josefo, Contra Apión 1, 9; Ant. 10, 11, 1).
La actividad de Nabucodonosor no se confinó a la capital; se dice que construyó, cerca de Sipara, un inmenso lago artificial para la irrigación que medía más de 225 km. de perímetro y 55 m. de profundidad. Hizo una red de canales que cubrían todo el país, construyendo muelles y espigones en el golfo Pérsico. También se le acredita la construcción de la famosa muralla meda entre el Tigris y el Éufrates para proteger el país de incursiones provenientes del norte; de hecho, son escasos los sitios alrededor de Babilonia donde su nombre no aparezca y donde no se encuentren trazos de su actividad. Estas gigantescas empresas requerían de innumerables obreros; de la inscripción del gran templo de > Marduk podemos inferir muy prob. que cautivos procedentes de varias partes del Asia Occidental constituían la mayor parte de la fuerza laboral utilizada en todas sus obras públicas.
De inscripciones de Nabucodonosor y de los templos levantados o restaurados por este príncipe se percibe que era un hombre muy devoto. Lo que sabemos de su historia lo muestra como muy humano, en marcado contraste con la deliberada crueldad de muchos de los soberanos asirios de alma endurecida. Es debido a esta moderación que Jerusalén fue perdonada repetidamente, y finalmente destruida solo cuando fue necesario. Después de haber estado pagando tributo al rey babilonio durante tres años, Judá se rebeló contra él (2 R. 24:1). Nabucodonosor aplastó la revuelta, pero no tuvo la menor intención de destruir Jerusalén. Todo lo que él quería era que hubiese un gobernante local que recogiera los tributos y los enviara puntualmente. Así que se llevó cautivo al rey > Joacim y a su hijo > Joaquín, el príncipe heredero, y puso en su lugar a > Sedequías, hermano de Joacim (2 Cro. 36:6, 10). Durante ocho años, Sedequías se mantuvo sumiso, pero en el año noveno, contando con la promesa de un ejército egipcio, se rebeló (Jer. 37:5). Esta muestra de ingratitud hacia el monarca babilonio fue particularmente odiosa, pero aun así, de no haber manifestado tanta obstinación y arrogancia (cf. Ez. 11:15), pudiera haber sido tratado con mayor indulgencia (Jer. 38:17, 18). En el año 586, Nabucodonosor tomó Jerusalén, la ciudad fue completamente destruida, el Templo quemado y sus habitantes principales —nobles, artesanos, comerciantes, sacerdotes, escribas— deportados; solo quedaron los campesinos pobres (2 R. 24:15; 2 Cro. 36:5–21; Jer. 39; 52). Nabucodonosor mostró mucha consideración a Jeremías, dejándolo en libertad de acompañar a los exiliados a Babilonia o de permanecer en Jerusalén, y designando a uno de los amigos del profeta, > Gedolías, como prefecto de Judá; otorgó de la misma forma tal grado de libertad a los judíos exiliados que algunos alcanzaron posiciones prominentes en la corte, y Baruc consideró como un deber exhortar a sus conciudadanos a tener en el corazón el bienestar de Babilonia y orar por su rey.
La tradición babilónica menciona que hacia el final de su vida, Nabucodonosor, inspirado desde lo alto, profetizó la inminente ruina del Imperio caldeo: «He encontrado también en el libro de Abideno sobre los asirios lo siguiente tocante a Nabucodonosor. Megástenes dice que Nabucodonosor vino a ser más fuerte que Hércules y que, habiendo atacado a Libia e Iberia, y habiendo conquistado estas regiones, estableció parte de sus habitantes en la derecha del Ponto. Después de esto, cuentan los caldeos, que subió a la azotea de su palacio y poseído por un dios exclamó en alta voz: «Oh Babilonia, yo Nabucodonosor, te anuncio el infortunio que está para venir, ante el que Bel, mi antepasado y la reina Beltis, son igualmente impotentes de persuadir a los hados que lo alejen. Vendrá el mulo persa [Ciro, conquistador de Babilonia], que utilizando el auxilio de nuestras deidades impondrá la esclavitud. El que le ayudará en esta empresa será un medo [aliados de los persas], la jactancia de los asirios. Ojalá que éste, antes que mis ciudadanos sean entergadas, le trague un Caribdis o la mar, y le extermine totalmente, o llevado a otra parte, vague a través del desierto, donde no hay ciudad ni rastro de hombre, donde tienen su apacentamiento las bestias salvajes y donde revolotean las aves, y que entre las rocas y los barrancos camine solitario, y que yo, antes de que a ese le vengan a la mente tales cosas, pueda encontrar un fin más dichoso» (Beroso, cit. por Eusebio en Praep. Evang. 9, 41).
Nabucodonosor murió en Babilonia entre el segundo y sexto mes del cuadragésimo-tercer año de su reinado (562 a.C.). Le sucedió su hijo Amel-marduk (561–560 a.C.), llamado > Evil-merodac en 2 R. 25:27.
El libro de Daniel dice que Dios castigó la soberbia del gran monarca con una extraña enfermedad, que le degradó al nivel de los animales: «Te echarán de entre los hombres, y junto con los animales del campo será tu morada. Te darán de comer hierba como a los bueyes. Siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo es Señor del reino de los hombres y que lo da a quien quiere» (Dan. 4:32). Algunos consideran este castigo como un ataque de la locura llamada licantropía, o mejor, en este caso, de «boantropía», pero acerca de esta enfermedad y el interregno que debió haber provocado —entre cuatro y siete años—, los anales babilónicos se mantienen en silencio. No hay datos históricos donde conste una interrupción tan prolongada de su reinado, aunque sí se registra una ausencia de actos del rey durante 582–575 a.C. Sin embargo, la descripción que se ofrece de su enfermedad, coincide con la que padeció > Nabónido, el último monarca de Babilonia, que estuvo retirado en Arabia unos diez años, mientras > Belsasar, su hijo, actuaba como regente. En la cita anterior de Eusebio, que sigue la historia asiría de Abideno (200 a.C.), se hace mención de que Nabucodonosor fue sometido a una «posesión» divina por la profetizó la invasión de Ciro, después de lo cual desapareció de repente de la sociedad (Praep. Evang. 9, 41), pero sin aludir a ningún tipo de locura. Es evidente que el propósito del relato de Daniel es didáctico, un > midrás más que una historia, como se observa en la moraleja edificante: «Al cabo de los días, yo, Nabucodonosor, alcé mis ojos al cielo; y me fue devuelta la razón. Entonces bendije al Altísimo; alabé y glorifiqué al que vive para siempre. Porque su señorío es eterno, y su reino de generación en generación» (v. 34), conforme a la teología de Daniel: «Que los vivientes reconozcan que el Altísimo es Señor del reino de los hombres, que lo da a quien quiere y que constituye sobre él al más humilde de los hombres» (v. 17). Ciertamente no parece muy verosímil en los modos de ser del déspota babilonio las confesiones de fe y de reconocimiento al Dios de los judíos. Véase BABILONIA, CIRO, DANIEL, Libro de, NABÓNIDO.